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cerraron los demas; y él volvió por sí con tanta osadía, que llegó el caso á términos de rompimiento y desafío de persona á persona; y brevemente se hizo causa de toda la nacion, que sintió el agravio de su capitan, y se previno á su defensa; con cuyo ejemplo se tumultuaron otros caciques parciales del ofendido y tomando resolucion de retirar sus tropas de un ejército donde se desestimaba su valor, lo ejecutaron con tanto enojo y celeridad, que pusieron en desórden y turbacion á los demas; y Xicotencal conociendo su flaqueza, trató solamente de ponerse en salvo, dejando á sus enemigos el campo y la victoria.

Fué grande el número de los indios que murieron en esta ocasion, y mayor el de los heridos (así lo referian ellos despues); y de los nuestros murió sólo un soldado, y salieron veinte con algunas heridas de tan poca consideracion, que pudieron asistir á las guardias aquella misma noche. Pero siendo esta victoria tan grande, y más llenamente admirable que la pasada, porque se peleó con mayor ejército y se retiró deshecho el enemigo; pudo tanto en algunos de los soldados españoles la novedad de haberse visto rotos y desordenados en la batalla, que volvieron al cuartel melancólicos y desalentados con ánimo y semblante de vencidos. Eran muchos los que decian con poco recato, que no querian perderse de conocido por el antojo de Cortés, y que tratase de volverse á la Vera-Cruz, pues era imposible pasar adelante, ó lo ejecutarian ellos dejándole solo con su ambicion y su temeridad. Entendiólo Hernan Cortés, y se retiró á su barraca sin tratar de reducirlos, hasta que se cobrasen de aquel reciente pavor, y tuviesen tiempo de conocer el desacierto de su proposicion; que en este género de males irritan más que corrigen los remedios apresurados, siendo el temor en los hombres una pasion violenta que suele tener sus primeros ímpetus contra la razon.

CAPÍTULO XVIII

Sosiega Hernan Cortés la nueva turbacion de su gente: los de Tlascala tienen por encantadores á los Españoles: consultan sus adivinos, y por su consejo los asaltan de noche en su cuartel.

Iba tomando cuerpo la inquietud de los malcontentos; y no bastando á reducirlos la diligencia de los capitanes, ni el contrário sentir de la gente de obligaciones, fué necesario que Hernan Cortés sacase la cara y tratase de ponerlos en razon para cuyo efecto mandó que se juntasen en la plaza de armas todos los Españoles, con pretexto de tomar acuerdo sobre el estado presente de las cosas: y acomodando cerca de sí á los más inquietos (especie de favor en que iba envuelta la importancia de que le oyesen mejor), «poco tenemos, dijo, que discurrir en lo que debe >> obrar nuestro ejército, vencidas en poco tiempo dos ba» tallas, en que se ha conocido igualmente vuestro valor y » la flaqueza de vuestros enemigos: y aunque no suele ser >> el último afan de la guerra el vencer, pues tiene sus difi>> cultades el seguir la victoria, y debemos todavía reca» tarnos de aquel género de peligros, que andan muchas >> veces con los buenos sucesos, como pensiones de la hu» mana felicidad; no es éste, amigos, mi cuidado; para » mayor duda necesito de vuestro consejo. Dícenme que >> algunos de nuestros soldados vuelven á desear, y se ani» man á proponer que nos retiremos. Bien creo que fun» darán este dictámen sobre alguna razon aparente; pero >> no es bien que punto de tanta importancia se trate á ma» nera de murmuracion. Decid todos libremente vuestro >> sentir; no desautoricéis vuestro celo tratándole como de» lito; y para que discurramos todos sobre lo que con>> viene á todos, considérese primero el estado en que nos >> hallamos, y resuelvase de una vez algo que no se pueda >> contradecir. Esta jornada se intentó con vuestro pare» cer, y pudiera decir con vuestro aplauso nuestra reso» lucion fué pasar á la corte de Motezuma : todos nos sa

>> crificámos á esta empresa por nuestra religion, por nues»tro rey, y despues por nuestra honra y nuestras esperan»zas. Estos indios de Tlascala, que intentaron oponerse á >> nuestro designio con todo el poder de su república y » confederaciones, están ya vencidos y desbaratados. No >> es posible, segun las reglas naturales, que tarden mucho >> en rogarnos con la paz ó cedernos el paso. Si esto se >> consigue, ¿cómo crecerá nuestro crédito? ¿dónde nos pon» drá la aprension de estos bárbaros, que hoy nos coloca » entre sus dioses? Motezuma, que nos esperaba cuida>> doso, como se ha conocido en la repeticion y artificio de >> sus embajadas, nos ha de mirar con mayor asombro, >> domados los Tlascaltecas, que son los valientes de su » tierra, y los que se mantienen con las armas fuera de su >> dominio. Muy posible será que nos ofrezca partidos ven» tajosos, temiendo que nos coliguemos con sus rebeldes; » y muy posible que esta misma dificultad que hoy experi» mentamos, sea el instrumento de que se vale Dios para » facilitar nuestra empresa probando nuestra constancia : » que no ha de hacer milagros con nosotros sin servirse de >> nuestro corazon y nuestras manos. Pero si volvemos las » espaldas (y seremos los primeros á quien desanimen las » victorias) perdióse de una vez la obra y el trabajo. ¿Qué » podemos esperar, ó qué no debemos temer? Esos mis» mos vencidos, que hoy están amedrentados y fugitivos, » se han de animar con nuestro desaliento, y dueños de los atajos y asperezas de la tierra, nos han de perseguir y >> deshacer en la marcha. Los indios amigos que sirven á >> nuestro lado contentos y animosos, se han de apartar de >> nuestro ejército y procurar escaparse á sus tierras, pu>>blicando en ellas nuestro vituperio. Los Zempoales y To>> tonaques, nuestros confederados, que son el único refu>> gio de nuestra retirada, han de conspirar contra nos» otros, perdido el gran concepto que tenian de nuestras » fuerzas. Vuelvo á decir que se considere todo con maduro >> consejo, y midiendo las esperanzas que abandonamos >> con los peligros á que nos exponemos, propongáis y de» liberéis lo que fuere más conveniente; que yo dejo toda » su libertad á vuestro discurso; y he tocado estos incon

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» venientes, más para disculpar mi opinion que para de» fenderla. » Apénas acabó Hernan Cortés su razona· miento, cuando uno de los soldados inquietos, conociendo la razon, levantó la voz diciendo á sus parciales : « Ami>gos, nuestro capitan pregunta lo que se ha de hacer, pero >> enseña preguntando ya no es posible retirarnos sin per>> dernos. >>

Diéronse los demas por convencidos confesando su error; aplaudió su desengaño el resto de la gente, y se resolvió por aclamacion que se prosiguiese la empresa, quedando enteramente remediada por entonces la inquietud de aquellos soldados que apetecian el descanso de la isla de Cuba cuya sinrazon fué una de las dificultades que más trabajaron el ánimo y ejercitaron la constancia de Cortés en esta jornada.

Causó raro desconsuelo en Tlascala esta segunda rota de su ejército. Todos andaban admirados y confusos. El pueblo clamaba por la paz; los magnates no hallaban camino de proseguir la guerra: unos trataban de retirarse á los móntes con sus familias otros decian que los Españoles eran deidades, inclinándose á que se les diese la obediencia con circunstancias de adoracion. Juntáronse los senadores para tratar del remedio; y empezando á discurrir por su mismo asombro, confesaron todos que las fuerzas de aquellos extranjeros no parecian naturales; pero no se acababan de persuadir á que fuesen dioses, teniendo por ligereza el acomodarse á la credulidad del vulgo, ántes vinieron á recaer en el dictámen de que se obraban aquellas hazañas de tanta maravilla por arte de encantamiento, resolviendo que se debia recurrir á la misma ciencia para vencerlos, y desarmar un encanto con otro. Llamaron para este fin á sus magos y agoreros, cuya ilusoria facultad tenía el demonio muy introducida, y no ménos venerada en aquella tierra. Comunicóseles el pensamiento del senado, y ellos asistieron á él con misteriosa ponderacion; y dando á entender que sabian la duda que se les habia de proponer, y que traian estudiado el caso de prevencion, y dijeron: « que mediante la observacion de » sus círculos y adivinaciones, tenian ya descubierto y ave

» riguado el secreto de aquella novedad, y que todo con» sistia en que los Españoles eran hijos del sol, producidos » de su misma actividad en la madre tierra de las regio»> nes orientales, siendo su mayor encantamiento la pre>> sencia de su padre, cuya fervorosa influencia les comu»> nicaba un género de fuerza superior á la naturaleza hu» mana, que los ponia en términos de inmortales. Pero » que al transponer por el Occidente cesaba la influencia, » y quedaban desalentados y marchitos como las yerbas » del campo, reduciéndose á los límites de la mortalidad >> como los otros hombres; por cuya consideracion con>> vendria embestirlos de noche, y acabar con ellos án» tes que el nuevo sol los hiciese invencibles. >>

Celebraron mucho aquellos padres conscriptos la gran sabiduría de sus magos, dándose por satisfechos de que habian hallado el punto de la dificultad, y descubierto el camino de conseguir la victoria. Era contra el estilo de aquella tierra el pelear de noche; pero como los casos nuevos tienen poco respeto á la costumbre, se comunicó á Xicotencal esta importante noticia, ordenándole que asaltase despues de puesto el sol el cuartel de los Españoles, procurando destruirlos y acabarlos ántes que volviese al Oriente; y él empezó á disponer su faccion, creyendo con alguna disculpa la impostura de los magos, porque llegó á sus oídos autorizada con el dictámen de los senadores. Venía Xicotencal muy embebido en la fe de sus agoreros, creyendo hallar desalentados y sin fuerzas á los Españoles, y acabar su guerra sin que lo supiese el sol; pero traia diez mil guerreros por si no se hubiesen acabado de marchitar. Dejáronle acercar los nuestros sin hacer movimiento, y él dispuso que se atacase por tres partes el cuartel, cuya órden ejecutaron los indios con presteza y resolucion; pero hallaron sobre sí tan poderosa y no esperada resistencia, que murieron muchos en la demanda, y quedaron todos asombrados con otro género de temor, hecho de la misma seguridad con que venian. Conoció Xicotencal, aunque tarde, la ilusion de sus agoreros, y conoció tambien la dificultad de su empresa; pero no se supo entender con su ira y con su corazon y así ordenó que se

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