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cerca de las balas; ó porque no pudieron huir como solian con el impedimento de sus mismos reparos.

Ibase acercando la noche, y Hernan Cortés, viéndose obligado, no sin alguna desazon, á la disputa inútil de ganar puestos que no se habian de mantener, se volvió á su alojamiento, dejando en la verdad ménos corregida que hostigada la sedicion. Perdió hasta cuarenta soldados, los más Tlascaltecas: salieron heridos y maltratados más de cincuenta Españoles, y él con un flechazo en la mano izquierda; pero más herido interiormente de haber conocido en esta ocasion que no era posible continuar aquella guerra tan desigual sin riesgo de perder el ejército y la reputacion: primer desaliento suyo, cuya novedad extrañó su corazon y padeció su constancia. Encerróse con pretexto de la herida y con deseo de alargar las riendas al discurso. Tuvo mucho que hacer consigo la mayor parte de la noche. Sentia el retirarse de Méjico, y no hallaba camino de mantenerse. Procuraba esforzarse contra la dificultad, y se ponia la razon de parte del recelo. No se conformaban su entendimiento y su valor, y todo era batallar sin resolver: impaciente y desabrido con los dictámenes de la prudencia, ó mal hallado con lo que duele, ántes de aprovechar el desengaño.

CAPÍTULO XIV

Propone á Cortés Motezuma que se retire, y él le ofrece que se retirará luego que dejen las armas sus vasallos vuelven éstos á intentar nuevo asalto: habla con ellos Motezuma desde la muralla, y queda herido perdiendo las esperanzas de reducirlos.

No tuvo mejor noche Motezuma, que vacilaba entre mayores inquietudes, dudoso ya en la fidelidad de sus vasallos, y combatido el ánimo de contrários afectos que unos seguian y otros violentaban su inclinacion : ímpetus de la ira, moderaciones del miedo y repugnancia de la soberbia. Estuvo aquel dia en la torre más alta del cuartel observando la batalla, y reconoció entre los rebeldes al

señor de Iztacpalapa, y otros príncipes de los que podian aspirar al imperio: viólos discurrir á todas partes animando la gente y disponiendo la faccion: no recelaba de sus nobles semejante alevosía: crecieron á un tiempo su enojo y su cuidado; y sobresalió el enojo dando á la sangre y al cuchillo el primer movimiento de su natural; pero conociendo poco despues el cuerpo que habia tomado la dificultad, convertido ya el tumulto en conspiracion, se dejó caer en el desaliento, quedando sin accion para ponerse de parte del remedio, y rindiendo al asombro y á la flaqueza todo el impulso de la ferocidad: horribles siempre al tirano los riesgos de la corona, y fáciles ordinariamente al temor los que se precian de temidos.

Esforzóse á discurrir en diferentes medios para resta blecerse, y ninguno le pareció mejor que despachar luégo á los Españoles y salir á la ciudad, sirviéndose de la mansedumbre y de la equidad ántes de levantar el brazo de la justicia. Llamó á Cortès por la mañana y le comunicó lo que habia crecido su cuidado, no sin alguna destreza. Ponderó con afectada seguridad el atrevimiento de sus nobles, dando al empeño de castigarlos algo más que á la razon de temerlos. Prosiguió diciendo: « que ya pedian >> pronto remedio aquellas turbaciones de su república, y >> convenia quitar el pretexto á los sediciosos y darles á >> conocer su engaño ántes de castigar su delito: que to>>dos los tumultos se fundaban sobre apariencias de ra>> zon; y en las aprensiones de la multitud era prudencia >> entrar cediendo para salir dominando: que los clamores >> de sus vasallos tenian de su parte la disculpa del buen >> sonido, pues se reducian á pedir la libertad de su rey, >> persuadidos á que no la tenía, y errando el camino de >> pretenderla que ya llegaba el caso de ser inexcusable. » que saliesen de Méjico sin más dilacion Cortés y los » suyos para que pudiese volver por su autoridad, á poner » en sujecion á los rebeldes, y atajar el fuego desviando » la materia. » Repitió lo que habia padecido por no faltar á su palabra, y tocó ligeramente los recelos que más le congojaban; pero fueron rendidas las instancias que hizo á Cortés para que no le replicase, que se descu

brian las influencias del temor en las eficacias del ruego. Hallábase ya Hernan Cortés con dictámen de que le convenia retirarse por entonces, aunque no sin esperanzas de volver á la empresa con mayor fundamento; y sirviéndose de lo que llevaba discurrido para extrañar ménos esta proposicion, le respondió sin detenerse: « que su » ánimo y su entendimiento estaban conformes en obede>> cerle con ciega resignacion, porque sólo deseaba eje» cutar lo que fuese de su mayor agrado, sin discurrir en >> los motivos de aquella resolucion, ni detenerse á repre>> sentar inconvenientes que tendria previstos y considera>> dos; en cuyo exámen debe rendir su juicio el inferior, ó >> suele bastar por razon la voluntad de los príncipes. Que >> sentiria mucho apartarse de su lado sin dejarle restituido >> en la obediencia de sus vasallos, particularmente cuando »pedia mayor precaucion la circunstancia de haberse de>> clarado la nobleza por los populares: novedad que ne>> cesitaba de todo su cuidado; porque los nobles, roto » una vez el freno de su obligacion, se hallan más cerca » de los mayores atrevimientos; pero que no le tocaba » formar dictámenes que pudiesen retardar su obediencia, >> cuando le proponia, como remedio necesario, su jor»> nada, conociendo la enfermedad y los humores de que » adolecia su república: sobre cuyo presupuesto, y la cer» tidumbre de que marcharia luego con su ejército la >> vuelta de Zempoala, debia suplicarle que antes de su >> partida hiciese dejar las armas á sus vasallos, porque >> no sería de buena consecuencia que atribuyesen á su >> rebeldía lo que debian á la benignidad de su rey; cuyo » reparo hacía más por el decoro de su autoridad, que » porque le diese cuidado la obstinacion de aquellos re>>beldes, pues dejaba el empeño de castigarlos por com» placerle, llevando en su espada y en el valor de los » suyos todo lo que habia menester para retirarse con se» guridad. »

No esperaba Motezuma tanta prontitud en las respuestas de Cortés creyó hallar en él mayor resistencia, y temia estrecharle con la porfía ó con la desazon en materia que tenía resuelta y deliberada. Dióle á entender su

agradecimiento con demostraciones de particular gratitud. Salió al semblante y á la voz el desahogo de su respiracion. Ofreció mandar luégo á sus vasallos que dejasen las armas, y aprobó su advertencia, estimándola como disposicion necesaria para que llegasen ménos indignos á capitular con su rey: punto en que no habia discurrido, aunque sentia interiormente la disonancia de tanto contemporizar con los que merecian su desagrado, y no hallaba camino de componer la soberanía con la disimulacion. Al mismo tiempo que duraba esta conferencia se tocó un arma muy viva en el cuartel. Salió Hernan Cortés á reconocer sus defensas, y halló la gente por todas partes empeñada en la resistencia de un asalto general que intentaron los enemigos. Estaba siempre vigilante la guarnicion, y fueron recibidos con todo el rigor de las bocas de fuego: pero no fué posible detenerlos, porque cerraron los ojos al peligro y acometieron de golpe, impelidos unos de otros con tanta precipitacion, que caminando al parecer su vanguardia sin propio movimiento, logró al primer avance la determinacion de arrimarse á la muralla. Fuéronse quedando los arcos y las hondas en la distancia que habian menester, y empezaron á repetir sus cargas para desviar la oposicion del asalto, que al mismo tiempo se intentaba y resistia con igual resolucion. Llegó por algunas partes el enemigo á poner el pie dentro de los reparos; y Hernan Cortés, que tenía formado su retén de Tlascaltecas y Españoles en el patio principal, acudia con nuevos socorros á los puntos más aventurados, siendo necesario toda su actividad y todo el ardimiento de los suyos para que no flaquease la defensa, ó se llegase á conocer la falta que hacen las fuerzas al valor.

Supo Motezuma el conflicto en que se hallaba Cortés; llamó á doña Marina, y por su medio le propuso: « que >> segun el estado presente de las cosas y lo que tenía dis» currido, sería conveniente dejarse ver desde la muralla » para mandar que se retirasen los sediciosos populares, » y viniesen desarmados los nobles á representar lo que >> unos y otros pretendian. » Admitió Cortés su proposicion, teniendo ya por necesaria esta diligencia para que

respirase por un rato su gente, cuando no bastase para vencer la obstinacion de aquella multitud inexorable. Y Motezuma se dispuso luégo á ejecutar esta diligencia con ansia de reconocer el ánimo de sus vasallos en lo tocante á su persona. Hízose adornar de las vestiduras reales: pidió la diadema y el manto imperial: no perdonó las joyas de los actos públicos, ni otros resplandores afectados que publicaban su desconfianza, dando á entender con este cuidado que necesitaba de accidentes su presencia para ganar el respeto de los ojos, ó que le convenía socorrerse de la púrpura y el oro para cubrir la flaqueza interior de la majestad. Con todo este aparato, y con los Mejicanos principales que duraban en su servicio, subió al terrado contrapuesto á la mayor avenida. Hizo calle la guarnicion y asomándose uno de ellos al pretil, dijo en voces altas que previniesen todos su atencion y su reverencia, porque se habia dignado el gran Motezuma de salir á escucharlos y favorecerlos. Cesaron los gritos al oir su nombre, y cayendo el terror sobre la ira, quedaron apagadas las voces y amedrentada la respiracion. Dejóse ver entónces de la muchedumbre, llevando en el semblante una severidad apacible compuesta de su enojo y su recelo. Doblaron muchos la rodilla cuando le descubrieron, y los más se humillaron hasta poner el rostro con la tierra, mezclándose la razon de temerle con la costumbre de adorarle. Miró primero á todos, y despues á los nobles, con ademan de reconocer á los que conocia. Mandó que se acercasen algunos, llamándolos por sus nombres. Honrólos con el título de amigos y parientes, forcejeando con su indignacion. Agradeció el afecto con que deseaban su libertad, sin faltar á la decencia de las palabras; y su razonamiento, aunque le hallamos referido con alguna diferencia, fué, segun dicen los más, en esta conformidad.

<«< Tan léjos estoy, vasallos mios, de mirar como delito >> esta conmocion de vuestros corazones, que no puedo >> negarme inclinado á vuestra disculpa. Exceso fué tomar » las armas sin mi licencia, pero exceso de vuestra fideli» dad. Creísteis, no sin alguna razon, que yo estaba en » este palacio de mis predecesores detenido y violentado :

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