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CAPITULO IV.

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Discurso de LAS CASAS al Rey.-Lo que dijo el franciscano.Habla luégo el Almirante. Se termina la sesion.- Memoriales del obispo de Dárien. Su repentina muerte. - Retornan los jerónimos. -- El Rey no los recibe. La Corte en la Coruña.- Disposiciones respecto á las Indias. -Nuevos esfuerzos de LAS CASAS.-Su proyecto en Tierra Firme.-El Licenciado Aguirre.-LAS CASAS vuelve á América.- Un Alonso de Ojeda. -Sus rapiñas de indios. - Venganza de éstos. - Asesinan á Ojeda, á sus compañeros y á los frailes.- Expedicion armada contra los indios. Arriba LAS CASAS con sus colonos. -Sus imprevistas dificultades. Va LAS CASAS á la Española. - Nuevos contratiempos.Gonzalo de Ocampo en Maracapana.-Sus atropellos para vengarse.— LAS CASAS amenaza volver á España.- Consigue el auxilio solicitado. Va LAS CASAS á Puerto-Rico. -No encuentra ya sus labradores.Pasa á Tierra Firme.-Encuentra á Gonzalo de Ocampo.-Retorna éste á la Española con su gente. Queda LAS CASAS abandonado en Tierra Firme.

Tan luégo como Las Casas recibió del Rey la órden de hablar, comunicada por el Gran Canciller, dirigiéndose al Soberano, con su soltura acostumbrada, se expresó de esta manera:

Muy alto y muy poderoso Rey y Señor: yo soy de los más antiguos que á las Indias pasaron, y há muchos años que estoy allá, en los cuales he visto por mis ojos, no leido en historias que pudiesen ser mentirosas, sino palpado, porque así lo diga, por mis manos, come

ter en aquellas gentes mansas y pacíficas las mayores crueldades y más inhumanas que jamás nunca en generaciones por hombres crueles ni bárbaros irracionales se cometieron, y éstas sin alguna causa ni razon, sino solamente por la codicia, sed y hambre de oro insaciable de los nuestros. Estas han cometido por dos maneras: la una, por las guerras injustas y crudelísimas que contra aquellos indios que estaban sin perjuicio de nadie en sus casas seguros, y tierras donde no tienen número las gentes, pueblos y naciones que han muerto; la otra, despues de haber muerto á los señores naturales y principales personas, poniéndolos en servidumbre, repartidos entre sí, de ciento en ciento, y de cincuenta en cincuenta, echándolos en las minas, donde al cabo, con los increibles trabajos que en sacar el oro padecen, todos mueren. Dejo todas aquellas gentes, donde quiera que hay españoles, pereciendo por estas dos maneras, y uno de los que á estas tiranias ayudaron, mi padre mismo, aunque ya está fuera dello. Viendo todo esto yo me moví, no porque yo fuese mejor cristiano que otro, sino por una compasion natural y lastimosa que tuve de ver padecer tan grandes agravios é injusticias á gentes que nunca nos las merecieron, y así vine á estos reinos á dar noticia dello al Rey Católico, vuestro abuelo; hallé á Su Alteza en Plasencia, dile cuenta de lo que digo, rescibióme con benignidad, y prometió para en Sevilla, donde iba, el remedio. Murió en el camino luego, y así, ni mi suplicacion ni su real propósito hobieron efecto. Despues de su muerte hice relacion á los gobernadores, que eran el cardenal de España D. Fray Francisco Ximenez, y el Adriano, que agora es cardenal de Tortosa, los cuales proveyeron muy

bien todo lo que convenia para que tan grandes dañoscesasen y aquellas gentes no pereciesen, pero las personas que las dichas provisiones fueron á ejecutar, desarraigar tanta maldad y sembrar tanto bien y justicia no merecieron; torné sobre ello, y despues que Vuestra Majestad vino, se lo he dado á entender, y estuviera ya remediado, si el Gran Canciller primero en Zaragoza no muriera; trabajo ahora de nuevo en lo mismo, y no faltan ministros del enemigo de toda virtud y bien, que por sus propios intereses, mueren porque no se remedie. Va tanto á Vuestra Majestad en entender en esto y mandallo remediar, que dejado lo que toca á su Real ánima, ninguno de los reinos que posee, y todos juntos, se igualan con la mínima parte de los Estados y bienes por todo aquel orbe; y en avisar dello á Vuestra Majestad, se yo de cierto que hago á Vuestra Majestad uno de los mayores servicios que hombre vasallo hizo á Príncipe ni señor del mundo, y no porque quiera ni desee por ello merced ni galardon alguno, porque ni lo hago por servir á Vuestra Majestad, porque es cierto (hablando con todo el acatamiento y reverencia que se debe á tan alto Rey é Señor), que de aquí á aquel rincon no me mudase por servir á Vuestra Majestad, salva la fidelidad que como súbdito debo, si no pensase y creyese hacer á Dios en ello gran sacrificio, pero es Dios tan celoso y granjero de su honor, como á él se deba sólo el honor y la gloria de toda criatura, que no puedo dar un paso en estos negocios, que por sólo él tomé á cuestas de mis hombros, que de allí no se causen y procedan inestimables bienes y servicios de Vuestra Majestad: y para rectificacion de lo que dicho tengo, digo y afirmo, que renuncio cualquiera merced y galardon temporal

que Vuestra Majestad me quiera y pueda hacer, y si en algun tiempo, yo ó otro por mí, merced alguna quisiere y pidiere directe ni indirecte, en ninguna cosa de las susodichas Vuestra Majestad me dé crédito, ántes sea yo tenido por falso, engañador de mi Rey é Señor. Allende desto, aquellas gentes, Señor muy poderoso, de que todo aquel mundo nuevo está lleno y hierve, son gentes capacísimas de la fe cristiana, y á toda virtud y buenas costumbres por razon y doctrina traibles, y de su natura son libres, y tienen sus Reyes y señores naturales que gobiernan sus policías; y á lo que dijo el reverendísimo obispo, que son siervos a natura, por lo que el filósofo dice en el principio de su Política, que vigentes ingenio naturaliter sunt rectores et domini alorum; y deficientes a ratione naturaliter sunt servi, de la intencion del filósofo, á lo que el reverendo obispo dice hay tanta diferencia como del cielo á la tierra, y que fuese así como el reverendo obispo afirma, el filósofo era gentil, y está ardiendo en los infiernos, y por ende tanto se ha de usar de su doctrina, cuanto con nuestra sancta fe y costumbre de la religion cristiana conviniere. Nuestra religion cristiana es igual, y se adapta á todas las naciones del mundo, y á todos igualmente rescibe, y á ninguna quita su libertad ni sus señoríos, ni mete debajo de servidumbre, so color ni achaques de que son siervos a natura ó libres, como el reverendo obispo parece que significa, y por tanto, de Vuestra Real Majestad será propio desterrar en el principio de su reinado de aquellas tierras tan enorme y horrenda, delante de Dios y los hombres, tiranía, que tantos males y daños irreparables causa en perdicion de la mayor parte del linaje humano, para que Nuestro Señor Jesucristo, que murió por aque

llas gentes, su Real Estado prospere por muy largos dias.»

Hay en este discurso rasgos de admirable entereza y osadía que revelan la fe cristiana con que habia abrazado Las Casas la causa de sus protegidos, su profundo desprecio por los intereses mundanos y su poco ó ningun temor en arrostrar todos los peligros que pudiese ocasionarle el lenguaje severo que creia necesario usar para proteger sus indios hasta en presencia del Rey, que le escuchaba.

Despues de consultar nuevamente al Rey el Gran Canciller y M. de Chièvres, dijo el Canciller al franciscano presente: «Padre: S. M. manda » que hableis si teneis que hablar en las cosas de las Indias.» Y el religioso se expresó en estos términos:

«Señor: yo estuve en la isla Española ciertos años, y por la obediencia me fué impuesto y mandado con otros. que fuese á visitar y contar el número que habia en la isla de indios, y hallamos que habian perecido en aquel tiempo tantos mil que habia ménos, y así, de aquesta manera, se habia destruido la infinidad de gentes que habia en aquella isla, pues si la sangre de un muerto injustamente tanto pudo que no se quitó de los oidos de Dios hasta que Dios hizo venganza della, y la sangre de los otros nunca cesa de clamar: vindica sanguinem nostrum, Deus noster, ¿qué hará la sangre de tau innume

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