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aquellos pobres españoles de la Vera-Cruz que pasaban á Méjico. Llevaba órden para castigar ó reducir de paso esta poblacion; pero apénas volvió el ejército la frente para torcer la marcha, cuando los vecimos desampararon el lugar huyendo á los montes. Envió Gonzalo de Sandoval tres ó cuatro compañías de Tlascaltecas, con algunos españoles en alcance de los fugitivos, y entrando en el pueblo, creció su irritacion y su impaciencia con algunas señas lastimosas de la pasada iniquidad. Hallóse un rótulo escrito en la pared con letras de carbon que decia : « en >> esta casa estuvo preso el sin ventura Juan Yuste con otros muchos de su compañía. » Y se vieron poco despues en el adoratorio mayor las cabezas de los mismos españoles maceradas al fuego para defenderlas de la corrupcion: pavoroso espectáculo que conservando los horrores de la muerte, daba nueva fealdad á los horribles simulacros del demonio. Excitó entónces la piedad los espíritus de la ira; y Gonzalo de Sandoval resolvió salir con toda su gente á castigar aquella execrable atrocidad con el último rigor; pero apenas se dispuso á ejecutarlo, cuando volvieron las compañías que avanzaron de su órden, con grande número de prisioneros, hombres, mujeres y niños, dejando muertos en el monte á cuantos quisieron escapar ó tardaron en rendirse. Venian maniatados y temerosos, significando con lágrimas y alaridos su arrepentimiento. Arrojáronse todos á los piés de los Españoles, y tardaron poco en merecer su compasion. Hízose rogar de los suyos Gonzalo de Sandoval para encarecer el perdon; y últimamente los mandó desatar, y los dejó en la obediencia del rey, á que se obligaron con el cacique los más principales por toda la poblacion, como lo cumplieron despues, hiciéselo el temor ó el agradecimiento.

Mandó luégo recoger aquellos despojos miserables de los Españoles muertos para darles sepultura, y pasó adelante con su ejército, llegando á los términos de Tlascala, sin accidente de consideracion. Salieron á recibirle Martin Lopez, y Chechimecal con sus Tlascaltecas puestos en escuadron. Saludáronse los dos ejércitos, ¡primero con el regocijo de la salva y de las voces, y despues con los bra

zos y cortesías particulares. Diéronse al descanso de los recien venidos las horas que parecieron necesarias, y cuando llegó el tiempo de caminar, dispuso la marcha Gonzalo de Sandoval, dando á los Españoles y Tlascaltecas de su cargo la vanguardia, y el cuerpo del ejército á los tamenes con alguna guarnicion por los costados, dejando. á Chechimecal con la gente de su cargo en la retaguardia. Pero él se agravió de no ir en el puesto más avanzado, con tanta destemplanza que se temió su retirada, y fué necesario que pasase Gonzalo de Sandoval á sosegarle. Quiso darle á entender que aquel lugar que le habia señalado era el mejor del ejército, por ser el más aventurado, respecto de lo que se debia recelar, que los Mejicanos acometiesen por las espaldas; pero él no se dió por convencido, ántes le respondió, que así como en el asalto de Méjico habia de ser el primero que pusiese los piés dentro de sus muros, queria ir siempre delante para dar ejemplo á los demas; y se halló Sandoval obligado á quedarse con él para dar estimacion á la retaguardia: notable punto de vanidad, y uno de aquéllos que suelen producir graves inconvenientes en los ejércitos; porque la primera obligacion del soldado es la obediencia y bien entendido, el valor tiene sus límites razonables, que inducen siempre á dejarse hallar de la ocasion, pero nunca obligan á pretender el peligro.

Marchó el ejército en su primera ordenanza por la tierra enemiga; y aunque los Mejicanos se dejaron ver algunas veces en las eminencias distantes, no se atrevieron á intentar faccion, ó tuvieron por bastante hazaña el ofender con las voces.

y

Hízose alto poco ántes de llegar á Tezcuco por complacer á Chechimecal, que pidió algun tiempo á Gonzalo de Sandoval para componerse y adornarse de plumas y joyas; ordénó lo mismo á sus cabos, diciendo que aquel acto de acercarse á la ocasion, se debia tratar como fiesta entre los soldados: exterioridad ó hazañería propia de aquel orgullo y de aquellos años. Esperó Hernan Cortés fuera de la ciudad con el rey de Tezcuco y todos sus capitanes, este socorro tan deseado; y despues de cumplir con los

primeros agasajos, y dar algun tiempo á las aclamaciones de los soldados, se hizo la entrada con toda solemnidad, marchando en hileras los tamenes como los soldados. Ibanse acomodando la tablazon, el herraje y demás géneros, con distincion, en un grande astillero que se habia prevenido cerca de los canales.

Alegróse todo el ejército de ver puesta en salvamento aquella prevencion, tan necesaria para tomar de véras la empresa de Méjico, que igualmente se deseaba: y Hernan Cortés volvió su corazon al cielo, que premiaba su piedad y su intencion con esperanzas ó poco ménos que certidumbre de la victoria.

Trató luégo Martin Lopez de la segunda formacion de los bergantines, y se le dieron nuevos oficiales para las fraguas, ligazon de las maderas y demas oficios de la marinería. Pero reconociendo Hernan Cortés, que segun el informe de los maestros, serian menester más de veinte dias para que pudiesen estar de servicio estas embarcaciones, tomó resolucion de gastar aquel tiempo en reconocer personalmente las poblaciones de la ribera, observando los puestos que debia ocupar para impedir los socorros de Méjico, y hacer de paso el daño que pudiese á los enemigos. Comunicólo á sus capitanes; y pareciendo á todos digna de su cuidado esta diligencia, se dispuso á ejecutarla, encargando á Gonzalo de Sandoval el gobierno de Tezcuco, y particularmente la obra de los bergantines. Hallȧbale siempre su eleccion á propósito para todo, y en lo mucho que le ocupaba se conoce la estimacion que hacía de su valor y capacidad.

Pero al tiempo que discurria en nombrar los capitanes y en señalar la gente que le habia de seguir en esta jornada, le pidió audiencia Chechimecal, y sin haber sabido que se trataba de salir en campaña, le propuso : « que los >> hombres como él, nacidos para la guerra, se hallaban >> mal en el ocio de los cuarteles, particularmente cuando » se habian pasado cinco dias sin ocasion de sacar la es» pada; y que su gente venía de refresco, y deseaba de» jarse ver de los enemigos; á cuya instancia y la de su » propio ardimiento, le suplicaba encarecidamente, que

» le señalase luégo alguna faccion en que pudiese mani>> festar sus brios y entretenerse con los Mejicanos, mién>> tras llegaba el caso de acabar con ellos en el asalto de » su ciudad. » Pensaba Hernan Cortés llevarle consigo, pero no le agradó aquella jactancia intempestiva; y poco satisfecho de los reparos que hizo en el camino, cuya noticia le dió Sandoval, le respondió con algun género de » ironía: «< que no solamente le tenía prevenida faccion » de importancia, en que pudiese dar algun alivio á su >> bizarría, pero estaba en ánimo de acompañarle para ser >> testigo de sus hazañas. >>

CAPÍTULO XV

Marcha Hernan Cortés á Yaltocan 1, donde halla resistencia; y vencida esta dificultad, pasa con su ejército á Tácuba; y despues de romper á los Mejicanos en diferentes combates, resuelve y ejecuta su retirada.

Pareció conveniente dar principio á esta jornada por Yaltocan, lugar situado á cinco leguas de Tezcuco, en una de las lagunas menores que desaguaban en el lago mayor. Era importante castigar á sus moradores, porque habiéndoles ofrecido la paz, llamándolos á la obediencia pocos dias ántes, respondieron con grande desacato hiriendo y maltratando á los mensajeros escarmiento en que iba considerada la consecuencia para las demás poblaciones de la ribera. Partió Hernan Cortes á esta espedicion, despues de oir misa con todos los Españoles, dando su particular instruccion á Gonzalo de Sandoval, y sus amigables advertencias al rey de Tezcuco, á Xicotencal y á los demas cabos de las naciones que dejaba en la ciudad. Llevó consigo á los capitanes Pedro de Alvarado y Cristóval de Olid con doscientos y cincuenta Fspañoles y veinte caballos: una compañía que se formó lucida y numerosa de los nobles de Tezcuco: y á Chechimecal con

1. Xaltocam.

sus quince mil Tlascaltecas, á que se agregaron otros cinco mil de los que gobernaba Xicotencal; y habiendo caminado poco más de cuatrojleguas, se descubrió un ejército de Mejicanos, puesto en batalla, y dividido en grandes escuadrones, con resolucion al parecer de intentar en campaña la defensa del lugar amenazado. Pero á la primera carga de las bocas de fuego y ballestas, á que sucedió el choque de los caballos, se consiguió su desórden, y se dió lugar para que cerrando el ejército, fuesen rotos y deshechos los enemigos con tanta brevedad, que apénas se pudo conocer su resistencia. Escaparon los más á la montaña, otros á la laguna, y algunos al mismo pueblo de Yaltocan, dejando considerable número de muertos y heridos en la campaña, con algunos prisioneros que se remitieron luégo á Tezcuco.

Reservóse para otro dia el asalto de aquel pueblo, y marchó el ejército á ocupar unas caserías cercanas, donde se pasó la noche sin novedad; y á la mañana se halló mayor que se creia la dificultad de la empresa. Estaba este lugar dentro de la misma laguna, y se comunicaba con la tierra por una calzada ó puente de piedra, quedando el agua por aquella parte fácil para el esguazo; pero los Mejicanos que asistian á la defensa de aquel puesto, rompieron la calzada, y profundando la tierra para dar corriente á las aguas, formaron un foso tan caudaloso, que vino á quedar el paso poco ménos que imposible, ó posible sólo á los nadadores. Avanzaba Hernan Cortés con ánimo de llevarse aquella poblacion del primer abordo; y cuando tropezó con este nuevo embarazo, quedó por un rato entre confuso y pesaroso; pero las írrisiones con que celebraban los enemigos su seguridad, le redujeron á que no era posible dejar el empeño sin desaire conocido.

Trataba ya de facilitar el paso con tierra y fagina, cuando uno de los indios que vinieron de Tezcuco le dijo, que poco más adelante habia una eminencia, donde apénas alcanzaria el agua del foso á cubrir la superficie de la tierra. Mandóle que guiase, y movió su gente hasta el paraje señalado. Hízose luégo la experiencia, y se halló más agua que suponia el aviso; pero no tanta que pudiese

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