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>> lo permitirian, cuando él se olvidase de su dignidad ó se >> dejase humillar á semejante bajeza. » Replicóle Cortés : » que como él fuese voluntariamente sin dar lugar á que » le perdiesen el respeto, importaria poco la resistencia de >> sus vasallos, contra los cuales podria usar de su atencion. >>>>Duró largo rato la porfía, resistiendo siempre Motezuma el dejar su palacio; y procurando Hernan Cortés reducirle y asegurarle sin llegar á lo estrecho, salió á diferentes partidos, cuidadoso ya del aprieto en que se hallaba : ofreció enviar luégo por Qualpopoca y por los demas cabos de su ejército, y entregárselos á Cortés para que los castigase daba en rehenes dos hijos suyos para que los tuviese presos en su cuartel hasta que cumpliese su palabra; y repetia con alguna pusilanimidad, que no era hombre que se podia esconder, ni se habia de huir á los montes. Á nada salia Cortés ni él se daba por vencido; pero los capitanes que se hallaban presentes, viendo lo que se aventuraba en la dilacion, empezaron á desabrirse deseando que se remitiese á las manos aquella disputa; y Juan Velázquez de Leon dijo en voz alta : « Dejémonos de pa>> labras y tratemos de prenderle ó matarle. >> Reparó en ello Motezuma, preguntando á doña Marina qué decía tan descompuesto aquel español. Y ella con este motivo y con aquella discrecion natural que le daba hechas la razones y hallada la oportunidad le dijo, como quien se recataba de ser entendida : « Mucho aventurais, señor, si no cedeis á >> las instancias de esta gente: ya conoceis su resolucion y » la fuerza superior que los asiste. Yo soy una vasalla >> vuestra que desea naturalmente vuestra felicidad; y soy >> una confidente suya que sabe todo el secreto de su in>>tencion. Si váis con ellos seréis tratado con el respeto » que se debe á vuestra persona; y si haceis mayor resis» tencia peligra vuestra vida. »

Esta breve oracion, dicha con buen modo y en buena ocasion, le acabó de reducir; y sin dar lugar á nuevas réplieas, se levantó de la silla diciendo á los Españoles : «Yo me fio de vosotros, vamos á vuestro alojamiento, » que así lo quieren los dioses, pues vosotros lo conseguís » y yo lo determino. » Llamó luégo á sus criados, mandó

prevenir sus andas y su acompañamiento, y dijo á sus ministros : « que por ciertas consideraciones de estado que >> tenía comunicadas con sus dioses, habia resuelto mudar >> su habitacion por unos dias al cuartel de los Españoles: >> que lo tuviesen entendido y lo publicasen así, diciendo » á todos que iba por su voluntad y conveniencia. » Ordenó despues á uno de los capitanes de sus guardias que le trajese preso á Qualpopoca, y á los demás cabos que hubiesen cooperado en la invasion de Zempoala, para cuyo efecto le dió el sello que traía siempre atado al brazo derecho; y le advirtió que llevase gente armada para no aventurar la prision. Todas estas órdenes se daban en público, y doña Marina se las iba interpretando á Cortés y á los demás capitanes, porque no se recelasen de verle hablar con los suyos, y quisiesen pasar á la violencia fuera de tiempo.

Salió sin mas dilacion de su palacio, llevando consigo todo el acompañamiento que solia: los Españoles iban á pié junto á las andas, y le cercaban con pretexto de acompañarle. Corrió luégo la voz de que se llevaban á su rey los extrangeros, y se llenaron de gente las calles, no sin algunos indicios de tumulto, porque daban grandes voces y se arrojaban en tierra, unos despechados y otros enternecidos; pero Motezuma, con exterior alegría y seguridad, los iba sosegando y satisfaciendo. Mandábales primero que callasen, y al movimiento de su mano sucedia repentino el silencio. Decíales despues que aquella no era prision, sino ir por su gusto á vivir unos dias con sus amigos los extrangeros satisfacciones adelantadas, ó respuestas sin pregunta que niegan lo que afirman. En llegando al cuartel, que como dijimos era la casa real que fabricó su padre, mandó á su guardia que despejase la gente popular, y á sus ministros que impusiesen pena de la vida contra los que se moviesen á la menor inquietud. Agasajó mucho á los soldados españoles que le salieron à recibir con reverente alborozo. Eligió despues el cuarto donde queria residir, y la casa era capaz de separacion decente. Adornóse luego por sus mismos criados con las mejores alhajas de su guarda-ropa: púsose á la entrada suficiente guardia de soldados españoles; dobláronse las que solían

asistir á la seguridad ordinaria del cuartel: alargáronse á las calles vecinas algunas centinelas, y no se perdonó diligencia de las que correspondian á la novedad del empeño. Dióse órden á todos para que dejasen entrar á los que fuesen de la familia real, que ya eran conocidos, y á los nobles y ministros que viniesen á verle: cuidando de que entrasen unos y saliesen otros con pretexto de que no embarazasen. Cortés entró á visitarle aquella misma tarde, pidiendo licencia y observando las puntualidades y ceremonias que cuando le visitaba en su palacio. Hicieron la misma diligencia los capitanes y soldados de cuenta: diéronle rendidas gracias de que honrase aquella casa como si le hubiera traido á ella su eleccion; y él estuvo tan alegre y agradable con todos, como si no se halláran presentes los que fueron testigos de su resistencia. Repartió por su mano algunas joyas que hizo advertidamente para ostentar su desenojo; y por más que se observaban sus acciones y palabras, no se conocia flaqueza en su seguridad, ni dejaba de parecer rey en la constancia con que procuraba juntar los dos extremos de la dependecia y de la majestad. Á ninguno de sus criados y ministros, cuya comunicacion se le permitió desde luego, descubrió el secreto de su opresion, ó porque se avergonzase de confesarla, ó porque temió perder la vida si ellos se inquietasen. Todos miraron por entonces como resolucion suya este retiro, con que no pasaron á discurrir en la osadía de los Españoles, que, de muy grande, se les pudo esconder entre los imposibles á que no está obligada la imaginacion.

Así se dispuso y consiguió la prision de Motezuma : y él estuvo dentro de pocos dias tan bien hallado en ella, que apénas tuvo espíritu para desear otra fortuna. Pero sus vasallos vinieron á conocer con el tiempo que le tenian preso los Españoles por más que le dorasen con el respeto la sujecion. No se lo dejaron dudar las guardias que se asistian á su cuarto, y el nuevo cuidado, con que se tomaban las armas en el cuartel. Pero ninguno se movió á tratar de su libertad, ni se sabe qué razon tuviesen él para dejarse estar sin repugnancia en aquella opresion, y ellos para vivir en la misma insensibilidad sin extrañar la inde

cencia de su rey. Digno fué de grande admiracion el ardimiento de los Españoles; pero no se debe admirar ménos este apocamiento de ánimo en Motezuma, príncipe tan poderoso y de tan soberbio natural, y esta falta de resolucion en los Mejicanos, gente belicosa y de suma vigilancia en la defensa de sus reyes. Podríamos decir que anduvo tambien la mano de Dios en estos corazones, y no pareceria sobrada credulidad, ni sería nuevo en su providencia, que ya le vió el mundo facilitar las empresas de su pueblo quitando el espíritu á sus enemigos.

CAPÍTULO XX

Cómo se portaba en la prision Motezuma con los suyos y con los Españoles traen preso á Qualpopoca, y Cortés le hace castigar con pena de muerte, mandando echar unos grillos á Motezuma mientras se ejecutaba la sentencia.

Vieron los Españoles dentro de breves dias convertido en palacio su alojamiento, sin dejar de guardarle como cárcel de tal prisionero. Perdió la novedad entre los Mejicanos aquella gran resolucion. Algunos, sintiendo mal de la guerra que movió Qualpopoca en la Vera-Cruz, alababanla demostracion de Motezuma, y ponderaban como grandeza suya el haber dado su libertad en rehenes de su inocencia. Otros creían que los dioses, con quienes tenía familiar comunicacion, le habrian aconsejado lo más conveniente á su persona; y otros, que iban mejor, veneraban su determinacion sin atreverse á examinarla; que la razon de los reyes no habla con el entendimiento, sino con la obligacion de los vasallos. Él hacía sus funciones de rey con la misma distribucion de horas que solia: daba sus audiencias escuchaba las consultas ó representaciones de sus ministros, y cuidaba del gobierno político y militar de sus reinos poniendo particular estudio en que no se conociese la falta de su libertad.

La comida se le traía de palacio con numeroso acompañamiento de criados, y con mayor abundancia que otras

veces; repartíanse las sobras entre los soldados españoles; y él enviaba los platos más regalados á Cortés y á sus capitanes; conocíalos á todos por sus nombres, y tenía observados hasta los genios y las condiciones, de cuya noticia usaba en la conversacion, dando al buen gusto y á la la discrecion algunos ratos, sin ofender á la majestad ni á la decencia. Estaba con los Españoles todo el tiempo que le dejaban los negocios; y solia decir no se hallaba sin ellos. Procuraban todos agradarle, y era su mayor lisonja el respeto con que le trataban; desagradábase de la llanezas; y si alguno se descuidaba en ellas, procuraba reprimir elexceso, dando á entender que lo conocia: tan celoso de su dignidad, que sucedió el ofenderse con grande irritacion de una indecencia que le pareció advertida en cierto soldado español, y pidió al cabo de la guardia que le ocupase otra vez léjos de su persona, ó le mandaria castigar si se le pusiese delante.

Algunas tardes jugaba con Hernan Cortés al totoloque, juego que se componia de unas bolas pequeñas de oro, con que tiraban á herir ó derribar ciertos bolillos ó señales del mismo metal à distancia proporcionada. Jugábanse diferentes joyas y otras alhajas que se perdian ó ganaban á cinco rayas. Motezuma repartia sus ganancias con los Españoles, y Cortés bacía lo mismo con sus criados. Solia tantear Pedro de Alvarado; y porque algunas veces se descuidaba en añadir algunas rayas á Cortes, le motejaba con galantería de mal contador; pero no por eso dejaba de pedirle otras veces que tentease, y que tuviese cuenta de que no se le olvidase la verdad. Parecia señor hasta en el juego, sintiendo el perder como desaire de la fortuna y estimando la ganancia como premio de la victoria.

No se dejaba de introducir en estas conversaciones privadas el punto de la religion: Hernan Cortés le habló diferentes veces, procurando reducirle con suavidad á que conociese su engaño: fray Bartolomé de Olmedo repetia sus argumentos con la misma piedad y con mayor fundamento doña Marina intepretaba estos razonamientos con particular afecto; y añadia sus razones caseras, como persona recien desengañada, que tenía persentes los motivos

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