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cuadros de agricultura cuidadosa, donde hacian labor las flores con ordenada variedad. Estaba en medio un estanque de agua dulce, de forma cuadrangular: fábrica de piedra y argamasa, con gradas por todas partes hasta el fondo tan grande, que tenía cada uno de sus lados cuatrocientos pasos, donde se alimentaba la pesca de mayor regalo, y acudian várias especies de aves palustres, algunas conocidas en Europa, y otras de figura exquisita y pluma extraordinaria: obra digna de príncipe, y que hallada en un súbdito de Motezuma, se miraba como argumento de mayores opulencias.

Pasóse bien la noche, y la gente acudió con agrado y sencillez al agasajo de los Españoles; sólo se reparó en que hablaban ya en este lugar con otro estilo de las cosas de Motezuma porque alababan todos su gobierno, y encarecian su grandeza; ó contuviese á los de aquella opinion el parentesco del cacique, ó les hiciese ménos atrevidos la cercanía del tirano. Habia dos leguas de calzada que pasar hasta Méjico, y se tomó la mañana, porque deseaba Cortés hacer su entrada, y cumplir con la primera funcion de visitar á Motezuma, quedando con alguna parte del dia para reconocer y fortificar su cuartel. Siguióse la marcha con el mismo órden; y dejando á los lados la ciudad de Magicalcingo en el agua, y la de Cuyoacan en la ribera, sin otras grandes poblaciones que se descubrian en la misma laguna, se dió vista desde más cerca y no sin admiracion, á la gran ciudad de Méjico, que se levantaba con exceso entre las demas, y al parecer se le conocia el predominio hasta en la soberbia de sus edificios. Salieron á poco ménos que la mitad del camino más de cuatro mil nobles y ministros de la ciudad á recibir el ejército, cuyos cumplimientos detuvieron largo rato la marcha aunque sólo hacían reverencias, y pasaban delante para volver acompañando. Estaba poco ántes de la ciudad un baluarte de piedra, con dos castillejos á los lados, que ocupaba todo el plano de la calzada, cuyas puertas desembocaban sobre otro pedazo de calzada, y ésta terminaba en un puente levadizo, que defendia la entrada con segunda fortificacion. Luégo que pasaron de la otra

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parte los magnates del acompañamiento, se fueron desviando á los lados, para franquear el paso al ejército, y se descubrió una calle muy larga y espaciosa de grandes casas, edificadas con igualdad y correspondencia, cubiertos de gente los miradores y terrados; pero la calle totalmente desocupada; y dijeron á Cortes, que se habia despejado cuidadosamente, porque Motezuma estaba en ánimo de salir á recibirle, para mayor demostracion de su benevolencia.

Poco despues se fué dejando ver la primera comitiva real, que serían hasta doscientos nobles de su familia, vestidos de librea, con grandes penachos, conformes en la hechura y el color. Venían en dos hileras con notable silencio y compostura, descalzos todos, y sin levantar los ojos de la tierra; acompañamiento con apariencias de procesion. Luego que llegaron cerca del ejército, se fueron arrimando á las paredes en el mismo órden, y se vió á lo lėjos una gran tropa de gente mejor adornada, y de mayor dignidad, en cuyo medio venía Motezuma sobre los hombros de sus favorecidos, en unas andas de oro bruñido, que brillaba con proporcion entre diferentes labores de pluma sobrepuesta, cuya primorosa distribucion procuraba obscurecer la riqueza con el artificio. Seguian el påso de las andas cuatro personages de gran suposicion, que le llevaban debajo de un pálio, hecho de plumas verdes, entretejidas y dispuestas de manera que formaban tela, con algunos adornos de argentería; y poco delante iban tres magistrados con unas varas de oro en las manos, que levantaban en alto sucesivamente, como avisando que se acercaba el rey, para que se humillasen todos, y no se atreviesen á mirarle desacato que se castigaba como sacrilegio. Cortés se arrojó del caballo poco ántes que llegase, y al mismo tiempo se apeó Motezuma de sus andas, y se adelantaron algunos indios, que alfombraron el camino, para que no pusiese los piés sobre la tierra, que á su parecer era indigna de sus huellas.

Prevínose á la funcion con espacio y gravedad, y pues

1. Cortés dice que esta calle tenía de largo dos tercios de legua Herrera no le dá más de un tercio.

tas las dos manos sobre los brazos del señor de Iztacpalapa y el de Tezcuco, sus sobrinos, dió algunos pasos para recibir á Cortés. Era de buena presencia, su edad hasta cuarenta años, de mediana estatura, más delgado que robusto; el rostro aguileño, de color ménos oscuro que el natural de aquellos indios, el cabello largo hasta el estremo de la oreja, los ojos vivos, y el semblante magestuoso, con algo de intencion; su traje un manto de sutilísimo algodon, anudado sin desaire sobre los hombros, de manera que cubria la mayor parte del cuerpo, dejando arrastrar la falda. Traía sobre sí diferentes joyas de oro, perlas y piedras preciosas, en tanto número, que servian más al peso que al adorno. La corona una mitra de oro ligero, que por delante remataba en punta, y la mitad posterior algo más obtusa se inclinaba sobre la cerviz; y el calzado unas suelas de oro macizo, cuyas correas tachonadas de lo mismo, ceñian el pie, y abrazaban parte de la pierna, semejante a las caligas militares de los Romanos.

Llegó Cortés apresurando el paso sin desautorizarse, y le hizo una profunda sumision; á que respondió poniendo la mano cerca de la tierra, y llevándola despues á los labios cortesía de inaudita novedad en aquellos príncipes, y más desproporcionada en Motezuma, que apénas doblaba la cerviz á sus dioses, y afectaba la soberbia, ó no la sabía distinguir de la magestad; cuya demostracion, y la de salir personalmente al recibimiento se reparó mucho entre los indios, y cedió en mayor estimacion de los Españoles; porque no se persuadian á que fuese inadvertencia de su rey, cuyas determinaciones veneraban, sujetando el entendimiento. Habíase puesto Cortés sobre las armas una banda ó cadena de vidrio; compuesta vistosamente de varias piedras que imitaban los diamantes y las esmeraldas, reservada para el presente de la primera audiencia; y hallándose cerca en estos cumplimientos, se la echó sobre los hombros á Motezuma. Detuviéronle, no sin alguna destemplanza, los dos braceros, dándole á entender que no era lícito el acercarse tanto á la persona del rey; pero él los reprendió, quedando tan gustoso del presente, que le miraba y celebraba entre los suyos como presea de inesti

mable valor; y para desempeñar su agradecimiento con alguna liberalidad, hizo traer entretanto que llegaban á darse á conocer los demas capitanes, un collar que tenía la primera estimacion entre sus joyas. Era de unas conchas carmesíes de gran precio en aquella tierra, dispuestas y engarzadas con tal arte, que de cada una de ellas pendian cuatro gambaros ó cangrejos de oro, imitados prolijamente del natural. Y él mismo con sus manos se le puso en el cuello á Cortés: humanidad y agasajo, que hizo segundo ruido entre los Mejicanos. El razonamiento de Cortés fué breve y rendido como lo pedia la ocasion, y su respuesta de pocas palabras, que cumplieron con la discrecion sin faltar á la decencia. Mandó luégo al uno de aquellos dos príncipes sus colaterales, que se quedase para conducir y acompañar á Hernan Cortés hasta su alojamiento; y arrimado al otro, volvió á tomar sus andas, y se retiró á su palacio con la misma pompa y gravedad.

Fué la entrada en esta ciudad á 8 noviembre del mismo año 1519, dia de los santos cuatro coronados mártires; y el alojamiento que tenían prevenido, unas de las casas reales que fabricó Axayaca, padre de Motezuma. Competia en la grandeza con el palacio principal de los reyes, y tenía sus presunciones de fortaleza; paredes gruesas de piedra, con algunos torreones, que servian de travéses y daban facilidad á la defensa. Cupo en ella todo el ejército y la primera diligencia de Cortés fué reconocerla por todas partes para distribuir sus guardias, alojar su artillería y cercar su cuartel. Algunas salas, que tenían destinadas para la gente de más cuenta, estaban adornadas con sus tapicerías de varios colores hechas de aquel algodon, á que se reducian todas sus telas, más ó ménos delicadas las sillas de madera, labradas de una pieza, las camas entoldadas con sus colgaduras en forma de pabellones; pero el lecho se componía de aquellas sus esteras de palma, donde servia de abecera una de las mismas esteras arrollada; no alcanzaban allí mejor cama los príncipes más regalados, ni cuidaba mucho aquella gente de su comodidad, porque vivian á la naturaleza, contentándose con los remedios de la necesidad; y no sabemos si se debe llamar felicidad en aquellos bárbaros esta ignorancia de las superfluidades.

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CAPÍTULO XI

Viene Motezuma el mismo dia por la tarde à visitar á Cortés en su alojamiento: refiérese la oracion que hizo antes de oir la embajada, y la respuesta de Cortés.

Era poca más de medio dia cuando entraron los Españoles en su alojamiento, y hallaron prevenido un banquete regalado y espléndido para Cortés y los cabos de su ejér cito, con grande abundancia de bastimentos ménos delicados para el resto de la gente, y muchos indios de servicio, que ministraban los manjares y las bebidas con igual silencio y puntualidad. Por la tarde vino Motezuma con la misma pompa y acompañamiento á visitar á Cortés, que avisado poco ántes, salió á recibirle hasta el patio principal, con todo el obsequio debido á semejante favor. Acompañóle hasta la puerta de su cuarto, donde le hizo una profunda reverencia, y él pasó á tomar su asiento con despejo y gravedad. Mandó luégo que acercasen otro á Cor. tés: hizo seña para que se apartasen á la pared los caballeros que andaban cerca de su persona, y Cortés advirtió lo mismo á los capitanes que le asistian. Llegaron los intérpretes, y cuando se prevenía Hernan Cortés para dar principio á su oracion, le detuvo Motezuma, dando á entender que tenía que hablar ántes de oir; y se refiere que discurrió en esta sustancia:

« Ántes que me déis la embajada, ilustre capitan y va>> lerosos extrangeros, del príncipe grande que os envia, >> debéis vosotros, y debo yo desestimar y poner en olvido >> lo que ha divulgado la fama de nuestras personas y cos>> tnmbres, introduciendo en nuestros oidos aquellos vanos >> rumores que van delante de la verdad, y suelen obscu>> recerla declinando en lisonja ó vituperio. En algunas >> partes os habrán dicho de mí que soy uno de los dioses >> inmortales, levantando hasta los cielos mi poder y mi >> naturaleza en otras que se desvela en mis opulencias » la fortuna, que son de oro las paredes y los ladrillos de

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