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tenten con que les tenemos edificadas ciudades de muy grandes y buenas casas, iglesias y monesterios, estancias y granjas con que están sobradamente acomodados, y las que nosotros los que éramos señores y principales teniamos antes que ellos viniesen, están unas medio caidas, otras del todo asoladas por no haber quien nos ayude á repararlas? ¿En qué razon ó ley cabe, que los que somos nietos y biznietos, legítimos sucesores de los que fueron señores naturales de esta tierra, y algunos de reyes, como fueron los de México, Tezcuco y Tlacuba, aprendamos oficios mecánicos para podernos sustentar, por no tener quien nos labre tierras de pan, y que las nietas y biznietas de estos mesmos señores y reyes anden por los mercados granjeando alguna miseria de que puedan vivir, y ellas mesmas se amasen sus tortillas si han de comer, y vayan por el cántaro de agua si han de beber, porque no alcanzan un indio ni una india que les sirva, y que los mas bajos villanos venidos de España, y las mujeres que allá ovieran de servir de mozas de cántaro, aunque tengan sus casas proveidas de gente, quieren que de barato se les den indios de servicio y de por fuerza, y que tambien lo pidan como por derecho? ¿En qué buena ley cabe (dirá el indio) que el dia que me desposan con mi mujer (cuando todos los hombres del mundo se huelgan con sus mujeres), me han de hacer ir al repartimiento, y voy por ocho dias y me hacen estar treinta? ¿En qué buena ley cabe, que el dia que pare mi mujer y tiene la tierra por cama, y cuando mucho con sola una estera, sin otro colchon ni frazada, y habiéndole de traer alguna leña con que se calentar y darle de comer, me han de hacer ir por fuerza á servir al extraño, y cuando vuelvo la hallo muerta á ella y á la criatura, por no haber quien les sirviese y diese recado? ¿En qué buena ley cabe, que si ando trabajando en la labranza ó hacienda del español, y me da la enfermedad y le digo que estoy malo, que no puedo trabajar, me responde que miento como perro indio, y hasta que allí acabe la vida no me deja venir á mi casa? ¿En qué buena ley cabe, que si estoy convaleciendo de mi enfermedad, me han de hacer ir (aunque mas me excuse) flaco y desventurado al repartimiento, y en el camino tengo de acabar la vida, porque si no puedo caminar de flaco diez ó doce leguas adonde me llevan, me dan con un verdascon que me hacen atrancar mas que de paso? ¿En qué ley de caridad cabe, que sabiendo los que gobiernan cómo muchos de los españoles en cuyo servicio nos ponen, por ver que nos tienen en su poder de por fuerza, nos tratan mucho peor que á sus galgos, haciéndonos infinitos agra

Exod. 1.

vios, ellos y sus negros ó criados, quitándonos la pobre comida que
llevamos de nuestras casas y la ropa con que nos cubrimos, encerrán-
donos en pocilgas donde sin ella dormimos, haciéndonos trabajar
cuando hace luna de noche, como cuando no la hace todo el dia, car-
gándonos pesadísimas cargas, no dejándonos oir misa domingos y
fiestas, teniéndonos á veces dos y tres semanas en lugar de una, le-
vantándonos algun hurto ó cosa semejante para que nos vamos hu-
yendo sin paga y sin nuestra ropa; con todas estas y otras mil veja-
ciones (que muchas veces se les han representado) no se muevan á
compasion para quitarnos de á cuestas esta tan dura esclavonía, sino
que la quieran llevar adelante, hasta acabarnos del todo? Dirán que
tienen puestos jueces del repartimiento para que no consientan.
los tales agravios, como si aquellos jueces fuesen unos santos, libres
de toda codicia, y muy celosos de la caridad y recta justicia, porque
por la mayor parte vemos que son como los prepósitos ó maestros
de las obras puestos en Egipto por Faraon para que mas afligiesen al
pueblo de Israel. ¿En qué buena ley cabe, que los que somos regido-

res en nuestros pueblos, y alcaldes y gobernadores, por ser indios, en
pago de nuestro trabajo que pasamos en juntar los que han de'ir al
repartimiento (con no ser de nuestro oficio, ni obligarnos á ello algu-
na ley, antes la natural nos obligaba á estorbarlo), con todo esto,

ya

por la fuerza que nos hacen, nos compelan á prender todos los indios

que pudiéremos haber, aunque sean de los que no les cabe el reparti-
miento (porque los que les cabe se esconden y huyen, no pudiendo
llevar tan pesada carga), y que los tengamos en la cárcel (como los
tenemos) tres ó cuatro dias, y á veces toda la semana, muriendo de
hambre? Porque faltando del número de la gente que dicen hemos
de dar, lo hemos de pagar nosotros. ¿Y que tenga autoridad un al-
guacil pelado (por ser español, que por ventura fuera azacan en su
pueblo), para llevarnos presos á gobernador y alcaldes, y traernos
afligidos el tiempo que le parece, como si fuéramos los mas bajos pí-
caros del mundo?» Y tras estos discursos, concluirán con decir: «Si
ninguna ley con razon y justicia puede consentir alguna de las cosas
aquí dichas, y todas ellas las consiente la ley de los cristianos: luego
es la mas mala del mundo y digna de ser aborrecida.» ¿Quién quita
que los indios no discurran por estas y otras semejantes vejacio-
nes que proceden del repartimiento, pues les dió Dios entendimiento
como á nosotros, y aun harta mas retórica en sus dichos y senti-
mientos, que la que yo aquí llevo? Sino que con el temor que les
tienen
puesto, callan y todo se lo tragan. Aunque es verdad que

en dias pasados á cierto indio, señor natural de una de las buenas provincias de esta Nueva España, y tan ladino y entendido como cualquier español, quejándose de la apretura en que un virey les ponia. sobre esto del repartimiento, le oí palabras tan sentidas y tan puestas en razon de hombre, acompañadas con hartos sospiros, que yo (por ser cristiano y español) me hallé el mas confuso y atajado del mundo, no sabiendo qué responder, ni cómo negar la verdad de tan manifiestas y cristianas razones. Y ciertamente digo, y es así, que con harta vergüenza se les predica á estos el Evangelio de Cristo, porque si osasen hablar, muy justamente nos podrian decir á los españoles lo que dice el italiano: «Fate fate, non parlate. Hermanos españoles, predicadnos con obras, y dejaos de palabras solas, que sin ejemplo se las lleva el viento.» Pues si el servir por via de fuerza á los españoles en sus casas ó en sus heredades se les hace á los indios tan grave teniéndolo por cruel agravio, ¿qué será de los miserables que les hacen ir diez y quincey veinte leguas, y no sé si treinta, á trabajar en las minas? Cosa que (á mi ver) habria de poner horror al hombre cristiano. Porque ejercitar nosotros los cristianos en los que se convierten á nuestra fe, sin intervenir culpa de su parte, las obras penales que los gentiles en la primitiva Iglesia ejercitaban en los mártires que no querian negar la fe de Jesucristo, por el aborrecimiento que les tenian, y deseo de atormentarlos y matarlos, ¿qué mayor inhumanidad y maldad puede ser? Bien sabemos que el echar hombres los gentiles de por fuerza á las minas, era pena que se daba, ó á los que por sus delictos merecian la muerte, ó á los cristianos por matarlos con mayor trabajo y tormento. Pues que esto se haga con los inocentes que idólatras se hicieron cristianos, y por mandado de los que profesamos esta ley, ¿qué razon de hombres habrá que lo pueda justificar, si no es negando con ciega codicia el dictámen de la recta razon? Yo para mí tengo que todas las pestilencias que vienen sobre estos pobres indios, proceden del negro repartimiento alguna parte, de donde son maltratados de labradores y de otros que les cargan excesivos trabajos con que se muelen y quebrantan los cuerpos. Mas sobre todo, de los que van á las minas, de los cuales unos quedan allá muertos, y los que vuelven á sus casas vienen tan alacranados, que pegan la pestilencia que traen á otros, y así va cundiendo de mano en mano. Plegue á la divina clemencia que si de nuestra parte no se pone remedio, sea servido de hundir en los abismos todas las minas, como ya hundió en un tiempo las mas ricas que en esta tierra se han descubierto, echándoles sierras encima, de suerte que nunca mas parecieron.

CAPÍTULO XXXVIII.

En que se prosigue la materia del repartimiento de los indios para servir
de por fuerza.

DESPUES de los discursos en el capítulo pasado señalados, que harán ó podrian hacer los indios en daño de su cristiandad, hay otras razones contra este su inícuo repartimiento, en especial una, cerca de la que los españoles alegan para su justificacion, diciendo que los indios no se alquilan para trabajar, y que si no se les hiciese fuerza para ello, padeceria toda la república española, no se cogiendo trigo. Esta aparente y fingida razon tiene muchas respuestas que la desbaratan. La primera, negando lo que se presupone, que los indios no se alquilan de su voluntad, como falsísimo. Porque antes que con este repartimiento los pusiesen en aprieto, no faltaban indios que se alquilasen. Y me acuerdo que los indios de la provincia de Otumba, con andar entonces muchos años ocupados en traer una agua de lejos á su cabecera, tenian fama sobre todos los demas, que acudian mejor á ello y eran mejores trabajadores. Cuanto mas que el alquilarse á los españoles les es forzoso á los indios para tener dinero con que pagar sus tributos, y suplir las necesidades de sus pueblos y Indios, no dejan de las proprias de sus familias, y así no pueden dejar de alquilarse, como de hecho se alquilan aun ahora con toda la apretura de su repartimiento. Y aunque no acuden á todos (porque no todos se hacen dignos), á lo menos acuden á los que los tratan bien. Y de diversos españoles he sabido que tienen para sus labores mas indios de los que quieren. Pero si el labrador á menos precio compró de indios ó alcanzó de merced dos caballerías de tierra, y mete el arado por todas las demas que ve por delante, sin dejar casa de indio ni cementerio de iglesia, y viene á sembrar seiscientas ó ochocientas hanegas, ¿qué indios han de bastar para labrárselas á él y á sus vecinos, que hacen otro tanto? Cierto es que no bastarán todos los pueblos de la comarca, ni podrán acudir á ello. Mas puesto que los indios no acudiesen á alquilarse para el trigo, niego que por esto los españoles oviesen de morir de hambre, pues el pan de maiz es de tanto sustento y no menos sabroso, de lo cual hay cantidad en esta tierra, y mucha gente española dejan el pan de trigo por él. Y este seria mas fácil de labrar y coger, y sobraria, mayormente esforzándose á sem

alquilarse á los que los tratan bien.

brar algo los españoles, y procurando que los indios sembrasen mas de lo que siembran. En las islas Filipinas ¿hay trigo ó maiz? ¿No se sustentan los españoles con arroz? Y si no queremos pasar sin el regalo del trigo, búsquese otro medio sin matar y acabar los indios. ¿Es posible que tan para poco es la república española en esta tierra, que donde habrá cien mil hombres ó mas en ella, no se sabrian dar maña y concertarse de suerte que no todos fuesen mercaderes ó taberneros, ó regatones y renoveros, sino que oviese de los pobres quien á los mas ricos sirviese, y quien se alquilase y trabajase, y no que todos sean señores y mandones? Mayormente habiendo (como alegan los indios) tanta chusma de gente perdida y baldía de españoles, mestizos, mulatos y negros horros, que aun para asegurar los caminos y poner en órden esa mesma república seria menester usar de este medio. Querria yo saber qué medio se tomará para que haya trigo y no falte cuando los indios se acaben, pues ya falta poco segun se les da la priesa. ¿No seria mejor comenzar á ponerlo con tiempo, para que los hombres estuviesen. ya hechos á ello, y no aguardar á que se les haga mal el trabajo, que al tiempo de la priesa no los puedan encarrilar? Y si fuese menester que ayudasen los indios, ¿no bastaba mandarles que en cada pueblo hiciesen una sementera de trigo de comunidad, conforme al número de los vecinos, ó que cada indio hiciese una sementerilla de diez ó doce brazas de trigo, y con esto valdria mas barato que ahora que lo encierran todo los españoles, aguardando tiempo de mas carestía? Empero no es esta, no, la hambre del continuo servicio. No es el trigo sino cabeza de lobo, y lo que pretenden los que lo piden y quieren llevar adelante, es engordar y ensanchar, y tener mas y mas para sus vanidades y superfluidades con el sudor y sangre de los pobres indios, teniéndolos en perpetuo captiverio, sin hacer cuenta de lo de mañana, y aprovecharse de presente todo lo que pueden. Veamos ahora, pregunto yo: si este repartimiento de los indios se pide por la necesidad de los panes, pues para esta labor no han de servir los indios sino solamente en los dos tiempos de la escarda y de la siega, ¿porqué los traeis todo el año y toda la vida en rueda de repartimiento, sin dejarlos descansar ni una fiesta de la vocacion de su iglesia, ni una pascua? No es sino para que vos que los recibís, los vendais á otro, y el otro los envie al monte á cortar y labrar madera para venderla, y el otro á la calera, que es su granjería, y así de los demas á sus menesteres y intereses, y todo lo ha de hacer el desventurado indio, aunque reviente.

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