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votos á que se debia castigar semejante delito con pena de muerte, y fué su padre uno de los que más esforzaron este dictámen, condenando en su hijo la traicion, como juez sin afectos, ó mejor padre de la patria 1.

Pudo tanto en los ánimos de aquellos senadores la constancia pundonorosa del anciano, que se mitigó por su contemplacion el rigor de la sentencia, reduciéndose los votos á ménos sangrienta demostracion. Hiciéronle traer preso al senado, y despues de reprender su atrevimiento con destemplada severidad, le quitaron el baston de general, deponiéndole del ejercicio y prerogativas del cargo, con la ceremonia de arrojarle violentamente por las gradas del tribunal; cuya ignominia le obligó dentro de pocos dias á valerse de Cortés con demostraciones de verdadera reconciliacion; y á instancia suya fué restituido en sus honores y en la gracia de su padre; aunque despues de algunos dias volvió á reverdecer la raiz infecta de su mala intencion, y reincidió en nueva inquietud que le costó la vida como veremos en su lugar. Pudieron ambos lances producir inconvenientes de grande amenaza y dificultoso remedio; pero el de Xicotencal llegó á noticia de Cortés cuando estaba prevenido el daño y castigado el delito, y el de los embajadores mejicanos dejó satisfechos á los ménos confiados, quedando en uno y otro nuevamente acreditada la rara fidelidad de los Tlascaltecas; que vista en una gente de tan limitada policía, y en aquel desabrigo de los medios humanos, llegó á parecer milagrosa, ó por lo ménos se miraba entónces como uno de los efectos en que no se halla razon natural si se busca entre las causas inferiores.

1. Éste es meramente un episodio, de cuya certeza nos es lícito dudar. Pero dado que fuese cierto, nunca debió condenar Solis en el jóven Xicotencal ese noble sentimiento de amor pátrio, que hace su mayor elogio.

CAPÍTULO III

Ejecutase la entrada en la provincia de Tepeaca; y vencidos los rebeldes que aguardaron en campaña con la asistencia de los Mejicanos, se ocupa la ciudad, donde se levanta una fortaleza con el nombre de Segura de la Frontera.

Entretanto que andaba Xicotencal el mozo convocando las milicias de su república, cebado ya en la guerra de Tepeaca, y deseoso entónces de borrar con los excesos de su diligencia las especies de su infidelidad, procuraba Cortés encaminar los ánimos de los suyos al conocimiento de que no se podia excusar el castigo de aquella nacion, poniéndoles delante su rebeldía, la muerte de los Españoles, y cuantos motivos podian hacer á la compasion y llamar á la venganza; pero no todos se ajustaban á que fuese conveniente aquella faccion, en cuyo dictámen sobresalieron los de Narbaez, que á vista de los trabajos padecidos se acordaban con mayor afecto del ocio y de la comodidad, clamando por asistir á las granjerias que dejaron en la isla de Cuba. Tenian por impertinente la guerra de Tepeaca, insistiendo en que se debia retirar el ejército á la Vera-Cruz para solicitar asistencias de Santo Domingo y Jamaica, y volver ménos aventurados á la empresa de Méjico, no porque tuviesen ánimo de perseverar en ella, sino por acercarse con algun color á la lengua del agua para clamar ó resistir con mayor fuerza. Y llegó á tanto su osadía, que hicieron notificar á Hernan Cortés una protesta en forma legal, adornada con algunos motivos de mayor atrevimiento que sustancia, en que andaba el bien público y el servicio del rey, procurando apretar los argumentos del temor y de la flojedad.

Sintió vivamente Cortés que se hubiesen desmesurado á semejante diligencia en tiempo que tenian los enemigos, que asistian en Tepeaca, ocupado el camino de la VeraCruz, y no era posible penetrarlo sin hacer la guerra que rehusaban. Hízolos llamar á su presencia, y necesitó de

toda su reportacion para no destemplarse con ellos; porque la tolerancia ó el disimulo de una injuria propia es dificultad que suele caber en ánimos como el suyo; pero sufrir en un despropósito la injuria de la razou, es en los hombres de juicio la mayor hazaña de la paciencia.

Agradeció como pudo los buenos deseos con que solicitaban la conservacion del ejército; y sin detenerse á ponderar las razones que ocurrian para no faltar al empeño que estaba hecho con los Tlascaltecas, aventurando su amistad, y dejando consentida la traicion de los Tepeaqueses, se valió de motivos proporcionados al discurso de unos hombres á quien hacía poca fuerza lo mejor para cuyo efecto les dijo solamente: «< que teniendo el enemigo >> los pasos estrechos de la montaña, precisamente se >> habia de pelear para salir á lo llano: que ir sólos á >> esta faccion sería perder voluntariamente, ó por lo » ménos aventurar sin disculpa el ejército: que ni era >> practicable pedir socorro á los Tlascaltecas, ni ellos lo » darian para una retirada que se hacía contra su voluntad ; » y que unavez sujeta la provincie rebelde, y asegurado >> el camino, en lo cual asistiria con todas sus fuerzas la república, les ofrecia sobre la fe de su palabra que po» drian retirarse con licencia suya cuantos no se determi»> nasen á seguir sus banderas. >> Con que ios dejó reducidos á servir en aquella guerra, quedando en conocimiento de que no eran á propósito para entrar en mayores empeños; y trató de poner luégo en ejecucion su jornada con que se quietaron por entonces.

>>

Eligió hasta ocho mil Tlascaltecas de buena calidad, divididos en tropas segun su costumbre, con algunos capitanes de los que ya tenía experimentados en el viaje de Méjico. Dejó á cargo de su nuevo amigo Xicotencal que siguiese con el resto de sus milicias; y puesta en órden su gente, se halló con cuatrocientos y veinte soldados españoles, inclusos los capitanes, y diez y siete caballos, armada la mayor parte de picas, espadas y rodelas, algunas ballestas y pocos arcabuces, porque no sobraba la pólvora, cuya falta obligó á que se dejasen los demas en casa de Magiscatzin.

Marchó el ejército con grandes aclamaciones del concurso popular y grande alegría de los mismos soldados tlascaltecas pronósticos de la victoria en que tenian su parte los espíritus de la venganza. Hízose alto aquel dia en el primer lugar de la tierra enemiga, situado tres leguas de Tlascala y cinco de Tepeaca, ciudad capital que dió su nombre á la provincia. Retiróse la poblacion á la primera vista del ejército y sólo dieron alcance los batidores á seis ó siete paisanos que aquella noche hallaron agasajo y seguridad entre los Españoles, no sin alguna repugnancia de los Tlascaltecas, en cuya irritacion tuvieron diferente acogida. Llamólos á la mañana Hernan Cortés, y alentándolos con algunas dádivas los puso á todos en libertad, encargándoles que por el bien de su nacion dijesen de su parte á los caciques y ministros principales de la ciudad: « que venia con aquel ejército á castigar la muerte de >> tantos Españoles como habian perdido alevosamente la >> vida en su distrito, y la traicion calificada con que se >> habian negado á la obediencia de su rey; pero que de» terminándose á tomar las armas contra los Mejicanos, >> para cuyo efecto los asistiria con sus fuerzas y las de » Tlascala, quedaria borrada con un perdon general la » memoria de ambas culpas, y serian restituidos á su >> amistad, excusando los daños de una guerra, cuya >> razon los amenazaba como delincuentes, y los trataria >> como enemigos. >>

Partieron con este mensaje, y al parecer bastantemente asegurados, porque doña Marina y Aguilar añadieron á lo que dictaba Cortés, algunos amigables consejos y seguridades en órden á que podian volver sin recelo, aunque fuese mal admitida la proposicion de la paz. Y asi lo ejecutaron el dia siguiente, acompañándolos en esta funcion dos Mejicanos, que al parecer venian como celadores de la embajada para que no se alterasen los términos de la repulsa, cuya sustancia fué insolente y descomedida : <«< que no querian la paz; ni tardarian mucho en buscar á >> sus enemigos en campaña para volver con ellos mania» tados á las aras de sus dioses. » Á que añadieron otros desprecios y amenazas de hombres que hacian la cuenta

con el número de su ejército. No se dió por satisfecho Hernan Cortés con esta primera diligencia, y los volvió á despachar con nuevo requerimiento que ordenó para su mayor justificacion, en que les protestaba : « que no ad» mitiendo la paz con las condiciones propuestas, serian >> destruidos á fuego y á sangre como traidores á su rey, » y quedarian esclavos de los vencedores, perdiendo ente» ramente la libertad cuantos no perdiesen la vida. » Hízose la notificacion á los enviados con asistencia de los intérpretes, y dispuso que llevasen por escrito una copia del mismo requerimiento, no porque le hubiesen de leer, sino porque al oir de sus mensajeros aquella intimacion de tanta severidad, temiesen algo más de las palabras sin voz que llevaba el papel que como extrañaban tanto en los Españoles el oficio de la pluma, teniendo por sobrenatural que pudiesen hablarse y entenderse desde lejos, quiso darles en los ojos con lo que les hacía ruido en el cuidado; que fué como llamarlos al miedo por el camino de la admiracion.

Pero sirvió de poco este primor, porque fué aún más briosa y más descortés la segunda respuesta; con la cual llegó el aviso de que venía marchando en diligencia más que ordinaria el ejército enemigo, y Hernan Cortés, resuelto á buscarle, ordenó luégo su gente, y la puso en marcha sin detenerse á instruirla ni animarla, porque Españoles estaban diestros en aquel género de batallas, y los Tlascaltecas iban tan deseosos de pelear, que trabajó más la razon en detenerlos.

los

Aguardaban los enemigos mal emboscados entre unos maizales, aunque los produce tan densos y crecidos la fertilidad de aquella tierra, que pudieran lograr el lazo si fuera mayor su advertencia; pero se reconoció desde léjos el bullicio de su natural inquietud: y la noticia de los batidores llegó á tiempo que dadas las órdenes y prevenidas las armas, se consiguió el acercarse á la celada con un género de sosiego que procuraba imitar el descuido.

Dióse principio al combate prolongando los escuadrones, lo que fué necesario para guardar las espaldas; y los Mejicanos que traian la vanguardia, se hallaron acometidos

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