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de cortar, porque la tenian atajada con reparos sucesivos de tabla y fagina, suponiendo que si la perdiesen quedarian con el paso estrecho de su parte, para ir deshaciendo poco á poco á sus enemigos.

Reconoció Hernan Cortés la dificultad, y esforzándose á desentender su cuidado, tendió las naciones por la ribera, y entretanto que se peleaba, con poco efecto de una parte y otra, mandó que avanzasen los Españoles á ganar el puente, donde hallaron tan porfiada resistencia, que fueron rechazados primera y segunda vez; pero acometiendo la tercera con mayor esfuerzo, y usando contra ellos de sus mismas trincheras como se iban ganando, se detuvieron poco en tener el paso á su disposicion, cuya pérdida desalentó los enemigos, y se declaró por todas partes la fuga solicitada ya por los capitanes con los toques de la retirada, ó porque no pareciese desórden, ó porque iban con ánimo de volverse á formar.

Pasó nuestra gente con toda la diligencia posible á ocupar la tierra que desamparaban, y al mismo tiempo, eseando lograr el desabrigo de la otra ribera, se arrojaron al agua diferentes compañías de Tlascala y Tezcuco, y rompiendo á nado la corriente, se anticiparon á unirse con el ejército. Esperaban ya los enemigos, puestos en órden, cerca de la muralla; pero al primer avance de los Españoles empezaron á retroaeder, provocando siempre con las voces y con algunas flechas sin alcance, para dar á entender que se retiraban con eleccion. Pero Hernan Cortés los acometió tan ejecutivamente, que al primer choque se reconoció cuán cerca estaban del miedo las afectaciones de valor. Fuéronse retirando á la ciudad, en cuya entrada perdieron mucha gente; y amparándose de los reparos con que tenian atajadas las calles, volvieron á las armas y á las provocaciones.

Dejó Hernan Cortés parte de su ejército en la campaña para cubrir la retirada y embarazar las invasiones de afuera, y entró con el resto á proseguir el alcance, para cuyo efecto, señalando algunas compañías que apartasen la oposicion de las calles immediatas, acometió por la principal, donde tenian los enemigos su mayor fuerza.

Rompió con alguna dificultad la trinchera que defendian, y reincidió en la culpa de olvidar su persona en sacando la espada, porque se arrojó entre la muchedumbre con más ardimiento que advertencia, y se halló sólo con el enemigo por todas partes cuando quiso volver al socorro de los suyos. Mantúvose peleando valerosamente hasta que se le rindió el caballo, y dejándose caer en tierra le puso en evidente peligro de perderse, porque se abalanzaron á él los que se hallaron más cerca: y ántes que se pudiese desembarazar para servirse de sus armas, le tuvieron poco menos que rendido, siendo entónces su mayor defensa lo que interesaban aquellos Mejicanos en llevarle vivo á su príncipe. Hallábase á la sazon poco distante un soldado conocido por su valor que se llamaba Cristóbal de Olea, natural de Medina del Campo, y haciendo reparo en el conflicto de su general, convocó algunos Tlascaltecas de los que peleaban á su lado, y embistió por aquella parte con tanto denuedo y tan bien asistido de los que le seguian, que dando la muerte por sus mismas manos á los que más inmediatamente oprimian á Cortés, tuvo la fortuna de restituirle á su libertad: con que se volvió á seguir el alcance; y escapando los enemigos á la parte del agua quedaron por los Españoles todas las calles de la tierra.

Salió Hernan Cortés de este combate con dos heridas leves, y Cristóbal de Olea con tres cuchilladas considerables, cuyas cicatrices decoraron despues la memoria de su hazaña. Dice Antonio de Herrera que se debió el socorro de Cortés á un Tlascalteca, de quien ni ántes se tenía conocimiento, ni despues se tuvo noticia, y deja el suceso en reputacion de milagro; pero Bernal Diaz del Castillo, que llegó de los primeros al mismo socorro, lo atribuye á Cristóbal de Olea; y los de su linaje, dejando á Dios lo que le toca, tendrán alguna disculpa si dieren más crédito á lo que fué que á lo que se presumió.

No estuvo, entre tanto que se peleaba en la ciudad, sin ejercicio el trozo que se dejó en la campaña, cuyo gobierno quedó encargado á Cristóbal de Olid, Pedro de Alvarado y Andrés de Tapia; porque los nobles de Méjico hicieron un esfuerzo extraordinario para reforzar la guar

nicion de Suchimilco, cuya defensa tenía cuidadoso á su príncipe Guatimozin; y embarcándose con hasta diez mil hombres de buena calidad, salieron á tierra por diferente paraje con noticia de que los Españoles andaban ocupados en la disputa de las calles, y con intento de acometer por las espaldas: pero fueron descubiertos y cargados con toda resolucion, hasta que últimamente volvieron á buscar sus embarcaciones, dejando en la campaña parte de sus fuerzas, aunque se conoció en su resistencia que traian capitanes de reputacion; y fué tan estrecho el combate, que salieron heridos los tres cabos, y número considerable de soldados españoles y tlascaltecas.

Quedó con este suceso Hernan Cortés dueño de la campaña, y de todas las calles y edificios que salian á la tierra, y poniendo suficiente guardia en los surgideros por donde se comunicaban los barrios, trató de alojar su ejército en unos grandes patios, cercanos al adoratorio principal, que por tener algun género de muralla bastante á resistir las armas de los Mejicanos, pareció sitio á propósito para ocurrir con mayor seguridad al descanso de la gente y á la cura de los heridos. Ordenó al mismo tiempo que subiesen algunas compañías á reconocer lo alto del adoratorio, y hallándole totalmente desamparado, mandó que se alojasen veinte ó treinta Españoles en el atrio superior para registrar las avenidas, asi del agua como de la tierra, con un cabo que atendiese á mudar las centinelas y cuidase de su vigilancia: prevencion necesaria, cuya utilidad se conoció brevemente; porque al caer de la tarde bajó noticia de que se habian descubierto á la parte de Méjico más de dos mil canoas reforzadas que se venian acercando á todo remo, con que hubo lugar de prevenir los riesgos de la noche, doblando las guarniciones de los surgideros, y á la mañana se reconoció tambien el desembarco de los enemigos, que fué á largo trecho de la ciudad, cuyo grueso pareció de hasta catorce ó quince mil hombres.

Salió Hernan Cortés á recibirlos fuera de los muros, elijiendo sitio donde pudiesen obrar los caballos, y dejando buena parte de su ejército á la defensa del alojamiento. Diéronse vista los dos ejércitos, y fué de los Mejicanos el

primer acometimiento; pero recibidos 'con las bocas de fuego, retrocedieron lo bastante para que cerrasen los demás con la espada en la mano, y se fuesen abreviando los términos de su resistencia con tanto rigor, que tardaron poco en descubrir las espaldas, y toda la faccion tuvo más de alcance que de victoria.

Cuatro dias se detuvo Hernan Cortés en Suchimilco para dar algun tiempo á la mejoría de los heridos, siempre con las armas en las manos, porque la vecindad facilitaba los socorros de Méjico; y el rato que faltaban las invasiones, bastaba el recelo para fatigar la gente.

Llegó el caso de la retirada, que se puso en ejecucion como estaba resuelta, sin que cesase la persecucion de los enemigos, porque se adelantaron algunas veces á ocupar los pasos dificultosos para inquietar la marcha; {cuya molestia se venció con poca dificultad, y no sin considerable ganancia, volviendo Hernan Cortés á su plaza de armas con bastante satisfaccion de haber conseguido los dos intentos que le obligaron á esta salida, reconocer á Suchimilco, puesto de consecuencia para su entrada, y quebrantar al enemigo para enflaquecer las defensas de Méjico. Pero en lo interior, venía desazonado y melancólico de haber perdido en esta jornada nueve ó diez Españoles; porque sobre los que murieron en el primer asalto de la montaña, le llevaron tres ó cuatro en Suchimilco que se alargaron á saquear una casa de las que tenía esta poblacion dentro del agua, y dos criados suyos que dieron en una emboscada por haberse apartado inadvertidamente del ejército creciendo su dolor en la circunstancia de haberlos llevado vivos para sacrificarlos á sus ídolos; cuya infelicidad le acordaba la contingencia en que se vió, cuando le tuvieron los enemigos en su poder, de morir en semejante abominacion, pero siempre conocia tarde. lo que importaba su vida, y en llegando la ocasion trataba sólo de prevenir las quejas del valor, dejando para despues los remordimientos de la prudencia.

CAPÍTULO XIX

Remédiase con el castigo de un soldado español la conjuracion de algunos Españoles qui intentaron matar á Hernan Cortés; y con la muerte de Xicotencal un movimiento sedicioso de algunos Tlascaltecas.

Estaban ya los bergantines en total disposicion para que se pudiese tratar de botarlos al agua, y el canal con el fondo y capacidad que habia menester para recibirlos. Ibanse adelantando las demás prévenciones que parecian necesarias. Hízose abundante provision de armas para los indios registráronse los almacenes de las municiones: requirióse la artillería : dióse aviso á los caciques amigos, senalándoles el dia en que se debian presentar con sus tropas; y se puso particular cuidado en los víveres que se conducian continuamente á la plaza de armas, parte por el interés de los rescates, y parte por obligacion de los mismos confederados. Asistia Hernan Cortés personalmente á los menores ápices de que se compone aquel todo que debe ir á la mano en las facciones militares, cuyo peligro procede muchas veces de faltas ligeras, y pide prolijidades á la providencia.

Pero al mismo tiempo que traía la imaginacian ocupada en estas dependencias, se le ofreció nuevo accidente de mayor cuidado, que puso en ejercicio su valor, y dejó desagraviada su cordura. Díjole un Español de los antiguos en el ejército, con turbada ponderacion de lo que importaba el secreto, que necesitaba de hablarle reservadamente; y conseguida su audiencia como lo pedia, le descubrió una conjuracion que se habia dispuesto, en el tiempo de su ausencia, contra su vida y la de todos sus amigos. Movió esta plática, segun su relacion, un soldado particular que debia de suponer poco en esta profesion, pues su nombre se oye la primera vez en el delito. Llamábase Antonio de Villafaña, y fué su primer intento retirarse de aquella empresa, cuya dificultad le parecia insuperable. Empezó la inquietud en, murmuracion, y pasó

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