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CRONICA POLITICA.

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Srcesos de PALACIO EN LA NOCHE DEL 28 DE NOVIEMBRE. DISCUSIONES DE LAS CORTES. ROMPIMIENTO DE LA COALICION.— POLITICA DEL NUEVO MINISTERIO.

Ex la noche del 28 de noviembre faltó lastimosamente el Sr. Olóza

ga á las esperanzas que de él habia concebido el pais, y a la confianza que en él habian depositado sus nuevos amigos, sus defensores mas eficaces y sinceros. Su ministerio era el llamado por la fuerza de la situacion á dirigir los negocios públicos: apoyábale en la Cámara una mayoría numerosa, que por estar formada de diputados de distintos matices políticos, servia de rémora contra las exageraciones de cada partido, y de fianza de acierto en los actos de la gobernacion. Creemos sinceramente que la formacion de un centro en la Cámara, apoyo firmísimo de un gobierno liberal en sus ideas y templado en su conducta, fué en otro tiempo el sueño dorado del Sr. Olózaga y su propósito reciente al subir al poder: hacémosle en este punto la justicia que creemos merece, sin participar por lo tanto de las sospechas de algunos, que le atribuyen la torpe mira de haberse echado en brazos del partido revolucionario, gobernando con sus hombres y con sus doctrinas. Aquel propósito era acertado en nuestro concepto, y el único que si hubiera llegado á realizarse habria salvado al pais de riesgos gravísimos y de nuevos y funestos trastornos. Pero el señor Olózaga, de natural arrebatado y carácter impetuoso, juzgó harto precipitadamente del acierto de sus cálculos; desesperanzado con poco fundamento de llevarlos á ejecucion, hubo de creer necesario variar de sistema, y aunque siempre con el mismo propósito, es decir, de gobernar con independencia de todos los partidos, cambió los medios de su política volviéndose contra los mismos que le habian ayudado á subir al puesto en que se hallaba. Pretestos alegaban sus adversarios para demostrar que su plan era desacertado, pero no suficientes y verdaderas razones. En vano se ha pretendido hacer creer

que los moderados aceptaron al Sr. Olózaga para desacreditarle poniendo embarazos á su política, en vano tambien se ha dicho que el partido del centro en el congreso estaba descompuesto, sin elementos de poder ni esperanzas de vida: lo primero es enteramente falso: lo segundo es tambien inexacto hasta cierto punto. Los moderados no solamente aceptaron, sino que apoyaron con el mayor empeño al señor Olózaga, porque el Sr. Olózaga habia ofrecido gobernar con templanza y moderacion, siendo el lema de su política no mas revolucion, no mas reacciones; porque el Sr. Olózaga contaba con el apoyo de muchos progresistas influyentes, cuya mediacion debia contribuir en gran manera á la reconciliacion de los partidos, entendiendo por esta la sumision de todas las opiniones al imperio suave de la ley y á las reglas y prácticas del Gobierno representativo; porque un ministerio presidido por el Sr. Olózaga, y apoyado por sus antiguos adversarios políticos, sería para los progresistas fianza segura de que no animaba á los moderados ningun pensamiento reaccionario; y últimamente porque colocado en la izquierda el Sr. Cortina y gastados con la lucha los individuos que componian el gobierno provisional, nadie sino el Sr. Olózaga representaba cumplidamente el pensamiento político que habia producido la coalicion y el estado de cosas presente. Y tan grande confianza tenian en él nuestros amigos, que le dispensaron la falta de haber llamado para su ministerio á hombres de una sola comunion política, quebrantando de esta manera los compromisos de la coalicion; que le consultaron sobre el nombramiento de nuevo presidente para el Congreso, y á fin de que en las vicepresidencias quedase lugar para un progresista, abandonaron el candidato en que habian pensado primeramente, y nombraron otro que tenia aquella circunstancia; y fué por último su lealtad tan consecuente, que no le hizo el mas leve cargo por su inoportuno decreto revalidando los empleos, gracias y condecoraciones concedidas en los últimos dias de la malhadada regencia. ¿Qué obstáculo ofreció pues nuestro partido á la política del Sr. Olózaga en los breves dias de su ministerio? ¿Qué voto de censura formuló contra él? ¿Qué calumnia le levantó? Dícese que una camarilla oculta intrigaba en palacio contra sa persona, procurando robarle el aprecio de S. M. ¿Pero dónde está esa camarilla? ¿Cómo siendo tan grande su influencia consintió la entrada en el poder del Sr. Olózaga, y luego le dejó formar un ministerio á su manera, y luego dejó pasar el decreto que citamos anteriormente? Y aun suponiendo que tal camarilla existiese, ¿cómo no procuró el Sr. Olózaga quebrantar su influjo, y aun aniquilarla, pidiendo á S. M. la apartase de su real cámara, mas bien que disolver lás Cortes, que ningun motivo le habian dado de queja ni aun de recelo, ningun pretesto plausible para providencia tan desacordada?

mara,

Ni es menos inexacto decir que descompuesto el centro de la Cano podia formarse en ella una mayoría de gobierno, pues aunque al centro lo trabajaban elementos de descomposicion y de anarquía, constituíanlo por otra parte ideas tan provechosas, sentimientos tan elevados, que era error no utilizar estos últimos en contraposicion de los primeros, y en beneficio de un gobierno que sinceramente le hubiese ayudado á constituirse y arraigarse en el pais. Los partidos no se improvisan; formanse trabajosamente, porque no siempre la fuerza de la conviccion arrastra hácia ellos á sus primeros neófitos. Pero los inconvenientes de su formacion no son motivo bastante para desesperar de su existencia y de su futuro: si sobre el interés mezquino de algunos de sus secuaces hay principios fecundos, ideas oportunas y provechosas, sentimientos nobles y sinceros, ellos vivirán pesar de las persecuciones, y triunfarán de todos los obstáculos. Esto acontecia al partido que se formaba en el centro del Congreso, y por lo tanto fué en el Sr. Olózaga notable desvarío considerarlo impotente, y no darle para sostenerlo una mano amiga, y error imperdonable anatematizarlo como dañoso. Este partido, que habria votado ordinariamente con el de la derecha, porque la derecha era igualmente templada en sus opiniones, pero que la hubiera servido de rémora contra sus exageraciones por ser á aquella forzoso transigir con mu? chos de sus individuos de opiniones menos moderadas; este partido, decimos, habria dado al Sr. Olózaga una mayoría suficiente para gobernar y adecuada á los pensamientos de su política. Pero el Sr. Oló: zaga desmayó en presencia de los obstáculos que se ofrecian á su plan primitivo: contrariado en su propósito, cególe el orgullo, y dudoso de poder manejar á los partidos con la autoridad de su nombre y el poder de su inteligencia y de sus antecedentes, quiso imponerles y subyu, garlos con la autoridad y el influjo de la corona: para dominar en las Cortes armóse de un decreto de disolucion, y parą contrarestar el poder militar, de cuya preponderancia recelaba, llamó en su auxilio a los servidores mas leales de Espartero. Propósito absurdo, error imperdonable: en los tiempos en que vivimos no puede ser ya el trono instrumento de particulares ambiciones, porque aunque algun rey consintiera esta usurpacion encubierta de su potestad, los pueblos no la tolerarían, y en los paises donde rije el gobierno representativo, y hay por consiguiente ministros responsables, son mas difíciles tales usurpaciones. Además los partidos son verdaderamente la expresion de la opinion pública, y esta es hoy demasiado fuerte y poderosa para dejarse imponer y subyugar por la fuerza y por el capricho. Mas aun, para la ejecucion de este propósito halló el Sr. Olózaga dificultades graves por parte de la Reina: tan violenta era la providencia que le aconsejaba, que sorprendido su inocente ánimo se resistió á sancio

narla, y entonces el súbdito humilde, el leal consejero, osó cohibir la voluntad de su señora y soberana. Tan grave escándalo no podia pasar desapercibido, y divulgado por la corte fue necesario repararlo, si reparacion proporcionada cabe á tan gravísimo insulto, Era pues necesaria la exoneracion del ministro delincuente y la separacion de todo el ministerio; no lo era menos la revocacion del decreto de disolucion, arrancado por medios tan indignos.

Desde este momento cambió esencialmente la situacion de los partidos políticos; ¿cuál será la opinion y la conducta de los progresistas respecto al Sr. Olózaga? Hé aquí la pregunta que todos se hacian en la noche en que ocurrió el suceso. Pero no se dejó aguardar mucho la respuesta, pues al dia siguiente ya todo el partido progresista habia tomado su resolucion, y se presentó en la liza á defender al señor Olózaga, Hase tachado de desacertada esta conducta y de poco provechosa á los fines de este partido: otra calificacion merece en nuestro concepto. El partido progresista estaba dividido despues del pronuncia miento: habíanse separado de él muchos de sus adalides mas esforzados, y solo un suceso como el de que se trata podría haberlo unido tan pronto. Aceptando la causa del Sr. Olózaga, se hacia en verdad su cómplice; pero en cambio ganaba un gefe decidido, utilísimo en la oposicion, y con él muchos otros adalides que seguian sus banderas. La transicion era sin duda violenta, pues era forzoso que repentinamente ofreciera su apoyo al mismo a quien un dia antes le hacia la guerra mas cruda. Pero la falta del señor Olózaga era á sus ojos la prueba mas cumplida de arrepentimiento y de enmienda, y por eso le abrió sus brazos, y le prometió su ayuda, y le acogió co mo hijo estraviado y arrepentido, y tomó sobre sí su culpa en cambio de su apostasía, El hecho era ya público, la reina lo habia referido á personas muy autorizadas, no era posible desfigurarlo ni suponer que la reina no lo aseguraba, era pues mas fácil negarlo abiertamente aunque esto fuese un desacato, una falsedad notoria y una falta de respeto al trono y los progresistas dijeron: la Reina ha mentido, Colocóse pues la cuestion en el terreno mas peligroso y resbaladi, zo: contra el testimonio de la magestad real, opúsose el testimonio de un hombre: contra las palabras de una niña tierna é inocente, alegáronse las palabras de un hombre maduro, sagaz é interesado en el hecho que refería; y como no podia menos de suceder, vino la cuestion á las Cortes, y con ella las recriminaciones odiosas, las discusiones acaloradas, el tumulto y el escándalo, Hizose constar en un acta solemne la declaracion del suceso hecha por S. M., y esto dió motivo á una discusion importante que dura todavía en el momento que escribimos estas líneas, y sobre la cual vamos á apuntar aunque ligeramente nuestro juicio.

Dejamos á un lado las cuestiones incidentales y de reglamento, no porque las creamos insignificantes en este negocio, sino porque la vista de la cuestion principal todo parece menos y de poca valía. No se halla sin embargo en este caso la preliminar tenida para decidir si habia ó no de oirse al Sr. Olózaga en el debate que iba á abrirse. Bajo dos puntos de vista podia considerarse este debate como la expresion de los sentimientos del Congreso al propósito del atentado del Sr. Olózaga, y como capítulo de culpas contra él. Si hubiera sido posible separar estas dos cuestiones, es decir, si hubiera sido posible dirigir á S. M. el mensaje que deseaba el Congreso sin acusar al señor SEGUNDA ÉPOCA,—TOMO I.

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Olózaga, no hubiera debido oírsele. Pero como eran inseparables estas dos cuestiones, como el mensaje era ya por sí mismo un cargo tremendo contra el desatentado consejero, creemos que estaba en el decoro y en el interés del Congreso escuchar su defensa. No era esta una obligacion de rigurosa justicia, puesto que si el Sr. Olózaga era acusado como parecia necesario, habia de defenderse en el juicio; pero todo diputado habría tenido á menos hacer tan graves acusaciones contra una persona que no estaba presente para contestarlas.

La discusion principal ha girado particularmente sobre dos puntos, uno es la verdad del hecho que daba lugar al debate: otro la conducta de los partidos y del Sr. Olózaga durante su minister o. El acusado y sus amigos pretendian demostrar la falsedad del suceso por su inverosimilitud: los oradores de la derecha acreditaban la verdad de él con pruebas directas, y con la misma inverosimilitud del caso que los otros suponian para explicarlo. Al argumento del Sr. Olózaga cuando decia: «¿y cómo es posible que yo desvariase hasta el punto de valerme de tan peligrosos medios para alcanzar una cosa que podia haber obtenido por otros igualmente seguros y no tan aventurados? ¿cómo lo es que habiendo ocurrido el hecho en la noche del 28 no se divulgára en Madrid hasta muy adelantada la mañana del 29?» contestó el Sr. Martinez de la Rosa: «¿y cómo es posible que una camarilla tan influyente en el ánimo de S. M. apelára á esos medios bajos y viles, á un crímen tan innecesario para lograr un propósito que pod a haber alcanzado por medios menos infames y comprometidos, é igualmente seguros? ¿Cómo podia haberse divulgado un suceso que pasó en las altas horas de la noche entre dos únicas personas, interesada una de ellas en ocultarlo ó desfigurarlo, desvalida la otra y falta de consejo en el momento en que mas lo necesitaba?» Pobre defensa en verdad tiene el Sr. Olózaga, y por eso no es de extrañar que entre los argumentos hechos en su favor haya algunos que tienen menos de favorable que de pueril y ridículo. Tal es por ejemplo el que se funda en el decreto expedido por S. M. en la noche del 29 mandándola devolver el de disolucion, expedido á sus instancias, deduciendo de esta última frase que dicho decreto no habia sido dado con ánimo cohibido. Argumentos de esta clase parecen mas propios de las antiguas escuelas, que de legisladores ilustrados y de hombres de buen sentido.

Otros oradores se empeñaron en demostrar que el hecho no resultaba probado con las pruebas claras y legales que requiere la ley en Jos juicios comunes, deduciendo de aquí que el Congreso no debia dirigir á S. M. el mensaje que deseaba; ó bien se empeñaban en la misma demostracion, y luego no se oponian á que fuese aquel dirigido. Fundábanse para ello en que el actà leida en las Cortes era la declaracion de la parte agraviada, la cual no puede hacer fé en juicio cuando no existen otras deposiciones que la corroboren, y explicaban la ley de Partida que declara, que el dicho del rey vale por el de dos testigos, diciendo que esto no tiene lugar cuando se trata de causa propia. Añadian que la inviolabilidad del rey en los gobiernos constitucionales se extiende únicamente á aquellos actos que son y pueden ser refrendados por los ministros responsables, y deducian de to do que el Congreso no debia dar mas importancia al acta que la que tiene el dicho de cualquier persona privada. Pero tales argumentos, que serían aun ineficaces en el momento del juicio, porque, como hemos dicho en otra parte, las causas contra los ministros no pueden regirse

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