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jarse ver; aunque despues mataron los centinelas algunos indios, sobre acercarse demasiado con apariencias de reconocer el cuartel; y pudo ser que alguno de los caudillos mejicanos condujese aquella gente con ánimo de asaltar cautelosamente á los Españoles, creyendo no sería desagradable á su rey, por considerarle rendido á la paz con repugnancia de su natural y de su conveniencia; pero esto se quedó en presuncion, porque á la mañana sólo se descubrieron en el camino que se habia de seguir, algunas tropas de gente desarmada que tomaban lugar para ver á los extrangeros.

Tratábase ya de poner en marcha el ejército, cuando llegaron al cuartel cuatro caballeros mejicanos, con aviso de que venía el príncipe Cacumatzin, sobrino de Motezuma, y señor de Tezcuco, á visitar á Cortés de parte de su tio, y tardó poco en llegar. Acompañábanle muchos nobles con insignias de paz, y ricamente adornados. Traíanle sobre sus hombros otros indios de su familia en unas andas cubiertas de varias plumas, cuya diversidad de colores se correspondia con proporcion; era mozo de hasta veinte y cinco años, de recomendable presencia; y luégo que se apeó, pasaron delante algunos de sus criados á barrer el suelo que habia de pisar, y á desviar con grandes ademanes y contenencias la gente de los lados; ceremonias que siendo ridículas daban autoridad. Salió Cortés á recibirle hasta la puerta de su alojamiento con todo aquel aparato de que adornaba su persona en semejantes funciones. Hízole al llegar una complida reverencia, y él correspondió tocando la tierra, y despues los labios con la mano derecha. Tomó su lugar despejadamente, y habló con sosiego de hombre que sabía estar sin admiracion á vista de la novedad. La sustancia de su razonamiento fué : << dar la bien venida, con palabras puestas en su lugar, á » Cortés y á todos los cabos de su ejército ponderar la >> gratitud con que los esperaba el gran Motezuma, y cu» ánto deseaba la correspondencia y amistad de aquel prín» cipe del Oriente que los enviaba, cuya grandeza debia re>> conocer por algunas razones que entenderian de su » boca : » y por via de discurso propio volvió á dificultar,

como los demas embajadores, la entrada de Méjico, fingiendo que se padecia esterilidad en todos los pueblos de >> su contribucion; » y proponiendo, como punto que sentia su rey, «<lo mal asistidos que se hallarian los Españo>> les donde faltaba el sustento para los vecinos. » Cortés respondió, sin apartarse del misterio con que iba cebando las aprensiones de aquella gente, « que su rey, siendo un >> monarca, sin igual en otro mundo, cercano al nacimiento >> del sol, tenía tambien algunas razones de alta considera» cion para ofrecer su amistad á Motezuma, y comunicarle >> diferentes noticias que miraban á su persona y esencial >> conveniencia; cuya proposicion no desmereceria su gra>> titud, niél podia dejar de admitir con singular estimacion » la licencia que se le concedia para dar su embajada, » sin que le hiciese algun embarazo la esterilidad que se >> padecia en aquella corte; porque sus Españoles necesita>> ban de poco alimento para conservar sus fuerzas, y ve» nían enseñados á padecer y despreciar las incomodida» des y trabajos de que se afligian los hombres de inferior >> naturaleza. » No tuvo Cacumatzin que replicar á esta resolucion, ántes recibió con estimacion y rendimiento algunas joyuelas de vidrio extraordinario que le dió Cortés, y acompañó el ejército hasta Tezcuco, ciudad capital de su dominio, donde se adelantó con la respuesta de su embajada.

Fra entónces Tezcuco una de las mayores ciudades de aquel imperio: refieren algunos que sería como dos veces Sevilla, y otros que podia competir con la corte de Motezuma en la grandeza; y presumía no sin fundamento de mayor antigüedad. Estaba la frente principal de sus edificios sobre la orilla de aquel espacioso lago, en paraje de grande amenidad, donde tomaba principio la calzada oriental de Méjico. Siguióse por ella la marcha sin detencion, porque se llevaba intento de pasar á Iztacpalapa 1. tres leguas más adelante, sitio proporcionado para entrar en Méjico el dia siguiente á buena hora. Tendría por esta parte la calzada veinte pies de ancho, y era de piedra y

1. Ixtapalaba. En su comarca y en la de Ixtapaluca, poco distante de aquélla, se recogia abundantemente la sal.

cal, con algunas labores en la superficie. Habia en la mitad del camino sobre la misma calzada otro lugar de hasta dos mil casas, que se llamaba Quitlavaca; y por estar fundado en el agua, le llamaron entonces Venezuela. Salió el cacique muy acompañado y lucido al recibimiento de Cortés, y le pidió que honrase por aquella noche su ciudad, con tanto afecto, y tan repetidas instancias, que fué preciso condescender á sus ruegos por no desconfiarle. Y no dejó de hallarse alguna conveniencia en hacer aquella mansion para tomar noticias; porque viendo desde más cerca la dificultad, entró Cortés en algun recelo de que le rompiesen la calzada, ó levantasen los puentes para embarazar el paso á su gente.

Registrábase desde allí mucha parte de la laguna, en cuyo espacio se descubrian varias poblaciones y calzadas, que la interrumpian y la hermoseaban; torres y capiteles, que al parecer nadaban sobre las aguas, árboles y jardines fuera de su elemento; y una inmensidad de indios, que navegando en sus canoas, procuraban acercarse á ver los Españoles, siendo mayor la muchedumbre que se dejaba reparar en los terrados y azoteas más distantes : hermosa vista y maravillosa novedad, de que se llevaba noticia, y fué mayor en los ojos que en la imaginacion.

Tuvo el ejército bastante comodidad en este alojamiento y los paisanos asistieron con agrado y urbanidad al regalo de sus huéspedes; gente de cuya policía se dejaba conocer la vecindad de la corte. Manifestó el cacique, sin poderse contener, poco afecto á Motuzuma, y el mismo deseo que los demas de sacudir el yugo intolerable de aquel gobierno, porque alentaba los soldados y facilitaba la empresa, diciendo á los intérpretes como quien deseaba que lo entendiesen todos, « que la calzada que se habia de se>> guir hasta Méjico era más capaz y de mejor calidad que » la pasada, sin que hubiese que recelar en ella ni en las >> poblaciones de su márgen : que la ciudad de Iztacpalapa, >> donde se habia de hacer tránsito, estaba de paz, y tenía, >> órden para recibir y alojar amigablemente á los Espa» ñoles que el señor de esta ciudad era pariente de Mote» zuma; pero que ya no habia que temer en los de su fac

>>cion, porque le tenían rendido y sin espíritu los prodi»gios del cielo, las respuestas de sus oráculos y las haza» ñas que le referian de aquel ejército; por cuya razon le >> hallarian deseoso de la paz, y con el ánimo dispuesto án»tes á sufrir que á provocar. » Decía la verdad este cacique, pero con alguna mezcla de pasion y de lisonja, y Hernan Cortés, aunque no dejaba de conocer este defecto en sus noticias, procuraba divulgarlas y encarecerlas entre sus soldados. Y no se puede negar que llegaron á buen tiempo, para que no se desanimase la gente de ménos obligaciones con aquella variedad de objetos admirables que se tenían á la vista, de que se pudiera colegir la grandeza de aquella corte y el poder formidable de aquel príncipe; pero los informes del cacique, y las ponderaciones que se hacían de si turbacion y desaliento, pudieron tanto en esta concurrencia de novedades, que alegrándose todos de lo que se habian de asombrar, se aprovecharon de su admiracion para mejorar las esperanzas de su fortuna.

CAPÍTULO X

Pasa el ejército á Iztacpalapa, donde se dispone, la entrada de Méjico refiérese la grandeza con que salió Motezuma á recibir á los Españoles.

se

La mañana siguiente, poco despues de amanecer, puso en órden la gente sobre la misma calzada, segun su capacidad, bastante por aquella parte para que pudiesen ir ocho caballos en hilera. Constaba entonces el ejército de cuatrocientos y cincuenta Españoles no cabales, y hasta seis mil indios tlascaltecas, zempoales y de otras naciones amigas. Siguióse la marcha, sin nuevo accidente que diese cuidado, hasta la misma ciudad de Iztacpalapa, donde se habia de hacer alto: lugar que sobresalía entre los demas por la grandeza de sus torres, y por el bulto de sus edificios sería de hasta diez mil casas de segundo y tercer alto1,

1. Este cálculo es sin duda exajerado, asi en el número de casas como en los pisos de ellas. Para ello sería preciso dar á Iztacpa

que ocupaban mucha parte de la laguna, y se dilataban algo más sobre la ribera, en sitio delicioso y abundante. El señor de esta ciudad salió muy autorizado á recibir el ejército; y le asistieron para esta funcion los príncipes de Magicalcingo y Cuyoacan, dominios de la misma laguna. Traían todos tres su presente separado de varias frutas, cazas y otros bastimentos, con algunas piezas de oro, que valdrian hasta dos mil pesos. Llegaron juntos, y se dieron á conocer, diciendo cada uno su nombre y dignidad; y remitiendo á la discrecion de la ofrenda todo lo que faltaba en el razonamiento.

Hízose la entrada en esta ciudad con aquel aplauso, que consistía en el bullicio y gritería de la gente, cuya inquietud alegre daba seguridad á los más recelosos. Estaba prevenido el alojamiento en el mismo palacio del cacique, donde cupieron todos los Españoles debajo de cubierto, quedando los demas en los patios y zaguanes con bastante comodidad para una noche que habia de pasar sin descuido. Era el palacio grande y bien fabricado, con separacion de cuartos alto y bajo, muchas salas con techumbre de cedro, y no sin adorno; porque algunas de ellas tenían sus colgaduras de algodon, tejido á colores, con dibujo y proporcion. Habia en Iztacpalapa diversas fuentes de agua dulce y saludable, traida por diferentes conductos de las sierras vecinas, y muchos jardines cultivados con prolijidad, entre los cuales se hacía reparar una huerta de admirable grandeza y hermosura, que tenía para su recreacion; donde llevó aquella tarde á Cortés con algunos de sus capitanes y soldados, como quien deseaba cumplir á un tiempo con el agasajo de los huéspedes, y con su propia jactancia y vanidad. Habia en ella diversos géneros de árboles fructíferos, que formaban calles muy dilatadas, dejando su lugar á las plantas menores, y un espacioso jardin, que tenía sus divisiones y paredes hechas de cañas entretejidas y cubiertas de yerbas olorosas, con diferentes

lapa mayor poblacion que á nuestro Madrid, puesto que éste sólo tiene ocho mil casas. Además los indios no acostumbraban á hacer las suyas con más de un piso, fuera de algun palacio al que añadian por adorno un segundo cuerpo.

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