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por ocasion sino por principio y por instinto, corríase grave riesgo de que una resolucion suya trastornase en un dia la Constitucion y el Estado, teniendo entonces el Gobierno que disolverla, ó faltar á sus principios. Levantaríanse de su seno mil ambiciones ilegítimas, y án la enorme suma de intereses bastardos que crecen en las revoluciones, sería preciso añadir los que crecerían á la sombra de esa corporacion anómala. Mas aunque tales razones no militaran en contra de ella, su absoluta inutilidad habria sido bastante para desecharla. ¿Qué iba â hacer la junta central? ¿dar fuerza al Gobierno? El Gobierno no necesita otra fuerza que la que le dan sus funcionarios y la opinion pública altamente pronunciada en su apoyo. ¿Averiguar la voluntad de la nacion para gobernar con arreglo á ella? Concluidas las revoluciones no hay otro medio de consultar esta voluntad que los debates elec< torales; y cualquiera otro que se ensaye ha de ser falso y absurdo. En efecto ¿puede decirse que representa con mas verdad la voluntad del pueblo el delegado de una junta de provincia que el diputado elegido con arreglo á las leyes electorales? Si pues nada de esto podia hacer la junta central, claro es que se la queria con torcido fin, no buscándose con ella sino alterar las instituciones que acababan de invocarse en el alzamiento, ó satisfacer ambiciones é intereses personales. Y de ello es buena prueba, que como se erigieran una junta central en Galicia y otra en Barcelona, no encontráran apoyo en la gente cuerda y sensata, teniendo al cabo que disolverse por impotencia propia. En vano acudieron en su auxilio los revolucionarios de oficio, los que para medrar tan solo buscan los desórdenes; el buen sentido del pais ha sido mas poderoso, y las juntas centrales no han podido sostenerse. El Gobierno por su parte ha contribuido tambien á este fin, primero declarando auxiliares suyas las de salvacion de las provincias, y despues enviando tropas que enfrenáran á los revoltosos.

El matrimonio de la Reina es tambien una cuestion que cierto periódico quiere poner en tela de juicio, pero sobre la cual han guardado todos los otros prudente y estudiada reserva. No es tiempo aun en efecto de traer á discusion este importantísimo punto, porque aun no lo es tampoco de que traten de decidirlo los que tienen derecho á ello. Hay en esta cuestion grandes intereses que consultar y muchas desavenencias que transigir, pudiendo perjudicar sobremanera para el buen resultado la polémica extemporánea de la prensa. De la manera de resolverla penderá tal vez la suerte futura de la España: ¡ cuánta meditacion y cuánta prudencia se necesita para hacerlo! Creemos á pesar de todo que los argumentos del Eco en favor del matrimonio con un hijo del Infante D. Francisco no son los mas eficaces. El matrimonio de los príncipes es un negocio de interés público, al cual no debe preceder otra consideracion fuera de la de dignidad, que la con

veniencia general del Estado: ¡ay de nosotros si al elegir marido para la Reina se consulta únicamente el interés de un partido! Por eso no es bastante recomendacion para el candidato del Eco el ser su padre muy liberal y muy desgraciado por añadidura: los que de cualquier modo ocupan el trono no deben ser liberales ni serviles. Los reyes reinan sobre todos sus súbditos sin distincion de opiniones políticas, y sería gran falta que mostrasen afeccion particular por ninguna de ellas. Tampoco las desgracias del infanté son un título á la mano de su sobrina: las desgracias se remedian de una manera adecuada, y se compadecen. Mas no se entienda por esto que prejuzgamos la cuestion de manera alguna.

Pero lo que mas llama la atencion pública cuando esto escribimos es la política del Gobierno respecto á los partidos beligerantes, y la gran contienda de las elecciones. Que no hay concierto ni unidad de fines en el gabinete Lopez, es cosa que ya nadie pone en duda. La coalicion de los partidos es un medio excelente para derribar un gobierno, pero no es tan eficaz para establecer el que ha de sustituirle. La que se ha hecho en España entre los antiguos bandos constitucionales aspira tambien á esto último; pero ya empieza á tocar las dificultades de su empresa. Hanse separado de ella los descontentos, los recelosos, los que pretenden ir más allá en la senda revolucionaria, y en una palabra los hombres exagerados de todos los partidos que no tienen bastante generosidad en el alma para olvidar antiguos resentimientos. Estan pues unidos los hombres templados de todas las opiniones; los que confiesan las faltas de todos los gobiernos pasados; los que creen que no hay salvacion para el pais sino dentro de la Constitucion y del orden, y fuera de los hombres violentos y reaccionarios de todas las opiniones. ¿Este partido, que se llama parlamentario, logrará fundar el gobierno que desea? ¿Serán sus filas bastante numerosas para pelear contra todos los otros bandos extremos? Cuestion es ésta que no nos atrevemos á resolver por ahora; pero tal vez el nuevo partido lograría al cabo su objeto, si el Gobierno, tal cual sea posible por algun tiempo, le dispensa su apoyo. Nuestra ilusion no llega sin embargo á tal punto que nos figuremos posible el completo acuerdo del partido parlamentario en todas las cuestiones que sobrevengan; pero lo que es no solamente posible sino necesario es, que acordes todos en ciertos principios fundamentales, no verse nunca su polémica sobre cuestionés que ya pasaron, y sí sobre las subalternas de administracion y gobierno que deberán suscitarse, pero siempre en el terreno de la Constitucion y la ley.

Las, disidencias interiores de los coaligados pasaron como era natural al ministerio, y de aquí esa política vacilante siempre y á veces contradictoria. Los señores Serrano y Lopez, fieles al pensamiento

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de la coalicion, gobiernan con imparcialidad, buscando funcionarios hábiles, y prescindiendo de sus opiniones. Los Sres. Ayllon y Caballero, no sabemos si recelosos del nuevo orden de cosas, ó animados todavía de su antigua ojeriza contra los conservadores, gobiernan esclusivamente en provecho de sus antiguos amigos. Así es que al paso que los mandos de la milicia y las funciones de la magistratura se encomiendan por lo comun á personas dignas y hábiles, la administracion de los intereses públicos y de la hacienda está encargada con pocas excepciones á manos imperitas, á hombres sin otros títulos que el de progresistas. Semejante desconcierto no puede ser duradero.

Apenas se ha abierto la contienda electoral han ido formulando sus pensamientos los que llamaremos en adelante nuevos partidos. Y tambien han bajado á la liza los de la liga de Ayacucho, fiados en la justicia de los vencedores y en la tolerancia de los que un mes hace eran todavía sus víctimas. Los que se han separado de la coalicion forman un bando nuevo que proclama la reforma de la Constitucion en sentido democrático y revolucionario, y nos declaran otra vez la guerra: el partido parlamentario ha alzado la bandera de la Constitucion fielmente observada y del programa del actual ministerio. Los ayacuchos escribirán en sus candidaturas electorales: mayoría de la Reina el 10 de Octubre de 1844. Entre los primeros y los últimos está firmado á estas horas un tratado de paz y alianza, que tal vez proporcione á ambos en las elecciones sufragios numerosos. Natural era que se juntasen los que tanto interés manifiestan en el trastorno del orden existente. Asegúrase que los ayacuchos empiezan ya á conspirar contra el Gobierno: no será extraño que dentro de poco les ayuden en esta tarea los que no hace mucho le han vuelto la espalda.

Los sucesos de la noche del 29 son una prueba bien clara de que el público temor no es infundado. Un batallon del Príncipe se sublevó en su cuartel so pretesto de reclamar las licencias absolutas; pero instigado en realidad por los que tienen interés en trastornar el órden de cosas existente. Aun no se sabe legalmente quiénes son los autores principales de estas demasías; pero la voz pública los designa, y plegue á Dios que sean las últimas. La firmeza del ministro de la guerra y del capitan general ha reprimido á tiempo el desórden: la sangre de ocho víctimas ha lavado la mancha del crímen y satisfecho la vindicta pública; pero aun estan impunes lòs conspiradores principales, á quienes alienta por otra parte la lènidad del Gobierno.

1. de Setiembre de 1843.

DE LA EXPIACION

DE

LOS PARTIDOS POLITICOS.

AUNQUE

AUNQUE antiguo, ó por mejor decir natural en el hombre es ponderar la magnitud de los sucesos de su tiempo, al convenir en la gravedad de los del nuestro no creemos pagar tributo á ese presuntuoso individualismo. Por lo prodigioso pues de las escenas en que hemos sido actores ó testigos, y por su trascendencia para lo futuro, la época parece desde luego destinada á figurar entre esas inmensas transiciones, que como en los mapas los grandes continentes resaltan y descuellan sobre el mapa intelectual de la historia del Universo. La caida del imperio romano, el descubrimiento de las Américas, de cierto no serán estudiados por la posteridad con mayor interés que la era sangrientamente célebre, inaugurada por la revolucion francesa, fecundadora de las semillas, en que la reforma protestante allegó para nosotros y para nuestros hijos copiosa mies de mudanzas y de trastornos. Asombro y no pequeño causarán entonces á los venideros, al lado de admirables inventos del siglo XIX, honra del ingenio humano, gravísimos errores, que mal acon-. sejados políticos, caminando en pos de un optimismo, acaso irrealizable en la tierra, han legado á casi toda la gran familia europea. Por desgracia en época tan calamitosa, mientras mas se preconizan garantías sociales, mientras mas se habla de virtudes y de heroismo, torpe inmoralidad penetra en las masas, y sueltos los poderosos frenos de la religion y de la autoridad, á mayor distancia se divisa el momento de la reconstruccion social, tan suspirada de los buenos. En vano estos hacen alguna SEGUNDA ÉPOCA.-TOMO I.

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vez esfuerzos para oponer un dique al torrente devastador; dura fatalidad los persigue, y abandonados ó vendidos por el inerte egoismo ó por la traicion, quizá perecen en la demanda víctimas de su malogrado arrojo. Al llorar, pues, perdidos tan loables conatos, y facilitados á la iniquidad todos los caminos, nunca pudiera aplicarse con mas razon el dicho de una boca celestial «<esta es la hora del espíritu de las tinieblas. » -Los filósofos del mundo, á muchos de los cuales convendría el simil con que el príncipe de nuestros hablistas compara los hombres carnales al animal inmundo, que jamás alza la vista al árbol benéfico á quien debe la bellota, atribuyan enhorabuena á causas enteramente humanas la importancia de estos hechos. En cuanto á nosotros, persuadidos como estamos de que la realizacion cumplida del cristianismo encierra el pensamiento de la Providencia y la perfeccion posible del hombre en la tierra, permítasenos aplicar tan fecunda fórmula á la explicacion dé acontecimientos coetáneos, cuyo peso nos abruma, y mirar las revoluciones como sangrientos meteoros destinados á purificarnos en el crisol de las desgracias. A pesar del triunfo transitorio de los malvados, la ley de la expiacion es el eje constante del mundo moral, sobre el que giran los destinos humanos; y én este concepto el hambre, la peste, las calamidades públicas son como fatídicos ministros, escogidos por la justicia eterna para restablecer el órden en las generaciones corrompidas.»> En ego malleus orbis, clamaba Atila; é igual secreto impulso conmovia de continuo á Alarico, empujándole desde la laguna Meotis hácia la hermosa Italia para reducirla á escombros, y violar sus virgenes, y robar los tesoros de la corrompida Roma, que á fuerza de prostituciones y desmesurada ambicion habia traido sobre sus muros la cólera del cielo. Cumplieron ambos conquis tadores su mision de exterminio; mas no por eso dejaron de pagar con desastroso fin sus bárbaras crueldades. Curiosa sería al par que consoladora de los débiles y de los oprimidos una reseña histórica de la pena del talion, vengando los crímenes de lesa humanidad bajo su pesado azote. Descollarían allí, como en funesto panorama, las ensangrentadas cabezas de Neron, de Tiberio y Calígula, y aun las inhospitalarias rocas de santa Helena, si bien venerables en otro concepto, recordarian con inconcusas pruebas la existencia de un tribunal severo é inflexible,

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