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todos los capitanes en que sólo era posible, ó ménos aventurada la resolucion de adelantar la marcha, sin más detencion que la que fuese necesaria para dejar algunas horas al descanso de la gente, y quedó resuelta para la media noche, conformándose Cortés con su mismo dictámen, y tratándole como ageno: primor de que solia valerse para excusar disputas, cuando instaba la resolucion, y de que sólo pueden usar los que saben el arte de preguntar decidiendo, que se consigue con no dejar que discurrir preguntando.

CAPÍTULO XX

Continúan su retirada los Españoles, padeciendo en ella grandes trabajos y dificultades, hasta que llegando al valle de Otumba, queda vencido y deshecho en batalla campal todo el poder mejicano.

Poco ántes de la hora señalada se convocó la gente que dormia cuidadosa, y despertó sin dificultad. Dióse á un tiempo la órden y la razon de la órden, con que se dispusieron todos á la marcha, conociendo el acierto y alabando la resolucion. Mandó Hernan Cortés que se dejasen cebados los fuegos para deslumbrar al enemigo de aquel movimiento; y encargando á Diego de Ordaz la vanguardia con guias de satisfaccion, puso la fuerza principal en la retaguardia, y se quedó en ella por hallarse más cerca del peligro, y afianzar, con su cuidado la seguridad los que iban delante. Partieron con el recato conveniente, y orl denando á las guias que se apartasen del camino reapara volverle á cobrar con el dia, marcharon poco más de media legua, sin que dejase de perseverar en la vigilancia de los oidos el silencio de la noche.

Pero al entrar en tierra más quebrada y montuosa, dieron los batidores en una celada que no supieron encubrir los mismos que procuraban ocultarse, porque avisaron del riesgo anticipadamente las voces y las piedras. Bajaban de los montes y salian de la maleza diversas tropas de in

dios que acometian desunídamente por los costados; y aunque no eran de tanto grueso que obligasen á detener la marcha fué necesario caminar desviando los enemigos que se acercaban, romper diferentes emboscadas, y disputar algunos pasos estrechos. Temióse al principio segunda invasion del ejército que se dejaba de la otra parte del adoratorio; y algunos de nuestros escritores refieren esta faccion como alcance de aquellos mejicanos; pero no fueron conforme á su estilo de pelear estos acometimientos interpolados y desunidos, ni caben con lo que obraron despues: y en nuestro sentir eran las milicias de aquellos lugares cercanos que de órden anterior salian á cortar la marcha ocupando las quiebras del camino; porque si los Mejicanos hubieran descubierto la retirada, vinieran de tropel, como solian, entráran al ataque por la retaguardia, y no se hubieran dividido en tropas menores para convertir la guerra en hostilidad.

Con este género de contradiccion, de ménos peligro que molestia, caminó dos leguas el ejército, y poco antes de amanecer se hizo alto en otro adoratorio ménos capaz y ménos eminente que el pasado; pero bastante para reconocer la campaña y medir con el número de los enemigos la resolucion que pareciese de mayor seguridad. Descubrióse con el dia la calidad y desunion de aquellos indios ; y hallándose reducido á correrías de paisanos, lo que se llegó á recelar como nueva carga del ejército enemigo, se volvió á la marcha sin más detencion, con ánimo de adelantarla cuanto fuese posible para evitar ó hacer más dificultoso el alcance de los Mejicanos.

Duraron los indios en la importunacion de sus gritos, siguiendo desde lejos como perros amedrentados que ponian la cólera en el latido, hasta que dos leguas más adelante se descubrió un lugar en paraje oportuno, y al parecer de considerable poblacion. Eligiólo Cortés para su alojamiento, y dió las órdenes para que se ocupase por fuerza si no bastase la suavidad; pero se halló desamparado totalmente de sus habitantes, y con algunos bastimentos que no pudieron retirar, tan necesarios entonces como el descanso para la restauracion de las fuerzas.

Aquí se detuvo el ejército un dia, y algunos dicen que fueron dos, porque no permitió mayor diligencia el estado en que se hallaban los heridos. Hiciéronse despues otras dos marchas, entrando en terreno de mayor aspereza y esterilidad, todavía fuera del camino, y con alguna incertidumbre del acierto en los que guiaban. No se halló cubierto donde pasar la noche; ni cesaba la persecucion de aquellos indios, que anduvieron siempre á la vista, si ya no fueron otros que iban saliendo con la primera órden á correr su distrito. Pero sobre todo se dejó sentir en aquellos tránsitos el hambre y la sed, que llegó á términos de congoja y desaliento. Animábanse unos á otros los soldados y los capitanes, y hacía sus esfuerzos la paciencia, como ambiciosa de parecer valor. Llegáronse á comer las yerbas y raíces del campo, sin atender al recelo de que fuesen vene nosas; aunque los más advertidos gobernaban su eleccion por el conocimiento de los Tlascaltecas. Murió uno de los caballos heridos, y se olvidó, con alegre facilidad, la falta que hacía en el ejército, porque se repartió como regalo particular entre los más necesitados, y éstos celebraron la fiesta convidando á sus amigos: banquete sazonado entonces, en que cedieron á la necesidad los escrúpulos del apetito.

Terminaron estas dos marchas en un lugar pequeño, cuyos vecinos franquearon la entrada sin retirarse como los demás, ni dejar de asistir con agrado y solicitud á cuanto se les ordenaba: puntualidad y agasajo que fué nuevo ardid de los Mejicanos para que sus enemigos se acercasen ménos cuidadosos al lazo que tenian prevenido. Manifestaron sin violencia los víveres de su provision y trajeron de otros lugares cercanos lo que bastó para que se olvidase lo padecido. Por la mañana se dispuso el ejército para subir la cuesta que por la otra parte declina en el valle de Otumba, donde se habia de caer necesariamente para tomar el camino de Tlascala. Reconocióse novedad en los indios que venian siguiendo la marcha, porque sus gritos y sus irrisiones tenian más de contento que de indignacion. Reparó doña Marina en que decian muchas veces : << andad, tiranos, que presto llegaréis donde perezcáis. »

Y dieron que discurrir estas voces, porque se repetian mucho para no tener algun motivo particular. Hubo quien llegase á dudar si aquellos indios, confinantes ya con los términos de Tlascala, festejarian el peligro á que iban encaminados los Españoles, con noticia de que hubiese alguna mudanza en la fidelidad ó en el afecto de aquella nacion; pero Hernan Cortés y los de mejor conocimiento, miraron esta novedad como indicio de alguna celada vecina, porque no faltaban experiencias de la sencillez ó facilidad con que solian publicar lo mismo que procuraban encubrir.

Ibase continuando la marcha, prevenidos ya y dispuestos los ánimos para entrar en nueva ocasion, cuando volvieron los batidores con noticia de que tenian ocupado los enemigos todo el valle que se descubria desde la cumbre, cerrando el camino que se buscaba con formidable número de guerreros. Era el ejército mismo de los Mejicanos, que se dejó en el paraje del primer adoratorio, reforzado con nuevas tropas y nuevos capitanes. Reconocieron por la mañana segun la presuncion que se ajusta más con las circunstancias del suceso, la retirada intempestiva de los Españoles, y aunque no desconfiaron de conseguir el alcance, temieron advertidamente, con la experiencia de aquella noche, que no sería posible acabar con ellos ántes de salir á tierra de Tlascala, si se iban asegurando en los puestos ventajosos de la montaña y despacharon á Méjico para que se tomase con mayores véras lo que tanto importaba, cuya proposicion fué tan bien admitida en la ciudad, que partió luego toda la nobleza con el resto de las milicias que tenian convocadas á incorporarse con su ejército; y en el breve plazo de tres ó cuatro dias se dividieron por caminos diferentes, marchando al abrigo de los montes con tanta celeridad, que se adelantaron á los Españoles y ocuparon el llano de Otumba campaña espaciosa donde podian pelear sin embarazarse y esperar encubiertos notables advertencias en lo discurrido, y rara ejecucion de lo resuelto, que uno y otro se pudiera envidiar en cabos de mayor experiencia, y en gente de ménos bárbara disciplina.

No se llegó á recelar entónces que fuesen los Mejicanos, ántes se iba creyendo al subir la cuesta que se habrian juntado aquellas tropas que andaban esparcidas para defender algun paso con la inconstancia y flojedad que solian, pero al vencer la cumbre se descubrió un ejército poderoso de ménos confusa ordenanza que los pasados, cuya frente llenaba todo el espacio del valle, pasando el fondo los términos de la vista: último esfuerzo del poder mejicano, que se componia de varias naciones, como lo denotaban la diversidad y separacion de insignias y colores. Dejábase conocer en el centro de la multitud el capitan general del imperio en unas andas vistosamente adornadas, que sobre los hombros de los suyos le mantenian superior á todos, para que se temiese al obeceder sus órdenes la presencia de los ojos. Traía levantado sobre la cuja el estandarte real, que no se fiaba de otra mano, y solamente se podia sacar en las ocasiones de mayor empeño su forma una red de oro macizo pendiente de una pica, y en el remate muchas plumas de varios tintes, que uno y otro contendria su misterio de superioridad sobre los otros geroglíficos de las insignias menores: vistosa confusion de armas y penachos en que tenian su hermosura los horrores.

Reconocída por todo el ejército la nueva dificultad á que debian preparar el ánimo y las fuerzas, volvió Hernan Cortés á examinar los semblantes de los suyos, con aquel brio natural que hablaba sin voz á los corazones; y hallándolos más cerca de la ira que de la turbacion, « llegó >> el caso, dijo, de morir ó vencer la causa de nuestro » Dios milita por nosotros. » Y no pudo proseguir, porque los mismos soldados le interrumpieron clamando por la órden de acometer, con que sólo se detuvo en prevenirlos de algunas advertencias que pedia la ocasion; y apellidando, como solia, unas veces á Santiago y otras á san Pedro, avanzó prolongada la frente del escuadron para que fuese unido el cuerpo del ejército con las alas de la caballería, que iba señalada para defender los costados y asegurar las espaldas. Dióse tan á tiempo la primera carga de arcabuces y ballestas, que apénas tuvo lugar el

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