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car la conjuracion, por no aventurar el secreto, fiándose anticipadamente de la muchedumbre; y á la verdad no lo tenian mal discurrido, que pocas veces falta el ingenio á la maldad.

Vinieron la mañana precedente al dia señalado algunos de los promovedores del motin á verse con Pedro de Alvarado, y le pidieron licencia para celebrar su festividad: rendimiento afectado con que procuraron deslumbrarle ; y él, mal asegurado todavía en su recelo, se la concedió, con calidad de que no llevasen armas, ni se hiciesen sacrificios de sangre humana; pero aquella misma noche supo que andaban muy solícitos escondiendo las armas en el barrio más vecino al templo: noticia que no le dejó que dudar, y le dió motivo para discurrir en una temeridad, que tuvo sus apariencias de remedio; y lo pudiera ser, si se aplicára con la debida moderacion. Resolvió asaltarlos en el principio de su fiesta, sin dejarles lugar para que tomasen las armas, ni levantasen el pueblo; y asi lo puso en ejecucion, saliendo á la hora señalada con cincuenta de los suyos, y dando á entender, que le llevaba la curiosidad ó el divertimiento. Hallólos entregados á la embriaguez, y envueltos en el regocijo cauteloso de que se iba formando la traicion. Embistió con ellos, y los atropelló con poca ó ninguna resistencia, hiriendo y matando algunos que no pudieron huir, ó tardaron más en arrojarse por las cercas y ventanas del adoratorio. Su intento fué castigarlos y desunirlos, lo cual se consiguió sin dificultad pero no sin desórden; porque los Españoles despojaron de sus joyas á los heridos y á los muertos : licencia mal reprimida entónces, y siempro dificultosa de reprimir en los soldados cuando se hallan con la espada en la mano y el oro á la vista.

Dispuso esta faccion Pedro de Alvarado con más ardor que providencia. Retiróse con desahogos de vencedor, sin dar á entender al concurso popular los motivos de su enojo. Debiera publicar entónces la traicion que prevenian contra él aquellos nobles, manifestar las armas que tenian escondidas, ó hacer algo de su parte para ganar contra ellos el voto de la plebe, fácil siempre de mover contra la

nobleza; pero volvió satisfecho de que habia sido justo el castigo y conveniente la resolucion, ó no conoció lo que importan al acierto los adornos de la razon. Y aquel pueblo, que ignoraba la provocacion, y vió el estrago de los suyos y el despojo de las joyas, atribuyó á la codicia todo el hecho, y quedó tan irritado, que tomó luégo las armas, y dió cuerpo formidable á la sedicion, hallándose dentro del tumulto con poca ó ninguna diligencia de los primeros conjurados 1.

Reprendió Hernan Cortés á Pedro de Alvarado, por el arrojamiento y falta de consideracion con que aventuró la

1. No tiene otro apoyo la narracion de suceso de tanta gravedad que el dicho de Bernal Diaz del Castillo, quien refiere haber venido cuatro embajadores de Motezuma á quejarse ante Cortés de que Pedro de Alvarado, sin causa alguna, habia caido sobre los que estaban celebrando fiestas en el templo de sus dioses y muerto muchos de ellos. Herrera supone una conspiracion premeditada por los Mejicanos, quienes para poder reunirse en gran número sin llamar la atencion de los Españoles pretextaron la ya citada festividad, teniendo escondidas las armas en las casas immediatas para usarlas en el momento convenido.

Es singular que Cortés guarde silencio en sus relaciones acerca de esa conspiracion, con la cual hubiera explicado suficientemente la causa de la rebelion de Méjico. Asi como no sería extraño ese silencio, si en efecto Alvarado habia cometido el atentado que se le imputa. Pero ¿cómo creer que este capitan, aislado con ciento cincuenta Españoles en pueblo enemigo)y de tan considerable poder, hubiese cometido la imprudencia y excesiva necedad de provocar una lucha tan desigual, de lo que sólo podia prometerse una muerte inevitable? No es menester en nuestro juicio apelar á semejantes causas para explicar en esa ocasion la conducta de los Mejicanos. Su odio á los conquistadores era invencible: veian en su poder considerables riquezas, preso su monarca, amenazada su independencia, y próximos á sufrir la ley atroz de la venganza, impuesta por los Tlascaltecas y demás provincias rebeladas contra el imperio ; y nada más natural y consiguiente á la irritabilidad que esas ideas debieron producir en aquellos indios, que aprovechándose de la ocasion en que Cortés embarazado con Narbaez y puestas en revolucion las provincias ántes obedientes á los Españoles, intentasen acabar con la pequeña fuerza de éstos en Méjico; devolver á pesar suyo la libertad á un príncipe que tan fácilmente se la habia dejado arrebatar, y coronar despues su obra oprimiendo con sus inmensas fuerzas á los pocos Españoles que podian reunirse en Vera-Cruz. Esta explicacion parece más conforme á la verosimilitud histórica.

mayor parte de sus fuerzas en dia de tanta conmocion, dejando el cuartel, y su primer cuidado al arbitrio de los accidentes que podian sobrevenir. Sintió que recatase á Motezuma los primeros lances de aquella inquietud; porque no se fió de él hasta que le vió á su lado en la occasion; y debiera comunicarle sus recelos, cuando no para valerse de su autoridad, para sondar su ánimo, y saber si le dejaba seguro con tan poca guarnicion; lo cual fué lo mismo que volver las espaldas al enemigo de quien más se debia recelar culpó la inadvertencia de no justificar á voces con el pueblo, y con los mismos delincuentes una resolucion de tan violenta exterioridad: de que se conoce que no hubo en el hecho, ni en sus motivos ó circunstancias la maldad que le imputaron; porque no se contentaria Hernan Cortés con reprender solamente un delito de semejante atrocidad, ni perdiera la ocasion de castigarle, ó prenderle por lo menos, para introducir la paz con este género de satisfaccion ántes hallamos que le propuso el mismo Alvarado su prision, como uno de los medios que podrian facilitar la reduccion de aquella gente; y no vino en ello, porque le pareció camino más real servirse de la razon que tuvo el mismo Alvarado contra los primeros amotinados, para desengañar el pueblo y enflaquecer la faccion de los nobles.

No se dejaron ver aquella tarde los rebeldes, ni despues hubo accidente que turbasse la quietud de la noche. Llegó la mañana, y viendo Hernan Cortés que duraba el silencio del enemigo, con señas de cavilacion, porque no parecia un hombre por las calles, ni en todo lo que se alcanzaba con la vista, dispuso que saliese Diego de Ordaz á reconocer la ciudad y apurar el fondo á este misterio. Llevó cuatrocientos hombres españoles y tlascaltecas: marchó con buen órden por la calle principal, y á poca distancia descubrió una tropa de gente armada, que le arrojaron al parecer los enemigos para cebarle. Y avanzando entonces, con ánimo de hacer algunos prisioneros para tomar lengua, descubrió un ejército de innumerable muchedumbre, que le buscaba por la frente, y otro á las espaldas, que tenian oculto en las calles de los lados, cerrando el paso

á la retirada. Embistiéronle unos y otros con igual ferocidad, al mismo tiempo que se dejó ver en las ventanas y azoteas de las casas tercer ejército de gente popular, que cerraba tambien el camino de la respiracion, llenando el aire de piedras y armas arrojadizas.

Pero Diego de Ordaz, que necessitó de su valor y experiencia para juntar en este conflicto el desahogo con la celeridad, formó y dividió su escuadron segun el terreno, dando segundo frente á la retaguardia, picas y espadas contra las dos avenidas, y bocas de fuego contra las ofensas de arriba. No le fué posible avisar á Cortés del aprieto en que se hallaba; ni él sin esta noticia tuvo por necesario el socorrerle, cuando se suponia con bastantes fuerzas para ejecutar la órden que llevaba. Pero duró poco el calor de la batalla, porque los indios embistieron tumultuariamente, y anegados en su mismo número, se impedian el uso de las armas, perdiendo tantos la vida en el primer acometimiento, que se redujeron los demás á distancia, que ni podian ofender, ni ser ofendidos. Las bocas de fuego despejaron brevemente los terrados; y Diego de Ordaz, que venia sólo á reconocer, y no debia pasar á mayor empeño, viendo que los enemigos le sitiaban á lo largo, reducidos á pelear con las voces y las amenazas, se resolvió á retirarse, abriendo el camino con la espada; y dada la órden, se movió en la misma formacion que se hallaba, cercando á viva fuerza con los que ocupaban el paso del cuartel, y peleando al mismo tiempo con los que se le acercaban por la parte contrapuesta, ó se descubrian en lo alto de las casas. Consiguióse con dificultad la retirada, y no dejó de costar alguna sangre, porque volvieron heridos Diego de Ordaz, y los más de los suyos, quedando muertos ocho soldados que no se pudieron retirar. Serian acaso Tlascaltecas, porque sólo se hace memoria de un Español que obró señaladamente aquel dia, y murió cumpliendo con su obligacion. Bernal Diaz refiere sus hazañas, y dice que se llamaba Lezcano. Los demás no hablan en él. Quedó sin el nombre cabal que merecia; pero no quede sín la recomendacion de que se puede honrar su apellido. Conoció Hernan Cortés en este suceso que ya no

era tiempo de intentar proposiciones de paz, que disminuyendo la reputacion de sus fuerzas aumentasen la insolencia de los sediciosos. Determinó hacérsela desear ántes de proponérsela, y salir á la ciudad con la mayor parte de su ejército para llamarlos con el rigor á la quietud. No se hallaba persona entónces por cuyo medio se pudiese introducir el tratado. Motezuma desconfiaba de su autoridad, ó temia la inobediencia de sus vasallos. Entre los rebeldes no habia quien mandase, ni quien obedeciese, ó mandaban todos, y nadie obedecia vulgo entonces sin distincion ni gobierno, que se componia de nobles y plebeyos. Deseaba Cortés con todo el ánimo seguir el camino de la moderacion, y no desconfió de volverle á cobrar; pero tuvo por necesario hacerse atender ántes de ponerse á persuadir; en que obró como diestro capitan, porque nunca es seguro fiarse de la razon desarmada para detener los ímpetus de un pueblo sedicioso: ella encogida ó balbuciente, cuando no lleva seguras las espaldas; y él un monstruo inexorable, que áun teniendo cabeza le faltan los oidos.

CAPÍTULO XIII

Intentan los Mejicanos asaltar el cuartel y son rechazados hace dos salidas contra ellos Hernan Cortés y aunque ambas veces fueron vencidos y desbaratados, queda con alguna desconfianza de reducirlos.

Persiguieron los Mejicanos á Diego de Ordaz tratando como fuga su retirada, y siguiendo con ímpetu desordenado el alcance hasta que los detuvo á su despecho la artilleria del cuartel: cuyo estrago los obligó á retroceder, lo que tuvieron por necesario para desviarse del peligro; pero hicieron alto á la vista, y se conoció del silencio y diligencia con que se andaban convocando y disponiendo que trataban de pasar á nuevo designio.

Era su intento asaltar á viva fuerza el cuartel por todas partes, y á breve rato se vieron cubiertas de gentes las calles del contorno. Hicieron poco despues la seña de aco

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