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paña, que porque tuviese algun recelo de Cortés; aunque afectó por lo demás el cuidado á que obligaba la cercanía del enemigo. Alojáronse todos en el adoratorio 'principal de la villa, que constaba de tres torreones ó capillas poco distantes, sitio eminente y capaz; á cuyo plano se subia por unas gradas pendientes y desabridas que daban mayor seguridad á la eminencia.

Guarneció con su artillería el pretil que servia de remate á las gradas. Eligió para su persona el torreon de enmedio, donde se retiró con algunos capitanes, y hasta cien hombres de su confidencia, y repartió en los otros dos el resto de la gente dispuso que saliesen algunos caballos á correr la campaña : nombró dos centinelas que se alargasen á reconocer las avenidas; y con estos resguardos, que á su parecer no dejaban que desear á la buena disciplina, dió al sosiego lo que restaba de la noche, tan léjos el peligro de su imaginacion, que se dejó rendir al sueño con poca ó ninguna resistencia del cuidado.

Despachó luego Andrés de Duero á Hernan Cortés un confidente suyo que pudo echar fuera de la plaza con poco riesgo para que á boca le diese cuenta de la retirada y de la forma en que se habia dispuesto el alojamiento; más por asegurarle amigablemente que podia pasar la noche sin recelo, que por advertirle ó provocarle á nuevos designios. Pero él con esta noticia tardó poco en determinarse á lograr la ocasion que á su parecer le convidaba con el suceso. Tenía premeditados todos los lances que se le podian ofrecer en aquella guerra, y alguna vez se deben cerrar los ojos á las dificultades, porque suelen parecer mayores desde léjos, y hay casos en que daña el discurrir al ejecutar. Convocó su gente sin más dilacion, y la puso en órden aunque duraba la tempestad; pero aquellos soldados, endurecidos ya en mayores trabajos, obedecieron sin hacer caso de su incomodidad, ni preguntar la ocasion de aquel movimiento inopinado: tanto se dejaban á la provídencia de su capitan. Pasaron el rio con el agua sobre la cintura, y vencida esta dificultad, hizo á todos un breve razonamiento en que les comunicó lo que llevaba discurrido, sin poner duda en su resolucion, ni cerrar las puer

tas al consejo. Dióles noticia de la turbacion con que se habian retirado los enemigos buscando el abrigo de su cuartel contra el rigor de la noche, y de la separacion y desórden con que habian ocupado los torreones del adoratorio ponderó el descuido y seguridad en que se hallaban: la facilidad con que podian ser asaltados ántes que llegasen á unirse, ó tuviesen lugar para doblarse; y viendo que no sólo se aprobaba, pero se aplaudia la proposicion, «< esta noche, prosiguió diciendo con nuevo fervor, esta noche, >> amigos, ha puesto el cielo en nuestras manos la mayor >> ocasion que se pudiera fingir nuestro deseo: veréis ahora >> lo que fio de vuestro valor, y yo confesaré que vuestro >> mismo valor hace grandes mis intentos. Poco há que >> aguardábamos á nuestros enemigos con esperanzas de » vencerlos al reparo de esa ribera : ya los tenemos descui>> dados y desunidos, militando por nosotros el mismo des» precio con que nos tratan. De la impaciencia vergonzosa >> con que desampararon la campaña, huyendo esos rigores » de la noche, pequeños males de la naturaleza, se colige >> como estarán en el sosiego unos hombres que le busca>> ron con flojedad y le disfrutan sin recelo. Narbaez en>> tiende poco de las puntualidades á que obligan las con>> tingencias de la guerra. Sus soldados por la mayor parte » son visoños, gente de la primera ocasion que no ha me» nester la noche para moverse con desacierto y ceguedad: » muchos se hallan desobligados ó quejosos de su capitan : » no faltan algunos á quien debe inclinacion nuestro par» tido ni son pocos los que aborrecen como voluntario >> este rompimiento; y suelen pesar los brazos cuando se >> mueven contra el dictámen ó contra la voluntad : unos >> y otros se deben tratar como enemigos hasta que se de>> claren; porque si ellos nos vencen hemos de ser nosotros >> los traidores. Verdad es que nos asiste la razon: pero >> en la guerra es la razon enemiga de los negligentes, y » ordinariamente se quedan con ella los que pueden más. » Á usurparos vienen cuanto habeis adquirido no aspi» piran á ménos que hacerse dueños de vuestra libertad, » de vuestras haciendas y de vuestras esperanzas: suyas » se han de llamar nuestras victorias: suya la tierra que

>> habeis conquistado con vuestra sangre: suya la gloria » de vuestras hazañas y lo peor es que con el mismo pié » que intentan pisar nuestra cerviz, quieren atropellar el >> servicio de nuestro rey, y atajar los progresos de nuestra >> religion porque se han de perder si nos pierden; y » siendo suyo el delito, han de quedar en duda los culpa>> dos. Á todo se ocurre con que obreis esta noche como >> acostumbrais: mejor sabréis ejecutarlo que yo discurrirlo: » alto á las armas y á la costumbre de vencer: Dios y » rey en el corazon, el pundanor á la vista, y la razon en » las manos, que yo seré vuestro compañero en el peligro, » y entiendo menos de animar con las palabras que de per>> suadir con el ejemplo. »

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Quedaron tan encendidos los ánimos con esta oracion de Cortés, que hacian instancia los soldados sobre que no se dilatase la marcha. Todos le agradecieron el acierto de la resolucion, y algunos le protestaron, que si trataba de ajustarse con Narbaez le habian de negar la obediencia : palabras de hombres resueltos que no le sonaron mal, porqué hacian al brio más que al desacato. Formó sin perder tiempo tres pequeños escuadrones de su gente, los cuales se habian de ir sucediendo en el asalto. Encargó el primero á Gonzalo de Sandoval con setenta hombres, en cuyo número fueron comprendidos los capitanes Jorge y Gonzalo de Alvarado, Alonso Dávila, Juan Velázquez de Leon, Juan Nuñez de Mercado, y nuestro Bernal Diaz del Castillo. Nombró por cabo del segundo al maestro de campo Cristóbal de Olid, con otros sesenta hombres, y asistencia de Andrés de Tapia, Rodrigo Rangel, Juan Xaramillo, y Bernardino Vázquez de Tapia; y él se quedó con el resto de la gente, y con los capitanes Diego de Ordaz, Alonso de Grado, Cristóbal y Martin de Gamboa, Diego Pizarro y Domingo, de Alburquerque. La órden fué que Gonzalo de Sandoval con su vanguardia procurase vencer la primera dificultad de las gradas, y embarazar el uso de la artillería; dividiéndose á estorbar la comunicacion de los dos torreones de los lados, y poniendo gran cuidado en el silencio de su gente: que Cristóbal de Olid subiese inmediatamente con mayor diligencia y embistiese al tor

reon de Narbaez, apretando el ataque á viva fuerza; y él seguiria con los suyos para dar color y asistir donde llamase la necesidad, rompiendo entónces las cajas y demas estruendos militares para que su misma novedad diese al asombro Ꭹ á la confusion el primer movimiento del enemigo.

Entró luégo fray Bartolomé de Olmedo con su exhortacion espiritual, y asentado el presupuesto de que iban á pelear por la causa de Dios, los dispuso á que hiciesen de su parte lo que debian para merecer su favor. Habia una cruz en el camino que fijaron ellos mismos cuando pasaron á Méjico; y puesto de rodillas delante de ella todo el ejército, les dictó un acto de contricion que iban repitiendo con voz afectuosa: mandóles decir la confesion general, y bendiciéndolos despues con la forma de la absolucion, dejó en sus corazones otro espíritu de mejor calidad, aunque parecido al primero; porque la quietud de la conciencia quita el horror á los peligros; ó mejora el desprecio de la muerte.

Concluida esta piadosa diligencia formó Hernan Cortés sus tres escuadrones: puso en su lugar las picas y las bocas de fuego repitió las órdenes á los cabos: encargó á todos el silencio: dió por seña y por invocacion el nombre del Espíritu Santo, en cuya Pascua sucedió esta interpresa, y empezó á marchar en la misma ordenanza que se habia de acometer, caminando muy poco a poco por que llegase descansada la gente, y por dar tiempo á la noche para que se apoderase más del enemigo; de cuya ciega seguridad y culpable descuido pensaba servirse para vencerle á ménos costa, sin quedarle algun escrúpulo de que obraba ménos valerosamente que solia en este género de insidias generosas, que llamó la antigüedad delitos de emperadores ó capitanes generales siendo los engaños que no se oponen á la buena fé, lícitas permisiones del arte militar, y disputable la preferencia entre la industria y el valor de los soldados.

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CAPITULO X

Llega Hernan Cortés á Zempoala, donde halla resistencia consigue con las armas la victoria prende á Narbaez, cuyo ejército se reduce á servir debajo de su mano.

Habria marchado el ejército de Cortés algo más de media legua cuando volvieron los batidores con una centinela de Narbaez que cayó en sus manos, y dieron noticia que se les habia escapado entre la maleza otra que venía poco despues accidente que destruía el presupuesto de hallar descuidado al enemigo. Hízose una breve consulta entre los capitanes, y vinieron todos en que no era posible que aquel soldado, caso que hubiese descubierto el ejército, se atreviese por entónces á seguir el camino derecho, siendo más verosímil que tomase algun rodeo por no dar en el peligro de que resultó, con aplauso comun, la resolucion de alargar el paso para llegar ántes que la espía, ó entrar al mismo tiempo en el cuartel de los enemigos suponiendo que si no se lograse la ventaja de asaltarlos dormidos, se conseguiria por lo ménos la de hallarlos mal despiertos, y en el preciso embarazo de la primera turbacion. Asi lo discurrieron sin detenerse, y empezaron á marchar en mayor diligencia, dejando en un ribazo fuera del camino los caballos, el bagage y los demás impedimentos. Pero la centinela que debió á su miedo parte de su agilidad, consiguió el llegar ántes, y puso en arma el cuartel diciendo á voces que venía el enemigo. Acudieron á las armas los que se hallaron más prontos lleváronle á la presencia de Narbaez, y él despues de hacerle algunas preguntas, despreció el aviso, y al que le traía, teniendo por impraticable que se atreviese Cortés á buscarle con tan poca gente dentro de su alojamiento, ni pudiese campear en noche tan obscura y tempestuosa.

Serian poco mas de las doce cuando llegó Hernan Cortés á Zempoala, y tuvo dicha en que no le descubriesen los caballos de Narbaez, que al parecer perdieron el ca

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