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en sí, que sin hacer ruido ni mostrar sentimiento preguntó á los embajadores de Motezuma, que marchaban cerca de su persona: «¿por qué razon estaban así aquellos dos ca>> minos? » Respondieron : «< que habian hecho allanar el » mejor para que pasase su ejército, cegando el otro por >> ser el más áspero y dificultoso; » y él con la misma igual» dad en la voz y el semblante: «< Mal conocéis, » dijo, « á >> los de mi nacion. Ese camino que habéis embarazado se » ha de seguir, sin otra razon que su misma dificultad, >> porque los Españoles siempre que tenemos eleccion nos >> inclinamos á lo más dificultoso; » y sin detenerse mandó á los indios amigos que pasasen á desembarazar el camino, desviando á un lado y otro aquellos estorbos mal disimulados que procuraban esconderlo; lo cual se ejecutó prontamente con grande asombro de los embajadores, que sin discurrir en qué se habia descubierto el ardid de su príncipe, tuvieron á especie de adivinacion aquel acierto casual hallando que admirar y que temer en la misma bizarría de la resolucion. Sirvióse Cortés primorosamente de la noticia que llevaba, y consiguió el apartarse del peligro sin perder reputacion, cuidando tambien de no desconfiar á Motezuma, diestro ya en el arte de quebrantar insidias con no quererlas entender.

Los indios emboscados luégo que reconocieron desde sus puestos que los Españoles se apartaban de la celada y seguian el camino real, se dieron por descubiertos, y trataron de retirarse tan amedrentados y en tanto desórden como si volvieran vencidos: con que pudo bajar el ejército á lo llano sin oposicion, y aquella noche se alojó en unas caserías de bastante capacidad que se hallaron en la misma falda de la sierra, fundadas allí para hospedaje de los mercaderes mejicanos que frecuentaban las ferias de Cholula, donde se dispuso el cuartel con todos los resguarnos y prevenciones que aconsejaba la poca seguridad con que se iba pisando aquella tierra.

Motezuma entretanto duraba en su irresolucion, desanimado con el malogro de sus ardides, y sin aliento para usar de sus fuerzas. Hízose devocion esta falta de espíritu : estrechóse con sus dioses: frecuentaba los templos y los

sacrificios manchó de sangre humana todos sus altares : más cruel cuando más afligido y siempre crecía su confusion y se hallaba en mayor desconsuelo, porque andaban encontradas las respuestas de sus ídolos, y discordes en el dictámen los espíritus inmundos que le hablaban ellos. Unos le decian que franquease las puertas de la ciudad á los Españoles, y así conseguiría el sacrificarlos sin que se pudiesen escapar ni defender : otros que los apar tase de sí y tratase de acabar con ellos, sin dejarse ver; y él se inclinaba más á esta opinion, haciéndole disonancia el atrevimiento de querer entrar en su corte contra su voluntad, y teniendo á desaire de su poder aquella porfía contra sus órdenes, ó sirviéndose de la autoridad para mejorar el nombre á la soberbia. Pero cuando supo que se hallaban ya en la provincia de Chalco, frustrado el último estratagema de la montaña, fué mayor su inquietud y su impaciencia: andaba como fuera de sí: no sabía qué partido tomar sus consejeros le dejaban en la misma incertidumbre que sus oráculos. Convocó finalmente una junta de sus magos y agoreros; profesion muy estimada en aquella tierra, donde habia muchos que se entendian con el demonio, y la falta de las ciencias daba opinion de sabios á los más engañados. Propúsoles que necesitaba de su habilidad para detener aquellos extrangeros, de cuyos designios estaba receloso. Mandóles que saliesen al camino y los ahuyentasen ó entorpeciesen con sus encantos, á la manera que solian obrar otros efectos extraordinarios en ocasiones de menor importancia. Ofrecióles grandes premios si lo consiguiesen, y los amenazó con pena de la vida si volviesen ó su presencia sin haberlo conseguido.

Esta órden se puso en ejecucion, y con tantas veras, que se juntaron brevemente numerosas cuadrillas de nigrománticos y salieron contra los Españoles, fiados en la eficacia de sus conjuros, y en el imperio que á su parecer tenían sobre la naturaleza. Refieren el padre José de Acosta y otros autores fidedignos, que cuando llegaron al camino de Chalco, por donde venía marchando el ejército, y al empezar sus invocaciones y sus círculos se les apareció el demonio en figura de uno de sus ídolos, á

quien llamaban Tezcatlecupa, dios infausto y formidable; por cuya mano pasaban, á su entender, las pestes las esterilidades y otros castigos del cielo. Venía como despechado y enfurecido, afeando con el ceño de la ira la misma fiereza del ídolo inclemente; y traía sobre sus adornos ceñida una soga de esparto que le apretaba con diferentes vueltas el pecho para mayor significacion de su congoja, ó para dar á entender que le arrastraba mano invisible. Postráronse todos para darle adoracion, y él sin dejarse obligar de su rendimiento, y fingiendo la voz con la misma ilusion que imitó la figura, les habló en esta sustancia : « Ya, Meji>canos infelices, perdieron la fuerza vuestros conjuros: » ya se desató enteramente la trabazon de nuestros pac» tos. Decid á Motezuma, que por sus crueldades y tira>>nías tiene decretada el cielo su ruina ; y para que le repre» sentéis más vivamente la desolacion de su imperio, vol» ved á mirar esa ciudad miserable, desamparada ya de >> vuestros dioses. « Dicho esto desapareció, y ellos vieron arder la ciudad en horribles llamas, que se desvanecieron poco á poco, desocupando el aire y dejando sin alguna lesion los edificios. Volvieron á Motezuma con esta noticia temerosos de su rigor, librando en ella su disculpa; pero le hicieron tanto asombro las amenazas de aquel dios infortunado y calamitoso, que se detuvo un rato sin responder, como quien recogia las fuerzas interiores, ó se acordaba de sí para no descaecer; y depuesta desde aquel instante su natural ferocidad, dijo, volviendo á mirar á los magos y á los demas que le asistian: «¿Qué podemos ha» cer si nos desamparan nuestros dioses? Vengan los ex» trangeros, y caiga sobre nosotros el cielo, que no nos >> hemos de esconder, ni es razon que nos halle fugitivos » la calamidad. » Y prosiguió poco despues : « Sólo me >> lastiman los viejos, niños y mujeres, á quienes faltan las manos para cuidar de su defensa. » En cuya consideracion se hizo alguna fuerza para detener las lágrimas. No se puede negar que tuvo algo de príncipe la primera proposicion, pues ofreció el pecho descubierto á la calamidad que tenía por inevitable, y no desdijo de la magestad la ternura con que llegó á considerar la opresion de sus va

sallos afectos ambos de ánimo real, entre cuyas virtudes ó propiedades no es ménos heróica la piedad que la constancia.

Empezóse luégo á tratar del hospedaje que se habia de hacer á los Españoles, de la solemnidad y aparatos del recibimiento y con esta ocasion se volvió á discurrir en sus hazañas, en los prodigios con que habia prevenido el cielo su venida, en las señas que traían de aquellos hombres orientales prometidos á sus mayores, y en la turbacion y desaliento de sus dioses, que á su parecer se daban por vencidos y cedian el dominio de aquella tierra, como deidades de inferior gerarquía; y todo fué menester para que se llegase á poner en términos posibles aquella gran dificultad de penetrar sobre tan porfiada resistencia, y con tan poca gente, hasta la misma corte de un príncipe tan poderoso, absoluto en sus determinaciones, obedecido con adoracion, y enseñado al temor de sus vasallos.

CAPÍTULO IX

Viene al cuartel á visitar á Cortés de parte de Motezuma el señor de Tezcuco, su sobrino: continúase la marcha y se hace alto en Quitla vaca, dentro ya de la laguna de Méjico.

De aquellas caserías donde se alojó el ejército de la otra parte de la montaña, pasó el dia siguiente á un pequeño lugar, jurisdiccion de Chalco, situado en el camino real, á poco más de dos leguas, donde acudieron luégo el cacique principal de la misma provincia y otros de la comarca. Traían sus presentes con algunos bastimentos, y Cortés los agasajó con mucha humanidad y con algunas dádivas; pero se reconoció luégo en su conversacion que se recataban de los embajadores, mejicanos, porque se detenian y embarazaban fuera de tiempo, y daban á entender lo que callaban en lo mismo que decian. Apartóse con ellos Hernan Cortés, y á poca diligencia de los intérpretes dieron todo el veneno del corazon. Quejáronse destempladamente de las crueldades y tiranías de Motezuma ponderaron lo

intolerable de sus tributos, que pasaban ya de las hacien das á las personas, pues les hacía trabajar sin estipendio en sus jardines y en otras obras de su vanidad; decian con lágrimas : que hasta las mujeres se habian hecho con>> tribucion de su torpeza y la de sus ministros, puesto que >> las elegían y desechaban á su antojo, sin que pudiesen de>> fender los brazos de la madre á la doncella, ni la pre»sencia del marido á la casada. » Representando uno y otro á Hernan Cortés como á quien lo podia remediar, y mirándole como á deidad que bajaba del cielo con jurisdiccion sobre los tiranos. Él los escuchó compadecido, y procuró mantenerlos en la esperanza del remedio, dejándose llevar por entónces del concepto en que le tenían, ó resistiendo á su engaño con alguna falsedad. No pasaba en estas permisiones de su política los términos de la modestia pero tampoco gustaba de obscurecer su fama, donde se miraba como parte de razon el desvarío de aquella gente.

Volvióse á la marcha el dia siguiente, y se caminaron cuatro leguas por tierra de mejor temple y mayor amenidad, donde se conocia el favor de la naturaleza en las arboledas, y el beneficio del arte en los jardines. Hízose alto en Amecameca, donde se alojó el ejército, lugar de mediana poblacion, fundado en una ensenada de la gran laguna, la mitad en el agua y la otra mitad en tierra firme, al pié de una montañuela estéril y fragosa. Concurrieron aquí muchos Mejicanos con sus armas y adornos militares; y aunque al principio se creyó que los traía la curiosidad, creció tanto el número, que dieron cuidado y no faltaron indicios que persuadiesen al recelo. Valióse Cortés de algunas exterioridades para detenerlos y atemorizarlos : hízose ruido con las bocas de fuego : disparáronse al aire algunas piezas de artillería: ponderóse y áun se provocó la ferocidad de los caballos, cuidando los intérpretes de dar significacion al estruendo y engrandecer el peligro; por cuyo medio se consiguió el apartarlos del alojamiento ántes que cerrase la noche. No se verificó que viniesen con ánimo de ofender, ni parece verosímil que se intentase nueva traicion cuando estaba Motezuma reducido á de

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