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tante la desconfianza ó el recelo y el descontento de sus vasallos le facilitó el camino de traerlos á su devocion, que cuando se ha de acertar, todo es oportuno; y quizá por esta consideracion se puso lo afortunado entre los atributos de los capitanes.

CAPÍTULO XI

Alojado el ejército en Tezcuco, vienen los nobles á tomar servicio en él : restituye Cortés aquel reino al legitimo sucesor, dejando al tirano sin esperanza de restablecerse.

Puso Hernan Cortés su principal cuidado en que perdiesen el miedo los paisanos. Mandó á los suyos que les hiciesen todo buen pasjae, tratando sólo de ganar aquellos ánimos que ya se debian mirar como rendidos; y pasó esta órden con mayor aprieto á las naciones confederadas por medio de sus cabos, cuya obediencia fué más reparable, porque se hallaban en tierra enemiga, enseñados á las violencias de su milicia, y no sin alguna presuncion de vencedores. Pero respetaban tanto á Cortés, que no contentos con reprimir su ferocidad y su costumbre, trataban de familiarizarse con todos, publicando la paz con la voz y con las demostraciones. Quedó aquella noche el ejército en los palacios del rey fugitivo; y eran tan capaces que hallaron bastante alojamiento en ellos los Españoles con alguna parte de los Tlascaltecas; y los demás se acomodaron en las calles cercanas, fuera de cubierto, por evitar la extorsion de los vecinos.

Por la mañana vinieron algunos ministros de los ídolos á solicitar el buen pasaje de sus feligreses, agradeciendo el que hasta entónces habian experimentado: y propusieron á Cortés, que la nobleza de aquella ciudad esperaba su permision para venir á ofrecerle su obediencia y su amistad á cuya demanda satisfizo, concediendo en uno y otro cuanto le pedian, sin necesitar mucho de afectar el agrado, porque deseaba lo que concedia. Y poco despues

llegaron aquellos nobles, en el traje de que solian usar para sus actos públicos, y acaudillados al parecer por un mozo de poca edad y gentil disposicion que habló por todos, presentando á Cortés aquella tropa de soldados que venian á servir en su ejército, deseando merecer con sus hazañas la sombra de sus banderas. Á que añadió pocas palabras, dichas con cierta energía y gravedad, que solici taban la atencion sin desazonar el rendimiento. Escuchóle no sin admiracion Hernan Cortés, y se pagó tanto de su elocuencia y despejo, sobre lo bien que le sonaba la misma oferta, que se arrojó á sus brazos sin poderse reprimir; pero atribuyendo á su discrecion los excesos del gusto, volvió á componer el semblante para responder ménos alborozado á su proposicion.

Fueron llegando los demás, y despues de cumplir con las ceremonias del primer obsequio, se quedó Hernan Cortés con el que vino por su adalid, y con algunos de los que parecian más principales; y llamando á sus intérpretes averiguó á pocas instancias de su cuidado, todo lo que tenía dispuesto el cacique, por complacer á los Mejicanos; el artificio con que ofreció el alojamento de aquella ciudad á los Españoles; la falta de valor con que volvió las espaldas al primer rumor de su peligro; y últimamente, dieron á entender qu haria poca falta donde se aborrecia su persona, y se celebraba su ausencia como felicidad de sus vasallos punto en que los apuró Hernan Cortés, porque le importaba servirse de aquella mala voluntad para establecer su plaza de armas; y halló en la respuesta cuanto pudiera fingir su deseo, porque no sin algun conocimiento del fin á que se iban encaminando sus preguntas, le refirió el más anciano de aquellos nobles « que Cacumatzin, >> señor de Tezcuco, no era dueño propietario de aquella >> tierra, sino un tirano el más horrible que llegó á produ>> cir entre sus monstruos la naturaleza; porque habia >> muerto violentamente y por sus manos, á Nezabal, su » hermano mayor, para echarle de la silla, y arrancar de >> sus sienes la corona: que aquel príncipe, á quien habia » tocado el hablar por todos, como el primero de los nobles, » era hijo legítimo del rey difunto; pero que su corta

» edad negoció el perdon, ó mereció el desprecio del ti>> rano y él, conociendo el peligro que le amenazaba, >> supo esconder su queja con tanta sagacidad, que ya pa» saba por falta de espíritu su disimulacion : que toda esta » maldad se habia fraguado y dispuesto con noticia y >> asistencias del emperador mejicano que antecedió á » Motezuma, y de nuevo le favorecia el emperador que >> reinaba entónces, procurando servirse de su alevosía » para destruir á los Españoles. Pero que la nobleza de >> Tezcuco aborrecia mortalmente las violencias de Cacu» matzin, y todos sus pueblos tenian por insufrible su do>> minio, porque sólo trataba de oprimirlos, errando el >> camino de sujetarlos. »

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En este sentir se hizo entender aquel anciano, y apénas lo acabó de percibir Hernan Cortés cuando le ocurrió en un instante lo que debia ejecutar. Acercóse al principe desposeido con algo de mayor reverencia, y poniéndole á su lado convocó los demás nobles que aguardaban su resolucion, y les dijo mandando levantar la voz á sus intérpretes: << Aqui teneis, amigos, al hijo legítimo de vuestro » legítimo rey. Ese injusto dueño que tiene mal usurpada >> vuestra obediencia, empuño el cetro de Tezcuco, recien >> teñido en la sangre de su hermano mayor; y como no » es dada la ciencia de conservar á los tiranos, reinó como » se hizo rey, despreciando el aborrecimiento por conse>> guir el temor de sus vasallos, y tratando como esclavos » á los que habian de tolerar su delito; y últimamente » con la vileza de abandonaros en el riesgo, desestimando >> vuestra defensa, os ha descubierto su falta de valor, y » puesto en las manos el remedio de vuestra infelicidad. » Pudiera yo, si no fueran otras mis obligaciones, ser>> virme de vuestro desamparo, y recurrir al derecho de » la guerra, sujetando esta ciudad que tengo, como veis, >> al arbitrio de mis armas; pero los Españoles nos inclina>> mos dificultosamente á la sinrazon; y no siendo en la >> sustancia vuestro rey el que nos hizo la ofensa, ni voso>> tros debeis padecer como vasallos suyos, ni este príncipe » quedar sin el reino que le dió la naturaleza; recibidle » de mi mano, como le recibísteis del cielo : dadle por

» la obediencia que le debeis por la sucesion de su padre : >> suba en vuestros hombros á la silla de sus mayores : » que yo, ménos atento á mi conveniencia que á la equi>> dad y á la justicia, quiero más su amistad que su reino, » y más vuestro agradecimiento que vuestra sujecion. » Tuvo grande aplauso esta proposicion de Cortés entre aquellos nobles. Oyeron lo que deseaban, ó se hallaron sin lo que teniam; porque unos se arrojaron á sus pies, agradeciendo su benignidad, y otros acudiendo primero á la obligacion natural, se adelentaron á besar la mano á su príncipe. Divulgóse luégo esta noticia en la ciudad; y empezaron las voces à manifestar el alborozo del pueblo, que tardó poco en significar su aceptacion con los gritos, bailes y juegos de que usaban en sus fiestas, sin perdonar demostracion alguna de aquellas con que suele adornar sus locuras el contento popular.

Reservóse para el dia siguiente la coronacion del nuevo rey, que se celebró con toda la solemnidad y ceremonia que ordenaban sus leyes municipales, asistiendo al acto Hernan Cortés, como dispensador ó donatario de la corona; con que tuvo su participacion del aura popular, y quedó más dueño de aquella gente, que si la hubiera conquistado: siendo éste uno de los primeros que le dieron nombre de advertido capitan; porque le importaba en todo caso tener por suya esta ciudad para la empresa de Méjico, y halló camino de obligar al nuevo rey con el mayor de los beneficios temporales de interesar á la nobleza en su restitucion, dejándola irreconciliable con el tirano, de ganar al pueblo con su desinterés y justificacion; y últimamente de conseguir la seguridad de su cuartel, que por otro medio fuera dudosa ó más aventurada: quedando sobre todo con mayor satisfaccion de haber hecho en el desagravio de aquel príncipe lo que pedia la razon; porque á vista de lo que importaban las demás conveniencias, daba el primer lugar á esta resolucion por ser más de su genio, y porque siempre suponian algo ménos en su estimacion las operaciones de la prudencia, que los aciertos de la generosidad.

CAPÍTULO XII

Bautizase con pública solemnidad el nuevo rey de Tezcuco; y sale con parte de su ejército Hernan Cortés á ocupar la ciudad de Iztacpalapa, donde necesitó de toda su advertencia para no caer en una celada que le tenian pervenida los Mejicanos.

Quedó Hernan Cortés aplaudido y venerado entre aquella gente la nobleza se declaró su parcial, y enemiga de los Mejicanos volvióse á poblar la ciudad, restituyéndose á sus casas las familias que se habian retirado á los montes; y aquel príncipe vivia tan dependiente y tan rendido á Cortés, que no solamente le ofreció sus milicias, y servir á su lado en la empresa de Méjico, pero le consultaba cuanto disponia; y aunque mandaba entre los suyos como rey, en llegando á su presencia, tomaba la persona de súbdito, y le respetaba como á superior. Sería de hasta diez y nueve ó veinte años, y tenía capacidad de hombre nacido en tierra ménos bárbara, de cuya buena disposicion se sirvió Hernan Cortés para introducirle algunas veces en la plática de la religion, y halló en su modo de atender y discurrir un género de propension á lo más seguro, que le puso en esperanzas de reducirle; porque se desagradaba de los sacrificios violentos de su nacion, tenía por vicio la crueldad, y confesaba que no podian ser amigos del género humano los dioses que se aplacaban con la sangre del hombre. Entró en estas conversaciones fray Bartolomé de Olmedo, y hallándole tan dudoso en el error como inclinado á la verdad, le tuvo en pocos dias capaz de recibir el bautismo, cuya funcion se hizo públicamente, y con gran solemnidad, tomando por su eleccion el nombre de don Hernando Cortés en obsequio de su padrino.

Trabajábase ya en la obra de los canales, por donde se comunicaba la laguna con las acequias de la ciudad, y este príncipe dió seis ó siete mil indios, vasallos suyos, para que los hiciesen de mayor latitud y profundidad, se

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