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que la redujeron: pero el demonio le tenía tan ocupado el ánimo, que se dejaba conquistar su entendimiento, y se quedaba inexpugnable su corazon; no se sabe que le hablase ó se le apareciese como solia desde que los Españoles entraron en Méjico, ántes se tiene por cierto, que al dejarse ver la cruz de Cristo en aquella ciudad, perdieron la fuerza los conjuros, y enmudecieron los oráculos; pero estaba tan ciego y tan dejado á sus errores, que no tuvo actividad para desviarlos, ni supo aprovecharse de la luz que se le puso delante; pudo ser esta dureza de su ánimo, fruto miserable de los otros vicios y atrocidades con que tenía desobligado á Dios, ó castigo de aquella misma negligencia con que daba los oidos y negaba la inclinacion á la verdad.

Á veinte dias, ó poco mas llegó el capitan de la guardia, que partió á la frontera de la Vera-Cruz, y trajo preso á Qualpopoca, con otros cabos de su ejército, que se dieron al sello real sin resistencia. Entró con ellos á la presencia de Motezuma: y él los habló reservadamente, permitiéndolo Cortés, porque deseaba que los redujese á callar la órden que tuvieron suya, y dejarse engañar de aquella exterior confianza en que le mantenia. Pasó despues con ellos el mismo capitan al cuarto de Cortés, y se los entregó, diciéndole de parte de su amo: «< que se los enviaba para que » averiguase la verdad y los castigase por su mano con >> el rigor que merecian. » Encerróse con ellos, y confesaron luego los cargos « de haber roto la paz de su autori» dad, haber provocado con las armas á los Españoles de » la Vera-Cruz, y ocasionado la muerte de Argüello, he>> cha de su órden á sangre fria en un prisionero de guerra, >> sin tomar en la boca la órden que tuvieron de su rey; hasta que reconociendo que iba de véras su castigo, tentaron el camino de hacerle cómplice para escapar las vidas pero Hernan Cortés negó los oidos á este descargo, tratándole como invencion de los delincueutes. Juzgóse militarmente la causa, y se les dió sentencia de muerte, con la circunstancia de que fuesen quemados públicamente sus cuerpos delante del palacio real; como reos que habian incurrido en caso de lesa majestad. Discurrióse luego en la ejecu

cion, y pareció no dilatarla; pero temiendo Hernan Cortés que se inquietase Motezuma, ó quisiese defender á los que morian por haber ejecutado sus órdenes, resolvió atemorizarle con alguna bizarría que tuviese aparencias de amenaza, y le acordase la sujecion en que se hallaba. Ocurrióle otro arrojamiento notable, que le debió de inducir la facilidad con que se consiguió el de su prision, ó el ver tan rendida su paciencia. Mandó buscar unos grillos de los que se traian prevenidos para los delincuentes, y con ellos descubiertos en las manos de un soldado, se puso en su presencia, llevando consigo á doña Marina y tres ó cuatro de sus capitanes. No perdonó las reverencias con que solia respetarle; pero dando á la voz y al semblante mayor entereza, le dijo: « que ya quedaban condenados á muerte » Qualpopoca y los demás delincuentes por haber confe>> sado su delito, y ser digno de semejante demostracion; » pero que le habian culpado en él, diciendo afirmativa» mente que le cometieron de su órden; y así era necesa>> rio que purgase aquellos indicios vehementes con al>> guna mortificacion personal porque los reyes, aunque >> no están obligados á las penas ordinarias, eran súbditos » de otra ley superior que mandaba en las coronas; y de>>bian imitar en algo à los reos, cuando se hallaban culpa>> dos y trataban de satisfacer á la justicia del cielo. >> Dicho esto, mandó con imperio y resolucion que le pusiesen las prisiones, sin dar lugar á que le replicase; y en dejándole con ellas, le volvió las espaldas, y se retiró á su cuarto, dando nueva órden á las guardias para que no se le permitiese por entonces la communicacion de sus ministros.

Fué tanto el asombro de Motezuma cuando se vió tratar con aquella ignominia, que le faltó al principio la accion para resistir, y despues la voz para quejarse. Estuvo mucho rato como fuera de sí; los criados que le asistian acompañaban su dolor con el llanto, sin atreverse á las palabras, arrojándose á sus pies para recibir el peso de los grillos y él volvió de su confusion con principios de impaciencia; pero se reprimió brevemente, y atribuyendo su infelicidad á la disposicion de sus dioses, esperó el suceso, no sin cuidado al parecer de que peligraba su vida;

pero acordándose de quién era para temer sin falta de valor.

No perdió tiempo Cortés en lo que que llevaba resuelto: salieron los reos al suplicio, hechas las prevenciones necesarias para que no se aventurase la ejecucion. Consiguióse á vista de innumerable pueblo, sin que se oyese una voz descompuesta, ni hubiese que recelar. Cayó sobre aquella gente un terror que tenía parte de admiracion, y parte de respeto. Estrañaban aquellos actos de jurisdiccion en unos extrangeros, que cuando mucho se debian portar como embajadores de otro príncipe; y no se atrevieron á poner duda en su potestad, viéndola establecida con la tolerancia de su rey; de que resultó el concurrir todos al espectáculo con un género de quietud amortiguada, que sin saber en qué consistia, dejó su lugar al escarmiento. Ayudó mucho en esta ocasion el estar mal recibida entre los Mejicanos la invasion de Qualpopoca, y se hizo su delito más aborrecible con la circunstancia de culpar á su rey: descargo que pasó por increible, y áun siendo verdadero se culpára como atrevido y sedicioso. Débese mirar este castigo como tercer atrevimiento de Cortés, que se logró como se habia discurrido, y se discurrió sobre principios irregulares. Él lo resolvió, y lo tuvo por conveniente y posible: conocia la gente con quien trataba, y lo que suponia en cualquier acontecimiento la gran prenda que tenía en su poder. Dejémonos cegar de su razon, ó no la traigamos al juicio de la historia, contentándonos con referir el hecho como pasó, y que una vez ejecutado fué de gran consecuencia para dar seguridad á los Españoles de la Vera-Cruz, y reprimir por entonces los principios de rumor que andaba entre los nobles de la ciudad.

Volvió luego Cortés al cuarto de Motezuma, y con alegre urbanidad le dijo: « que ya quedaban castigados los >> traidores que se atrevieron á manchar su fama, y él ha» bia cumplido ventajosamente con su obligacion, suje»tándose á la justicia de Dios con aquella breve intermi»sion de su libertad. » Y sin más dilacion le mandó quitar los grilos, ó como escriben algunos, se puso de rodillas para quitárselos él mismo por sus manos; y se puede

creer de su advertencia, que procuraria dar con semejante cortesanía mayor recomendacion al desagravio. Recibió Motezuma con grande aldorozo este alivio de su libertad, abrazó dos ó tres veces á Cortés, y no acababa de cumplir con su agradecimiento. Sentáronse luégo en conversacion amigable, y Cortés usó con él de otro primor, como los que andaba siempre meditando, porque mandó que se retirasen las guardias, diciéndole que se podria volver á su palacio cuando quisiese, por haber cesado ya la causa de su detencion. Y le ofreció este partido sobre seguro de que no lo aceptaria, por haberle oido decir muchas veces con firme resolucion, que ya no le convenia volverse á su palacio, ni apartarse de los Españoles hasta que se retirasen de su corte; porque perderia mucho de su estimacion, si llegasen á entender sus vasallos que recibia de agena mano su libertad dictámen que se hizo suyo con el tiempo, siendo en la verdad influido: porque doña Marina, y algunos de los capitanes le habian puesto en él á instancia de Cortés, que se valia de su misma razon de estado para tenerle más seguro en la prision: pero entonces, conociendo lo que traía dentro de si la oferta de Cortés, dejó este motivo, tratándole como ageno de aquella ocasion, y se valió de otro más artificioso, porque le respondió: « que agradecia mucho la voluntad con que deseaba res>> tituirle á su casa; pero que tenía resuelto no hacer no» vedad, atendiendo á la conveniencia de los Españoles : » porque una vez en su palacio le apretarian sus nobles >> y ministros en que tomase las armas contra ellos para » satisfacerse del agravio que habia recibido. » Por cuyo medio quiso .dar á entender, que se dejaba estar en la prision para encubrirlos y ampararlos con su autoridad. Alabó Cortés el pensamiento agradeciendo su atencion. como si la creyera, y quedaron los dos satisfechos de su destreza creyeudo entrambos que se entendian, y se dejaban engañar por su conveniencia con aquel género de astucia ó disimulacion que ponen los políticos entre los ministerios de la prudencia, dando el nombre de esta virtud á los artificios de la sagacidad.

LIBRO CUARTO

CAPÍTULO PRIMERO

Permítese á Motezuma que se deje ver en público saliendo á sus templos y recreaciones: trata Cortés de algunas prevenciones que tuvo por necesarias, y se duda que intentasen los Españoles en esta sazon derribar los ídolos de Méjico.

Quedó Motezuma desde aquel dia prisionero voluntario de los Españoles: hízose 'amable á todos con su agrado y liberalidad. Sus mismos criados desconocian su mansedumbre y moderacion, como virtudes adquiridas en el trato de los extrangeros, ó extrangeras de su natural. Acreditó diversas vecescon palabras y acciones la sinceridad de su ánimo; y cuando le pareció que tenía segura y merecida la con fianza de Cortés, se resolvió á experimentarla, pidiéndole licencia para salir alguna vez á sus templos: dióle palabra de que se volveria puntualmente á la prision, que asi la solia llamar cuando no estaba presente alguno de los suyos díjole « que ya deseaba por su conveniencia y la » de los mismos Españoles dejarse ver de su pueblo, por» que se iba creyendo que le tenian oprimido, como ha» bia cesado la causa de su detencion con el castigo de » Qualpopoca; y se podria temer alguna turbacion más » que popular, si no se ocurria brevemente al remedio >> con aquella demostracion de su libertad. » Hernan Cortés conociendo su razon, y deseando tambien complacer á los Mejicanos, le respondió liberal y cortesanamente : » << que podria salir cuando gustase, atribuyendo á exceso » de su benignidad el pedir semejante permision cuando él » y todos los suyos estaban á su obediencia. » Pero aceptó

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