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ahorcar á Antonio de Campofrio. En el Cuzco fué arrestado el corregidor Gil Ramirez Dábalos y asesinados el capitan Palomino, Juan Morales y muchos otros españoles. Diego de Alvarado hizo dar muerte á Baltasar de Castilla, Juan de Cáceres y Juan Ortiz de Zárate. Todo el Perú se hallaba en esta época en conflagracion revolucionaria. Tomás Vazquez, corregidor de Arequipa, envió asesinos para que diesen muerte á Martin de Lezcano, y mandó ahorcar á Alfonso de Mier. El consejero Altamirano dió órden de colgar á Salvador de Lezana, Francisco de Vera y Francisco Juarez, oficiales de Hernandez Giron, y á otros treinta españoles prisioneros, que al fin se salvaron por haberse negado á ejecutarlos los propios soldados.

Diego de Alvarado, maestro de campo de Hernandez Giron, hombre de un carácter feroz, hizo estrangular á Serrano, médico de su ejército. En seguida ordenó la muerte del capitan Nuño de Mendiola. Su jefe mandó decapitar al capitan Lope Martin y al oficial Villareal. Alfonso de Alvarado avanzó contra Francisco Hernandez Giron, y en el camino fué asesinado por un negro Diego de Almendras. Perdió Alvarado la batalla de Chuquinga, y murieron sus mejores capitanes, entre ellos Gomez de Alvarado, Juan de Saavedra, Villavicencio, Gabriel de Guzman, Diego de

Ulloa, Simon Pinto, Barrientos y Alvarez de Toledo. Los capitanes Alfonso de Badajoz y Antonio Carrillo murieron asesinados. Bernardino de Robles, otro capitan de Giron, llamó á su suegro Ruibarba á una entrevista, y lo atravesó de una estocada. El capitan Sotelo, tambien del ejército de Giron, cayó prisionero, y fué estrangulado en el campo. A su vez fué adversa la suerte de las armas á Giron, y sus mejores oficiales fueron condenados á la horca, entre ellos Diego de Alvarado, Juan Cobo, Villalba, Alberto de Orduña, Bernardino Robles y Cristóbal de Funés. El mismo Giron cayó en poder de sus enemigos, su cuerpo fué arrastrado por caballos, su cabeza cortada, y sembrada sal en el lugar que ocupaba su

casa.

Don Diego de Colón, hijo del gran almirante, pasó una existencia llena de sinsabores y desasosiegos. En su sepultura se esculpió el siguiente epitafio:

Hic maris Indorum Præfectus conditur ille
Quem (pro meritis) sors inimica juvit.
Munera percepit, vivo concessa parenti
At cum diritis, tristia fata simul.

<«Yace aquí el almirante del mar Océano, á cuyas buenas partes igualaron sus desgracias.

Heredó las mercedes que los reyes hicieron á su padre, y con las riquezas justamente la poca

ventura.»>

La muerte del cacique D. Juan de Chiapa, que tan amigo se habia mostrado de los españoles, no fué ménos tremenda que las que acabamos de enumerar. Don Juan habia tenido un disgusto con los religiosos, de los cuales se creyó ofendido,. quejándose de ellos amargamente y alborotando á los españoles que lo favorecian, y que, enemigos de los Padres, aprovechaban la ocasion de satisfacer su encono contra ellos. Celebráronse fiestas y cabalgatas en las que se hicieron todas las honras posibles á D. Juan, con el objeto de disgustar á los Padres. Acabadas las fiestas, volvióse el cacique á Chiapa, y estando á poca distancia del pueblo, mandó consultar á sus parientes respecto al mejor modo de efectuar su entrada. Le enviaron un hermoso caballo y fueron varios á recibirlo, llevándole un hijo suyo de tres años. Despues de haber tomado parte con sus amigos en un banquete mandado disponer en el camino, montó el cacique á caballo para entrar en el lugar, y puso el niño á las ancas, ciñéndose el cordel de la jáquima del caballo, sin desprenderlo de la cabezada, y asegurando así el niño á su cintura, dando un nudo al cordel. Como el caballo era nuevo y fogoso y rehusaba andar, picóle D. Juan con las

espuelas, y el animal haciendo corcovos dió con él y con el niño en el suelo; luego, queriendo huir, arrastró á D. Juan un buen trecho, hasta que volviéndose á él con la furia de un leon, le arrancó de una dentellada las partes viriles, y luego con los piés y manos le quebró y molió todo el cuerpo, haciéndole luégo pedazos á mordiscos. Sucedió esto con tal prontitud, y era tan terrible la ferocidad del caballo, que nadie pudo ni se atrevió á socorrer al desventurado D. Juan, á quien despues llevaron á enterrar en una banasta, porque ni áun la cabeza le habia quedado

entera.

Terminaremos este capítulo de catástrofes extraordinarias, recordando un hecho singular relacionado con el descubrimiento de América, que es el siguiente: el marinero que desde la nave de Colon vió el primero una luz en el horizonte y cantó ¡tierra! que era del Nuevo mundo, al volver de aquel viaje a España, se fué á Córdoba, y desde allí á Berbería, donde se hizo mahometano y murió en el islamismo.

En todos esos hechos que quedan consignados parece descubrirse algo superior al acaso, algo dictado por la oculta mano de la Providencia, para castigar á aquellos hombres conducidos por una avaricia insaciable de oro y de riquezas, y

dotados de una ferocidad que al fin vino á ser un hábito, que lo mismo ejercian degollando y martirizando indios indefensos, que lo practicaban entre ellos mismos en sus contiendas civiles y en sus extraordinarias venganzas.

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