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causa no conocida) fué creciendo con tanto fervor de nobles y plebeyos, que los sacerdotes y agoreros entraron en celos de su religion, y procuraron diversas veces arrancar y hacer pedazos la cruz; pero siempre volvian escarmentados, sin atreverse á decir lo que les sucedia por no desautorizarse con el pueblo. Así lo refieren autores fidedignos; y así cuidaba el cielo de ir disponiendo aquellos ánimos para que recibiesen despues con ménos resistencia el Evangelio; como el labrador que ántes de repartir la semilla, facilita su produccion con el primer beneficio de la tierra.

No se ofreció novedad en la primera marcha, porque ya no lo era el concurso innumerable de los indios que salian á los caminos, ni aquellos alaridos que pasaban por aclamaciones. Caminaronse cuatro leguas de las cinco que distaba entónces Cholula de la antigua Tlascala, y pareció hacer alto cerca de un rio de apacible ribera, por no entrar con la noche á los ojos en lugar de tanta poblacion. Poco despues que se asentó el cuartel y distribuyeron las órdenes convenientes á su defensa y seguridad, llegaron segundos embajadores de aquella ciudad, gente de más porte y mejor adornada. Traían un regalo de vituallas diferentes, y dieron su embajada con grande aparato de reverencias, que se redujo á disculpar la tardanza de sus caciques, con pretexto de que no podian entrar en Tlascala, siendo sus enemigos los de aquella nacion ofrecer el alojamiento que tenía prevenida su ciudad; y ponderar el regocijo con que celebraban sus ciudadanos la dicha de merecer unos huéspedes tan aplaudidos por sus hazañas, y tan amables por su benignidad: dicho uno y otro con palabras al parecer sencillas, ó que traían bien desfigurado el artificio. Hernan Cortés admitió gratamente la disculpa y el regalo, cuidando tambien de que no se conociese afectacion en su seguridad; y el dia siguiente, poco despues de amanecer, se continuó la marcha con el mismo órden, y no sin algun cuidado, que obligó á mayor vigilancia, porque tardaba el recibimiento de la ciudad, y no dejaba de hacer ruido este reparo entre los demas indicios. Pero al llegar el ejército cerca de la poblacion, preve

nidas ya las armas para el combate, se dejaron ver los caciques y sacerdotes con numeroso acompañamiento de gente desarmada. Mandó Cortés que se hiciese alto para recibirlos, y ellos cumplieron con su funcion tan reverentes y regocijados, que no dejaron que recelar por entónces al cuidado con que observaban sus acciones Ꭹ movimientos; pero al reconocer el grueso de los Tlascaltecas que venían en la retaguardia torcieron el sembiante, y se levantó entre los más principales del recibimiento un rumor desagradable, que volvió á despertar el recelo en los Españoles. Dióse órden á doña Marina para que averiguase la causa de aquella novedad, y por su medio respondieron « que los de Tlascala no podian entrar con armas en >> su ciudad, siendo enemigos de su nacion, y rebeldes á su rey.» Instaban en que se detuviesen, y retirasen luégo á su tierra, como estorbos de la paz que se venía publicando; y representaban sus inconvenientes, sin alterarse ni descomponerse firmes en que no era posible, pero contenida la determinacion en los límites del ruego.

Hallóse Cortés algo embarazado con esta demanda, que parecia justificada y podia ser poco segura: procuró sosegarlos con esperanzas de algun temperamento que mediase aquella diferencia; y comunicando brevemente la materia con sus capitanes, pareció que sería bien proponer á los Tlascaltecas que se alojasen fuera de la ciudad hasta que se penetrase la intencion de aquellos caciques, ó se volviese á la marcha. Fueron con esta proposicion, que al parecer tenía su dureza, los capitanes Pedro de Alvarado y Cristóval de Olid; y la hicieron, valiéndose igualmente de la persuasion y de la autoridad, como quien llevaba la órden y obligaba con dar la razon. Pero ellos anduvieron tan atentos, que atajaron la instancia diciendo: «< que no >> venian á disputar, sino á obedecer; y que tratarían luégo » de abarracarse fuera de la poblacion, en paraje donde >> pudiesen acudir prontamente á la defensa de sus amigos, ya que se queria aventurar contra toda razon, fiándose » de aquellos traidores. » Comunicóse luégo este partido con los de Cholula, y le abrazaron tambien con facilidad, quedando ambas naciones no sólo satisfechas, sino con al

gun género de vanidad hecha de su misma oposicion : los unos porque se persuadieron á que vencian, dejando poco airosos y desacomodados á sus enemigos; y los otros porque se dieron á entender que el no admitirlos en su ciudad era lo mismo que temerlos: así equivoca la imaginacion de los hombres la esencia y el color de las cosas, que ordinariamente se estiman como se aprenden, y se aprenden como se desean.

CAPÍTULO VI

Entran los Españoles en Cholula, donde procuran engañorlos con hacerles en lo exterior buena acogida: descúbrese la traicion que tenian prevenida, y se dispone su castigo.

La entrada que los Españoles hicieron en Cholula fué semejante á la de Tlascala: innumerable concurso de gente que se dejaba romper con dificultad; aclamaciones de bullicio; mujeres que arrrojaban y repartian ramilletes de flores; caciques y sacerdotes que frecuentaban reverencia, y perfumes; variedad de instrumentos, que hacían más estruendo que música, repartidos por las calles; y tan bien imitado en todos el regocijo, que llegaron á tenerlo por verdadero los mismos que venían recelosos. Era la ciudad de tan hermosa vista, que la comparaban á nuestra Valladolid, situada en un llano desahogado por todas partes del horizonte, y de grande amenidad : dicen que tendría veinte mil vecinos dentro de sus muros, y que pasaría de este número la poblacion de sus arrabales.

Frecuentábanla ordinariamente muchos forasteros, parte como santuario de sus dioses, y parte como emporio de su mercancía. Las calles eran anchas y bien distribuidas; los edificios mayores y de mejor arquitectura que los de Tlascala, cuya opulencia se hacía más suntuosa con las torres, que daban á conocer la multitud de sus templos; la gente ménos belicosa que sagaz; hombres de trato y oficiales; poca distincion, y mucho pueblo.

El alojamiento que tenían prevenido se componía de

dos ó tres casas grandes y contiguas, donde cupieron Españoles y Zempoales, y pudieron fortificarse unos y otros como lo aconsejaba la ocasion y no lo extrañaba la cos tumbre. Los Tlascaltecas eligieron sitio para su cuartel poco distante de la poblacion; y cerrándole con algunos reparos, hacían sus guardias, y ponían sus centinelas, mejorada ya su milicia con la imitacion de sus amigos. Los primeros tres ó cuatro dias fué todo quietud y buen pasaje. Los caciques acudian con puntualidad al obsequio de Cortés, y procuraban familiarizarse con sus capitanes. La provision de las vituallas corría con abundancia y liberalidad, y todas las demostraciones eran favorables, y convidaban á la seguridad; tanto, que se llegaron á tener por falsos y ligeramente creidos los rumores antecedentes, pero no tardó mucho en manifestarse la verdad, ni aquella genteacertó á dudar en su artificio hasta lograr sus intentos: astuta por naturaleza y profesion, pero no tan despierta y avisada que no se supiesen entender su habilidad y su malicia.

Fueron poco á poco retirando los víveres: cesó de una vez el agasajo y asistencia de los caciques. Los embajadores de Motezuma tenían sus conferencias recatadas con los sacerdotes: conocíase algun género de irrision y falsedad en los semblantes; y todas las señales inducían novedad, y despertaban el recelo mal adormecido. Trató Cortés de aplicar algunos medios para inquirir y averiguar el ánimo de aquella gente, y al mismo tiempo se descubrió de sí misma la verdad; adelantándose á las diligencias humanas la providencia del cielo, tantas veces experimentada en esta conquista.

Estrechó amistad con doña Marina una india anciana, mujer principal y emparentada en Cholula. Visitábala muchas veces con familiaridad, y ella no se lo desmerecía con el atractivo natural de su agrado y discrecion. Vino aquel dia más temprano, y al parecer asu tada ó cuidadosa, retiróla misteriosamente de los Españoles, y encargando el secreto con lo mismo que recataba la voz, empezó á condolerse de su esclavitud, y á persuadirla «< que » se apartase de aquello extrangeros aborrecibles, y se

» fuese á su casa, cuyo albergue la ofrecía como refugio » de su libertad. » Doña Marina, que tenía bastante sagacidad, confirió esta prevencion con los demas indicios; y fingiendo que venía oprimida y contra su voluntad entre aquella gente, facilitó la fuga y aceptó el hospedage con tantas ponderaciones de su agradecimiento, que la india se dió por segura, y descubrió todo el corazon. Díjola : << que convenía en todo caso que se fuese luégo, porque » se acercaba el plazo señalado entre los suyos para des» truir á los Españoles, y no era razon que una mujer de >> sus prendas pereciese con ellos; que Motezuma tenía » prevenidos á poca distancia veinte mil hombres de guerra » para dar calor á la faccion: que de este grueso habian » entrado ya en la ciudad á la deshilada seis mil soldados >> escogidos: que se habia repartido cantidad de armas >> entre los paisanos: que tenían de repuesto muchas pie>> dras sobre los terrados, y abiertas en las calles profun» das zanjas, en cuyo fondo habian fijado estacas puntia>> gudas, fingiendo el plano con una cubierta de la misma >> tierra fundada sobre apoyos frágiles para que cayesen y » se mancasen los caballos: que Motezuma trataba de >> acabar con todos los Españoles; pero encargaba que le » llevasen algunos vivos para satisfacer á su curiosidad y >> al obsequio de sus dioses, y que habia presentado á la » ciudad una caja de guerra hecha de oro cóncavo primo>> rosamente vaciado, para excitar los ánimos con este favor » militar. » Y últimamente doña Marina, dando á entender que se alegraba de lo bien que tenía dispuesta su empresa; y dejando caer algunas preguntas, como quien celebraba lo que inquiría, se halló con noticia cabal de toda la conjuracion. Fingió que se queria ir luego en su compañia; y con pretexto de recoger sus joyas y algunas preseas de su peculio, hizo lugar para desviarse de ella sin desconfiarla: dió cuenta de todo á Cortés, y él mandó prender á la india que á pocas amenazas confesó la verdad, entre turbada y convencida.

Poco despues vinieron unos soldados tlascaltecas recatados en traje de paisanos, y dijeron á Cortés de parte de sus cabos: <«< que no se descuidase, porque habian visto

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