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cuyos fallos jamás pudieron eludir en su elevacion los opresores y los ambiciosos. Son demasiado extensos, sin embargo, los términos de tan sublime cuadro para pretender encerrarlos en un ligero artículo de periódico. Así que, contentándonos con examinar la ley de la expiacion en cuadrícula mas reducida, aplicada á la época que atravesamos, una reseña imparcial de los extravíos de que todos á su vez hemos sido cómplices, contribuyendo á empeorar la suerte de la patria las dos grandes categorías de absolutistas y constitucionales que alternativamente se han disputado el mando, nos hará confesar el poco derecho que ni unos ni otros tenemos de quejarnos. ¡Ojalá tan saludable convencimiento fuese precursor benéfico de la sincera y fraternal reconciliacion de los españoles!

Mas de una vez se ha dicho que por una malhadada fatalidad todos los partidos llamados bajo distintos lemas á regir los destinos de nuestro desventurado suelo, sordos á sus verdaderos intereses, se han ocupado constantemente en abrir á fuerza de errores el camino á sus contrarios. A fé que si en tan grave anatema estan incursos los pretendidos gobiernos liberales, tampoco se exceptuaron de él los realistas, por quienes debe-mos comenzar este exámen. Y cuenta que al escribir el nombre de realistas, de ningun modo es nuestro intento censurar á aquella comunion política, sin duda respetable, cuyos individuos ó por temperamento ó por fruto de su experiencia profesan la doctrina de que el monarca, como representante de los intereses del pais, es único depositario de todos los poderes del Estado. En la opinión ya tan valida entre personas sensatas de que los hombres y no las formas políticas deciden de la bondad de las instituciones, temerario sería condenar absolutamente un sistema én fundamentos robustos apoyado, y que, seamos francos, extravíos y violencias demagógicas cada dia van engruesando mas las filas de sus numerosos adeptos. Por desgracia considerada España en el período de 1814, época en que los matices políticos empezaron á resaltar y distinguirse, no fueron aquellos hombres de buena fé los apoderados de la voluntad de Fernando al aparecer por el Pirineo. Al contrario, si alguno por acaso se halló á su inmediacion, pronto fué suplantado por ignorantes egoistas, decididos, sin otra guia que sús rastreras pasiones, á explotar en su provecho los favores

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del trono. Y como, seguu el oportuno dicho de nuestro político Saavedra, muchas veces obra vilmente el príncipe, porque es vil quien le aconseja, á cargo de los fautores de tan clandestinos manejos pondrá siempre la historia la ojeriza sombría del rey contra las opiniones templadas, y la sorda reaccion que poco á poco fué desencantando en la conciencia pública el mágico talisman de entusiasmada adoracion, atesorado antes para los españoles en el nombre de Fernando VII. Que las intenciones del monarca á su vuelta de Valencey pudiesen presumirse equitativas, lo prueban, además de la razon de su interés personal en los reyes, si bien lo miran nunca distinto del de sus súbditos, el decreto de 4 de mayo, en el cual, hecha abstraccion de ciertas especies reaccionarias, intercaló la corona otras ilustradas y benéficas, cuando el clamor de los pueblos y de las tropas, que en el frenesí de su entusiasmo la querian entonces solo absoluta, no le exigia seguramente tal declaracion. «Aborrezco y detesto el despotismo» dice aquel documento: «ni las luces de las naciones de Europa lo sufren ya, ni en España fueron déspotas sus reyes, ni sus buenas leyes y constitucion lo han autorizado, aunque por desgracia se hayan visto de tiempo en tiempo, como por todas partes y en todo lo que es humano, abusos de poder, que ninguna constitucion posible podrá evitar del todo... Para precaverlos cuanto sea dable á la prevision humana, conservando el decoro de la dignidad real y sus derechos, pues los tiene de suyo, y los que pertenecen á los pueblos, que son igualmente inviolables, yo trataré con sus procuradores de España é Indias; y en cortes legítimamente congregadas se establecerá sólidamente cuanto convenga al bien de mis reinos, para que mis vasallos vivan prósperos y felices. » A la verdad, cuando se leen en aquel decreto solemnes promesas de afianzar la seguridad individual, como primer sosten de la tranquilidad pública, y conceder una libertad de imprenta razonable, y alejar del sistema tributario toda sospecha de dilapidacion ó mal manejo; cuando se reflexiona que un gobierno ilustrado y perspicaz hubiera podido, siguiendo aquella pauta y aprovechando la aureola de amor y gloria, ornato entonces todavía del trono, cicatrizar las llagas, odioso fruto de los pasados gobiernos, y cegar para siempre la sima de la anarquía y de las discordias; el corazon se angustia al ver frustrada perspectiva tan brillante. De

sigual á ella en mucho, ó mejor dicho, harto sombría y tempestuosa se le presentaba por la misma época al gran Luis XVIII, ocupado en restablecer su conmovido trono sobre ardientes lavas de un mal extinto volcan, pronto á reinflamarse al primer soplo. Combatido por intereses encontrados; luchando con reminiscencias del período glorioso del imperio; próximas á desencadenarse pasiones demagógicas, hasta entonces comprimidas ante el colosal poder de Bonaparte, tambien como á Fernando rodeaban al monarca de la restauracion frenéticos realistas, obstinados en serlo, segun la graciosa expresion de Mr. Decazes, mas que los mismos reyes. Con elementos tan discordes, sin embargo, supo el augusto anciano labrar la felicidad de los franceses, y dar á príncipes y á pueblos indeleble leccion del alcance de la inteligencia en una de las circunstancias mas críticas en que jamás ha podido verse la sagaz política de un monarca. Desgraciadamente el nuestro ni fué tan experto ni tan feliz; y merced á tortuosos amaños de bajos intrigantes, no solo el decreto de 4 de mayo de 1814, paralizado por el consejo de Castilla, careció de éxito, sino que los males de la nacion, despeñada de abismo en abismo, hiciéronse cada dia en manos de la mas insipiente estupidez menos capaces de remedio. Lejos estaban de prestarlo medidas de rigorosa proscripcion, adoptadas contra los vocales de las cortes de Cádiz. Las proscripciones, se ha dicho muchas veces, son armas vedadas, casi siempre dispuestas á volverse contra los que las esgrimen; y de cierto en el período que recordamos solo sirvieron para decorar con los honores del martirio á insignificantes medianías, cuyos principios disolventes han acarreado á España males sin cuento, y cuya insuficiencia como hombres de gobierno ha erigido en axioma la costosa experiencia de treinta años. El hecho es que (y ahorrémonos describir escenas sobradamente vergonzosas) la insurreccion militar de 1820, la pérdida de las Américas, los desacatos cometidos contra la magestad del trono, y cien otros desastres largos de enumerar, fueron aciago resultado de tan colosales desvaríos. Si desatinado é imprevisor se habia mostrado el partido furibundo, con desaprobacion de los realistas de buena fé, en el período antes citado, su conducta impolítica y cruel despues de la reaccion de 1823 no le reserva para la historia calificacion mas honorífica. Fatigada la mayo

ria sensata del pueblo español de los desaciertos del liberalismo, y ansiosa de justicia; tambien entonces tuvo la corona á sus alcances medios de promover la ventura comun. Por desgracia la bandería caida en 1820 era ahora la misma destinada á influir en la suerte de la patria; y en vez de desobstruir el camino á las verdaderas mejoras, único medio sólido de secar en su raiz la venenosa planta de la anarquía y de los trastornos, tampoco se ocupó sino en propagar su favorito sistema de persecucion y de intrigas, bajo el falaz título de adhesion y padecimientos. Purificaciones, informes clandestinos, delaciones oscuras en que el calumniador, en infraccion de las leyes del reino, era puesto de real órden á cubierto de las resultas de su falsedad (1), una secreta policía, tan indulgente con el criminal del partido vencedor como despiadada contra el inocente del vencido, hé aquí los sabios medios de gobierno por entonces desplegados. En medio, sin embargo, de tantas miserias, nunca negaremos un tributo de gratitud á hombres sinceramente monárquicos, ansiosos de adoptar, á despique de sugestiones malévolas, política mas conciliadora. Luchaban empero en mar muy duro: ¡tan borrascosos vientos le combatian! Así, mientras el Sr. Ballesteros se afanaba en introducir en la hacienda pública mejoras (cuya importancia ahora mas que nunca reconocemos, cuando aquel departamento, infalible barómetro del estado de las naciones, entregado hasta hace pocos dias á manos tan osadas como imperitas, yace en el mas horrible desconcierto), el nombre del monarca se veia autorizando decretos ominosos, iguales al expedido para garantizar la impunidad del falso delator, ó á aquel que cerraba á la juventud estudiosa las puertas de las universidades. ¡Como si pudiese ser duradero gobierno apadrinador de la calumnia; y como si los sanos principios de justicia y órden, y los augustos fundamentos de la santa religion de nuestros padres, no hubiesen sido siempre el principal apoyo del saber! Por cierto si á los jóvenes que entonces nos contemplábamos felices, cuando en secreto, y con el afan consiguiente al misterio, podíamos devorar las obras de Holbach ó de Rousseau embellecidas á nuestra inexperta imagi

(1) Real órden expedida en 10 de mayo de 1881 por el ministerio de Gra cia y Justicia.

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nacion por el riesgo de infringir las prohibiciones del poder, bastante iluso para anatematizar la ilustracion en documentos oficiales (1), nos hubiesen demostrado con la fuerza del raciocinio y de la experiencia las aberraciones de aquellas obras, descubriéndonos la verdadera luz, que solo veíamos á medias; la patria y nosotros hubiésemos ganado mucho en no haber debido al escarmiento propio el conocer la vanidad de sus doctrinas, Puntualmente esa juventud, tan mal dirigida entonces, alimentaba en su seno al que ha sido despues benemérito autor del Protestantismo comparado con el catolicismo en sus relaciones con la civilizacion europea (2); al ilustrado crítico que, superior á preocupaciones vulgares, tan nueva luz ha logrado difundir sobre la vida y hechos del gran Felipe II (3); al infatigable y diligente biógrafo de los Personages célebres del siglo XIX (4); al laborioso y erudito redactor de la Revista de España y del extranjero (5); á los dulcísimos poetas, persuadidos de honrar su lira con alabanzas del Salvador del Mundo y de su Madre, la mas inmaculada de las vírgenes (6), y á cien otros distinguidos talentos, cuya sensatez y piadosas creencias, en medio de su edad lozana todavía, tal contraste ofrecen con el yerto escepticismo y rancias vejeces de los revolucionarios. De tierra tan fértil descuidada por aquellos dias, ¡qué ópimos frutos no hubie ra podido sacar un augusto protector de las luces! Ni se crea que semejante sistema de tenebrosa oscuridad puede á la larga dejar de ser nocivo, bajo cualquier forma de gobierno. Monárquico absoluto, aunque paternal, es el de Prusia, y en ningun pais del mundo es la educacion pública mas sólida, mas profunda, ni mas extensa. Por eso aquellos naturales, si bien carecen del costoso mecanismo de la division de poderes, de colegios elec

(1) Bando del corregidor de Madrid en mayo de 1823. (2) El presbítero catalan D. Jaime Balmes.

(3) Don Salvador Bermudez de Castro, Estudios sobre Antonio Perez. (4) Aunque conocido y apreciado de todos el escritor de estas selectas biografías, no nos atreveremos á levantar el velo del anónimo, contentándonos con asegurar que, á despique de su modestia, su noble empresa, de que se hallaba necesitada la literatura patria, y el modo con que tan cumplidamente la desempeña, reservan al autor justísima celebridad.

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(6) El Sr. Príncipe, autor de un lindísimo Devocionario en verso, y el Señor Berriozabal, del Manual de los devotos de Maria.

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