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patria, creyendo acabar la guerra con su muerte : y era el concierto de los dos precipitarse á un tiempo del pre til por la parte donde faltaban las gradas, llevándose consigo á Cortés. Anduvieron juntos buscando la ocasion, y apénas le vieron cerca del precipicio, cuando arrojaron las armas para poderse acercar como fugitivos que iban á rendirse. Llegaron á el con la rodilla en tierra, en ademan de pedir misericordia; y sin perder tiempo se dejaron caer del pretil con la presa en las manos, haciendo mayor violencia del impulso con la fuerza natural de su mismo peso. Arrojólos de sí Hernan Cortés, no sin alguna dificultad, y quedó con ménos enojo que admiracion, reconociendo su peligro en la muerte de los agresores, y sin desagradarse del atrevimiento por la parte que tuvo de hazaña.

Hubo algunas circunstancias en esta faccion del adoratorio que la hicieron posible á ménos costa. Turbáronse los indios al verse acometer de mayor número, y del mismo capitan á quien tenian por invencible. Anduvieron más acelerados que diligentes en la defensa de las gradas; y las vigas que arrojaban de lo alto atravesadas, en cuyo golpe consistia su mayor defensa, se observó que bajaron de punta, con que pasaban sin ofender : accidente que pareció muy repetido para casual; y algunos le refieren como una de las maravillas que obró en aquella conquista la divina Providencia. Pudo ser culpa de su turbacion el arrojarlas ménos advertidamente; pero es cierto que facilitó el último asalto esta novedad, y á vista de tanto como hubo que atribuir á Dios en esta guerra, no sería mucho exceso equivocar alguna vez lo admirable con lo milagroso.

Hizo Hernan Cortés que se transportasen luégo á su cuartel los víveres que tenian almacenados en las oficinas del adoratorio, cantidad considerable, y socorro necesario en aquella ocasion. Mandó que se pusiese fuego al mismo adoratorio, y que se diesen á la ruina y al incendio las torres, y algunas casas interpuestas que podian embarazar para que su artillería mandase la eminencia. Cometió este cuidado á los Tlascaltecas, que lo pusieron luego en ejecu

cion; y volviendo los ojos al empeño en que se hallaba su gente, reconoció que habia cargado la mayor fuerza del enemigo á la calle de Tácuba, poniendo en conflicto á los que cuidaban de aquella principal avenida. Cobró luégo su caballo, y afianzó la rienda en el brazo herido. Tomó una lanza y partió al socorro haciendo que le siguiesen los demas caballos, y Escobar con la gente de su cargo. Pasaron los caballos delante, cuyo choque rompió la multitud enemiga, hiriendo y atropellando á todas partes sin perder golpe, ni olvidar la defensa. Fué sangriento el combate, porque los indios que se iban quedando atrás, por apartarse de los caballos, daban medio vencidos en la infantería, que trabajaba poco en acabarlos de vencer. Pero Hernan Cortés, no sin alguna inconsideracion, se adelantó á todos los de su tropa, dejándose lisonjear más que debiera de sus mismas hazañas, y cuandó volvió sobre sí, no se pudo retirar, porque le venía cargando todo el tropel de los fugitivos, hecha ya peligro de su vida la victoria de los suyos.

Resolvióse á tomar otra calle, creyendo hallar en ella ménos oposicion, y á pocos pasos encontró una partida numerosa de indios mal ordenados que llevaban preso á su grande amigo Andrés de Duero, porque dió en sus manos cayendo su caballo; y le valió para que no le hiriesen el ir destinado al sacrificio. Embistió con ellos animosamente, y atropellando la escolta, puso en confusion á los demas, con que pudo el preso desembarazarse de los que le oprimian para servirse de un puñal que le dejaron por descuido cuando le desarmaron. Hízose lugar con muerte de algunos, hasta cobrar su lanza y su caballo; y unidos los dos amigos, pasaron la calle á galope largo, rompiendo por las tropas enemigas hasta llegar á incorporarse con los suyos. Celebró este socorro Hernan Cortés como una de sus mayores felicidades: vínosele á las manos la ocasion cuando se hallaba dudoso de la propia salud; pero le ayudaba tanto la fortuna tomada en su real y católica significacion, que hasta sus mismas inadvertencias le producian sucesos oportunos.

Ibase ya retirando por todas partes el enemigo, y no

pareció conveniente pasar á mayor empeño, porque no era posible seguir el alcance sin desabrigar el cuartel. Hizose la seña de recoger; y aunque volvió fatigada la gente del largo combate, fué sin otra pérdida que la de algunos heridos: cuya felicidad dió nueva sazon al descanso, enjugando brevemente la victoria el sudor de la batalla. Quemáronse muchas casas este dia, y murieron tantos mejicanos, que á vista de su castigo se pudo esperar su escarmiento. Algunos refieren esta salida entre las que se hicieron ántes que muriese Motezuma; pero fué despues segun la relacion del mismo Hernan Cortés, á quien seguimos sin mayor exámen, por no ser éste de los casos en que importa mucho la graducion de los sucesos. Debióse principalmente á su valor el asalto del adoratorio, porque hizo superable con su resolucion y con su ejemplo la dificultad en que vacilaban los suyos. Olvidóse dos veces este dia de lo que importaba su persona, entrando en los peligros ménos considerado que valiente : excesos del corazon, que áun sucediendo bien, merecen admiracion sin alabanza.

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Hicieron tanto aprecio los Mejicanos de este asalto del adoratorio, que le pintaron como acaecimiento memorable, y se hallaron despues algunos lienzos que contenian toda la faccion, el acometimiento de las gradas, el combate del atrio; y daban últimamente ganado el puesto á sus enemigos, sin perdonar el incendio y la ruina de los torreones, ni atreverse á torcer lo sustancial del suceso por ser estas pinturas sus historias, cuya fé veneraban, teniendo por delito el engaño de la posteridad. Pero se hizo justo reparo en que no les faltase malicia para fingir algunos adminículos que miraban al crédito de su nacion. Pintaron muchos Españoles muertos, despeñados y heridos; cargando la mano en el destrozo que no hicieron sus armas, y dejando al parecer colorida la pérdida con la circunstancia de costosa falta de puntualidad en que no pudieron negar la profesion de historiadores, entre los cuales viene á ser vicio como familiar este género de cuidado con que se refieren los sucesos, torciendo sus circunstancias hácía la inclinacion que gobierna la pluma; tanto,

que son raras las historias en que no se conozca por lo escrito la patria ó el afecto del escritor.

CAPÍTULO XVII

Proponen los Mejicanos la paz con ánimo de sitiar por hambre á los Españoles conócese la intencion del tratado junta Hernan Cortés sus capitanes, y se resuelve salir de Méjico aquella misma noche.

El dia siguiente hicieron llamada los Mejicanos, y fueron admitidos no sin esperanza de algun acuerdo conveniente. Salió Hernan Cortés á escucharlos desde la muralla; y acercándose algunos de los nobles con poco séquito, le propusieron de parte del nuevo emperador: « que tratase >> de marchar luego con su ejército á la marina, donde le » aguardaban sus grandes canoas, y cesaria la guerra por >> el tiempo de que necesitase para disponer su jornada. >> Pero que no determinándose á tomar luego esta resolu>> cion, tuviese por cierto que se perderian él y todos los >> suyos irremediablemente, porque ya tenian experiencia » de que no eran inmortales; y cuando les costase veinte >> mil hombres cada Español que muriese, les sobraria mu>> cha gente para cantar la última victoria. » Respondióles Hernan Cortés : « que sus Españoles nunca presumieron » de inmortales, sino de valerosos y esforzados sobre todos >> los mortales; y tan superiores á los de su nacion, que >> sin más fuerzas ni mayor número de gente le bastaba el » ánimo á destruir no solamente la ciudad, sino todo el >> imperio mejicano. Pero que doliéndose de lo que habia ›› padecido por su obstinacion, y hallándose ya sin el mo>> tivo de su embajada, muerto el gran Motezuma, cuya >> benignidad y atenciones le detenian, estaba resuelto á >> retirarse, y lo ejecutaria sin dilacion, asentándose de » una parte y otra los pactos que fuesen convenientes para » la disposicion de su viaje. » Dieron á entender los Mejicanos que volvian satisfechos y bien despachados; y á la

verdad llevaron la respuesta que deseaban, aunque tenía su malignidad oculta la proposicion.

Habíanse juntado los ministros del nuevo gobierno para discurrir en presencia de su rey sobre los puntos de la guerra. Y despues de varias conferencias resolvieron que para evitar el daño grande que recibian de las armas españolas, la mortandad lastimosa de su gente y la ruina de la ciudad, sería conveniente sitiarlos por hambre, no porque diesen el caso de aguardar á que se rindiesen, sino por enflaquecerlos y embestirlos cuando les faltasen las fuerzas, inventando este género de asedio: novedad hasta entonces en su milicia. Fué la resolucion que se moviesen pláticas de paz para conseguir la suspension de armas que deseaban, suponiendo que se podria entretener el tratado con varias proposiciones hasta que se acabasen los pocos bastimentos que hubiese de reserva en el cuartel, á cuyo fin ordenaron que se cuidase mucho de impedir los socorros, de cerrar con tropas á lo largo y otros reparos, las surtidas por donde se podian escapar los sitiados, y de romper el paso de las calzadas que salian al camino de la Vera-Cruz, porque ya no era conveniente dejarlos salir de la ciudad para que alborotasen las provincias mal contentas, ó se rehiciesen al abrigo de Tlascala.

Repararon algunos en lo que padecerian diferentes Mejicanos de gran suposicion que se hallaban prisioneros en el mismo cuartel: los cuales era necesario que pereciesen de hambre primero que la llegasen á sentir sus enemigos. Pero anduvieron muy celosos de la causa pública, votando que serian felices, y cumplirian con su obligacion, si muriesen por el bien de la patria y pudo ser que les hiciese daño el hallarse con ellos tres hijos de Motezuma, cuya muerte no sería mal recibida en aquel congreso por ser el mayor mozo capaz de la corona, bien quisto con el pueblo, y el único sujeto de quien se debia recelar el nuevo emperador, flaqueza lastimosa de semejantes ministros, dejarse llevar hácia la contemplacion por los rodeos del beneficio comun.

Solamente les daba cuidado el sumo de aquellos inmundos sacerdotes que se hallaba en la misma prision, porque

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