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Pero Diego Velázquez mantuvo á rostro firme su resolucion, y Hernan Cortés trató de ganar el tiempo en sus prevenciones. Fué la primera arbolar su estandarte, poniendo en él por empresa la señal de la cruz con una letra latina, cuya version era: sigamos la cruz, que en esta señal venceremos. Dejóse ver con galas de soldado que parecian bien en su talle, y venian mejor á su inclinacion : empezó á gastar liberalmente el caudal con que se hallaba, y el dinero que pudo juntar entre sus amigos en comprar vituallas y prevenirse de armas y municiones para ayudar al apresto de la armada, cuidando al mismo tiempo de atraer y ganar la gente que le habia de seguir; en que fué menester poca diligencia, porque el ruido de las cajas tenía sus ecos en el nombre de la empresa y en la fama del capitan. Alistáronse en pocos dias trescientos soldados, y entre ellos sentaron plaza Diego de Ordaz, criado principal del gobernador, Francisco de Morla, Bernal Diaz del Castillo, escritor de nuestra historia, y otros hidalgos que se irán nombrando en su lugar.

Llegó el tiempo de la partida, y se ordenó á la gente con bando público que se embarcase; lo cual se ejecutó de dia concurriendo todo el pueblo y aquella misma noche fué Hernan Cortés acompañado de sus amigos á la casa del gobernador, donde se despidieron los dos dándose los brazos y las manos con amigable sinceridad; la mañana siguiente le acompañó Diego Velázquez hasta la marina, y asistió á la embarcacion : circunstancias menores que hacen poco en la narracion, y se pudieran omitir si no fueran necesarias para borrar la temprana ingratitud con que manchan à Cortés los que dicen que salió del puerto alzado con la armada. No negaremos que Hernan Cortés se apartó de la obediencia de Diego Velázquez, pero fué despues, y con la causa que veremos.

CAPÍTULO IX

Pasa Cortés con la armada á la villa de la Trinidad, donde la refuerza con número considerable de gente consiguen sus émulos la desconfianza de Velazquez, que hace vivas diligencias para detenerle.

Partió la armada del puerto de Santiago de Cuba en diez y ocho de Noviembre del año de mil quinientos y diez y ocho; y costeando la isla por la banda del Norte hácia el Oriente, llegó en pocos dias á la villa de la Trinidad, donde tenía Cortés algunos amigos que le hicieron grata acogida. Publicó luégo su jornada, y se ofrecieron á seguirle en ella Juan de Escalante, Pedro Sánchez Farfan, Gonzalo Mejía, y otras personas principales de aquella poblacion. Llegaron poco despues en su seguimiento Pedro de Alvarado y Alonso Dávila, que fueron capitanes en la entrada de Juan de Grijalva, y cuatro hermanos de Pedro de Alvarado, que se llamaban Gonzalo, Jorje, Gómez y Juan de Alvarado. Pasó la noticia á la villa de Sancti Spíritus, que estaba poco distante de la Trinidad, y de ella vinieron con el mismo intento de seguir á Cortés, Alonso Hernández Portocarrero, Gonzalo de Sandoval, Rodrigo Rangel, Juan Velázquez de Leon, pariente del gobernador, y otras personas de calidad, cuyos nombres tendrán mejor lugar cuando se refieran sus hazañas.

Pero apénas volvió las espaldas al puerto de Santiago, cuando sus émulos empezaron á levantar la voz contra él. Oyólos Diego Velázquez, y aunque fué con desagrado, reconocieron en su ánimo una seguridad inclinada al recelo, y fácil de llevar hácia la desconfianza para cuyo fin se ayudaron de un viejo que llamaban Juan Millan, hombre que sin dejar de ser ignorante profesaba la astrología; loco de otro género, y locura de otra especie. Éste, inducido de los demas, le dijo con grandes prevenciones del secreto algunas palabras misteriosas de la incierta inseguridad de aquella armada, dándole á entender que hablaban en su

lengua las estrellas; y aunque Diego Velázquez tenía entendimiento para conocer la vanidad de estos pronósticos, pudo tanto el hablarle á propósito de lo que temia, que el despreciar al astrólogo fué principio de creer á los demas.

De tan débiles principios como éstos nació la primera resolucion que tomó Diego Velázquez de romper con Hernan Cortés, quitàndole el gobierno de la armada. Despachó luégo dos correos á la villa de la Trinidad, con cartas para todos sus confidentes. y una órden expresa para que Francisco Verdugo su cuñado, que entonces era su alcalde mayor en aquella villa, le desposeyese judicialmente de la capitanía general. Llegó brevemente á noticia de Cortés este contratiempo, y sin rendir el ánimo á la dificultad del remedio, se dejó ver de sus amigos y soldados para saber cómo tomaban el agravio de su capitan, y conocer si podia fiarse de su razon en el juicfo que hacian de ella los demas. Hallólos á todos no sólo de su parte, sino resueltos á defenderle de semejante injuria, sin negarse al último empeño de las armas. Y aunque Diego de Ordaz y Juan Velázquez de Leon estuvieron algo remisos, como más dependientes del gobernador, se redujeron fácilmente á lo que no pudieran resistir; con cuya seguridad pasó despues à verse con el alcalde mayor, sabiendo ya lo que llevaba en su queja. Conoció Francisco Verdugo la razon que le asistia, y poco inclinado por su misma generosidad á ser instrumento de semejante violencia,. le ofreció no solamente suspender la órden, sino replicar á ella y escribir á Diego Velázquez para que desistiese de aquella resolucion, que ya no era practicable por el disgusto de los soldados, ni se podria ejecutar sin graves inconvenientes. Ofrecieron lo mismo Diego de Ordaz, y los demas que tenian con él alguna autoridad, cuyo medio se ejecutó luégo, y Hernan Cortés le escribió tambien, doliéndose amigablemente de sudesconfianza, sin ponderar su desaire ni olvidar el rendimiento, como quien se hallaba obligado á quejarse, y deseaba no tener razon de parecer quejoso, ni ponerse en términos de agraviado.

Hecha esta diligencia, que pareció entónces bastante para sosegar el ánimo de Diego Velázquez, trató Hernan

Cortés de proseguir su navegacion; y enviando por tierra á Pedro de Alvarado con parte de los soldados, para que cuidase de conducir los caballos y hacer alguna gente en las estancias del camino, partió con la armada al puerto de la Habana, último paraje de aquella isla, por donde empieza lo más occidental de ella á dejarse ver del Septentrion. Salieron los navíos de la Trinidad con viento favorable; pero sobreviniendo la noche se desviaron de la capitana donde iba Cortés, sin observar como debian su derrota, ni echarle ménos, hasta que la luz del dia les puso á la vista el error de sus pilotos; y empeñados ya en proseguirle continuaron su viaje, y llegaron al puerto donde saltó la gente en tierra. Hospedóla con agasajo y liberalidad Pedro de Barba, que ála sazon era gobernador de la Habana por Diego Velázquez; y andaban todos pesarosos de no haber esperado á su capitan ó vuelto en su demanda; sin pasar entónces con el discurso á más que prevenir sus disculpas para cuando llegase; pero despues de siete dias que duraron estas diferencias, llegó á salvamento Hernan Cortés con su capitana.

Alojóle Pedro de Barba en su misma casa, y fué notable la aclamacion con que le recibió la gente; cuyo número empezó luégo á crecer, alistándose por sus soldados algunos vecinos de la Habana. Gastáronse en estas prevenciones algunos dias; pero no sabía Cortés perder el tiempo que se de detenia y así ordenó que se sacase á tierra la artillería, que se limpiasen y probasen las piezas, observando los artilleros el alcance de las balas y por haber en aquella tierra copia de algodon, mandó hacer cantidad de armas defensivas de unos colchados en forma de casacas, que llamaban escaupiles; invencion de la necesidad, que aprobó despues la experiencia, dando á conocer que un poco de algodon flojamente punteado y sujeto entre dos lienzos, era mejor defensa que el acero para resistir á las flechas y dardos arrojadizos de que usaban los indios; porque perdian la fuerza entre la misma flojedad del reparo, y quedaban sin actividad para ofender á otro con la resulta del golpe.

Al mismo tiempo hacía que los soldados se habilitasen

en el uso de los arcabuces y las ballestas, y se enseñasen á manejar la pica, á formar y desfilar un escuadron, á dar una carga y á ocupar un puesto, adiestrándolos él mismo con la voz y con el ejemplo en estos ensayos ó rudimentos del arte militar, como lo observaban los antiguos capitanes, que fingian las batallas y los asaltos para enseñar á los visoños la verdad de la guerra; cuya disciplina, practicada cuidadosamente en el tiempo de la paz, tuvo tanta estimacion entre los Romanos, que de este ejercicio tomaron el nombre los ejércitos.

CAPÍTULO X

Distribuye Cortés los cargos de su armada parte de la Habana, y llega á la isla de Cozumel 1 donde pasa muestra, y anima sus soldados á la empresa.

:

Habíase agregado un bergantin de mediano porte á los diez bajeles que estaban prevenidos, y así formó Cortés de su gente once compañías, dando una á cada bajel; para cuyo gobierno nombró por capitanes á Juan Velázquez de Leon, Alonso Hernández Portocarrero, Francisco de Montejo, Cristóbal de Olid, Juan de Escalante, Francisco de Morla, Pedro de Alvarado, Francisco Saucedo y Diego de Ordaz, que no le apartó para olvidarle, ni se resolvió á tenerle ocioso dejándole desobligado y reservando para sí el gobierno de la capitana, encargó el bergantin á Ginés de Nortes. Dió tambien el cuidado de la artillería á Francisco de Orozco, soldado de reputacion en las guerras de Italia; y el cargo de piloto mayor á Anton de Alamínos, diestro en aquellos mares, por haber tenido esta misma ocupacion en los dos viajes de Francisco Fernández de Córdoba y Juan de Grijalva. Formó sus instrucciones, previniendo con cuidadosa prolijidad las contingencias, y llegado el dia de la embarcacion, se dijo con so

1. Santa Cruz suelen llamarla tambien y con ese nombre la designa Diego Velázquez en sus instrucciones á Cortés.

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