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HISTORIA

DE LA

CONQUISTA DE MÉJICO

LIBRO PRIMERO

CAPÍTULO PRIMERO

Motivos que obligan á tener por necesario que se divida en diferentes partes la historia de las Indias para que pueda comprenderse.

Duró algunos dias en nuestra inclinacion el intento del continuar la historia general de las Indias Occidentales que déjó el cronista Antonio de Herrera en el año de 15541 de la reparacion humana. Y perseverando en este animoso dictámen, lo que tardó en descubrirse la dificultad, hemos leido con diligente observacion lo que antes y despues de sus Décadas escribieron de aquellos descubrimientos y conquistas diferentes plumas naturales y extranjeras; pero como las regiones de aquel nuevo mundo son tan distantes de nuestro emisferio, hallamos en los autores extranjeros

1. Esta fecha está equivocada. Hasta el año 1596 no le mandó Felipe II escribir aquella historia: Felipe III dió el privilegio de impresion en 1600 la dedicatoria del autor al rey, es de 1601; y en igual año se imprimió la obra.

grande osadía y no menor malignidad para inventar lo que quisieron contra nuestra nacion, gastando libros enteros en culpar lo que erraron algunos para deslucir lo que acertaron todos; y en los naturales poca uniformidad y concordia en la narracion de los sucesos conociéndose en esta diversidad de noticias aquel peligro ordinario de la verdad, que suele desfigurarse cuando viene de léjos. degenerando de su ingenuidad todo aquello que se aparta de su orígen.

La obligacion de redargüir á los primeros, y el deseo de conciliar á los segundos, nos ha detenido en buscar papeles y esperar relaciones que den fundamento y razon á nuestros escritos.

Pero llegando á lo estrecho de la pluma con mejores noticias, hallamos en la historia general tanta multitud de cabos pendientes, que no pareció poco menos que imposible (culpa serà de nuestra comprension) el atarlos sin confundirlos. Consta la historia de las Indias de tres acciones grandes que pueden competir con las mayores que han visto los sigios: porque los hechos de Cristóbal Colon en su admirable navegacion y en las primeras empresas de aquel nuevo mundo: lo que obró Hernan Cortés con el consejo y con las armas en la conquista de Nueva España, cuyas vastas regiones duran todavía en la incertidumbre de sus términos; y lo que se debió á Francisco Pizarro, y trabajaron los que le sucedieron en sojuzgar aquel dilatadísimo imperio de la América meridional, teatro de várias tragedias y extraordinarias novedades, son tres argumentos de historias grandes, compuestas de aquellas ilustres hazañas y admirables accidentes de ambas fortunas que dan materia digna á los anales, agradable alimento á la memoria, y útiles ejemplos al entendimiento y al valor de los hombres. Pero en la historia general de las Indias, como se hallan mezclados entre sí los tres argumentos, y cualquiera de ellos con infinidad de empresas menores, no es fácil reducirlos al contexto de una sola narracion, ni guardar la serie de los tiempos sin interrumpir y despedazar muchas veces lo principal con lo accesorio.

No negamos que Antonio de Herrera, escritor diligente (á quien no sólo procuraremos seguir, pero querríamos imitar), trabajó con acierto una vez elegido el empeño de la historia general; pero no hallamos en sus Décadas todo aquel desahogo y claridad de que necesitan para comprenderse; ni podria dársele mayor habiendo de acudir con la pluma á tanta muchedumbre de acaecimientos, déjándolos y volviendo á ellos segun el arbitrio del tiempo y sin pisar alguna vez la línea de los años.

Nuestro intento es sacar de este laberinto y poner fuera de esta oscuridad á la historia de Nueva España para poder escribirla separadamente, franqueándola (si cupiere tanto en nuestra cortedad) de modo que en lo admirable de ella se deje hallar sin violencia la suspension, y en lo útil se logre sin desabrimiento la enseñanza. Y nos hallamos obligados á elegir éste de los tres argumentos que propusimos; porque les hechos de Cristóbal Colon, y las primeras conquistas de las islas y el Darien, como no tuvieron otros sucesos en que mezclarse, están escritas con felicidad y bastante distincion en la primera y segunda Década de Antonio de Herrera; y la historia del Perú anda separada en los dos tomos que escribió Garcilaso Inga, tan puntual en las noticias y tan suave y ameno en el estilo (segun la elegancia de su tiempo) que culparíamos de ambicioso al que intentase mejorarle, alabando mucho al que supiese imitarle para proseguirle. Pero la Nueva España, ó está sin historia que merezca este nombre, ó necesita de ponerse en defensa contra las plumas que se encargaron de su posteridad.

Escribióla primero Francisco López de Gomara con poco exámen y puntualidad, porque dice lo que oyó, y lo afirma con sobrada credulidad, fiándose tanto de sus oídos como pudiera de sus ojos, sin hallar dificultad en lo inverisímil, ni resistencia en lo imposible.

Siguióle en el tiempo y en alguna parte de sus noticias. Antonio de Herrera, y á éste, Bartolomé Leonardo de Argensola, incurriendo en la misma desunion y con menor disculpa; porque nos dejó los primeros sucesos de esta conquista entretejidos y mezclados en sus Anales de Aragon,

tratándolos como accesorios, y traidos de léjos al propósito de su argumento. Escribió lo mismo que halló en Antonio de Herrera con mejor carácter, pero tan interru npido y ofuscado con la mezcla de otros acaecimientos, que se disminuye en las digresiones lo heroico del asunto, se conoce su grandeza como se mira de muchas

ó no

veces.

Salió despues una historia particular de Nueva España, obra póstuma de Bernal Diaz del Castillo, que sacó á luz un religioso de la órden de Nuestra Señora de la Merced, habiéndola hallado manuscrita en la librería de un ministro grande y erudito, donde estuvo muchos años retirada, quizá por los inconvénientes que al tiempo que se imprimió se perdonaron ó no se conocieron. Pasa hoy por historia verdadera ayudándose del mismo désaliño y poco adorno de su estilo para parecerse á la verdad y acreditar con algunos la sinceridad del escritor; pero aunque le asiste la circunstancia de haber visto lo que escribió, se conoce de su misma obra que no tuvo la vista libre de pasiones, para que fuese bien gobernada la pluma: muéstrase tan satisfecho de su ingenuidad, como quejoso de su fortuna andan entre sus renglones muy descubiertas la envidia y la ambicion; y paran muchas veces estos afectos destemplados en quejas contra Hernan Cortés, principal héroe de esta historia, procurando penetrar sus designios para deslucir y enmendar sus consejos, y diciendo muchas veces como infalible no lo que ordenaba y disponia su capitan, sino lo que murmuraban los soldados; en cuya república hay tanto vulgo como en las demas; siendo en todas de igual peligro, que se permita el discurrir á los que nacieron para obedecer.

Por cuyos motivos nos hallamos obligados á entrar en este argumento, procurando desagraviarlo de los embarazos que se encuentran en su contexto, y de las ofensas que ha padecido su verdad. Valdrémonos de los mismos autores que déjamos referidos en todo aquello que no hubiere fundamento para desviarnos de lo que escribieron ; y nos serviremos de otras relaciones y papeles particulares que hemos juntado para ir formando, con eleccion des

apasionada, de lo más fidedigno nuestra narracion. Pero ántes de llegar á lo inmediato de nuestro empeño, será bien que digamos en qué postura se hallaban las cosas de España cuando se dió principio á la conquista de aquel nuevo mundo, para que se vea su principio primero que su aumento; y sirva esta noticia de fundamento al edificie que emprendemos.

CAPÍTULO II

Refiérense las calamidades que se padecian en España cuando se puso la mano en la conquista de Nueva España.

Corria el año de mil y quinientos y diez y siete, digno de particular memoria en esta monarquía, no ménos por sus turbaciones, que por sus felicidades.

Murió en los principio del año antecedente el rey don Fernando el Católico; y desvaneciendo con la falta de su ártífice las líneas que tenia tiradas para la conservacion y acrecentamiento de sus Estados, se fué conociendo poco á poco en la turbacion, y desconcierto de las cosas públicas la gran pérdida que hicieron estos reinos; al modo que suele rastrearse por el tamaño de los efectos la grandeza de las causas.

Quedó la suma del gobierno á cargo del cardenal arzobispo de Toledo, don fray Francisco Jimenez de Cisneros, varon de espiritu resuelto, de superior capacidad, de corazon magnánimo, y en el mismo grado religioso, prudente y sufrido juntándose en él sin embarazarse con su diversidad, estas virtudes morales y aquellos atributos heroicos; pero tan amigo de los aciertos, y tan activo en la justificacion de sus dictámenes, que perdia muchas veces lo conveniente por esforzar lo mejor; y no bastaba su celo á corrregir los ánimos inquietos tanto como á irritarlos su integridad.

La reina doña Juana, hija de los reyes don Fernando y doña Isabel, á quien tocaba légítimamente la sucesion del reino, se hallaba en Tordesillas, retirada de la comu

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