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dido su despecho en esta demostracion de su obediencia.

Los Españoles pasaron aquella noche con cuidado, y sosegaron el dia siguiente sin descuido porque no se acababan de asegurar de la intencion del enemigo; aunque los indios de la contribucion afirmaban que se habia deshecho el ejército, y esforzado la plática de la paz. Duró esta suspension hasta que otro dia por la mañana descubrieron los centinelas una tropa de indios, que venian al parecer con algunas cargas sobre los hombros, por el camino de Tlascala; y Hernan Cortés mandó que se retirasen á la plaza y los dejasen llegar. Guiaban esta tropa cuatro personajes de respeto, bien adornados, cuyo traje y plumas blancas denotaban la paz; detras de ellos venian sus criados, y despues veinte ó treinta indios tamenes cargados de vituallas. Deteníanse de cuando en cuando, como recelosos de acercarse, y hacian grandes humillaciones hácia el cuartel, entreteniendo el miedo con la cortesía : inclinaban el pecho hasta tocar la tierra con las manos, levantándose despues para ponerlas en los labios: reverencia que sólo usaban con sus príncipes; y en estando más cerca, subieron de punto el rendimiento con el humo de sus incensarios. Dejóse ver entónces sobre la muralla doña Marina, y en su lengua les preguntó de parte de quién y á qué venian. Respondieron, que de parte del senado y república de Tlascala, y á tratar de la paz, con que se les concedió la entrada.

Recibiólos Hernan Cortés con aparato y severidad conveniente; y ellos repitiendo sus reverencias y sus perfumes, dieron su embajada, que se redujo á diferentes disculpas de lo pasado; frívolas, pero de bastante sustancia, para colegir de ellas su arrepentimiento. Decian: «< que los Oto>> míes y Chontales, naciones bárbaras de su confederacion, >> habian juntado sus gentes, y hecho la guerra contra el » parecer del senado, cuya autoridad no habia podido re» primir los primeros ímpetus de su ferocidad; pero que » ya quedaban desarmados, y la república muy deseosa » de la paz que no sólo traian la voz del senado sino de » la nobleza y del pueblo para pedirle que marchase >> luégo con todos sus soldados á la ciudad, donde podrian

» detenerse lo que gustasen, con seguridad de que serian >> asistidos y venerados como hijos del sol y hermanos de >> sus dioses: » y últimamente concluyeron su razonamiento, dejando mal encubierto el artificio en todo lo que hablaron de la guerra pasada; pero no sin algunos visos de sinceridad en lo que proponian de la paz.

Hernan Cortés, afectando segunda vez la severidad, y negando al semblante la interior complacencia, les respondió solamente; « que llevasen entendido, y dijesen de su >> parte al senado que no era pequeña demostracion de su >> benignidad el admitirlos y escucharlos, cuando podian » temer su indignacion como delincuentes, y debian reci» bir la ley como vencidos que la paz que proponian » era conforme á su inclinacion; pero que la buscaban >> despues de una guerra muy injusta y muy porfiada, para » que se dejase hallar fácilmente ó no la encontrasen dete» nida y recatada: que se veria cómo perseveraban en de» searla, y como procedian para merecerla y entretanto >> procuraria reprimir el enojo de sus capitanes, y engañar » la razon de sus armas suspendiendo el castigo con el >> brazo levantado, para que pudiesen lograr con la en>> mienda el tiempo que hay entre la amenaza y el golpe. »>

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Así les respondió Cortés, tomando por este medio algun tiempo para convalecer de su enfermedad, y para examinar mejor la verdad de aquella proposicion; á cuyo fin tuvo por conveniente que volviesen cuidadosos y poco asegurados estos mensajeros, porque no se ensoberbeciesen ó entibiasen los del senado, hallándole muy fácil ó muy deseoso de la paz que en este género de negocios suelen ser atajos los que parecen rodeos, y servir como diligencias as dificultades.

CAPÍTULO XX

Vienen al cuartel nuevos embajadores de Motezuma para embara zar la paz de Tlascala: persevera el senado en pedirla, y toma el mismo Xicotencal á su cuenta esta negociacion.

Creció con estas victorias la fama de los Españoles; y

Motezuma que tenía frecuentes noticias de lo que pasaba en Tlascala, mediante la observacion de sus ministros y la diligencia de sus correos, entró en mayor aprension de su peligro cuando vió sojuzgada y vencida por tan pocos hombres aquella nacion belicosa que tantas veces habia resistido á sus ejércitos. Hacíanle grande admiracion las hazañas que le referian de los extranjeros, y temian que una vez reducidos á su obediencia los Tlascaltecas se sirviesen de su rebeldía y de sus armas, y pasasen á mayores intentos en daño de su imperio. Pero es muy de reparar que en medio de tantas perplejidades y recelos no se acordase de su poder, ni pasase á formar ejército para su defensa y seguridad; ántes sin tratar (por no sé qué genio superior á su espíritu) de convocar sus gentes, ni atreverse á romper la guerra, se dejaba todo á las artes de la política, y andaba fluctuando entre los medios suaves. Puso entonces la mira en deshacer esta union de Españoles y Tlascaltecas; y no lo pensaba mal, que cuando falta la resolucion, suele andar muy despierta y muy solícita la prudencia. Resolvió para este fin hacer nueva embajada y regalo á Cortés; cuyo pretexto fué complacerse de los buenos sucesos de sus armas, y de que le ayudase á castigar la insolencia de sus enemigos los Tlascaltecas; pero el fin principal de esta diligencia fué pedirle con nuevo encarecimiento que no tratase de pasar á su corte con mayor ponderacion de las dificultades que le obligaban á no conceder este permiso. Llevaron los embajadores instruccion secreta para reconocer el estado en que se hallaba la guerra de Tlascala, y procurar (en caso que se hablase de la paz, y los Españoles se inclinasen á ella) divertir y embarazar su conclusion, sin manifestar el recelo de su príncipe, ni apartarse de la negociacion hasta darle cuenta, y esperar su órden.

Vinieron con esta embajada cinco Mejicanos de la primera suposicion entre sus nobles; y pisando con algun recato las términos de Tlascala, llegaron al cuartel poco despues que partieron los ministros de la república. Recibiólos Hernan Cortés con grande agasajo y cortesía, porque ya le tenía con algun cuidado el silencio de Motezuma.

Oyó su embajada gratamente, recibió tambien y agradeció el presente, cuyo valor sería de hasta mil pesos en piezas diferentes de oro ligero, sin otras curiosidades de pluma y algodon y no les dió por entónces su respuesta, porque deseaba que viesen ántes de partir á los de Tlascala rendidos y pretendientes de la paz: ni ellos solicitaron su despacho, porque tambien deseaban detenerse; pero tardaron poco en descubrir todo el secreto de su instruccion, porque decian lo que habian de callar, preguntando con poca industria lo que venian á inquirir; y á breve tiempo se conoció todo el temor de Motezuma, y lo que importaba la paz de Tlascala para que viniese á la razon.

La república entretanto, deseosa de poner en buena fe á los Españoles, envió sus órdenes á los lugares del contorno para que acudiesen al cuartel con bastimentos, mandando que no llevasen por ellos precio ni rescate, lo cual se ejecutó puntualmente y creció la provision sin que se atreviesen los paisanos á recibir la menor recompensa. Dos dias despues se descubrió por el camino de la ciudad una considerable tropa de indios que se venian acercando con insignias de paz; y avisado Cortés, mandó que se les franquease la entrada, y para recibirlos mezcló entre su acompañamiento á los embajadores mejicanos, dándoles á entender que les confiaba lo que deseaba poner en su noticia. Venía por cabo de los Tlascaltecas el mismo Xicotencal, que tomó la comision de tratar ó concluir este gran negocio, bien fuese por satisfacer al senado, enmendando con esta accion su pasada rebeldía, ó porque se persuadió á que convenía la paz, y como ambicioso de gloria, no quiso que se debiese á otro el bien de su república. Acompañábanle cincuenta caballeros de su faccion y parentela, bien adornados á su modo. Era de más que mediana estatura, de buen talle, más robusto que corpulento el traje, un manto blanco airosamente manejado, muchas plumas, y algunas joyas puestas en su lugar: el rostro de poco agradable proporcion; pero que no dejaba de infundir respeto, haciéndose más reparable por el denuedo que por la fealdad. Llegó con desembarazo de soldado á la presencia de Cortés, y hechas sus reverencias

tomó asiento, dijo quién era, y empezó su oracion : « con>> fesando que tenía toda la culpa de la guerra pasada, >> porque se persuadió á que los Españoles eran parciales » de Motezuma, cuyo nombre aborrecia; pero que ya como >> primer testigo de sus hazañas, venía con los méritos de >> rendido á ponerse en las manos de su vencedor, deseando >> merecer con esta sumision y reconocimiento el perdon » de su república, cuyo nombre y autoridad traia, no para >> proponer sino para pedir rendidamente la paz, y admi>> tirla como se la quisiesen conceder: que la demandaba » una, y dos, y tres veces en nombre del senado, nobleza y >> pueblo de Tlascala suplicándole con todo encareci>> miento que honrase luego aquella ciudad con su asis» tencia, donde hallaria prevenido alojamiento para toda » su gente, y aquella veneracion y servidumbre que se podia fiar de los que siendo valientes se rendian á rogar » y obedecer; pero que solamente le pedia, sin que pare>>ciese condicion de la paz, sino dádiva de su piedad, que » se hiciese buen pasaje á los vecinos y se reservasen de la >> licencia militar sus dioses y sus mujeres. »

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Agradó tanto á Cortés el razonamiento y desahogo de Xicotencal, que no pudo dejar de manifestarlo en el semblante á los que le asistian, dejándose llevar del afecto que le merecian siempre los hombres de valor; pero mandó á doña Marina que se lo dijese así, porque no pensase que se alegraba de su proposicion, y volvió á cobrar su entereza para ponderarle, no sin alguna vehemencia, «< la poca razon que habia tenido su república en » mover una guerra tan injusta, y él en fomentar esta >> injusticia con tanta obstinacion : » en que se alargó sin prolijidad á todo lo que pedia la razon; y despues de acriminar el delito para encarecer el perdon, concluyó « concediendo la paz que le pedian, y que no se les haria » violencia ni extorsion alguna en el paso de su ejército; »>< á que añadió «< que cuando llegase el caso de ir á su ciu» dad, se les avisaria con tiempo, y se dispondria lo que >> fuese necesario para su entrada y alojamiento. »

Sintió mucho Xicotencal esta dilacion, mirándola como pretexto para examinar mejor la sinceridad del tratado;

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