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funeral, que sentian su muerte como desgracia en que no tuvo culpa su intencion; si ya no aspiraron á conseguir con aquella exterioridad reverente la satisfaccion ó el engaño de sus dioses. Lleváronle con grande aparato la mañana siguiente á la montaña de Chapultepeque, donde se hacian las exequias y guardaban las cenizas de sus reyes y al mismo tiempo resonaron con mayor fuerza los clamores y lamentos de la multitud que solia concurrir á semejantes funciones cuya noticia confirmaron despues ellos mismos, refiriendo las honras de su rey como hazaña de atencion, ó como enmienda sustancial de su delito.

No faltaron plumas que atribuyesen á Cortés la muerte de Motezuma, ó lo intentasen por lo menos, afirmando que le hizo matar para desembarazarse de su persona. Y alguno de los nuestros dice que se dijo; y no le defiende ni lo niega descuido que sin culpa de la intencion, se hizo semejante á la calumnia. Pudo ser que lo afirmasen años despues los Mejicanos, por concitar el odio contra los Españoles, ó borrar la infamia de su nacion; pero no lo dijeron entónces, ni lo imaginaron. Notablemente se fatigan los extrangeros para desacreditar los aciertos de Cortés en esta empresa. Defiéndale su entendimiento de semejante absurdo, si no le defendiere la nobleza de su ánimo de tan horrible maldad, y quédese la envidia en su confusion.

Fué Motezuma, como dijimos, príncipe de raros dotes naturales; de agradable y majestuosa presencia; de claro y perspicaz entendimiento; falto de cultura, pero inclinado á la sustancia de las cosas. Su valor le hizo el mejor entre los suyos ántes de llegar á la corona, y despues le dió entre los extraños la opinion más venerable de los reyes. Tenía el genio y la inclinacion militar entendia las artes de la guerra; y cuando llegaba el caso de tomar las armas, era el ejército su corte. Ganó por su persona y direccion nueve batallas campales: conquistó diferentes provincias, y dilató los límites de su imperio, dejando los resplandores del solio por los aplausos de la campaña, y teniendo por mejor cetro el que se forma del baston. Fué

naturalmente dadivoso y liberal: hacía grandes mercedes sin género de ostentacion, tratando las dádivas como deudas, y poniendo la magnificencia entre los oficios de la majestad. Amaba la justicia y celaba su administracion en los ministros, con rígida severidad. Era contenido en los desórdenes de la gula, y moderado en los incentivos de la sensualidad. Pero estas virtudes tanto de hombre como de rey, se deslucian ó apagaban con mayores vicios de hombre y de rey. Su continencia le hacía más vicioso que templado, pues se introdujo en su tiempo el tributo de las concubinas. Su justicia tocaba en el extremo contrario, y llegó á equivocarse con su crueldad, porque trataba como venganzas los castigos, haciendo muchas veces el enojo lo que pudiera la razon. Sujetóse á Cortés voluntariamente, rindiéndose á una prision de tantos dias contra todas las reglas naturales de su ambicion y su altivez. Púdose dudar entónces la causa de semejante sujeción; pero de sus mismos efectos se conoce ya que tomó Dios las riendas en la mano para domar este mónstruo, sirvióndose de su mansedumbre para la primera introduccion de los Españoles principio de que resultó despues la conversion de aquella gentilidad. Dejó algunos hijos dos de los que le asistian en su prision fueron muertos por los Mejicanos cuando se retiró Cortés: y otros dos ó tres hijas que se convirtieron despues y casaron con Españoles. Pero el principal de todos fué don Pedro de Motezuma, que se redujo tambien á la religion católica dentro de pocos dias, y tomó este nombre en el bautismo. Concurrió en él la representacion de su padre por ser habido en la señora de la provincia de Tula, una de las reinas que residian en el palacio real con igual dignidad; la cual se redujo tambien á imitacion de su hijo, y se llamó en el bautismo doña María de Niagua Suchil, acordando en estos renombres la nobleza de sus antepasados. Favoreció el rey á don Pedro, dándole estado y rentas en Nueva España, con título de conde de Motezuma, cuya sucesion legítima se conserva hoy en los condes de este apellido, vinculada en él dignamente la heróica recordacion de tan alto principio.

Reinó este príncipe diez y siete años: undécimo en el

número de aquellos emperadores: segundo en el nombre de Motezuma; y últimamente murió en su ceguedad á vista de tantos auxilios que parecian eficaces. ¡0 siempre inexcrutables permisiones de la eterna justicia! Mejores para el corazon que para el entendimiento.

CAPÍTULO XVI

Vuelven los Mejicanos á sitiar el alojamiento de los Españoles : hace Cortés nueva salida: gana un adoratorio que habian ocupado y los rompe, haciendo mayor daño en la ciudad, y deseando escarmentarlos para retirarse.

No intentaron los indios faccion particular que diese cuidado en los tres dias que duró Motezuma con sus heridas, aunque siempre hubo tropas á la vista, y algunas ligeras invasiones que se desviaban con facilidad. Púdose dudar si duraba en ellos la turbacion de su delito, y el temor de su rey nuevamente irritado. Pero despues se conoció que aquella tibia continuacion de la guerra nacia de la gente popular que andaba desordenada y sin caudillos, por hallarse ocupados los magnates de la ciudad en la coronacion del nuevo emperador que, segun lo que se averiguó despues, se llamaba Quetlabaca 1, rey de Iztacpalapa, y segundo elector del imperio vivió pocos dias, pero bastantes para que su tibieza y falta de aplicacion dejase poco menos que borrada entre los suyos la memoria de su nombre. Los Mejicanos que salieron con el cuerpo de Motezuma, y con la proposicion de la paz, no volvieron con respuesta: y esta rebeldía en los principios del nuevo gobierno, traía malas consecuencias á la imaginacion. Deseaba Hernan Cortés retirarse con reputacion, empeñado ya con sus capitanes y soldados en que se dispondria brevemente la salida, y hecho el ánimo á

1. Su verdadero nombre era segun unos Cuihahuatzin, y segun otros Cuitlahuotzin, que tiene sonido semejante. Herrera y Cortés dicen que era hermano de Motezuma; pero nada de eso se dice en la cronología de los emperadores mejicanos.

que le convenia rehacerse de nuevas fuerzas para volver á Méjico ménos aventurado, cuya conquista miró siempre como cosa que habia de ser, y miraba entónces como empeño necesario, muerto Motezuma, cuyas atenciones contenian su resolucion dentro de otros límites ménos ani

mosos.

Tardó poco el desengaño de lo que se andaba maquinando en aquella suspension de los indios; porque la mañana siguiente al dia en que se celebraron las exequias de Motezuma, volvieron á la guerra con más fundamento, y mayor número de gente. Amanecieron ocupadas todas las calles del contorno, y guarnecidas las torres de un adoratorio grande que distaba poco del cuartel, dominando parte del edificio con el alcance de hondas y flechas puesto en que se hubiera fortificado Hernan Cortés si se hallára con fuerzas bastantes para divididas; pero no quiso incurrir en el desacierto de los que faltan á la necesidad por acudir á la prevencion.

Subíase por cien gradas al atrio superior de este adoratorio, sobre cuyo pavimento se levantaban algunas torres de bastante capacidad. Habíanse alojado en él hasta quinientos soldados escogidos en la nobleza mejicana, tomando tan de asiento el mantenerle, que se previnieron de armas y bastimentos para muchos dias.

Hallóse Cortés empeñado en desalojar al enemigo de aquel padrastro, cuyas ventajas, una vez conocidas y puestas en uso, pedian breve remedio; y para conseguirlo sin aventurar la faccion, sacó la mayor parte de su gente fuera de la muralla, dividiéndola en escuadrones del grueso que pareció necesario para detener las avenidas y embarazar los socorros. Cometió el ataque del adoratorio al capitan Escobar con su compañía, y hasta cien Españoles de buena calidad. Dióse principio al combate, ocupando los Españoles todas las bocas de las calles; y al mismo tiempo acometió Escobar penetrando el átrio inferior y parte de las gradas sin hallar oposicion, porque los indios le dejaron empeñar en ellas advertidamente por ofenderle mejor desde más cerca; y en viendo la ocasion se coronaron de gente los pretiles, y dieron la carga dis

parando sus flechas y sus dardos con tanto rigor y concierto, que le obligaron á detenerse y á ordenar que peleasen los arcabuces y ballestas contra los que se descubrian; pero no le fué posible resistir á la segunda carga que fué ménos tolerable. Tenian de mampuesto grandes piedras y gruesas vigas, que dejadas caer de lo alto, y cobrando fuerza en el pendiente de las gradas, le obligaron á retroceder primera, segunda y tercera vez algunas de las vigas bajaban medio encendidas para que hiciesen mayor daño: ruda imitacion de las armas de fuego, que sería grande arbitrio entre sus ingenieros, pero se descomponia la gente para evitar el golpe; y turbada la union, se hacía la retirada inevitable.

Reconociólo Hernan Cortés, que discurria con una tropa de caballos por todas las partes donde se peleaba, y desmontando con el primer consejo de su valor, reforzó la compañía de Escobar con algunos tlascaltecas del reten y la gente de su tropa. Hízose atar al brazo herido una rodela, y se arrojó á las gradas con la espada en la mano, y tan segura resolucion, que dejó sin conocimiento del peligro á los que le seguian. Venciéronse con presteza y felicidad los impedimentos del asalto: ganóse del primer abordo la última grada, y poco despues el pretil del atrio superior, donde se llegó á lo estrecho de las espadas y los chuzos. Eran nobles aquellos mejicanos, y se conoció en su resistencia lo que diferencia los hombres el incentivo de la reputacion. Dejábanse hacer pedazos por no įrendir las armas algunos se precipitaban de los pretiles, persuadidos á que mejoraban de muerte si la tomaban por sus manos. Los sacerdotes y ministros del adoratorio, despues de apellidar la defensa de sus dioses, murieron peleando con presuncion de valientes, y á breve rato quedó por Cortés el puesto con total estrago de aquella nobleza mejicana sin perder un hombre, ni ser muchos los heridos.

Fué notable y digno de memoria el discurso que hicieron dos indios valerosos en la misma turbacion de la batalla, y el denuedo con que llegaron á intentar la ejecucion de su designio. Resolviéronse á dar la vida por su

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