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pintarnos con tan poderoso atractivo? ¿Quién no admira al creador de la novela histórica sacando partido de los usos locales y hasta de las supersticiones del vulgo, para pintar, por decirlo así, con su fisonomía íntima y familiar, y sin el barniz oficial de la historia, pueblos y personages esclarecidos?

La novela, pues, considerada como medio de entretenimiento, como cuadro de pasion ó costumbres, como enseñanza moral y como complemento de la historia, merece la atencion mas grave de parte de la crítica, y debe ocupar un lugar distinguido entre las obras de imaginacion; acaso el primero, pues dirigiéndose á todas las clases de la sociedad y á mayor número de individuos que otra alguna, así puede ser un estímulo poderoso de nobles sentimientos y sanas doctrinas, como un elemento eficaz de inmoralidad y corrupcion.

La escuela de la novela histórica de Walter Scott ha tenido insignes, aunque rara vez felices imitadores. Cooper, Manzoni, Spindler le siguen de lejos, y no siempre por el mismo rumbo; siendo en nuestro concepto el holandés Van Lennep el que mas se acerca al modelo en la naturalidad del diálogo y en la verdad de las tintas locales. En Francia, donde, segun la expresion oportuna de un crítico español, «la fecundidad en este punto ha llegado ya á rayar en una especie de calamidad,» se ha cultivado poco y mal aquel género. Le Vicomte de Beziers de Soulié es acaso la mejor muestra, y en ella se advierte el sabor, mas, no el genio de Walter Scott. La novela de costumbres, que no requiere profundos estudios preliminares, y que se adapta noblemente así al carácter de los escritores franceses como al gusto de la sociedad, á la cual estos se dirigen, ha sido y es cultivada en Francia con una abundancia abusiva, que ha llegado á inundar la Europa, y muy particularmente nuestra España. Diestra en las formas, y animada y brillante en el diálogo, pero mal meditada en el pensamiento moral, en los carac→ teres y en el encadenamiento de la accion, la novela francesa de nuestros dias carece, generalmente hablando, de las prendas literarias que hacen durables las obras de imaginacion. Y sin embargo, ella basta á alimentar la curiosidad de nuestro público, que, acostumbrado á una vida inquieta y atropellada, busca mas las impresiones que los sentimientos, mas la sorpresa que la emocion.

SEGUNDA ÉPOCA.-TOMO I.

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Los españoles que en pasadas épocas cultivaron con éxito vario la novela pastoral, la picaresca y la satírica, han aban→ donado el género en los modernos tiempos, y la novela histór rica, la sentimental, la de costumbres y la fantástica, es de→ cir, las diferentes especies que satisfacen el gusto de la socie dad presente, no existen entre nosotros sino en traducciones de obras extranjeras.

Pésanos que la novela no se cultive ahora en España como planta propia, porque estando fundada en la inclinacion vehemente que siente el hombre en toda edad y condicion á dar solaz á su imaginacion con ficciones que le representen y le hagan soñar un mundo mas bello que el mundo real que toca con sus propias manos, nos parece una necesidad social, tanto mas imperiosa y mas difícil y delicada de satisfacer, cuanto son mayores en las naciones la cultura y el movimiento de las ideas.

La España, como hemos dicho, es en este mas que en otros ramos de literatura tributaria del extranjero. Por eso aplaudimos de corazon, y examinamos con esmero las producciones originales de esta naturaleza que de tarde en tarde ven la luz pública en nuestro suelo.

Entre estos ensayos de aclimatacion merece atencion particular el que con el título de Creencias y desengaños acaba de publicar nuestro amigo D. Ramon de Navarrete. Esta obra por la forma y por el fondo pertenece á la moderna escuela francesa. La misma facilidad en el estilo, la misma rapidez y animacion en el diálogo y en las descripciones, los mismos rasgos pintorescos, la misma disposicion y manejo de resortes, la misma exageracion de caracteres en una palabra, muestras de talento y faltas de meditacion.

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La novela en su conjunto es un bosquejo triste de las costumbres cortesanas, un cuadro de la humana depravacion, que deja un sabor amargo en el ánimo del lector. En vano la ha titulado el autor Creencias y desengaños: allí nadie cree; la desconfianza nativa y el desengaño matan la fé en los unos; la depravacion del alma y de las costumbres en los otros. El escepticismo está en todos los personages, y mas que en todos en el autor, que se manifiesta profundamente desalentado aun en los momentos en que, como en el capítulo VIII, se lamenta de aquella funesta dolencia moral de nuestros dias. Pues bien, no

sotros no creemos ni queremos creer que la sociedad sea hasta ese punto presa de la perversidad ó de la desventura. Aun hay virtudes, aun hay nobles sentimientos, aun hay bellas acciones; y si fuese cierto que la virtud y su galardon no son en el mundo mas que excepciones, todavía opinamos que debiera el novelista buscar cuidadosamente esas excepciones para oponerlas victoriosamente á la corrupcion y á la inmoralidad. Y cuenta que no presentamos esta observacion como hija de nuestro gusto particular, sino como una condicion literaria inherente, en nuestro sentir, á la índole de este género de composiciones. Y en efecto, si este estriva, como no es dudoso, en el placer que el hombre esperimenta embelesando su mente con gratas ficciones que le hacen soñar por un momento un mundo y una existencia mas felices que aquellos que toca y conoce, ¿cómo podrá alcanzarse este objeto fundamental del arte solamente con cuadros de infamia é infelicidad, por diestros y animados que sean? Diestros y animados son sin duda los que nos presenta el Sr. de Navarrete; pero quisiéramos que no fuesen pinturas generales y definitivas, sino solamente contrastes de otras mas halagueñas y menos sombrías. Hay momentos en la obra de que nos ocupamos en que descansa y, por decirlo así, se refresca el alma ya abrumada de tantas impresiones desconsoladoras; pero estos momentos son breves, porque las nobles acciones y los elevados caracteres quedan al cabo sín premio y sacrificados á viles pasiones.

Los caracteres de la novela, acomodados al sistema prévio de composicion adoptado por el autor, confirman las reflexiones que acabamos de hacer. Algunos de ellos son mas depravados todavía de lo que para sus fines necesitan serlo; y los personages virtuosos que excitan las simpatías del lector, ó son víctimas de aquellos, ó degeneran en seres vulgares. Las mujeres singularmente, á las cuales trata el autor con una especie de saña, ó son tipos de infamia y abyeccion moral, ó pierden completamente el prestigio y color poético de que á veces se complace en revestirlas. Luisa, tan interesante y delicada, muere poseida de delirios románticos. ¿A qué presentarla estraviada por la lectura de las novelas? ¿A qué colocarla, como dice el autor mismo, al lado de las heroinas de teatro? Amaba, y era madre; ¿qué mas móviles podia necesitar para exaltar su razon

al verse abandonada? Y María, sublime con la sublimidad del amor á par que con la sublimidad del heroismo, ¿por qué pierde al punto aquel carácter magnífico que hubiera sido digno premio de las virtudes de Raimundo? El lector, conmovido con la inesperada revelacion de que 'aquel esterior de nieve encierra el fuego de un volcan, ¿cómo ha de conformarse con ver caer de nuevo á aquella figura tan noble en su impasible insensibilidad? Fuera de esto, en ese descenso de carácter hay, á no dudarlo, una impropiedad moral. Cabe en un corazon frio un momento de pasion y de arrebato; pero el heroismo tranquilo y resignado que manifiesta María, cuando quiere morir con el hombre que ama, no puede ser un destello pasajero y sin sólido orígen, á manera de un fuego fátuo; es sin duda el impulso de un alma elevada y de una sensibilidad profunda. Y por último, Emilia, aquella mujer delicada, que el autor ha sabido pintar con diestra mano tan tierna, tan melancólica, tan apasionada; aquella Emilia que parecia destinada á ser el tipo espiritualista de la novela, ¿por qué convertirla en una mujer vulgar, sin color poético, obesa y cargada de familia? ¿Por qué hacer caer así de los ojos de los lectores la venda de la ilusion, cuando es ella á la vez el fin y el triunfo de este género de literatura?

Los hombres mas notables de la obra son Cárlos y Raimundo. Cárlos es un jóven elegante, taimado, vicioso y egoista, cuyo carácter está bosquejado con fidelidad y enerjía. Solo sentimos que sea poeta, así porque concebimos difícilmente un poeta de corazon tan bajo, como porque el talento prostituido es siempre una imágen repugnante. El carácter de Raimundo es el que nos parece delineado con mas seguridad: siempre en pugna con la sociedad y consigo mismo, pero siempre puro, aunque un tanto misántropo. Solamente reprobamos en él, por parecernos sobrado impropio é inconsecuente, que el hombre que, por mostrarse fiel observador de la moral cristiana, resiste en la escena del pabellon á los arrebatos del amor y á la fuerza tentadora de la ocasion, se entregue luego á los vicios sin causa y como por mera distraccion.

Algunos pormenores de la obra podríamos señalar ademas como inmorales, y por consiguiente dignos de censura. ¿A quién no repugna una madre que da á su hija consejos de prostitucion, como se vé en el capítulo XIX? ¿Quién admite ni aun siquiera

como fenómeno psicológico que, segun la expresion del autor, la virtud de un hombre arroje á una mujer á la infamia? El único personage sin corazon, con el cual nos hallamos dispuestos á transigir de buena gana, es la condesa Carolina. Su carácter es perverso sin duda, pero sus actos la justifican muchas veces: adopta á la niña, fruto de los criminales amores de su marido; socorre la indigencia; acata la religion, y corrige al cabo sus malos instintos. Por otra parte, se halla como figura dramática en oposicion á Emilia, y nosotros admitimos los tipos de maldad para dar realce por medio del contraste á los personages destinados á excitar el interés y la simpatía.

La accion camina sin confusion ni embarazo, pues no la entorpecen ni debilitan episodios inútiles. Hay en el estilo algunos deslices, cosa nada extraña en una obra de no corta extension; pero casi siempre es brillante y fácil en la narracion, sencillo y animado en el diálogo. Algunas veces sin embargo emplean los personages un lenguaje que no es adecuado á su carácter, y en el cual se descúbre demasiado al autor. Las reflexiones estan llenas de oportunidad é ingeniosa delicadeza, las descripciones tienen un colorido brillante, y los afectos estan expresados con pincel dramático y vigoroso. Encuéntranse amenudo en este libro expresiones notables por su enérgica concision, como cuando dice para demostrar el desaliento extremo de Raimundo: «una tras otra habian ido desapareciendo todas las creencias de su mente y de su corazon. Soñando un cielo en la tierra, habíase despertado en un infierno... Nunca habia sido Raimundo mas infeliz: no tenia nada en que creer, ni nada que esperar.>> ¡Qué delicado sentimiento respira en este modo de pintar el placer y el consuelo que experimentaban Raimundo y Adela con sus citas nocturnas!: «Adivinábase que la vida entera de los dos jóvenes se hallaba subordinada á aquel placer inocente; que allí iban á prestarse recíprocamente fuerzas para esa carga de la vida, tan ligera cuando corre en la felicidad, tan pesada cuando se arrastra en las congojas del infortunio. >>

En cuanto al color local debemos confesar que la obra nos recuerda demasiado las costumbres francesas; pero ¿ podemos hacer por ello grave cargo al autor, cuando las costumbres de las altas clases españolas no son mas que un reflejo de aquellas? Desaprobamos no obstante que el autor einplee en el diálogo el

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