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y tercer requerimiento, y viendo que ninguno se movía, ordenó que se pusiese fuego á los torreones del mismo adoratorio; lo cual asientan que llegó á ejecutarse, y que perecieron muchos al rigor del incendio y la ruina. No parece fácil que se pudiese introducir la llama en aquellos altos edificios sin abrir primero el paso de las gradas, si ya no lo consiguió Hernan Cortés, valiéndose de las flechas encendidas con que arrojaban los indios á larga distancia sus fuegos artificiales. Pero nada bastó para desalojar al enemigo hasta que se abrevió el asalto por el camino que abrió la artillería; y se observó dignamente que sólo uno de tantos como fueron deshechos en este adoratorio se rindió voluntariamente á la merced de los Españoles, notable seña de su obstinacion!

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Hízose la misma diligencia en los demás adoratorios, y despues se corrió la ciudad que á breve rato quedó enteramente despoblada, y cesó la guerra por falta de enemigos. Los Tlascaltecas se desmandaron con algun exceso en el pillaje, y costó su dificultad el recogerlos hicieron muchos prisioneros: cargaron de ropas y mercaderías de valor, y particularmente se cebaron en los almacenes de la sal, de cuya provision remitieron luégo algunas cargas á su ciudad, atendiendo á la necesidad de su patria en el mismo calor de su codicia. Quedaron muertos en las calles, templos y casas fuertes más de seis mil hombres entre naturales y Mejicanos.

Retiróse luégo Hernan Cortés á su alojamiento con los Españoles y Zempoales; y señalando cuartel dentro de la ciudad á los Tlascaltecas, trató de que fuesen puestos en libertad todos los prisioneros de ambas naciones; cuyo número se componía de la gente más principal que se iba reservando como presa de más estimacion. Llamólos primero á su presencia, y mandando que saliesen tambien de su retiro los sacerdotes, la india que descubrió el trato y los embajanores de Motezuma, hizo á todos un breve razonamiento, doliéndose de que le hubiesen obligado los vecinos de aquella ciudad á tan severa demostracion; y despues de ponderar el delito y de asegurar á todos que ya estaba desenojado y satisfecho, mandó pregonar el per

don general de lo pasado sin excepcion de personas, y pidió con agradable resolucion á los caciques que tratasen de que se volviese á poblar su ciudad, recojiendo los fugitivos y asegurando á los temerosos.

No acababan ellos de creer su libertad, enseñados al rigor con que solian tratar á sus prisioneros; y besando la tierra en demostracion de su agradecimiento, se ofrecieron con humilde solicitud á la ejecucion de esta órden. Volvióse á poblar brevemente la ciudad, porque la demostracion de poner en libertad á los caciques y sacerdotes con tanta prontitud, y lo que ponderaron ellos esta clemencia de los Españoles sobre tan justa provocacion, bastó para que se asegurase la gente que andaba derramada por los lugares del contorno.

El dia siguiente á la faccion llegó Xicotencal con un ejército de veinte mil hombres, que al primer aviso de los suyos remitió la república de Tlascala para el socorro de los Españoles. Tenían prevenidas sus tropas recelando el suceso, y en todo se iban experimentando las atenciones de aquella nacion. Hicieron alto fuera de la ciudad, y Hernan Cortés los visitó y regaló con toda estimacion de su fineza; pero los redujo á que se volviesen, diciendo á Xicotencal y á sus capitanes : « que ya no era necesaria >> su asistencia para la reduccion de Cholula; y que hallán>> dose con resolucion de marchar brevemente la vuelta de » Méjico, no le convenía despertar la resistencia de Mote» zuma, ó provocarle á que rompiese la guerra, introdu>> ciendo en su dominio un grueso tan numeroso de Tlas>> caltecas, enemigos descubiertos de los Mejicanos. » Á cuya razon no tuvieron que replicar, ántes la conocieron y confesaron con ingenuidad, ofreciendo tener prevenidas sus tropas y acudir al socorro siempre que lo pidiese la necesidad.

Trató Cortés, primero que se retirasen, de hacer amigas aquellas dos naciones de Tlascala y Cholula introdujo la plática, desvió las dificultades; y como tenía ya tan asentada su autoridad con ambas parcialidades, lo consiguió en breves dias, y se celebró acto de confederacion y alianza entre las dos ciudades y sus distritos, con

asistencia de sus magistrados, y con las solemnidades y ceremonias de su costumbre.

Así pasó el castigo de Cholula tan ponderado en los libros extrangeros, y en alguno de los naturales que consiguió por este medio el aplauso miserable de verse citado contra su nacion. Ponen esta faccion entre las atrocidades que refieren de los Españoles en las Indias, de cuyo encarecimiento se valen para desaprobar ó satirizar la conquista. No necesita el caso de Cholula de más defensa que su misma narracion1. « No dejamos de conocer que se vieron en algunas partes de las Indias acciones dignas de reprension, obradas con queja de la piedad y de la razon: ¿ pero en cuál empresa justa ó santa se dejaron de perdonar algunos inconvenientes? ¿De cuál ejército bien disciplinado se pudieron desterrar enteramente los abusos y desórdenes que lama el mundo licencias militares? ¿Y qué tienen que ver estos inconvenientes menores con el acierto principal de la conquista? No pueden negar los émulos de la nacion española que resultó de este principio, y se consiguió con estos instrumentos, la conversion de aquella gentilidad, y el verse hoy restituida tanta parte del mundo á su Criador. Querer que no fuese del agrado de Dios y de su altísima ordenacion la conquista de las Indias, por este ó aquel delito de los conquistadores, es equivocar la sustancia con los accidentes que hasta en la obra inefable de nuestra redencion se presupuso como necesaria para la salud universal, la malicia de aquellos pecadores permitidos, que ayudaron á labrar el mayor remedio con la mayor iniquidad. Puédense conocer los fines de Dios en algunas disposiciones que traen consigo las señales de su providencia; pero la proporcion ó congruencia de los medios por donde se encaminan, es punto reservado á su eterna sabiduría, y tan escondido á la prudencia humana, que se deben oir con desprecio estos juicios apasionados, cuyas sutilezas quieren parecer valentías del entendimiento, siendo en la verdad atrevimientos de la ignorancia.

1. Alude con particularidad á los escritos de Fr. Bartolomé de las Casas de cuyo texto se valen los extrangeros para encarecer la crueldad de los Españoles, así en ésa como en las demas conquistas de América.

CAPÍTULO VIII

Parten los Españoles de Cholula ofréceseles nueva dificuldad en la montaña de Chalco, y Motezuma procura detenerlos por medio de sus nigrománticos.

Íbase acercando el plazo de la jornada, y algunos Zempoales de los que militaban en el ejército (temiesen el empeño de pasar á la corte de Motezuma, ó pudiese más que su reputacion el amor de la patria) pidieron licencia para retirarse á sus casas. Concediósela Cortés sin dificultad, agradeciéndoles mucho lo bien que le habian asistido; y con esta ocasion envió algunas alhajas de presente al cacique de Zempoala, encargándole de nuevo los Españoles que dejó en su distrito sobre la fe de su amistad y confederacion.

Escribió tambien á Juan de Escalante, ordenándole con particular instancia que procurase remitirle alguna canti dad de harina para los hostias y vino para las misas, cuya provision se iba estrechando, y cuya falta sería de gran desconsuelo suyo y de toda su gente. Dióle noticia por menor de los progresos de su jornada, para que estuviese de buen ánimo y asistiese con mayor cuidado á la fortaleza de la Vera-Cruz, tratando de ponerla en defensa, no ménos por su propia seguridad, que por lo que se debia recelar de Diego Velázquez, cuya natural inquietud y desconfianza no dejaba de hacer aigun ruido entre los demas cuidados.

Llegaron á esta sazon nuev osembajadores de Motezuma, que con noticia ya de todo el suceso de Cholula trató de sincerarse con los Españoles, dando las gracias á Cortés de que hubiese castigado aquella sedicion. Ponderaron frívolamente la indignacion y el sentimiento de su rey, cuyo artificio se redujo á infamar con el nombre de traidores á los mismos que le habian obedecido en la traicion. Vino dorada esta noticia con otro presente de igual riqueza y ostentacion; y segun lo que sucedió despues, no

dejó de tener mayor designio la embajada, porque miró tambien al intento de poner en nueva seguridad á Cortés para que marchase ménos receloso, y se dejase llevar á otra celada que le tenían prevenida en el camino.

Ejecutóse finalmente la marcha despues de catorce dias que ocuparon los accidentes referidos, y la primera noche se acuarteló el ejército en un villaje de la jurisdiccion de Guajocingo, donde acudieron luégo los princpales de aquel gobierno y de otras poblaciones vecinas con bastante provision de bastimentos, y algunos presentes de poco valor, bastantes para conocer el afecto con que aguardaban á los Españoles. Halló Cortés entre aquella gente las mismas quejas de Motezuma que se oyeron en las provincias más distantes, y no le pesó de que durasen aquellos humores tan cerca del corazon, pareciéndole que no podía ser muy poderoso un príncipe con tantas señas de tirano, á quien faltaba en el amor de sus vasallos el mayor presidio de los reyes.

El dia siguiente se prosiguió la marcha por una sierra muy áspera que se comunicaba, más ó ménos eminente, con la montaña del volcan. Iba cuidadoso Cortés, porque uno de los caciques de Guajocingo le dijo al partir que no se fiase de los Mejicanos; porque tenían emboscada mucha gente de la otra parte de la cumbre, y habian cegado con grandes piedras y árboles cortados, el camino real que baja desde lo alto á la provincia de Chalco, abriendo. el paso y facilitando el principio de la cuesta por el paraje ménos penetrable, donde habian aumentado los precipicios naturales con algunas cortaduras hechas á la mano para dejar que se fuese poco á poco empeñando su ejército en la dificultad, y cargarle de improviso cuando no se pudiesen revolver los caballos, ni afirmar el pié los soldados. Fuése venciendo la cumbre no sin alguna fatiga de la gente, porque nevaba con viento destemplado; y en lo más alto se hallaron poco distantes los dos caminos con las mismas señas que se traían, el uno encubierto y embarazado, y el otro fácil á la vista y recien aderezado. Reconociólos Hernan Cortès, y aunque se irritó de hallar verificada la noticia de aquella nueva traicion, estuvo tan

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