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tría con que dispusieron su faccion, y observaron con vigilante disimulacion el movimiento de sus enemigos. Juntaron y distribuyeron sin rumor la multitud inmanejable de sus tropas sirviéronse de la obscuridad y del silencio para lograr el intento de acercarse sin ser descubiertos. Cubrióse de canoas armadas el ámbito de la laguna, que venian por los dos costados sobre la calzada; entrando al combate con tanto sosiego y desembarazo, que se oyeron sus gritos y el estruendo belicoso de sus caracoles, casi al mismo tiempo que se dejaron sentir los golpes de sus flechas.

Pereciera sin duda todo el ejército de Cortés, si hubieran guardado los indios en el pelear la buena ordenanza que observaron al acometer; pero estaba en ellos violenta la moderacion; y al empezar la cólera cesó la obediencia, y prevaleció la costumbre, cargando de tropel sobre la parte donde reconocieron el bulto del ejército, tan oprimidos unos de otros, que se hacian pedazos las canoas, chocando en la calzada; y era segundo peligro de las que se acercaban, el impulso de las que procuraban adelantarse. Hicieron sangriento destrozo los Españoles en aquella gente desnuda y desordenada, pero no bastaban las fuerzas al contínuo ejercicio de las espadas y los chuzos; y á breve rato se hallaron tambien acometidos por la frente, y llegó el caso de volver las caras á lo más ejecutivo del combate, porque los indios que se hallaban distantes, ó los que no pudieron sufrir la pereza de los remos, se arrojaron al agua, y sirviéndose de su agilidad y de sus armas, treparon sobre la calzada en tanto número, que no quedaron capaces de mover las armas; cuyo nuevo sobresalto tuvo en aquella ocasion circunstancias de socorro, porque fueron fáciles de romper; y muriendo casi todos, bastaron sus cuerpos á cegar el canal, sin que fuese necesario otra dilígencia que irlos arrojando en él para que sirviesen de puente al ejército. Asi lo refieren algunos escritores, aunque otros dicen que se halló dichosamente una viga de bastante latitud que dejaron sin romper en la segunda puente, por la cual pasó desfilada la gente, llevando por el agua los caballos al arbitrio de la rienda. Como quiera

que sucediese, que no son fáciles de concordar estas noticias, ni todas merecen reflexion, la dificultad de aquel paso inexcusable se venció mediando la industria ó la felicidad: la vanguardia prosiguió su marcha, sin detenerse mucho en el último canal, porque se debió á la vecindad de la tierra la disminucion de las aguas, y se pudo esguazar fácilmente lo que restaba del lago: teniéndose á dicha particular, que los enemigos, de tanta gente como les sobraba, no hubiesen echado alguna de la otra parte; porque fuera entrar en nueva y más peligrosa disputa los que iban saliendo á la ribera, fatigados y heridos, con el agua. sobre la cintura; pero no cupo en su advertencia esta prevencion, ni al parecer descubrieron la marcha; ó sería lo más cierto, que no se hizo lugar entre su confusion y desórden el intento de impedirla.

Pasó Hernan Cortés con el primer trozo de su gente; y ordenándo sin detenerse á Juan de Xaramillo que cuidase de ponerla en escuadron como fuese llegando, volvió á la calzada con los capitanes Gonzalo de Sandoval, Cristóbal de Olid, Alonso Dávila, Francisco de Morla y Gonzalo Dominguez. Entró en el combate animando á los que peleaban, no ménos con su presencia que con su ejemplo: reforzó su tropa con los soldados que parecieron bastantes para detener al enemigo por las dos avenidas, y entretanto mandó que se retirase lo interior de las hileras, haciendo echar al agua la artillería para desembarazar el paso, y dar corriente á la marcha. Fué mucho lo que obró su valor en este conflicto; pero mucho más lo que padeció su espíritu, porque le traia el aire á los oidos envueltas en el horror de la obscuridad, las voces de los Españoles, que llamaban á Dios en el último trance de la vida: cuyos lamentos, confusamente mezclados con los gritos y amenazas de los indios, le traian al corazon otra batalla entre los incentivos de la ira y los afectos de la piedad.

Sonaban estas voces lastimosas á la parte de la ciudad, donde no era posible acudir, porque los enemigos que andaban en la laguna, cuidaron de romper el puente levadizo ántes que acabase de pasar la retaguardia, donde fué mayor el fracaso de los Españoles, porque cerró con

ellos el principal grueso de los Mejicanos, obligándoles á que se retirasen á la calzada, y haciendo pedazos á los ménos diligentes, que por la mayor parte fueron de los que faltaron á su obligacion, y rehusaron entrar en la batalla por guardar el oro que sacaron del cuartel. Murieron estos ignominiosamente, abrazados con el peso miserable que los hizo cobardes en la ocasion, y tardos en la fuga. Destruyeron su opinion, y dañaron injustamente al crédito de la faccion, porque se pusieron en el cómputo de los muertos, como si hubieran vendido á mejor precio la vida; de buena razon, no se habian de contar los cobardes en el número de los vencidos.

y

Retiróse finalmente Cortés con los últimos que pudo recoger de la retaguardia, y al tiempo que iba penetrando, con poca ó ninguna oposicion, el segundo espacio de la calzada, llegó á incorporarse con él Pedro de Alvarado, que debió la vida poco menos que á un milagro de su es píritu y su actividad porque hallándose combatido por todas partes, muerto el caballo, y con uno de los canales por la frente, fijó su lanza en el fondo de la laguna, y saltó con ella de la otra parte, ganando elevacion con el impulso de los pies, y librando el cuerpo sobre la fuerza de los brazos maravilloso atrevimiento, que se miraba despues como novedad monstruosa, ó fuera del curso natural; y el mismo Alvarado, considerando la distancia y el suceso, hallaba diferencia entre lo hecho y lo factible. No quiso acomodarse Bernal Diaz del Castillo á que dejase de ser fingido este salto; ántes le impugnó en su historia, no sin alguna demasía, porque lo deja y vuelve á repetir con desconfianza de hombre que temió ser engañado entónces, ó que alguna vez se arrepintió de haber creido con facilidad. Y en nuestro sentir es ménos tolerable que Pedro de Alvarado se pusiese á fingir en aquella coyuntura una hazaña, sin proporcion ni probabilidad, que cuando se creyese, dejaba más encarecida su ligereza que acreditado su valor. Referimos lo que afirmaron y creyeron los demás escritores, y lo que autorizó la fama, dando á conocer aquel sitio por el nombre del Salto de Alvarado, sin hallar gran disonancia en confesar que pudieron con

currir en este caso, como en otros, lo verdadero y lo inverosímil; y á vista del aprieto en que se halló Pedro de Alvarado, se nos figura ménos digno de admiracion el suceso, teniéndole no tanto por raro contingente, negado á la humana diligencia, como por un esfuerzo extraordinario de la última necesidad.

CAPÍTULO XIX

Marcha Hernan Cortés la vuelta de Tlascala: siguenle algunas tropas de los lugares vecinos, hasta que uniéndose con los Mejicanos acometen al ejército, y le obligan á tomar el abrigo de un adoratorio.

Acabó de salir el ejército á tierra con la primera luz del dia, y se hizo alto cerca de Tácuba; no sin recelos de aquella poblacion numerosa y parcial de los Mejicanos; pero se tuvo atencion á no desamparar luégo la cercanía de la laguna, por dar algun tiempo á los que pudiesen escapar de la batalla; y fué bien discurrida esta detencion, porque se logró el recoger algunos Españoles y Tlascaltecas que mediante su valor ó su diligencia, salieron nadando á la ribera, ó tuvieron suerte de poderse ocultar en los maizales del contorno.

Dieron éstos noticia de que se habia perdido totalmente la última porcion de la retaguardia, y puesta en escuadron la gente, se halló que faltaban del ejército casi doscientos Españoles, más de mil Tlascaltecas; cuarenta y seis caballos, y todos los prisioneros mejicanos, que sin poderse dar á conocer en la turbacion de la noche, fueron tratados como enemigos por los mismos de su nacion1. Estaba la gente quebrantada y recelosa, disminuido el

1. Dice Cortés en sus relaciones, que en el paso de la calzada murieron 500 Españoles, 45 yeguas y caballos, y más de 2000 Tlascaltecas. No hace mencion de la total pérdida que sufrió en ese y los demas combates hasta llegar á la provincia de Tlascala; pero Bernal Diaz la hace subir en todos esos encuentros á 800 Españoles.

ejército, y sin artillería, pendiente la ocasion, y apartado el término de la retirada; y sobre tantos motivos de sentimiento, se miraba como infelicidad de mayor peso la falta de algunos cabos principales, en cuyon número fueron los mas señalados Amador de Lariz, Francisco de Morla y Francisco de Saucedo, que perdieron la vida cumpliendo á toda costa con sus obligaciones. Murió tambien Juan Velázquez de Leon, que se retiraba en lo último de la retaguardia, y cedió á la muchedumbre, durante en el valor hasta el último aliento: pérdida que fué de general sentimiento, porque le respetaban todos como á la segunda persona del ejército. Era capitan de grande utilidad, no ménos para el consejo, que para las ejecuciones; de austera condicion y contínuas véras, pero sín desagrado ni prolijidad; apasionado siempre de lo mejor, y de ánimo tan ingénuo, que se apartó de su pariente Diego Válaz-. quez, porque le vió descaminado en sus dictámenes, y siguió á Cortés, porque iba en su bando la razon. Murió con opinion de hombre necesario en aquella conquista y dejó su muerte igual ejercicio á la memoria que al de

seo.

Descansaba Hernan Cortés sobre una piedra, entretanto que sus capitanes atendian á la formacion de la marcha, tan rendido á la fatiga interior, que necesitó más que nunca de si, para medir con la ocasion el sentimiento: procuraba socorrerse de su constancia, y pedia treguas á la consideracion; pero al mismo tiempo que daba las órdenes y animaba la gente con mayor espíritu y resolucion, prorumpieron sus ojos en lágrimas, que no pudo encubrir á los que le asistian: flaqueza varonil, que por ser en causa comun, dejaba sin ofensa la parte irascible del corazon. Sería digno espectáculo de grande admiracion, verle afligido sin faltar á la entereza del aliento y bañado el rostro en lágrimas sin perder el semblante de vencedor.

Preguntó por el astrólogo, bien fuese para indignarse con él, por la parte que tuvo en apresurar la marcha, ó para seguir la disimulacion, burlándose de su ciencia; y se averiguó que habia muerto en el primer asalto de la

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