María: novela americana

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E. Domenech y ca., 1882 - 378 páginas
 

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Pasajes populares

Página 280 - ¿qué es lo que hay y con qué te tienen molida? — Pues ahí verá, que me da no sé qué contarle. — ¿Por qué? — Si es que se me hace hoy como muy triste y ... ahora tan serio. — Es que te parece. Empieza, porque después no se ha de poder. Yo también tengo algo muy bueno que contarte. — ¿Sí? Usté primero, pues. — Por nada — le respondí. — Pues lo que sucede es que Tiburcio se ha vuelto un veleta y un ingrato, y que anda buscando majaderías para darme sentimientos; ahora...
Página 13 - Después de algunos años de separación, volvieron a verse, pues, los dos amigos. Ya era viudo Salomón. Sara, su esposa, le había dejado una niña que tenía a la sazón tres años. Mi padre lo encontró desfigurado moral y físicamente por el dolor, y entonces su nueva religión le dió consuelos para su primo, consuelos que en vano habían buscado los parientes para salvarle.
Página 211 - La noche continuaba serena; los rosales estaban inmóviles; en las copas de los árboles cercanos no se percibía un susurro, y solamente los sollozos del río turbaban aquella calma y silencio imponentes. Sobre los ropajes turquíes de las montañas blanqueaban algunas nubes desgarradas, como chales de gasa...
Página 243 - En oscuro calabozo cuya reja al sol ocultan negros y altos murallones que las prisiones circundan; En que sólo las cadenas que arrastro, el silencio turban de esta soledad eterna donde ni el viento se escucha.... Muero sin ver tus montañas ¡oh patria!
Página 284 - ¿Me lo promete? —Muy desgraciado y tonto debo de ser si no lo consigo. —Vea que le cojo la palabra. Pero por vida suya no vaya a contarle a Tiburcio que hemos estado así tan solitos y.
Página 287 - Durante la comida tuve ocasión de admirar, entre otras cosas, la habilidad de Salomé y mi comadre para asar pintones y quesillos, freír buñuelos, hacer pandebono y dar temple a la jalea.
Página 159 - ... del cual se hallaba el escritorio. Estaba la noche serena y silenciosa: la bóveda del cielo, azul y transparente, lucía toda la brillantez de su ropaje nocturno de verano; en los follajes negros de las hileras de ceibas que partiendo de los lados del edificio cerraban el patio, en los ramos de los naranjos que demoraban en el fondo, revoloteaban candelillas...
Página 17 - Una vegetación, exuberante y altiva, abovedaba a trechos el río. al través de la cual penetraban algunos rayos del sol naciente, como por la techumbre rota de un templo indiano abandonado. «Mayo...
Página 9 - No había sino dos flautas de caña, un tambor improvisado, dos alfandoques y una pandereta; pero las finas voces de los negritos entonaban los bambucos con maestría tal; había en sus cantos tan sentida combinación de melancólicos, alegres y ligeros acordes; los versos que cantaban eran tan tiernamente sencillos, que el más culto aficionado hubiera escuchado en éxtasis aquella música semisalvaje.

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