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de salir incierto el tratado, era ya necesario echar de allí al enemigo, y sujetar aquellas cuidades fronterizas ántes que se pusiese mayor cuidado en defenderlas.

Tomó tan de véras el empeño, que formó aquel mismo dia un ejército de hasta trescientos Españoles, con doce ó trece caballos, y más de treinta mil Tlascaltecas, encargando la faccion al maestre de campo Cristóbal de Olid; y andaba tan cerca entonces el disponer del ejecutar, que marchó la mañana siguiente, llevando consigo á los mensajeros, y órden para que se procurase adelantar con recato hasta ponerse cerca de la ciudad; y caso que hubiese algun recelo de trato doble, se abstuviese de atacar la poblacion, y procurase romper ántes á los Mejicanos, llamándolos á la batalla en algun puesto ventajoso.

Iban todos alegres y de buen ánimo; pero á seis leguas de Tepeaca, y casi á la misma distancia de Guacachula, donde hizo alto el ejército, corrió voz de que venía en persona el emperador mejicano á socorer aquellas ciudades con todo el resto de sus fuerzas. Decíanlo así los paisanos sin dar fundamento en el origen de esta noticia; pero los Españoles de Narbaez la creyeron y la multiplicaron sin oir razon, ni atender á las órdenes. Contradecian á rostro descubierto la jornada, protestando que se quedarian, con tanta irreverencia que llegó á enojarse con ellos Cristóbal de Olid, y á despedirlos con desabrimiento, amenazándoles con el enojo de Cortés, porque no les hacía fuerza el deshonor de la retirada. Y al mismo tiempo que trataba de proseguir sin ellos su marcha, se ofreció nuevo accidente, que si no llegó á turbar su constancia, puso en compromiso la resolucion y el acierto de la misma jornada.

Viéronse descender tropas de gente armada por lo alto de las montañas vecinas, que se iban acercando en más que ordinaria diligencia; y le obligaron á poner en órden su gente, creyendo que le buscaban ya los Mejicanos; en que obró lo que debia, que nunca daña á la salud de los ejércitos los excesos del cuidado. Pero algunos caballos que adelantó á tomar lengua, volvieron con aviso de que venía por capitan de aquellas tropas el cacique de Guajocingo, á quien acompañaban otros caciques sus confede

rados con ánimo de asistir á los Españoles en aquella guerra contra los Mejicanos, que tenian ocupada la frontera y amenazados sus domínios. Mandó con esta noticia que hiciesen alto las tropas, y viniesen los caciques á verse con él, eomo lo ejecutaron luego. Pero de lo mismo que al parecer debian alegrarse todos, se levantó segunda voz en el ejército que tomó su principio en las Tlascaltecas, y comprendió brevemente á los Españoles. Decian unos y otros que no era seguro fiarse de aquella gente: que su amistad era fingida, y que la enviaban los Mejicanos para que se declarase por enemiga cuando llegase la ocasion. de la batalla. Oyólos Cristóbal de Olid, y dejándose llevar con poco exámen á la misma sospecha, prendió luégo á los caciques, y los envió á Tepeaca para que determinase Cortés lo que se debia ejecutar: accion atropellada en que aventuró que sucediese alguna turbacion entre los suyos, y los que verdaderamente venian como amigos, pero éstos perseveraron á vista de aquella desconfianza sin moverse del paraje donde se hallaban, dándose por satisfechos de que se remitiese á Cortés el conocimiento de su verdad; y los demás no se atrevieron á inquietarlos, porque dieron cuenta y quedaron obligados á esperar la órden.

Llegaron los presos en breve á la presencia de Cortés, y se quejaron de Cristóbal de Olid en términos razonables, dando á entender que no sentian la mortificacion de sus personas, sino el desaire de su fidelidad. Oyólos benignamente, y haciéndoles quitar las prisiones, procuró satisfacerlos y confiarlos, porque halló en ellos todas las señas que suele traer consigo la verdad para diferenciarse del engaño. Pero entró en dictámen de que ya necesitaba de su asistencia la faccion, porque la desconfianza de aquellas naciones amigas, y las voces que habian corrido en elejército, eran amenazas del intento principal. Dispuso luégo su jornada, y encargando á los ministros de justicia el gobierno y dependencias de la nueva poblacion, partió con los caciques y una pequeña escolta de los suyos, tan diligente y deseoso de facilitar la empresa que llegó en breves horas al ejército. Alentáronse todos con su presencia :

pusiéronse las cosas de otro color: serenóse la tempestad que iba oscureciendo los ánimos: reprendió á Cristóbal de Olid, no el haberle dado noticia de aquella novedad, hallándose tan cerca, sino el haber manifestado sus recelos con la prision de los caciques. Y unidas las fuerzas, marchó sin más detencion la vuelta de Guacachula, ordenando que se adelantasen los mensajeros de aquella ciudad, y diesen aviso á su cacique del paraje donde se hallaba, y de las fuerzas con que venía; no porque necesitase ya de sus ofertas, sino por excusar el empeño de tratar como enemigos á los que deseaba reducir y con

servar

Tenian su alojamiento los Mejicanos de la otra parte de la ciudad; pero al primer aviso de sus centinelas se movieron con tanta celeridad, que al tiempo que llegaron los Españoles á tiro de arcabuz, habian formado su ejército y ocupado el camino con ánimo de medir las fuerzas al abrigo de la plaza. Trabóse con rigurosa determinacion la batalla, y los enemigos empezaron á resistir y ofender con señas de alargar la disputa, cuando el cacique logró la ocasion y desempeñó su fidelidad cerrando con ellos por las espaldas, y ofendiéndolos al mismo tiempo desde la muralla con tan buen órden y tanta resolucion, que facilitó mucho la victoria, y en poco más de media hora fueron totalmente deshechos los Mejicanos, siendo pocos los que pudieron escapar de muertos ó heridos.

Alojóse dentro de la ciudad Hernan Cortés con los Españoles señalando su cuartel fuera de los muros á los Tlascaltecas y demas aliados, cuyo número fué creciendo por instantes, porque á la fama de que se movia su persona, salieron otros caciques de la tierra obediente con sus milicias á servir debajo de su mano; y creció tanto su ejército, que segun su misma relacion, llegó á Guacachula con más de ciento y veinte mil hombres. Dió las gracias al cacique y á los soldados naturales, atribuyéndoles enteramente la gloria del suceso; y ellos se ofrecieron para la empresa de Izucan, no sin presuncion de necesarios por la noticia con que se hallaban de la tierra, y porque ya se podia fiar de su valor. Tenía el enemigo en aquella ciu

dad, como lo avisó el cacique, más de diez mil hombres de guarnicion, sin los que se le arrimarian de la rota pasada. Los paisanos de su poblacion y distrito se hallaban empeñados á todo riesgo en la enemistad de los Españoles. La plaza era fuerte por naturaleza, y por algunas murallas con sus rebellines que cerraban el paso entre las montañas: bañábala un rio, que necesariamente se habia de penetrar, y llegó noticia de que habian roto el puente para disputar la ribera: circunstancias bastantes para que no se despreciase la faccion, ni se dejase de mover todo el ejército.

Iba Cristóbal de Olid en la vanguardia con la gente señalada para el esguazo, en cuya oposicion halló la mayor parte del ejército enemigo; pero se arrojó al agua peleando, y ganó la otra ribera con tanta determinacion y tan arrestado en los avances, que le mataron el caballo y le hirieron en un muslo. Huyeron los enemigos á la ciudad donde pensaron mantenerse, porque habian echado fuera la gente inútil, niños y mujeres, quedándose con más de tres mil paisanos hábiles, y bastimentos de reserva para muchos dias. El aparato de las murallas y el número de los defensores daban con la dificultad en los ojos, y premisas de que sería costoso el asaltɔ; pero apenas acabó de pasar el ejército y se dieron las órdenes de acometer, cuando cesaron los gritos y desapareció por todas partes la guarnicion. Púdose temer alguna estratagema de los que alcanzaba su milicia, si al mismo tiempo no se descubriera la fuga de los Mejicanos, que puestos en desórden iban escapando á la montaña. Envió Cortés en su alcance algunas compañías de Españoles con la mayor parte de los Tlascaltecas; y aunque militaba por los enemigos lo ágrio de la cuesta, se consiguió el romperlos tan ejecutivamente, que apenas se les dió lugar para que volviesen el rostro.

La ciudad estaba tan desamparada, que sólo se pudieron hallar entre los prisioneros tres ó cuarto de los naturales; por cuyo medio trató Hernan Cortés de recoger á los demás, enviándolos á los bosques donde tenian retiradas sus familias, para que de su parte, y en nombre del rey, ofreciesen perdon y buen pasaje á cuantos se volvie

sen luégo á sus casas; cuya diligencia bastó para que se poblase aquel mismo dia la ciudad, volviéndose casi todos á gozar del indulto. Detúvose Cortés en ella dos ó tres dias para que perdiesen el miedo y abrazasen la obediencia con el ejemplo de Guacachula. Despidió al mismo tiempo las tropas de los caciques amigos, partiendo con ellos el despojo de ambas facciones; y se volvió á Tepeaca con sus Españoles y Tlascaltecas, dejando libre de Mejicanos la frontera, obedientes aquellas ciudades que tanto suponian, asegurado con la experiencia el afecto de las naciones amigas, y frustradas las primeras disposiciones del nuevo emperador mejicano.

No quiere Bernal Diaz del Castillo que se hallase Cortés en esta expedicion. Puédese dudar si fué por autorizar la disculpa de haberse quedado en Segura de la Frontera, como lo confiesa pocos renglones ántes, ó si le llevó inadvertidamente la pasion de contradecir en esto, como en todo, á Francisco Lopez de Gomara; porque los demás escritores afirman lo que dejamos referido, y el mismo Hernan Cortés en la carta para el emperador, escrita en treinta de octubre de mil quinientos y veinte, dá los motivos que le obligaron á seguir entonces el ejército.

CAPÍTULO V.

Procura Hernan Cortés adelantar algunas prevenciones de que necesitaba para la empresa de Méjico: hállase casualmente con un socorro de Españoles vuelve á Tlascala y halla muerto á Magiscatzin.

Apénas llegó Hernan Cortés á Tepeaca y á Segura de la Frontera, cuando le avisaron de Tlascala que su grande amigo Magiscatzin quedaba en los últimos plazos de la vida noticia de gran sentimiento suyo; porque le debia una voluntad apasionada, que se habia hecho recíproca y de igual correspondencia con el trato y la obligacion. Pero deseando socorrerle con la mejor prueba de su amistad, despachó luégo al padre fray Bartolomé de Olmedo

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