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gos, y andaban toda la noche como frenéticos, sin atreverse á descansar hasta saber si estaban de asiento en la region de las tinieblas. Pero al primer crepúsculo de la mañana empezaban á respirar con la vista en el Oriente, y en saliendo el sol le saludaban con todos sus instrumentos, cantándole diferentes himnos y canciones de alegría desconcertada: congratulábanse después unos con otros, de que ya tenian segura la duracion del mundo par otro siglo; y acudian luégo á los templos á congratularse con sus dioses y á recibir la nueva lumbre de los sacerdotes, que se encendia delante de los altares con vehemente agitacion de leños combustibles. Preveníanse despues de todo lo necessario para empezar á vivir, y este dia se celebraba con públicos regocijos, llenándose la ciudad de bailes. y otros ejercicios de agilidad, dedicados á la renovacion del tiempo, no de otra suerte que celébró Roma sus juegos seculares.

La coronacion de sus reyes tenía extraordinarios requisitos. Hecha la eleccion, como se ha dicho, quedaba el nuevo rey obligado á salir en campaña con las armas del imperio, y conseguir alguna victoria de sus enemigos ó sujetar alguna provincia de las confinantes ó rebeldes, ántes de coronarse ni ascender al trono real costumbre digna de observacion, por cuyo medio creció tanto en pocos años aquella monarquía. Luégo que se hallaba capaz del dominio con la recomendacion de victorioso, volvia triunfante á la ciudad, y se hacía público recibimento de grande ostentacion. Acompañábanle todos los nobles, ministros y sacerdotes hasta el templo del dios de la guerra, donde se apeaba de sus andas, y hechos los sacrificios de aquella funcion, le ponian los príncipes electores la vestiduray manto real, le armaban la mano diestra con un estoque de oro y pedernal, insignia de la justicia; la siniestra con el arco y flechas que significaban la potestad ó el arbitrio de la guerra, y el rey de Tezcuco le ponia la corona, prerogativa de. primer elector.

Oraba despues largo rato uno de los magistrados más elocuentes, dándole por todo el in.perio la enhorabuena de aquella dignidad, y alganos documentos en que le repre

sentaba los cuidados y desvelos que traia consigo la corona: lo que debia mirar por el bien público de sus reinos; y le ponia delante la imitacion de sus antecesores. Acabada esta oracion, se acercaba con gran reverencia el mayor de los sacerdotes, y en sus manos hacía un juramento de reparables circunstancias. Juraba primero que mantendria la religion de sus mayores que observaria las leyes y fueros del imperio: que trataria con benignidad á sus vasallos, y que mientras él reinase andarian concertadas las lluvias: que no habria inundaciones en los rios, esterilidad en los campos, ni malignas influencias en el sol : notable pacto entre rey y vasallos, de que se rie Justo Lipsio y pudiéramos decir que le querian obligar con este juramento á que reinase con tal moderacion que no mereciese por su parte las iras del cielo; no sin algun conocimiento de que suelen caer sobre los súbditos estos castigos y calamidades públicas por los pecados y exorbitancias de los reyes.

En los demás ritos y costumbres de aquella nacion tocaremos solamente lo que fuere digno de historia, dejando las supersticiones, indecencias y obscenidades que manchan la narracion por más que se digan sin ofensa de la verdad. Siendo tanta, como se ha referido, la muchedumbre de sus dioses, y tan oscura la ceguedad de su idolatría, no dejaban de conocer una deidad superior, á quien atribuian la creacion del cielo y de la tierra; y este principio de las cosas era entre los Mejicanos un dios sin nombre, porque no tenian en su lengua voz con que significarle; sólo daban á entender que le conocian mirando al cielo con veneracion, y dándole á su modo el atributo de inefable, con aquel género de religiosa incertidumbre que veneraron los Atenienses al dios no conocido.

Creian en la inmortalidad del alma, y daban premio y castigo en la eternidad: mal' entendido el mérito y la culpa, y obscurecida esta verdad con otros errores, sobre cuyo presupuesto enterraban con los difuntos cantidad de oro y plata para los gastos del viage que consideraban largo y trabajoso. Mataban algunos de sus criados para que los acompañasen, y era fineza ordinaria en las mujeres pro

pias celebrar con su muerte las exequias del marido. Los príncipes necesitaban de gran sepultura, porque se llevaban tras sí la mayor parte de sus riquezas y familia; uno y otro correspondiente á su grandeza, llenos los oficios de la casa, y algunos lisonjeros que padecian el engaño de su misma profesion. Los cuerpos se llevaban á los templos con solemnidad y acompañamiento, donde los salian á recibir aquellos que llamaban sacerdotes, con sus braserillos de copal, cantando al son de flautas roncas y destempladas, diferentes himnos y versos fúnebres en tono melancólico. Levantaban repetidas veces en alto el ataúd miéntras duraba el sacrificio voluntario de aquellos miserables, que introducian en el alma la servidumbre; funcion de notable variedad, compuesta de abusiones ridículas y atrocidades lastimosas.

Sus matrimonios tenian su forma de contrato, y sus ceremonias de religion. Hechos los tratados, comparecian ambos contrayentes en el templo, y uno de los sacerdotes examinaba su voluntad con preguntas rituales, y despues tomaba con una mano el velo de la mujer y con otra el manto delmarido, y los añudaba por los extremos, significando el vínculo interior de las dos voluntades. Con este género de yugo nupcial volvian á su casa en compañía del mismo sacerdote, donde (imitando la supersticion de los dioses Lares) entraban á visitar el fuego doméstico, que á su parecer mediaba en la paz de los casados, y daban siete vueltas à su alrededor siguiendo al sacerdote; con cuya diligencia y la de sentarse despues á recibir el calor de conformidad, quedaba perfecto el matrimonio. Hacíase memoria, con instrumento público, de los bienes dotales que llevaba la mujer; y el marido quedaba obligado á restituirlos en caso de apartarse: lo cual sucedia muchas veces, y se tenía por bastante causa para el divorcio que se conformasen los dos pleito en que no entraban las leyes, porque se juzgaban los que se conocian. Quedábase con las hijas la mujer, llevándose los hijos el marido, y una vez disuelto el matrimonio tenian pena de la vida irremisible si se volvian á juntar; siendo en su natural inconstancia la única dificultad de los repudios el peligro

de la reincidencia. Celaban como punto de honra la honestidad y el recato de las mujeres propias, y entre aquella desordenada licencia con que se daban al vicio de la sensualidad, se aborrecia y castigaba con rigor el adulterio, no tanto por su deformidad como por sus inconvenientes.

Llevábanse á los templos con solemnidad los niños recien nacidos, los sacerdotes los recibian con ciertas amonestaciones, en que les notificaban los trabajos á que nacian. Aplicábanles, si eran nobles, á la mano derecha una espada y al brazo izquierdo un escudo que tenían para este ministerio. Si eran plebeyos hacían la misma diligencia con algunos instrumentos de los oficios mecánicos; y las hembras de una y otra calidad empuñaban la rueca y el uso: manifestando á cada uno el género de fatiga con que le aguardaba su destino. Hecha esta primera ceremonia los llevaban cerca del altar, y con espinas de maguey ó con lancetas de pedernal les sacaban alguna sangre de las partes de la generacion; y despues les echaban agua, ó los bañaban con otras imprecaciones, en que parece quiso el demonio, inventor de aquellos ritos, imitar el bautismo y la circuncision, con la misma soberbia que intentó contrahacer otras ceremonias, y hasta los mismos sacramentos de la religión católica; pues introdujo entre aquellos bárbaros la confesion de los pecados, dándoles a entender que se ponian con ella en gracia de sus dioses, y un género de comunion ridícula que ministraban los sacerdotes ciertos dias del año, repartiendo en pequeños bocados un ídolo de harina amasada con miel, que llamaban dios de la penitencia. Ordenó tambien sus jubileos, instituyó las procesiones, los incensarios y otros remedos del verdadero culto, hasta disponer que se llamasen papas en aquella lengua los sumos sacerdotes, en que se conoce que le costaba particular estudio esta imitacion, fuese por abusar de las ceremonias sacrosantas, mezclándolas con sus abominaciones, ó porque no sabe arrepentirse de aspirar con este género de afectaciones á la semejanza del Altísimo.

Los sacrificios de sangre humana empezaron casi con la idolatría, y siglos ántes los introdujo el demonio entre

aquellas gentes, de quien víno hasta los Israelitas el sacrificar sus hijos á las esculturas de Canaam. El horror de comerse los hombres á los hombres se vió primero en otros bárbaros de nuestro hemisferio, como lo confiesa entre sus antigüedades la Galacia, y en sus antropófagos la Scitia. Los leños adorados como dioses, las supersticiones, los agüeros, los furores de los sacerdotes, la comunicacion con el demonio en sus oráculos, y otros ab-. surdos de igual abominacion, se hallan admitidos y venerados por otros gentiles que supieron discurrir y obrar con acierto en lo moral y político. Grecia y Roma desatinaron en la religion, y en lo demás dieron leyes al mundo y ejemplos á la posteridad.

CAPÍTULO XVIII

lle

Continúa Motezuma sus agasajos y dádivas á los Españoles gan cartas de la Vera-Cruz con noticia de la batalla en que murió Juan de Escalante, y con este motivo se resuelve la prision de Motezuma.

Observaban los Españoles todas estas novedades, no sin grande admiracion, aunque procuraban reprimirla y disimularla; costándoles cuidado el apartarla del semblante por mantener la superioridad que afectaban entre aquellos indios. Los primeros dias se ocuparon en varios entreteni mientos. Hicieron los Mejicanos vistosa ostentacion de todas sus habilidades, con deseo de festejar á los forasteros, y no sin ambicion de parecer diestros en el manejo de sus armas y ágiles en los demas ejercicios. Motezuma fomentaba los espectáculos y regocijos, depuesta la majestad contra el estilo de su elevacion. Llevaba siempre consigo á Cortés, asistido de sus capitanes: tratábale con un género de humanidad respetiva que parecia monstruosa en su natural, y daba nueva estimacion á los Españoles entre los que le conocian. Frecuentábanse las visitas, unas veces Cortés en el palacio, y otras Motezuma en el alojamiento. No acababa de admirar las cosas de España considerándola

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