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DE ALGUNAS DESVENTAJAS Y. VENTAJAS

DE LA

SITUACION PRESENTE.

BIEN puede por cierto dar márgen á largas meditaciones la si

tuacion presente de nuestra España; asunto de que se habla mucho, y aun queda infinito por decir; motivo á fundados negrísimos temores, y á algunas halagüeñas esperanzas; materia, en suma que embebe la atencion de los propios y aun en grado considerable la de los extraños, y sobre la cual es como obligacion en todo español pensar, sentir, y dar su parecer, por si alcanzan á servir de algo sus desbarros ó sus aciertos.

Decir que nos vemos en circunstancias por demas críticas y peligrosas, es decir lo que está sucediendo de varios años á esta parte á nuestra desdichada patria, donde no rigen las leyes; donde cuando hay á modo de órden no es el hijo sino de la fuerza, ni descansa en principios sanos, ni promete sino duracion breve; donde levantamientos frecuentes impiden el juego á la máquina de una Constitucion todavía no de veras estrenada; donde aun cuando se alcance el bien, suele alcanzarse por malos medios y poseerse con escasa seguridad; donde el desgobierno nace de que en los entendimientos no gobierna la razon como debiera! Doloroso aspecto presenta esta pintura, y habrá sin duda quien la tache de estar hecha con feos colores y como concebida en ánimo lleno de desabrimientos; pero, bien mirado, el que esto dijere querrá por horror á la fealdad negar lo cabal de la semejanza.

Con mas razon podrá decirse contra lo que en seguida expresarán estos renglones, que de poco sirve hablar de los males, si no se ha de indicar el modo de remediarlos. Creemos sin SEGUNDA ÉPOCA.-TOMO I.

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embargo yerro negar que aprovecha conocer el daño, aun cuando siga ignorándose cuál sea su reparación oportuna. Al revés, con arreglo á la añeja costumbre de comparar el cuerpo de un estado con el cuerpo natural del hombre, dirémos que así como en medicina, en política, si no es enteramente cierto, se acerca mucho á serlo el aforismo de «Cognitio morbi, inventio est remedii.»

Desde que, muerto Fernando VII, murió con el rey el sistema de gobierno, por su voluntad con teson mantenido, y por la misma dejado con herida de muerte segura, como si en un ímpetu de despecho hubiese querido llevarse consigo la prenda de él mas amada, ha estado España regida á medias por constituciones y á medias por levantamientos. Por desgracia las primeras son obras escritas: los segundos hechos, cuyos efectos se sienten. Corto valor tienen, en el concepto del vulgo, las doctrinas puestas en cotejo con las obras ; pero de los sucesos han salido doctrinas tambien, casi todas ellas erróneas y perniciosas, y, lo que es peor, mas arraigadas en las cabezas y con mayor influjo en las ideas y las acciones que las doctrinas constitucionales y legales. Esta jurisprudencia de precedentes ó ejemplares ha sido tambien á menudo adoptada con nada sana intencion por las banderías opuestas, atentas sobre todo á dañar al enemigo; y al fin lo que empezó la malicia lo ha proseguido el alucinamiento. Así hoy entre nosotros en lo respectivo á los negocios públicos, y hasta cierto punto á los privados, la moral es dudosa, y de ahí resulta verse, sentirse, palparse los efectos de las malas máximas, con harta razon declaradas por el famoso Rousseau, mas aborrecibles que las malas acciones.

Como acontece en todas las revoluciones ha acontecido en la nuestra; combatir entre sí los bandos con ciega furia; usar mas de la fuerza que de los argumentos; sucederse en el mando las parcialidades contrarias con rapidez; emplear los vencidos y humillados todo linaje de medios, inclusos los peores, para vengar sus agravios, y recobrar el predominio y los bienes que consigo trae; causar embarazos al vencedor los instrumentos y modos de que se valió para triunfar, y que le son, no inútiles, sino perjudiciales para poseer; nacer de ello lo que parece apostasía odiosa, y es necesidad absoluta, y de resultas engendrarse y confirmarse en los ánimos desconfianzas, temores y odios. Malas defensas han empeorado malas causas, y has

ta á las buenas han sido en alto grado fatales. Han empleado sofismas los que temian decir la verdad, y aquellos mas inocentes á quienes la razon de sus propios hechos no está clara, han usado para abonar su conducta argumentos, cuya notoria debilidad tiene las trazas y produce los efectos de perfidia junta con descaro.

A tal punto hemos! legado, en fin, que es achaque comun ignorar la obligacion propia y aun la agena.

Contraigámonos á hechos conocidos para despojar de la apariencia de vaga declamacion á lo que antecede.

Desde los principios de la guerra con los parciales de Don Cárlos quedaron estos señalados con el epíteto de facciosos. Ahora pues, como es claro, faccioso no quiere decir carlista, sino persona rebelada y armada contra la legítima autoridad. Facciosos han sido y son por consiguiente todos cuantos imitan en el delito á los secuaces del pretendiente, aunque aclamen diverso nombre, y sigan diferente bandera. Pero no hay quien ose darles el nombre que les cuadra, y de no atreverse á llamarlos como es debido, se sigue no parecer justo tratarlos como á facciosos verdaderos. De aquí otro mal. Hombres hay que se horrorizarían de juntarse con los carlistas, de pensar con ellos, de siquiera guardarles consideracion alguna, ni aun mínima; y que, influyendo en sus ánimos las erradas ideas dominantes, tienen en toda ocasion miramientos, entran con frecuencia en tratos, aun á veces se unen con facciosos de otra categoría. Espanta, cuando no indigna, ver la conducta de no pocos empleados en este punto, y no es menos pasmosa la fria paciencia del Gobierno en tratar culpas tamañas.

Sabido es cuáles son las obligaciones de la milicia nacional, para qué fines está instituida. Ocioso es en la cuestion presente examinar la índole de estos cuerpos, inventados en la vecina Francia cuando se trató de derribar un sistema viejo, y de defender otro acabado de nacer, y que en los pueblos donde está mejor entendida y es mas lata la libertad legal no son conocidos. Pero la milicia nacional vive en virtud de una ley, y cuanto en esta ley no esté carece absolutamente de derecho. á reclamarlo. Ahora pues la ley no reconoce en la milicia nacional derecho de expresar en cuerpo su opinion sobre materias de gobierno. Sin embargo, es ya entre nosotros como dogma

recibido y venerado, al cual es uso ajustar las acciones de los gobernadores y aun la opinion de los pueblos, que en casos árduos y sobre negocios de estado la voluntad de estos cuerpos semimilitares sea consultada, y casi en toda ocasion obedecida. Y sucede á menudo en los mismos que se oponen á los deseos de este ú otro cuerpo de milicia nacional, en este ú otro caso negar en el que manda la conveniencia de acceder, pero no el derecho en ella de exigir, ó cuando menos de rogar que á su voluntad se acceda.

La libertad de imprenta no puede dilatarse allende los límites á que la libertad de quienes viven en sociedad alcanza. Lo que sería delito hablado, mal puede ser accion inocente publicado por la via de la imprenta. Sin embargo es como cosa convenida que la rebelion y hasta los asesinatos pueden ser aconsejados impunemente, si el mal consejero, en vez de serlo en un corrillo ó en conversacion privada, pone su consejo en letras de molde, y así extendiéndole y aumentándole la importancia, le hace mas eficaz en una proporcion asombrosa. Yerro es este en que los hombres amantes del órden han incurrido en España cuando se han visto hollados, y han buscado en los impresos medios de contribuir á acabar con el poder que los oprimia.

Hay quienes ensalzan todas las revueltas ó á lo menos todas las insurrecciones de gran cuantía, y hay al revés quienes las condenan sin distincion alguna. Mas que los primeros se acercan á la verdad estos últimos; pero tampoco estan en ella, segun á nuestro corto entender parece. Porque medir por el mismo rasero cualquiera resistencia á la opresion tirana, viene á ser parte del sistema que por la mejor fortuna ó el mayor poder distingne y señala lo justo y lo injusto. Y así es que los desaprobadores de todo recurso á la fuerza, en cualquiera sazon ỳ tiempo, y sea cual sea el motivo, tienen que contradecirse á sí mismos cuando, faltos de otros medios, á la fuerza y no sin justicia recurren para combatir y aniquilar á otra fuerza injusta triunfante.

Por otro lado hasta máximas ciertas y saludables mal entendidas ó no bien aplicadas son fuente asímismo de errores, si bien hay casos en que la aparente ceguedad de quien los comete ó celebra es verdadera hipocresía. Pretenden algunos, por

ejemplo, que debe gobernarse á España ahora con la ley en la mano; esto es, que el Gobierno solamente debe proceder por las enmarañadas y obstruidas vias legales, que para caminar tiene expeditas, sin considerar que á veces metido en ellas no puede dar un paso, y que cuando el Gobierno no anda, el estado y los particulares padecen, viniendo á ser quebrantadas las leyes por todos cuantos hombres malvados y atrevidos encierra la nacion, por querer atenerse los que mandan á una ley principal, nada en acuerdo con las leyes inferiores. Casos hay en que el problema presentado á la resolucion del buen repúblico, es quien hay mas peligro que emplee un tanto de arbitrariedad, si los gobernadores, representantes del interés y la fuerza de una sociedad entera, ó hombres del pueblo, que son de él la parte peor, á los cuales ninguna responsabilidad, ni siquiera la moral, enfrena, y ningun interés público ó privado ata. Valor moral se ha menester para resolver en esta duda, y la resolucion es peligrosa, pues puede dar ocasion á hechos injustos y tiranos; pero ocasiones hay en que es forzoso correr grandes peligros para escapar de uno grave y cierto, en el cual se cae con quedarse callado y ocioso.

Error peculiar á una de las sectas políticas en que estamos los españoles divididos es el que lleva á mantener ó desear un gobierno inerte, neutral, al modo de los reyes, haraganes de Francia en los tiempos antiguos, dejando á la máquina del estado que por sí sola se ponga ó siga en juego. Ciertamente hay pueblos donde semejante sistema es posible de seguir, y si no está exento de males, y esos gravísimos, tampoco carece de ventajas que los compensan. Sucede así donde es añeja costumbre la de llevar las cosas por los trámites legales (1), sustituyendo á las providencias gubernativas en varias ocasiones los fallos de los jueces, y estando cada individuo particular bien enterado de sus derechos y preparado á hacerlos valer, de lo cual resulta no consentirse ó no cometerse tropelías, y desempeñar cada cual en su causa privada lo que hace el Gobierno, mirando por la causa comun, en otras partes. Excusado parece

(1) Véase la obra de M. de Tocqueville sobre la democracia en América. En ella (digámoslo de paso) está admirablemente retratado un objeto que á nosotros parece feo y al autor hermoso. Allí se vé cuánto se hace por los tribunales en un pais, donde la ley, aunque mala, de veras impera.

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