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» y el sacar de opresion á vuestro rey es empeño grande » para intentado sin desórden, que no hay leyes que pue» dan sujetar el nimio dolor á los términos de la pru>>dencia; y aunque tomásteis con poco fundamento la >> ocasion de vuestra inquietud (porque yo estoy sin vio» lencia entre los forasteros que tratais como enemigos) >> ya veo que no es descrédito de vuestra voluntad el en»gaño de vuestro discurso. Por mi eleccion he perseve>> rado con ellos; y he debido toda esta benignidad á su >> atencion, y todo este obsequio al príncipe que los envia. » Ya están despachados: ya he resuelto que se retiren : y » ellos saldrán luégo de mi corte; pero no es bien que me » obedezcan primero que vosotros, ni que vaya delante de >> vuestra obligacion su cortesía. Dejad las armas y venid » como debéis á mi presencia, para que cesando el rumor » y callando el tumulto, quedéis capaces de conocer lo >> que os favorezco en lo mismo que os perdono. »

Así acabó su oracion y nadie se atrevió á responderle. Unos le miraban asombrados y confusos de hallar el ruego donde temian la indignacion; y otros lloraban de ver tan humilde á su rey, ó lo que disuena más, tan humillado. Pero al mismo tiempo que duraba esta suspension, volvió á remolinar la plebe, y pasó en un instante del miedo á la precipitacion, fácil siempre de llevar á los extremos su inconstancia, y no faltaria quien la fomentase cuando tenian elegido nuevo emperador, ó estaban resueltos á elegirle, que uno y otro se halla en los historiadores.

Creció el desacato á desprecio, dijéronle á grandes voces que ya no era su rey, que dejase la corona y el cetro por la rueca y el huso, llamándole cobarde, afeminado y prisionero vil de sus enemigos. Perdíanse las injurias en los gritos, y él procuraba, con el sobrecejo y con la mano, hacer lugar á sus palabras, cuando empezó á disparar la multitud, y vió sobre sí el último atrevimiento de sus vasallos. Procuraron cubrirle con las rodelas dos soldados que puso Hernan Cortés á su lado previniendo este peligro; pero no bastó su diligencia para que dejasen de alcanzarle algunas flechas, y más rigurosamente una piedra que le hirió en la cabeza, rompiendo parte de la sien,

cuyo golpe le derribó en tierra sin sentido: suceso que sintió Cortés como uno de los mayores contratiempos que se le podian ofrecer. Hízole retirar á su cuarto, y acudió con nueva irritacion á la defensa del cuartel; pero se halló sin enemigos en quien tomar satisfaccion de su enojo; porque al mismo instante que vieron caer á su rey, ó pudieron conocer que iba herido, se asombraron de su misma culpa, y huyendo sin saber de quién, ó creyendo que llevaban á las espaldas la ira de sus dioses, corrieron á esconderse del cielo con apuel género de confusion ó fealdad espantosa que suelen dejar en el ánimo al acabarse de cometer los enormes delitos.

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Pasó luégo Hernan Cortés al cuarto de Motezuma, que volvió en sí dentro de breve rato; pero tan impaciente y despechado, que fué necesario detenerle para que no se quitase la vida. No era posible curarle porque desviaba los medicamentos: prorumpia en amenazas que terminaban en gemidos: esforzábase la ira y declinaba en pusilanimidad: la persuasion le ofendia, y los consuelos le irritaban cobró el sentido para perder el entendimiento; y pareció conveniente dejarle por un rato y dar algun tiempo á la consideracion para que se desembarazase de las primeras disonancias de la ofensa. Quedó encargado á su familia y en miserable congoja, batallando con las violencias de su natural y el abatimiento de su espíritu; sin aliento para intentar el castigo de los traidores, y mirando como hazaña la resolucion de morir á sus manos : bárbaro recurso de ánimos cobardes que gimen debajo de la calamidad, y sólo tienen valor contra el que puede ménos.

CAPÍTULO XV

Muere Motezuma sin querer reducirse á recibir el bautismo: envia Cortés el cuerpo á la ciudad: celebran sus exequias los Mejicanos; y se describen las calidades que concurrieron en su per

sona.

Perseveró en su impaciencia Motezuma, y se agravaron al mismo paso las heridas, conociéndose por instantes lo

que influyen las pasiones del ánimo en la corrupcion de los humores. El golpe de la cabeza pareció siempre de cuidado, y bastaron sus despechos para que se hiciese mortal, porque no fué posible curarle como era necesario hasta que le faltaron las fuerzas para resistir á los remedios. Padecíase lo mismo para reducirle á que tomase algun alimento, cuya necesidad le iba extenuando : sólo duraba en él alentada y vigorosa la determinacion de acabar con su vida, creciendo su desesperacion con la falta de sus fuerzas. Conocióse á tiempo el peligro; y Hernan Cortés, que faltaba pocas veces de su lado porque se moderaba y componia en su presencia, trató con todas véras de persuadirle á lo que más le importaba. Volvióle á tocar el punto de la religion, llamándole con suavidad á la detestacion de sus errores y al conocimiento de la verdad. Habia mostrado en diferentes ocasiones alguna inclinacion á los ritos y preceptos de la fé católica; desagradando á su entendimiento los absurdos de la idolatría, y llegó á dar esperanzas de convertirse; pero siempre lo dilataba por su diabólica razon de estado, atendiendo á la supersticion agena cuando le dejaba la suya y dando al temor de sus vasallos más que á la reverencia de sus dioses.

Hizo Cortés de su parte cuanto pedia la obligacion de cristiano. Rogabale unas veces fervoroso y otras enternecido que se volviese á Dios y asegurase la eternidad recibiendo el bautismo. El padre fray Bartolomé de Olmedo le apretaba con razones de mayor eficacia los capitanes que se preciaban de sus favorecidos querian entenderse. con su voluntad doña Marina pasaba de la interpretacion á los motivos y á los ruegos; y diga lo que quisiere la emulacion ó la malicia, que hasta en este cuidado culpa de omisos á los Españoles, no se omitió diligencia humana. para reducirle al camino de la verdad. Pero sus respuestas eran despropósitos de hombre precito discurrir en su ofensa; prorumpir en amenazas : dejarse caer en la desesperacion, y encargar á Cortés el castigo de los traidores; en cuya batalla, que duró tres dias, rindió al demonio la eterna posesion de su espíritu, dando á la venganza y á la ferocidad las últimas cláusulas de su aliento; y dejando al

mundo un ejemplo formidable de lo que se deben temer en aquella hora las pasiones, enemigas siempre de la conformidad, y más absolutas en los poderosos; porque falta el vigor para sujetarlas, al mismo tiempo que prevalece la costumbre de obedecerlas.

Fué general entre los Españoles el sentimiento de su muerte, porque todos le amaban con igual afecto; unos por sus dádivas, y otros por su gratitud y benevolencia. Pero Hernan Cortés, que le debia más que todos y hacía mayor pérdida, sintió esta desgracia tan vivamente, que llegó á tocar su dolor en congoja y desconsuelo; y aunque procuraba componer el semblante por no desalentar á los suyos, no bastaron sus esfuerzos para que dejase de manifestar el secreto de su corazon con algunas lágrimas que se vinieron á sus ojos tarde, ó mal detenidas. Tenía fundada en la voluntaria sujecion de aquel príncipe la mayor fábrica de sus designios. Habíasele cerrado con su muerte la puerta principal de sus esperanzas. Necesitaba ya de tirar nuevas líneas para caminar al fin que pretendia, y sobre todo, le congojaba que hubiese muerto en su obstinacion último encarecimiento de aquella infelicidad, y punto esencial que le dividia el corazon entre la tristeza y el miedo, tropezando en el horror todos los movimientos de la piedad.

Su primera diligencia fué llamar á los criados del difunto, y elegir seis de los más principales para que sacasen el cuerpo á la ciudad, en cuyo número fueron comprendidos algunos prisioneros sacerdotes de los ídolos, unos y otros oculares testigos de sus heridas y de su muerte. Ordenóles que dijesen de su parte á los príncipes que gobernaban el tumulto popular : « que allí les enviaba el >> cadáver de su rey muerto á sus manos, cuyo enorme >> delito daba nueva razon á sus armas. Que antes de mo» rir le pidió repetidas veces, como sabian, que tomase >> por su cuenta la venganza de su agravio y el castigo de >> tan horrible conspiracion. Pero que mirando aquella » culpa como brutalidad impetuosa de la ínfima plebe, y >> como atrevimiento cuya enormidad habrian conocido » y castigo los de mayor entendimiento y obligaciones,

>> volvia de nuevo á proponer la paz, y estaba pronto á >> concedérsela viniendo los diputados que nombrasen á » conferir y ajustar los medios que pareciesen convenien» tes. Pero que al mismo tiempo tuviesen entendido que >> si no se ponian luego en la razon y en el arrepentimiento, >> serian tratados como enemigos, con la circunstancia de » traidores á su rey, esperimentando los últimos rigores de » sus armas; porque muerto Motezuma, cuyo respeto le » detenia y moderaba, trataria de asolar y destruir ente>> ramente la ciudad, y conocerian (con tardo escarmiento » lo que iba de una hostilidad poco más que defensiva, en » que sólo se cuidaba de reducirlos, á una guerra decla>> rada en que se llevaria delante de los ojos la obligacion » de castigarlos. »

Partieron luego con este mensage los seis Mejicanos, llevando en los hombros el cadáver; y á pocos pasos llegaron á reconocerle, no sin alguna reverencia, los sediciosos, como se observó desde la muralla. Siguiéronle todos arrojando las armas y desamparando sus puestos, y en un instante se llenó la ciudad de llantos y gemidos : bastante demostracion de que pudo más el espectáculo miserable ó la presencia de su culpa, que la dureza de sus corazones. Ya tenian elegido emperador segun la noticia que se tuvo despues, y sería dolor sin arrepentimiento; pero no disonarian al sucesor aquellas reliquias de fidelidad, mirándolas en el nombre y no en la persona del rey. Duraron toda la noche los alaridos y clamores de la gente, que andaba en tropas repitiendo por las calles el nombre de Motezuma con un género de inquietud lastimosa, que publicaba el desconsuelo, sin perder las señas de motin.

Algunos dicen que le arrastraron y le hicieron pedazos, sin perdonar á sus hijos y mujeres. Otros que le tuvieron. expuesto á la irrision y desacato de la plebe; hasta que un criado suyo formando una humilde pira de mal colocados leños, abrasó el cuerpo en lugar retirado y poco decente. Púdose creer uno y otro de un pueblo desbocado, en cuya inhumanidad se acerca más á lo verosímil lo que se aparta más de la razon. Pero lo cierto fué que respetaron el cadáver, afectando en su adorno y en la pompa

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