Imatges de pàgina
PDF
EPUB

enemigo para servirse de las armas arrojadizas. Hicieron mayor daño las espadas y las picas, cuidando al mismo tiempo los caballos de romper y desbaratar las tropas que se inclinaban á pasar de la otra banda para sitiar por todas partes el ejército. Ganóse alguna tierra de este primer avance. Los Españoles no daban golpe sin herida, ni herida que necesitase de segundo golpe. Los Tlascaltecas se arrojaban al conflicto con sed rabiosa de la sangre mejicana; y todos tan dueños de su cólera, que mataban con eleccion, buscando primero á los que parecian capitanes; pero los indios peleaban con obstinacion, acudiendo ménos indios que apretados á llenar el puesto de los que morian ; y el mismo estrago de los suyos era nueva dificultad para los Españoles, porque se iba cebando la batalla con gente de refresco. Retirábase al parecer todo el ejército cuando cerraban los caballos, ó salian á la vanguardia las bocas de fuego, y volvia con nuevo impulso á cobrar el terreno perdido moviéndose á una parte y otra la muchedumbre con tanta velocidad, que parecia un mar proceloso de gente la campaña, y no lo dementian los flujos y reflujos.

Peleaba Hernan Cortés á caballo socorriendo con su tropa los mayores aprietos, y llevando en su lanza el terror y el estrago del enemigo; pero le traía sumamente cuidadoso la porfiada resistencia de los indios, porque no era posible que se dejasen de apurar las fuerzas de los suyos en aquel género de contínua operacion; y discurriendo en los partidos que podria tomar para mejorarse ó salir al camino, le socorrió en esta congoja una observacion de las que solia depositar en su cuidado para servirse de ellas en la ocasion. Acordóse de haber oido referir á los Mejicanos que toda la suma de sus batallas consistia en el estandarte real, cuya pérdida ó ganancia decidia sus victorias ó las de sus enemigos; y fiado en lo que se turbaba y descomponia el enemigo al acometer de los caballos, tomó resolucion de hacer un esfuerzo extraordinario para ganar aquella insignia sobresaliente, que ya conocia. Llamó á los capitanes Gonzalo de Sandoval, Pedro de Alvarado, Cristóval de Olid y Alonso Dávila para que le si

guiesen y guardasen las espaldas, con los demas que asistian á su persona; y haciéndoles una breve advertencia de lo que debian obrar para conseguir el intento, embistieron á poco más de media rienda por la parte que parecia más flaca ó ménos distante del centro. Retiráronse los indios, temiendo como solian, el choque de los caballos; y ántes que se cobrasen al segundo movimiento, se arrojaron á la multitud confusa y desordenada con tanto ardimiento y desembarazo, que rompiendo y atropellando escuadrones enteros, pudieron llegar sin detenerse al paraje donde asistia el estandarte del imperio con todos los nobles de su guardia; y entretanto que los capitanes se desembarazaban de aquella numerosa comitiva, dió de los pies á su caballo Hernan Cortés, y cerró con el capitan general de los Mejicanos, que al primer bote de su lanza cayó mal herido por la otra parte de las andas. Habíanle ya desamparado los suyos; y hallándose cerca un soldado particular que se llamaba Juan de Salamanca, saltó de su caballo y le acabó de quitar la poca vida que le quedaba con el estandarte que puso luego en manos de Cortés. Era este soldado persona de calidad, y por haber perfeccionado entonces la hazaña de su capitan, le hizo algunas mercedes el emperador, y quedó por timbre de sus armas el penacho de que se coronaba el estandarte 1.

1. Casi todos los historiadores de la conquista de Nueva España, incluso Mr. Robertson, escriben que el mismo Hernan Cortés derribó de un bote de lanza al general de los Mejicanos, y que un soldado de aquél se apoderó del estandarte del imperio. En esta parte se desvian demasiado de lo que el mismo Cortés escribió á Cárlos V; sin que podamos adivinar porqué Robertson no le siguió esta vez, como lo hace constantemente en lo respectivo á la exactitud de los hechos; puesto que lo hallaba escrito por el que más interés podia,tener en atribuir el buen éxito de una batalla tan importante como la de Otumba, á una hazaña personal que de tal manera podia realzar su fama. Pero Cortés nada dice respecto de sí propio; y las palabras con que señala el motivo de haberse alcanzado la victoria, son tan claras y precisas que no dejan lugar á gratuitas interpretaciones. Duró la batalla (dice) mucha parte del dia, hasta que quiso Dios que murió una persona de ellos, que debia ser tan principal, que con su muerte cesó toda aquella guerra. Al referir esta batalla Hernan Cortés, nó dice cuál era el nú

:

Apenas le vieron aquellos bárbaros en poder de los Españoles, cuando abatieron las demás insignias, y arrojando las armas, se declaró por todas partes la fuga del ejército. Corrieron despavoridos á guarecerse de los bosques y maizales cubriéronse de tropas amedrentadas los montes vecinos, y en breve rato quedó por los Españoles la campaña. Siguióse la victoria con todo el rigor de la guerra, y se hizo sangriento destrozo en los fugitivos. Importaba deshacerlos para que no se volviesen á juntar ; y mandaba la irritacion lo que aconsejaba la conveniencia. Hubo algunos heridos entre los de Cortés, de los cuales murieron en Tlascala dos ó tres Españoles; y el mismo Cortés salió con un golpe de piedra en la cabeza tan violento, que abollando las armas le rompió la primera túnica del cerebro, y fué mayor el daño de la contusion. Dejóse á los soldados el despojo, y fué considerable ; porque los Mejicanos venian prevenidos de galas y joyas para el triunfo. Dice la historia que murieran veinte mil en esta batalla siempre se habla por mayor en semejantes casos; y quien se persuadiere á que pasaba de doscientos mil hombres el ejército vencido, hallará ménos disonancia en la desproporcion del primer número 1.

Todos los escritores nuestros y extraños, refieren esta victoria como una de las mayores que se consiguieron en

mero de combatientes mejicanos, pero supone ser crecidísimo, valiéndose de esta frase hiperbólica ninguna cosa de los campos, que se podian ver, habia de ellos vacía. Faltan palabras para encarecer el valor y sufrimiento de aquel puñado de héroes que fugitivos y acosados por todas partes y experimentando continuas pérdidas, tuvieron el denuedo y coraje suficientes para escarmentar en el valle de Otumba la osadia de los Mejicanos, sin embargo de que, segun escribe el mismo Cortés, los Españoles iban muy cansados, y casi todos heridos, y desmayados de hambre. Los extrangeros tan dispuestos á encarecer los actos de barbarie de que acusan á los vencedores de cien y cien combates, no han encarecido en la misma proporcion el indomable valor y constancia á toda prueba de que se hallaban animados en medio de las más espantosas privaciones.

1. Solis copia aquí lo que halló escrito en Herrera sobre el número y mortandad del ejército mejicano. Bernal Diaz nada dice de lo primero ni de lo segundo; solamente afirma que en ninguna batalla se vió tal multitud de indios reunidos.

las dos Américas. Y si fuese cierto que peleó Santiago en el aire por sus Españoles, como lo afirman algunos prisioneros, quedará más creible ó ménos encarecido el estrago de aquella gente; aunque no era necesario recurrir al milagro visible donde se conoció con tantas evidencias la mano de Dios; á cuyo poder se deben siempre atribuir, con especial consideracion, los sucesos de las armas: pues se hizo aclamar señor de los ejércitos para que supiesen los hombres que sólo deben esperar y reconocer de su altísima disposicion las victorias, sin hacer caso de las mayores fuerzas : porque algunas veces castiga la sinrazon asistiendo á los ménos poderosos; ni fiarse de la mejor causa, porque otras veces corrige á los que favorece, fiando el azote de la mano aborrecida.

LIBRO QUINTO

CAPÍTULO PRIMERO

Entra el ejército en los términos de Tlascala, y alojado en Gualipar visitan á Cortés los caciques y senadores: celébrase con fiestas públicas la entrada en la ciudad, y se halla el afecto de aquella gente asegurado con nuevas experiencias.

Recogió Hernan Cortés su gente que andaba divertida en el pillage volvieron á ocupar su puesto los soldados, y se prosiguió la marcha, no sin algun recelo de que se volviese á juntar el enemigo, porque todavía se dejaban reconocer algunas tropas en lo alto de las montañas; pero no siendo posible salir aquel dia de los confines mejicanos, á tiempo que instaba la necesidad de socorrer á los heridos, se ocuparon unas caserías de corta ó ninguna poblacion, donde se pasó la noche como en alojamiento poco seguro, y al amanecer se halló el camino sin alguna oposicion, despojados ya y libres de asechanzas los llanos convecinos, aunque duraban las señas de que se iba pisando tierra enemiga en aquellos gritos y amenazas distantes que despedian á los que no pudieron detener.

Descubriéronse á breve rato, y se penetraron poco despues los términos de Tlascala, conocídos hasta hoy por los fragmentos de aquella insigne muralla que fabricaron sus antiguos moradores para defender las fronteras de su dominio, atando las eminencias del contorno por todos los parajes donde se descuidaba lo inaccesible de las sierras. Celebróse la entrada en el distrito de la república con aclamaciones de todo el ejército. Los Tlascaltecas se arrojaron á besar la tierra como hijos desalados al regazo

« AnteriorContinua »