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que procuró esforzar con diferentes instancias, en que se dejaba conocer el afecto sin alguna mezcla de afectacion : pero Hernan Cortés agradeció la oferta, y se defendió de admitirla; porque á la verdad fiaba poco de los Mejicanos, y no quiso incurrir en el desacierto de admitir armas auxiliares que le pudiesen dominar: como quien sabía cuánto embaraza en las facciones de la guerra tener á un tiempo empeñada la frente, y el lado receloso.

Suavizados en esta forma los motivos de su viaje, dió todo el cuidado á las demás prevenciones, con ánimo de volver á sus inteligencias ántes que se moviese Narbaez. Resolvió dejar en Méjico hasta ochenta Españoles á cargo de Pedro de Alvarado, que pareció á todos más á propósito, porque tenía el afecto de Motezuma; y sobre ser capitan de valor y entendimiento, le ayudaban mucho la cortesanía y el despejo natural, para no ceder á las dificultades y pedir al ingenio lo que faltase á las fuerzas. Encargóle que procurase mantener á Motezuma en aquella especie de libertad que le hacía desconocer su prision; resistiendo cuanto fuese posible que se estrechase á pláticas secretas con los Mejicanos: dejó á su cargo el tesoro del rey y de los particulares, y sobre todo le advirtió «< cuánto importaba conservar aquel pié de su ejército en » la corte, y aquel príncipe á su devocion: » presupuestos á que debia encaminar sus operaciones con igual vigilancia, por consistir en ellos la comun seguridad.

Á los soldados ordenó « que obedeciesen á su capitan, » que sirviesen y respetasen con mayor solicitud y rendi» miento á Motezuma, que corriesen de buena conformidad >> con su familia y los de su cortejo, » exhortándoles por su misma seguridad á la union entre sí, y á la modestia con los demas.

Despachó correo á Gonzalo de Sandoval, ordenándole que le saliese á recibir, ó le esperase con los Españoles de su cargo en el paraje donde pensaba detenerse, y que dejase la fortaleza de la Vera-Cruz á la confianza de los confederados, que sería poco menos que abandonarla; porque ya no era tiempo de mantenerse desunidos, ni aquella fortificacion que se fabricaba contra los Indios, era capaz

de resistir á los Españoles. Previno los víveres que parecieron necesarios, para no ir á la providencia ó á la extorsion de los paisanos hizo juntar los Indios de carga que habian de conducir el bagaje; y tomando la mañana el dia de la marcha, dispuso que se dijese una misa del Espíritu Santo, y que la oyesen todos sus soldados, y encomendasen á Dios el buen suceso de aquella jornada: protestando en presencia del altar que sólo deseaba su servicio y el de su rey, inseparables en aquella ocurrencia; y que iba sin odio ni ambicion, puesta la mira en ambas obligaciones, y asegurado en lo mismo que abogaba por él la justicicia de su causa.

Entró luego á despedirse de Motezuma, y le pidió con encarecimiento « que cuidase de aquellos pocos Españoles >> que dejaba en su compañía, que no los desamparase, ó >> descubriese con apartarse de ellos, porque de cualquiera » mudanza ó ménos gratitud que reconociesen los suyos, >> podian resultar graves inconvenientes que pídiesen gra>>ves remedios; y que sentiria mucho hallarse obligado á » volver quejoso, cuando iba tan reconocido: á que aña» dió que Pedro de Alvarado quedaba substituyendo su » persona; y así, como le tocaban en su ausencia las pre>> rogativas de embajador, dejaba en él su misma obliga>>cion de asistir en todo á su mayor servicio; y que no des>> confiaba de volver con mucha brevedad á su presencia, » libre de aquel embarazo, para recibir sus órdenes, >> disponer su víaje, y llevar al emperader con sus pre>> sentes la noticia de su amistad y confederacion, que » sería la joya de su mayor aprecio. »

Volvióse á contristar Motezuma de que saliese con fuerzas tan desiguales. Pidióle « que si necesitase de las » armas para dar á entender su razon, procurase dilatar >> el rompimiento hasta que llegasen los socorros de su » gente, que tendria prontos en el número que los pidíese. » Dióle palabra de no desamparar á los Españoles que » dejaba con Pedro de Alvarado, ni hacer mudanza en su >> habitacion pendiente su ausencia. » Y añade Antonio de Herrera que le salió acompañando largo trecho con todo. el séquito de su corte; pero atribuye, con malicía volunta

ria, esta demostracion á lo que deseaba verse libre de los Españoles, suponiéndole ya desabrido y de mal ánimo contra Hernan Cortés y contra los suyos. Lo que vemos es que cumplió puntualmente su palabra, perseverando en aquel alojaníento, y en su primera benignidad, por más que se le ofrecieron grandes turbaciones, que pudo remediar con volverse á su palacio; y tanto en lo que obró para defender á los Españoles que le asistian, como en lo que dejó de obrar contra los demas en esta desunion de sus fuerzas, se conoce que no hubo doblez ó novedad en su intencion.

CAPÍTULO VIII

Marcha Hernan Cortés la vuelta de Zempoala, y sin conseguir la gente que tenia prevenida en Tlascala continúa su viaje hasta Matalequita, donde vuelve á las pláticas de la paz, y con nueva irritacion rompe la guerra.

Dióse principio á la marcha, y se fué siguiendo el camino de Cholula con todas las cautelas y resguardos [que pedia la seguridad, y abrazaba fácilmente la costumbre de aquellos soldados, diestros en las puntualidades que ordena la milicia, y hechos á obedecer sin discurrir. Fueron recibidos en aquella ciudad con agradable prontitud, convertido ya en veneracion afectuosa el miedo servil con que vinieron á la obediencia. De [allí pasaron á Tlascala, y media legua de aquella ciudad hallaron un lucido acompañamiento, que se componia de la nobleza y el senado. La entrada se celebró con notables demostraciones de alegría, correspondientes al nuevo mérito con que volvian los Españoles por haber preso á Motezuma, y quebrantado el orgullo de los Mejicanos: circunstancia que multiplicó entónces los aplausos, y mejoró las asistencias. Juntóse luégo el senado para tratar de la respuesta que se debia dar á Hernan Cortés sobre la gente de guerra que habia pedido á la república. Y aquí hallamos otra de aquellas discordancias de autores, que ocurren con frecuente infe

licidad en estas narraciones de las Indias, obligando algunas veces á que se abrace lo más verosímil, y otras á buscar trabajosamente lo posible. Dice Bernal Diaz que pidió cuatro mil hombres, y que se los negaron con pretexto de que no se atrevian sus soldados á tomar las armas contra Españoles, porque no se hallaban capaces de resistir á los caballos y armas de fuego y Antonio de Herrera, que dieron seis mil hombres efectivos, y le ofrecian mayor número, los cuales refiere que se agregaron á las compañías de los Españoles, y que á tres leguas de marcha se volvieron, por no estar acostumbrados á pelear lejos de sus confines. Pero como quiera que sucediese (que no todo se debe apurar), es cierto que no se hallaron los Tlascaltecas en esta faccion : pidiólos Hernan Cortés, más por hacer ruido á Narbaez, que porque se fiase de sus armas, ni fuese de codiciar su estilo de pelear contra enemigos españoles pero tambien es cierto que salió de aquella ciudad sin queja suya ni desconfianza de los Tlascaltecas; porque los buscó despues, y los halló cuando los hubo menester contra otros indios, en cuyos combates eran valientes y resueltos, como lo asegura el haber conservado su libertad á despecho de los Mejicanos, tan cerca de su corte, y en tiempo de un príncipe que tenía su mayor vanidad en el renombre de conquistador.

Detúvose poco el ejército en Tlascala, y alargando los tránsitos, pasó á Matalequita, lugar de Indios amigos, distante doce leguas de Zempoala, donde llegó casi al mismo tiempo Gonzalo de Sandoval con la gente de su cargo, y siete soldados más, que se pasaron á la VeraCruz del ejército de Narbaez el dia siguiente á la prision del oidor, teniendo por sospechoso aquel partido. Supo de ellos Hernan Cortés cuanto pasaba en el cuartel de su enemigo, y Gonzalo de Sandoval le dió mas frescas noticias de todo, porque antes de partir tuvo inteligencia para introducir en Zempoala dos soldados españoles, que imitaban con propiedad los ademanes y movimientos de los Indios, y no les desayudaba el color para la semejanza. Estos se desnudaron con alegre solicitud, y cubriendo parte de su desnudez con los arreos de la tierra, entraron 19

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al amanecer en Zempoala con dos banastas de fruta sobre la cabeza; y puestos entre los demas que manejaban este género de grangería, la fueron trocando á cuenta de vidrio, tan díestros en fingir la simplicidad y la codicia de los paisanos, que nadie hizo reparo en ellos; con que pudieron discurrir por la villa, y escapar á su salvo con la noticia que buscaban pero no contentos con esta diligencia, y deseando tambien llevar averiguado con qué género de guardias pasaba la noche aquel ejército volvieron á entrar con segunda carga de yerba entre algunos indios que salian á forragear; y no sólo reconocieron la poca vigilancia del cuartel, pero la comprobaron, trayendo á la VeraCruz un caballo que pudieron sacar de la misma plaza, sin que hubiese quien se lo embarazase; y acertó á ser del capitan Salvatierra, uno de los que mas irritaban á Narbaez contra Hernan Cortés : circunstancia que dió estimacion á la presa. Hicieron estos exploradores por su fama cuanto cupo en la industria y el valor; y se callaron desgraciadamente sus nombres en una faccion tan bien ejecutada, y en una historia donde se hallan á cada paso hazañas menores con dueño encarecido.

Fundaba Cortés parte de sus esperanzas en la corta milicia de aquella gente; y el descuído con que gobernaba su cuartel Pánfilo de Narbaez, le traía varios designios á la imaginacion podia nacer de lo mismo que desestimaba sus fuerzas, y así lo conocia; pero no le pesaba de verlas tan desacreditadas que produjesen aquella seguridad en el ejército contrário, la cual favorecia su intento, y á su parecer militaba de su parte, en que discurria sobre buenos principios; siendo evidente que la seguridad es enemiga del cuidado, y ha destruido á muchos capitanes.

Hizo reseña de su gente, y se halló con doscientos sesenta y seis Españoles inclusos los oficiales y los soldados que vinieron con Gonzalo de Sandoval, sin los Indios de carga que fueron necesarios para el bagage. Despachó segunda vez al padre fray Bartolomé de Olmedo, para que volviese á porfiar en el ajustamiento, y le avisó brevemente del poco efecto que producian sus diligencias. Pero deseando hacer algo más por la razon, ó ganar algun tiempo

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