Imatges de pàgina
PDF
EPUB

nicacion humana, por aquel accidente lastimoso que destempló la armonía de su entendimiento y del sobrado aprender, la trujo á no discurrir, ó á discurrir desconcertadamente en lo que aprendia.

El príncipe don Cárlos, primero de este nombre en España, y quinto en el imperio de Alemania, á quien anticipó la corona elimpedimento de su madre, residia en Flándes; y su poca edad, que no llegaba á los diez y siete años, el no haberse criado en estos reinos, y las noticias que en ellos habia de cuán apoderados estaban los ministros flamencos de la primera inclinacion de su adolescencia, eran unas circunstancias melancólicas que le hacian poco deseado áun de los que le esperaban como necesario.

El infante don Fernando, su hermano, se hallaba, aunque de ménos años, no sin alguna madurez, desabrido de que el rey don Fernando su abuelo no le dejase en su último testamento nombrado por principal gobernador de estos reinos, como lo estuvo en el antecedente que se otorgó en Búrgos; y aunque se esforzaba á contenerse dentro de su propia obligacion, ponderaba muchas veces y oia ponderar lo mismo à los que el no nombrarle pudiera pasar por disfavor hecho á su poca edad, pero que el escluirle despues de nombrado, era otro género de inconfidencia que tocaba en ofensa de su personna y dignidad : con que se vino á declarar por mal satisfecho del nuevo gobierno; siendo sumamente peligroso para descontento, porque andaban los ánimos inquietos, y por su afabilidad, y ser nacido y criado en Castilla, tenía de su parte la inclinacion del pueblo, que, dado el caso de la turbacion, como se recelaba, la habia de seguir, sirviéndose para sus violencias del movimiento natural.

Sobrevino á este embarazo otro de no menor cuerpo en la estimacion del cardenal; porque el dean de Lobaina Adriano Florencio, que fué despues Sumo Pontífice, sexto de este nombre, habia venido desde Flándes con título y apariencias de embajador al rey don Fernando; y luego que sucedió su muerte, manifestó los poderes que tenía ocultos del príncipe don Cárlos, para que en llegando este . caso tomase posesion del reino en su nombre, y se encar

gase de su gobierno; de que resultó una controversia muy reñida, sobre si este poder habia de prevalecer y ser de mejor calidad que el que tenía el cardenal. En cuyo punto discurrian los políticos de aquel tiempo con poco recato, y no sin alguna irreverencia, vistiéndose en todos el discurso de el color de la intencion.

Pero reconociendo los dos gobernadores que estas disputas se iban encendiendo con ofensa de la majestad y de su misma jurisdiccion, trataron de unirse en el gobierno : sana determinacion si se conformaran los genios; pero discordaban ó se compadecian mal la entereza del cardenal con la mansedumbre de Adriano: inclinado el uno á no sufrir compañero en sus resoluciones, y acompañándolas el otro con poca actividad y sin noticia de las leyes y costumbres de la nacion. Produjo este imperio dividido la misma division en los súbditos.

Conociéronse muy presto los efectos de esta mala constitucion, destemplándose enteramente los humores mal corregidos de que abundaba la república. Mandó el cardenal (y necesitó de poca persuasion para que viniese en ello su compañero) que se armasen las ciudades y villas del reino, y que cada una tuviese alistada su milicia, ejercitando la gente en el manejo de las armas y en la obediencia de sus cabos; para cuyo fin señaló sueldos á los capitanes, y concedió exenciones á los soldados. Dicen unos que miró á su propia seguridad, y otros que á tener un nervio de gente con que reprimir el orgullo de los Grandes; pero la experiencia mostró brevemente que en aquella sazon no era conveniente este movimiento, porque los Grandes y señores heredados (brazo dificultoso de moderar en tiempos tan revueltos) se dieron por ofendidos de que se armasen los pueblos. Y en los mismos pueblos se experimentaron diferentes efectos, porque algunas ciudades alistaron su gente, hicieron sus alardes, y formaron su escuela militar; pero en otras se miraron estos remedos de la guerra como pension de la libertad y como peligros de la paz, siendo en unas y otras igual el inconveniente de la novedad; porque las ciudades que se dispusieron á obedecer, supieron la fuerza que tenian para resistir; y las que resistieron se ha

llaron con la que habian menester, para llevarse tras sí á las obedientes y ponerlo todo en confusion.

CAPÍTULO III

Estado en que se hallaban los reinos distantes y las islas de la América que ya llamaban Indias Occidentales.

No padecian á este tiempo ménos que Castilla los demas dominios de la corona de España, donde apénas hubo piedra que no se moviese, ni parte donde no se temiese con alguna razon el desconcierto de todo el edificio.

Andalucía se hallaba oprimida y asustada con la guerra civil que ocasionó don Pedro Giron, hijo del conde de Ureña, para ocupar los estados del duque de Medina Sidonia, cuya sucesion pretendia por doña Mencía de Guzman su mujer; poniendo en el juicio de las armas la interpretacion de su derecho, y autorizando la violencia con el nombre de la justicia.

En Navarra se volvieron á encender impetuosamente aquellas dos parcialidades beamontesa y agramontesa, que hicieron insigne su nombre á costa de su patria. Los beamonteses, que seguian la voz del rey de Castilla, trataban como defensa de la razon la ofensa de sus enemigos. Y los agramonteses, que, muerto Juan de Labrit y la reina doña Catalina, aclamaban al príncipe de Bearne su hijo, fundaban su atrevimiento en las amenazas de Francia; siendo unos y otros dificultosos de reducir, porque andaba en ambos partidos el odio envuelto en apariencias de fidelidad; y mal colocado el nombre del rey, servia de pretexto á la venganza y á la sedicion.

En Aragon se movieron cuestiones poco seguras sobre el gobierno de la corona, que por el testamento del rey don Fernando quedó encargado al arzobispo de Zaragoza don Alfonso de Aragon su hijo, á quien se opuso, no sin alguna tenacidad, el justicia don Juan de Lanuza, con dictámen, ó verdadero ó afectado, de que no convenia para la

quietud de aquel reino que residiese la potestad absoluta, en persona de tan altos pensamientos.

Cataluña y Valencia se abrasaban en la natural inclemencia de sus bandos; que no contentos con la jurisdiccion de la campaña, se apoderaban de los pueblos menores, y se hacian temer de las ciudades, con tal insolencia y seguridad, que turbado el órden de la república se escondian los magistrados, y se celebraba la atrocidad tratándose como hazañas los delitos, y como fama la miserable posteridad de los delincuentes,

En Nápoles se oyeron con aplauso las primeras aclamaciones de la reina doña Juana y el príncipe don Cárlos; pero entre ellas mismas se esparció una voz sediciosa de incierto orígen, aunque de conocida malignidad.

Decíase que el rey don Fernando dejaba nombrado por heredero de aquel reino al duque de Calabria, detenido entonces en el castillo de Játiva. Y esta voz que se desestimó dignamente á los principios, bajó como despreciada á los oídos del vulgo, donde corrió algunos dias con recato de murmuracion, hasta que tomando cuerpo en el misterio con que se fomentaba, vino á romper en alarido popular y en tumulto declarado, que puso en congoja más que vulgar á la nobleza, y á todos los que tenian la parte de la razon y de la verdad.

En Sicilia tambien tomó el pueblo las armas contra el virey don Hugo de Moncada con tanto arrojamiento, que le obligó á dejar el reino en manos de la plebe.

No por distantes se libraron las Indias de la mala constitucion del tiempo, que á fuer de influencia universal alcanzó tambien á las partes más remotas de la monarquía. Reducíase entónces todo lo conquistado de aquel nuevo mundo á las cuatro islas de Santo Domingo, Cuba, San Juan de Puerto Rico y Jamaica, y á una pequeña parte de tierra firme que se habia poblado en el Darien, á la entrada del golfo de Uraba, de cuyos términos constaba lo que se comprendia en este nombre de las Indias occidentales. Llamáronlas así los primeros conquistadores, sólo porque se parecian aquellas regiones en la riqueza y en la distancia á las orientales que tomaron este nombre

del rio Indo que las baña. Ya sólo venian de aquellas partes lamentos y querellas de lo que allí se padecia : el celo de la religion y la causa pública cedian enteramente su lugar al interes y al antojo de los purticulares 1,

...

1. Es muy notable lo que sobre el particular escribia Hernan Cortés á Cárlos V despues de la conquista; y en verdad que sus palabras, sobre hacer mucho honor á la rectitud de su juicio, demuestran de un modo indudable que fué sin disputa el capitan más noble, discreto y justo de cuantos tuvieron parte en la conquista de las vastas regiones americanas. Hé aquí como se expresa. «< E porque con los dichos procuradores Antonio » de Quiñones, y Alonso Dávila, los concejos de las villas de » esta Nueva España, y yó, embiamos á suplicar á Vuestra >> Magestad mandasse proveer de Obispos, ó otros prelados, » para la administracion de los Oficios y Culto divino; y en>> tónces pareciónos, que asi convenia: y agora mirándolo bien, >> hame parecido, que Vuestra Sacra Magestad los debe mandar >> proveer de otra manera, para que los Naturales de estas partes >> mas aina se conviertan, y puedan ser instruidos en las cosas de >> nuestra Santa Fé Católica y la manera, que á mí, en este caso » me parece que se debe tener es, que Vuestra Sacra Magestad » mande que vengan á estas partes muchas Personas Relijiosas como » ya he dicho, y muy celosas de este fin de la conversions de estas >> Gentes: y que de estos se hagan Casas y Monasterios, por las Pro>>vincias, que acá nos pareciere, que convienen, y que á estas seles » dé de los Diezmos para hacer sus Casas, y sostener sus vidas, y lo » demas que restare de ellos, sea para las Iglesias, y Ornamen>>tos de los pueblos, donde estuvieren los Españoles, y para Clė– >> rigos, que las sirvan; y que estos Diezmos los cobren los Oficia>> les de Vuestra Magestad, y tengan cuenta, y razon de ellos, y >> provean de ellos á los dichos Monasterios, y Iglesias, que bastará » para todo, y aun sobra harto, de que Vuestra Magestad se puede >> servir. Y que Vuestra Alteza suplique á su Santidad, conceda » á Vuestra Magestad los Diezmos de estas partes, para este efecto, » haciéndole entender el Servicio, que á Dios Nuestro Señor se » hace, en que esta Gente se convierta, y que esto no se podria >> hacer, sino por esta via; porque habiendo Obispos, y otros Pre>> lados, no dejarian de seguir la costumbre, que por nuestros pe>>cados hoy tienen, en disponer de los bienes de la Iglesia, que es gastarlos en pompas, y en otros vicios: en dejar Mayorazgos á » sus Hijos ó Parientes: ó aun seria otro mayor mal, que como >> los Naturales de estas partes tenian en sus tiempos Personas Re» lijiosas, que entendian en sus Ritos, y Ceremonias, y estos eran >> tan recogidos, así en honestidad, como en castidad, que si alguna >> cosa fuera de esto, á alguno se le sentia, era punido con pena de >> muerte. E si agora viessen lss cosas de la Iglesia, y servicio de » Dios, en poder de los Canónigos ó otras Dignidades; y supiesen

[ocr errors]
« AnteriorContinua »