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llaron en breves dias á vista de la tierra que buscaban. Surgió la armada en el puerto de Ulúa, y Pánfilo de Narbaez echó algunos soldados en tierra para que tomasen lengua y reconociesen las poblaciones vecinas. Hallaron éstos á poca diligencia dos ó tres Españoles que andaban desmandados por aquel paraje. Lleváronlos á la presencia de su capitan; y ellos, ó temerosos de alguna violencia, ó inclinados á la novedad, le informaron de todo lo que pasaba en Méjico y en la Vera-Cruz, buscando su lisonja en el descrédito de Cortés sobre cuya noticia fué lo primero que resolvió tratar con Gonzalo de Sandoval que le rindiese aquella fortaleza de su cargo, manteniéndola por él, ó la desmantelase, pasándose á su ejército con la gente de la guarnicion. Encargó esta negociacion á un clérigo que llevaba consigo, llamado Juan Ruiz de Guevara, hombre de condicion ménos reprimida que pedia el sacerdocio. Fueron con él tres soldados que sirviesen de testigos, y un escribano real, por si fuese necesario llegar á términos de notificacion. Tenía Gonzalo de Sandoval sus centinelas á trechos para que observasen los movimientos de la armada, y se fuesen unas á otras, por cuyo medio supo que venian mucho antes que llegasen; y con certidumbre de que no los seguia mayor número de gente, mandó abrir las puertas de la villa, y se retiró á esperarlos en su posada. Llegaron ellos no sin alguna presuncion de que serian bien admitidos; y el clérigo, despues de las primeras urbanida des, y haber puesto en manos de Sandoval su carta de creencia, le dió noticia de las fuerzas con que venia Pánfilo de Narbaez á tomar satisfaccion por Diego Velázquez de la ofensa que le hizo Hernan Cortés en apartarse de su obediencia, siendo suya enteramente la conquista de aquella tierra, por haberse intentado de su órden y á su costa. Hizo su proposicion como punto sin dificultad en que sobraban los motivos; y esperó gracias de venirle á buscar con un partido ventajoso, donde se habian juntado la fuerza y la razon. Respondióle Gonzalo de Sandoval con alguna destemplanza, mal escondida en el sosiego exterior: « que Pánfilo de Narbaez era su amigo, y tan atento va»sallo de su rey, que sólo desearia lo que fuese más con

» veniente á su servicio que la ocurrencia de las cosas y >> el mismo estado en que se hallaba la conquista pedian » que se uniesen sus fuerzas con las de Cortés, y le ayu» dasen á perfeccionar lo que tenía tan adelantado, tra>>tándose primero de la primera obligacion, pues no se >> hizo el tribunal de las armas para querellas de particu»lares; pero que dado caso que anteponiendo el interes » ó la venganza de su amigo se arrojase á intentar alguna >> violencia contra Hernan Cortés, tuviese desde luego en>> tendido que asi él como todos los soldados de aquella >> plaza querrian ántes morir á su lado, que concurrir á >> semejante desalumbramiento. »>

Sintió el clérigo, como golpe improviso, esta repulsa; y más acostumbrado á dejarse llevar que á reprimir su natural, prorrumpió en injurias y amenazas contra Hernan Cortés, llamándole traidor, y alargándose á decir que lo serian Gonzalo de Sandoval, y cuantos le siguiesen. Procuraron unos y otros moderarle y contenerle acordándole su dignidad, para que supiese á lo ménos la razon por qué le sufrian; pero él, levantando la voz sin mudar el estilo, mandó al escribano : « que hiciese notorias las órdenes que » llevaba para que supiesen todos que habian de obedecer » á Narbaez, pena de la vida; » y no pudo lograr esta diligencia porque la embarazó Gonzalo de Sandoval, diciendo al escribano que le haria poner en una horca si se atreviese á notificarle órdenes que no fuesen del rey. Crecieron tanto las voces y los desacatos, que los mandó llevar presos no sin alguna impaciencia. Pero considerando poco despues el daño que podrian hacer si volviesen irritados á la presencia de Narbaez, resolvió enviarlos á Méjico para que se asegurase de ellos Hernan Cortés, ó procurase reducirlos; y lo ejecutó sin delacion, haciendo prevenir Indios de carga que los llevasen aprisionados sobre sus hombros en aquel género de andas que les servian de literas. Fué con ellos por cabo de la guardia un Español de su confianza que se llamaba Pedro de Solís : encargóle que no se les hiciese molestia ni mal tratamiento en el camino despachó correo adelantando á Cortés esta noticia, y trató de prevenir su gente y convocar los Indios

amigos para la defensa de su plaza, disponiendo cuanto le tocaba, como advertido y cuidadoso capitan.

CAPÍTULO VI

Discursos y prevenciones de Hernan Cortés en órden á excusar el rompimiento; introduce tratados de paz : no los admite Narbaez; ántes publica la guerra, y prende al licenciado Lúcas Vázquez de Ayllon.

De todas estas particularidades iba teniendo Hernan Cortés frecuentes avisos que hicieron evidencia su recelo; y poco despues supo que habia tomado tierra Pánfilo de Narbaez, y marchaba con su ejército en órden la vuelta de Zempoala. Padeció mucho aquellos dias con su mismo discurso, vario en los medios y perspicaz en los inconvenientes. No hallaba partido en que no quedase mal satisfecho su cuidado. Buscar á Narbaez en la campaña con fuerzas tan desiguales era temeridad, particularmente cuando se hallaba obligado à dejar en Méjico parte de su gente para cubrir el cuartel, defender el tesoro adquirido, y conservar aquel género de guardia en que se dejaba estar Motezuma. Esperar á su enemigo en la ciudad era revolver los humores sediciosos de que adolecian ya los Mejicanos, darles ocasion para que se armasen con pretexto de la propia defensa, y tener otro peligro á las espaldas: introducir pláticas de paz con Narbaez y solicitar la union de aquellas fuerzas, siendo lo más conveniente, le pareció lo más dificultoso, por conocer la dureza de su condicion y no hallar camino de reducirle, aunque se rindiese á rogarle con su amistad; á que no se determinaba por ser el ruego poco feliz con los porfiados, y en proposiciones de paz desairado medianero. Poníasele delante la perdicion total de su conquista, el malogro de aquellos grandes principios, la causa de la religion desatendida, el servicio del rey atropellado; y era su mayor congoja el hallarse obligado á fingir seguridad y desahogo, trayendo en el rostro la quietud, y dejando en el pecho la tempestad.

A Motezuma decia que aquellos Españoles eran vasallos de su rey que traerian segunda embajada en prosecucion de la primera que venian con ejército por costumbre de su nacion: que procuraria disponer que se volviesen, y se volveria con ellos pues se hallaba ya despachado, sin que hubiese dejado su grandeza que desear á los que venian de nuevo con la misma proposicion. A sus soldados animaba con varios presupuestos, cuya falencia conocia. Decíales que Narbaez era su amigo, y hombre de tantas obligaciones y de tan buena capacidad, que no dejaria de inclinarse á la razon, anteponiendo el servicio de Dios y del rey á los intereses de un particular: que Diego Velázquez habia despoblado la isla de Cuba para disponer su venganza, y á su parecer les enviaba un socorro de gente con que proseguir su conquista: porque no desconfiaba de que se hiciesen compañeros los que venian como enemigos. Con sus capitanes andaba ménos recatado; comunicábales parte de sus recelos, discurria como de prevencion en los accidentes que se podian ofrecer; ponderaba la poca milicia de Narbaez, la mala calidad de su gente, la injusticia de su causa, y otros motivos de consuelo en que trabajaba tambien su disimulacion, dándoles en la verdad más esperanzas que tenía.

Pidióles finalmente su parecer, como lo acostumbraba en casos de semejante consecuencia, y disponiendo que le aconsejasen lo que tenía por mejor, resolvió tentar primero el camino de la paz, y hacer tales partidos á Narbaez, que no se pudiese negar á ellos sin cargar sobre sí los inconvenientes del rompimiento. Pero al mismo tiempo hizo algunas prevenciones para cumplir con su actividad. Avisó á sus amigos los de Tlascala que le tuviesen prontos hasta seis mil hombres de guerra para una faccion en que sería posible haberlos menester. Ordenó al cabo de tres ó cuatro soldados españoles que andaban en la provincia de Chinantla descubriendo las minas de aquel paraje, que procurase disponer con los caciques una leva de otros dos mil hombres, y que los tuviese prevenidos para marchar con ellos al primer aviso. Eran les Chinantecas enemigos de los Mejicanos, y se habian declarado con grande afecto

por los Españoles, y enviado secretamente á dar la obediencia; gente valerosa y guerrera, que le pareció tambien á propósito para reforzar su ejército; y acordándose de haber oido alabar las picas ó lanzas de que usaban en sus guerras, por ser de vara consistente y de mayor alcance que las nuestras, dispuso que le trajesen luégo trescientas para repartirlas entre sus soldados, y las hizo armar con puntas de cobre templado que suplia bastantemente la falta del hierro prevencion que adelantó á las demas porque le daba cuidado la caballeria de Narbaez, y porque hubiese tiempo de imponer en el manejo de ellas á los Españoles.

Llegó entretanto Pedro de Solís con los presos que remitia Gonzalo de Sandoval: avisó á Cortès, y esperó su órden ántes de entrar en la laguna. Pero él que ya los aguardaba por la noticia que vino delante, salió á recibirlos con más que ordinario acompañamiento. Mandó que les quitasen las prisiones: abrazólos con grande humanidad, y al licenciado Guevara primera y segunda vez con mayor agasajo. Díjole : « que castigaria á Gonzalo de San>>doval la desatencion de no respetar como debia su per» sona y dignidad. Llevóle á su cuarto, dióle su mesa, y le significó algunas veces con bien adornada exterioridad «< cuánto celebraba la dicha de tener á Pánfilo de Nar» baez en aquella tierra, por lo que se prometia de su >> amistad y antiguas obligaciones. » Cuidó de que anduviesen delante de él alegres y animosos los Españoles. Púsole donde viese los favores que le hacía Motezuma, y la veneracion con que le trataban los príncipes mejicanos. Dióle algunas joyas de valor con que iba quebrantando los ímpetus de su natural. Hizo lo mismo con sus compañeros, y sin darles á entender que necesitaba de sus oficios para suavizar á Narbaez, los despachó dentro de cuatro dias inclinados á su razon y cautivos de su liberalidad.

Hecha esta primorosa diligencia, y dejando al tiempo lo que podria fructificar, resolvió enviar persona de satisfaccion que propusiese á Narbaez los medios que parecian praticables y eran convenientes. Eligió para esta negociacion al padre fray Bartolomé de Olmedo, en quien concur

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