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CRONICA POLITICA.

SESIONES DE LAS CORTES. - DECLARACION DE LA MAYOR EDAD DE S. M. ATENTADOS DEL PARTIDO REVOLUCIONARIO. ESTADO DE LA INSURRECCION CENTRALISTA.

CORTO

tiempo ha transcurrido desde que escribimos nuestra última crónica, y sin embargo en él hemos atravesado dos épocas, una que concluye el dia 8 del corriente mes, y otra que empieza el 9 del mismo una que termina con la menoría de S. M. la Reina, otra que comienza con la mayor edad de esta Señora augusta. En la primera hallábamos un trono vacío; un gobierno ilegítimo; un parlamento sin potestad moderadora; una faccion en armas contra el poder, que alegaba para derribarlo los mismos títulos y merecimientos que él se atribuía para gobernar; un Estado en fin sin cabeza en la segunda vemos ya ocupado el trono por la legítima heredera de cien monarcas; completa y en movimiento regular la máquina del gobierno; ejercida la autoridad pública con título legítimo; desanimada y á punto de perecer la faccion rebelde, falta no solo de razon sino de pretesto para continuar luchando; y una nacion, por último, que sale de la orfandad con el entusiasmo de la juventud, y puestos su corazon y su esperanza en la Señora augusta, que acaba de empuñar el cetro. Por eso nuestra tarea de cronistas en esta ocasion es solemne para el pais; agradable para nosotros. Los hechos cuya narracion vamos á consignar en este artículo no han menester de la pluma de los escritores públicos para perpetuarse en la memoria de los españoles, que ellos por sí mismos son tan grandes, tan trascendentales, que su tradicion viviría largos siglos, y se trasmitiría de edad en edad, como la inauguracion de una de las épocas mas importantes de la historia de la monarquía. Comencemos nuestra relacion por las sesiones del Congreso, que prepararon este acontecimiento memorable.

Aun no se habian constituido los cuerpos legisladores, cuando se lanzó á la palestra un diputado de la oposicion interpelando al Gobier

no por infracciones de la ley constitucional, y alarmado, segun decia, de que corriese peligro la seguridad y la independencia de los diputados. No haríamos mencion ciertamente del discurso del Sr. Bernabeu, sino hubiese provocado otro del presidente del consejo de ministros, importante como todos los de los consejeros de la corona, pues tan descabellado y absurdo era en su fondo, tan ridículo en sus formas, que sentimos que el Sr. Lopez le contestára seriamente. El nuevo diputado pronunció en la tribuna del parlamento unas cuantas frases aprendidas en los corrillos de los cafés; quiso causar efecto, y produjo risa; quiso provocar la cólera de un partido, y este partido le consideró enemigo pequeño; invocó el auxilio de las tribunas, anatematizando la monarquía, recordando el derecho sagrado de los pueblos para decapitar á los reyes, y trayendo á cuento las hachas revolucionarias con otra porcion de ideas tan nuevas y oportunas como las que ponemos de muestra, y las tribunas respondieron con una carcajada; y los republicanos que en ellas habia se quedaron un tanto amostazados con la verbosidad del neófito, y el Sr. Bernabeau en fin que se habia propuesto dar un gran escándalo parlamentario, no dió sino un rato de buen humor á los concurrentes. El Sr. Lopez contestó con dignidad y mesura á los argumentos de la oposicion que el interpelante no habia sabido siquiera exponer, defendiendo sus actos con sólidas y oportunas razones, si bien descendiendo algunas veces á pormenores impropios del tono de su peroracion. Censurar como ilegales los actos del gobierno provisional, era condenar el último pronunciamiento; y considerada la cuestion de esta manera, no parece absurda del todo; pero aceptar la revolucion de Mayo como un hecho justificable, y acusar depues al Gobierno, que ha sido producto de ella, por la ilegalidad de sus actos es una contradiccion ridícula. Por eso nosotros comprendemos perfectamente la oposicion del Espectador, así como la del Eco nos parece una apostasía vergonzosa. Puede disputarse si son convenientes las revoluciones en ciertas circunstancias; puede controvertirse la capacidad que tienen para gobernar los hombres, que llegan al poder por medio de ellas; pero una vez admitido el principio de las revoluciones, lo está tambien el de que es á veces necesario infringir la ley para salvarle, y á los gobiernos que mandan en tales circunstancias, como decia muy bien el Sr. Lopez, no puede pedírseles sino parsimonia en la ilegalidad. En este supuesto la controversia entre la oposicion y el ministerio debería reducirse á averiguar si las ilegalidades de este han pasado los límites de la conveniencia; si se ha infringido la ley por mero capricho y sin exigirlo la situacion creada despues del pronunciamiento. Colocada la cuestion en este terreno, sería de éxito poco dudoso, mas los que le sostuvieran no podrían ser tildados con tanta razon de inconsecuentes: pro

baríase que sin la renovacion total del Senado, sin ayuntamientos nombrados por el Gobierno en ciertas capitales, y con la milicia nacional en ciertas poblaciones, era imposible la consolidacion del nuevo gobierno, y habría venido ya por tierra la obra de la revolucion de Mayo; pero contra estas razones podrían alegarse otras que serían triviales, si se quiere, mas que no argüirían falta de sentido comun y de lógica.

Llegado el dia de la constitucion del Congreso vino tambien el momento de crísis y de prueba para la coalicion parlamentaria. En esta votacion importante debian ponerse de manifiesto, no solamente los diferentes matices políticos que dividen á los diputados, sino los intereses y ambiciones privadas que por desgracia se notan en algunos de ellos. En vano trataron de avenirse los de la oposicion con los de la mayoría, y aun los de esta entre sí propios: llegó el dia de la eleccion, y nada habian acordado acerca de sus candidatos. Quiénes estaban por el Sr. Olózaga como jefe presunto del futuro gabinete: quiénes le acusaban de haber desertado de las filas del progreso, y pedian al Sr. Cortina como partidario menos dudoso de la antigua bandera progresista: quiénes en fin se inclinaban á otros candidatos que representaban principios diversos é intereses varios. Así es que se repitieron en vano las votaciones, sin que ninguno de los candidatos tuviera mayoría: hasta que convencidos los disidentes de la completa. inutilidad de sus esfuerzos, cedieron de sus pretensiones, y resultaron electos para presidente el Sr. Olózaga, y para las cuatro vice-presidencias dos diputados de la antigua comunion conservadora y dos de la progresista. Esta votacion tiene un significado importante que conviene hacer manifiesto, por mas que otros crean oportuno callarlo.. Hay en el Congreso una minoría insignificante de oposicion revolucionaria que aspira á trastornar el Estado; pero hay tambien una mayoría, que aunque unida hasta ahora en ciertas cuestiones capitales, está dividida sobre otros muchos puntos de gravísimo interés una mayoría que desea consolidar un gobierno justo y estable, moderado y reformador á la vez; un gobierno en fin como lo necesita el estado actual de España; pero mayoría cuyos individuos no estan todos de acuerdo sobre la manera de realizar este propósito; una mayoría en suma que no tiene caudillos reconocidos ni entre sí mas disciplina que la que nace del peligro y de la necesidad, y que está expuesta á dejar de serlo el dia en que la necesidad sea menos urgente y el peligro mas remoto. Por eso es mas necesario que nunca un ministerio compuesto de hombres de reconocida superioridad, que estreche los lazos de union entre las diversas fracciones: un ministerio producto de esa mayoría que la dirija y acaudille: un ministerio en fin de opiniones templadas y progresivas, cuyos individuos

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estén exentos de la responsabilidad de lo pasado, y sean la esperanza de muchos en lo porvenir. Con una mayoría homogénea en ideas puede gobernar cualquier gabinete que sale de sus filas; pero con una mayoría discorde en muchos puntos, siquiera secundarios, no puede gobernar ningun ministerio, cuya superioridad no sea universalmente reconocida. Necesitase, pues, un gabinete compuesto de personas, que por su posicion, por su capacidad, por sus antecedentes tengan influencia sobre las varias fracciones políticas, que forman hoy la mayoría vacilante de las Cortes; un ministerio que dé á los progresistas seguridades de progresos, á los moderados garantías de estabilidad, al pais esperanza de gobierno. Y como el cargo de gobernar no es una gracia que se concede á ciertas personas en premio de sus servicios, sería absurdo confiarlo en estas circunstancias á los que mas hubiesen merecido en el pronunciamiento último, pues suelen ser incompatibles las cualidades de buen gobernador y de buen revolucionario. Una cosa es gobernar, otra cosa es hacer revoluciones: para lo primero basta la habilidad y la audacia: para lo segundo se necesita talento, carácter, perseverancia. Hé aquí la útil verdad que ha puesto de manifiesto la votacion de la mesa.

Pocos dias habian transcurrido despues de constituida esta cuando se puso á discusion el dictamen de la comision sobre la mayoría de S. M., y antes las enmiendas de algunos diputados, contrarias á este proyecto; pero desechadas como debia suceder, entróse de lleno en la cuestion, usando de la palabra en contra dos nuevos oradores. Preciso es confesar, y en honor sea dicho de la oposicion, que en todo este debate ha reinado la calma, la circunspeccion y el comedimiento, propios de tiempos tranquilos y de legisladores experimentados. Con razones fué defendido el proyecto, y con razones mas o menos sólidas fué tambien censurado; pero guardando siempre la compostura y decoro que por desgracia han faltado alguna vez en tan acaloradas discusiones. Los principales argumentos de los que combatian el dictamen se fundaban en el texto de la ley constitucional y en motivos que ellos juzgaban de conveniencia pública. Decian que siendo ordinarias estas Cortes no tenian facultad para alterar ni infringir la Constitucion, la cual se alteraba ó infringia declarando mayor de edad á la Reina antes de los catorce años: que los diputados que habian jurado guardar la Constitucion, faltarían á sus juramentos aprobando un acto de esta especie: que en circunstancias tan críticas como las presentes en que se necesita robustecer el trono y dar fuerza á las instituciones, sería insigne desacuerdo confiar el ejercicio de las prerogativas reales á una jóven tierņa, débil por su sexo y por sus años, y que por último semejante declaracion traería necesariamente el encumbramiento de un partido SEGUNDA ÉPOCA.—TOMO I.

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político, que ya en otra ocasion habia pérdido con sus consejos á un personaje augusto.

Mas aunque fuesen incontestables estas razones, que no lo son de modo alguno, segun en adelante verémos, eran de tanto peso las que en contra se alegaban, que ni aun siquiera debia haber habido lugar á duda. ¿Qué harían las Cortes si no declaraban mayor de edad á la Reina? ¿Nombrarían nueva regencia para el corto espacio de once meses? ¿Crearían otra potestad transitoria, débil como todas las de su especie, cuando lo que mas se necesita es un gobierno fuerte; una potestad sin prestigio, cuando mas carece de él la suprema del Estado; una potestad interina, cuando mas habemos menester de potestades estables? ¿Y qué personas habian de ser llamadas á la nueva regencia? ¿Habia alguna cuyo nombramiento no despertase envidia en unos, recelo en muchos, ambicion en algunos? ¿Y habria de exponerse el pais al duro trance de tan espinosa cuestion, ý á los peligros de otro gobierno interino, por calmar el vano escrúpulo de algunos diputados? Ni siquiera parece concebible. Reciente está el ejemplo de la última regencia: ella prueba mas que nuestras palabras los peligros y desastres que acarrean á las naciones los gobiernos de corta vida. No todos los males que ha causado á España la regencia última provenian de las personas que durante ella gobernaron, que muchos de ellos y no los menores nacen de la naturaleza de sú institucion. Así pues, el nombramiento de una nueva regencia no sería contrario á la ley fundamental; pero haría completamente infructuoso el último alzamiento, dejando entregado el pais á las pasiones revolucionarias excitadas recientemente, y bajo la tutela de una autoridad sin fuerza, sin estabilidad y sin prestigio: es decir, que se salvaría la letra de la Constitucion, pero á costa de la vida y de la felicidad del Estado.

Por el contrario, la declaración de la mayor edad no es enteramente conforme con el texto de la ley política, pero era el único medio ó el que menos inconvenientes ofrecia para que el Gobierno entrase en las vias legales. Sabido es que la necesidad primera y mas urgente de la situacion era establecer un gobierno que acabase para siempre con los trastornos, que sujetase á las facciones, que hiciese entrar á los partidos políticos en las vias constitucionales, que conciliara los ánimos cansados ya de enconos y odios, y que organizase la administracion pública, desquiciada á consecuencia de las pasadas revueltas. Este gobierno no puede ser establecido sino por una potestad suprema que inspire confianza por su estabilidad, que goce de gran prestigio por su elevacion, que esté limpia de toda falta y exenta de toda sospecha, por las circunstancias de la persona á quien deba confiarse, y que viviendo de vida propia, y no debiendo á nadie su existencia,

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