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» horrible precepto; ántes les ordenaba precisamente que, » juntando su gente, fuesen luégo á prenderlos, y dejasen » á cuenta de sus armas la defensa de lo que obrasen por >> su consejo. »

Deteníanse los caciques, rehusando entrar en ejecucion tan violenta, como envilecidos con la costumbre de sufrir el dolor y respetar el azote; pero Hernan Cortés repitió su órded con tanta resolucion, que pasaron luégo á ejecutarla, y con grande aplauso de los indios fueron puestos aquellos bárbaros en un género de cepos que usaban en sus cárceles muy desacomodados, porque prendian el delincuente por la garganta, obligando los hombros á forcejear con el peso para el desahogo de la respiracion. Eran dignas de risa las demostraciones de entereza y rectitud con que volvieron los caciques á dar cuenta de su hazaña, porque trataban de ajusticiarlos aquel mismo dia, segun la pena que señalaban sus leyes contra los traidores; y viendo que no se les permitia tanto, pedian licencia para sacrificarlos á sus dioses como por via de menor atrocidad.

Asegurada la prision con guardia bastante de soldados españoles, se retiró Hernan Cortés á su alojamiento, y entró en consulta consigo sobre lo que debia obrar para salir del empeño en que se hallaba de amparar y defender aquellos caciques del daño que les amenazaba por haberle obedecido; pero no quisiera desconfiar enteramente á Motezuma, ni dejar de tenerle pendiente y cuidadoso. Lo que resultó de esta conferencia interior, que le tuvo algunas horas desvelado, fué mandar á la média noche que le trajesen dos de los prisioneros con todo recato, y recibiéndolos benignamente les dijo, como quien no queria que le atribuyesen lo que habian padecido, que los llamaba para ponerlos en libertad, y que en fe de que la recibian únicamente de su mano, podrian asegurar á su príncipe: «< que con toda brevedad procuraria enviarle los » otros compañeros suyos que quedaban en poder de los » caciques: para cuya enmienda y reduccion obraria lo » que fuese de su mayor servicio, porque deseaba la paz, » y merecerle con su respeto y atenciones toda la gra

>>titud que se le debia por embajador y ministro de mayor » príncipe. » No se atrevian los indios á ponerse en camino, temiendo que los matasen ó volviesen á prender en el paso, y fué menester asegurarlos con alguna escolta de soldados españoles que los guiasen á la vecina ensenada donde se hallaban los bajeles; con órden para que en uno de los esquifes los sacasen de los términos de Zempoala. Vinieron á la mañana los caciques muy sobresaltados y pesarosos de que se hubiesen escapado los dos prisioneros; y Hernan Cortés recibió la noticia con señas de novedad y sentimiento, culpándolos de poco vigilantes, y con este motivo mandó en su presencia que los otros fuesen llevados á la armada, como quien tomaba por suya la importancia de aquella prision, y secretamente ordenó á los cabos marítimos que los tratasen bien, teniéndolos contentos y seguros; con lo cual dejó confiados á los caciques sin olvidar la satisfaccion de Motezuma, cuyo poder, tan ponderado y temido entre aquellos indios, le tenía cuidadoso.

CAPÍTULO X

Vienen á dar la obediencia y ofrecerse á Cortés los caciques de la serranía: edifícase y pónese en defensa la villa de la Vera-Cruz, donde llegan nuevos embajadores de Motezuma.

Divulgóse por aquellos contornos la benignidad y agradable trato de los Españoles, y los dos caciques de Zempoala y Quiabislan avisaron á sus amigos y confederados de la félicidad en que se hallaban libres de tributos, y afianzada su libertad con el amparo de una gente invencible que entendia los pensamientos de los hombres, y parecia de superior naturaleza.

Creció tanto esta opinion de los Españoles, y suena tan bien el nombre de la libertad á los oprimidos, que en pocos dias vinieron á Quiabislan más de treinta caciques, dueños de la montaña que estaba á la vista, donde habia numerosas poblaciones de unos indios que llamaban Totonaques, gente rústica, de diferente lengua y costumbres;

pero robusta y no sin presuncion de valiente. Dieron todos la obediencia, ofrecieron sus huestes, y en la forma que se les propuso juraron fidelidad y vasallaje al señor de los Españoles, de que se recibió auto solemne ante el escribano del ayuntamiento. Dice Antonio de Herrera que pasaria de cien mil hombres la gente de armas que ofrecieron estos caciques 1.

Hecho este género de confederacion, se retiraron los caciques á sus casas, prontos á obedecer lo que se les ordenase; y Hernan Cortés trató de dar asiento á la Villa Rica de la Vera-Cruz, que hasta entonces se movia con el ejército, aunque observaba sus distinciones de república. Eligióse el sitio en lo llano, entre la mar y Quiabislan, media legua de esta poblacion, tierra que convidaba con su fertilidad; abundante de agua y copiosa de árboles, cuya vecindad facilitaba el corte de madera para los edificios. Abriéronse las zanjas, empezando por el templo: repartiéronse los oficiales carpinteros y albañiles que venian con plaza de soldados, y ayudando los indios de Zempoala y Quiabislan con igual maña y actividad, se fueron levantando las casas de humilde arquitectura que miraban más al cubierto que á la comodidad. Formóse luégo el recinto de la muralla con sus traveses de tapia corpulenta; bastante reparo contra las armas de los indios; y en aquella tierra tuvo alguna propiedad el nombre de fortaleza.

Entretanto llegaron á Méjico los primeros avisos de que estaban los Españoles en Zempoala, admitidos por aquel cacique, hombre á su parecer de fidelidad sospechosa, y de vecinos poco seguros; cuya noticia irritó de suerte à Motezuma que propuso juntar sus fuerzas, y salir personalmente á castigar este delito de los Zempoales, y poner debajo del yugo á las demas naciones de la serranía; prendiendo vivos á los Españoles destinados ya en su imaginacion para un solemne sacrificio de sus dioses.

Pero al mismo tiempo que se empezaban á disponer las grandes prevenciones de esta jornada, llegaron á Méjico los dos indios que despachó Cortés desde Quiabislan, y re

1. Cortés sólo da á Zempoala y sierras comarcanas, 50,000 combatientes.

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firieron el suceso de su prision, y que debian su libertad al caudillo de los extranjeros, y el haberlos puesto en camino para que le representasen cuánto deseaba la paz, y cuán léjos estaba su ánimo de hacerle algun deservicio; encareciendo su benignidad y mansedumbre con tanta ponderacion, que pudiera conocerse de las alabanzas que daban á Cortés el miedo que tuvieron á los caciques.

Mudaron semblante las cosas con esta novedad: mitigóse la ira de Motezuma: cesaron las prevenciones de la guerra, y se volvió á tentar el camino del ruego, procurando desviar el intento de Cortés con nueva embajada y regalo, á cuyo temperamento se inclinó con facilidad.

Llegó esta embajada cuando se hallaba perfeccionando la nueva poblacion y fortaleza de la Vera-Cruz. Vinieron con ella dos mancebos de poca edad sobrinos de Motezuma, asistidos de cuatro caciques ancianos que los encaminaban como consejeros, y los autorizaban con su respeto. Era lucido el acompañamiento, y traian un regalo de oro, pluma y algodon que valdria dos mil pesos. El razonamiento de los embajadores fué: « que el grande empe>> rador Motezuma, habiendo entendido la inobediencia de >> aquellos caciques, y el atrevimiento de prender y mal>> tratar á sus ministros, tenía prevenido un ejército pode>> roso para venir personalmente á castigarlos; y lo habia suspendido por no hallarse obligado á romper con los >> Españoles, cuya amistad deseaba, y á cuyo capitan debia >> estimar y agradecer la atencion de enviarle aquellos dos >> criados suyos, sacándolos de prision tan rigurosa. Pero >> que despues de quedar con toda confianza de que obraria >> lo mismo en la libertad de sus compañeros, no podia » dejar de quejarse amigablemente de que un hombre tan >> valeroso y tan puesto en razon se acomodase á vivir >> entre sus rebeldes, haciéndolos más insolentes con la >> sombra de sus armas, y siendo poco ménos que aprobar » la traicion el dar atrevimiento á los traidores; por cuya >> consideracion le pedia que se apartase luego de aquella » tierra para que pudiese entrar en ella su castigo sin ofensa >> de su amistad: y con el mismo buen corazon le amones» taba que no tratase de pasar á su corte, por ser grandes

>> los estorbos y peligros de esta jornada. » En cuya ponderacion se alargaron con misteriosa prolijidad, por ser ésta la particular advertencia de su instruccion.

Hernan Cortés recibió la embajada y el regalo con respeto y estimacion; y ántes de dar su respuesta, mandó que entrasen los cuatro ministros presos que hizo traer de la armada prevenidamente : y captando la benevolencia de los embajadores, con la accion de entregárselos bien tratados y agradecidos, les dijo en sustancia: « que el error >> de los caciques de Zempoala y Quiabislan quedaba en» mendado con la restitucion de aquellos ministros, y él » muy gustoso de acreditar con ella su atencion, y dar á >> Motezuma esta primera señal de su obediencia que no » dejaba de conocer y confesar el atrevimiento de la pri>>sion, aunque pudiera disculparlo con el exceso de los >> mismos ministros: pues no contentos con los tributos de» bidos á su corona, pedian con propia autoridad veinte >> indios de muerte para sus sacrificios: dura proposicion, >> y abuso que no podian tolerar los Españoles por ser hi» jos de otra religion más amiga de la piedad y de la na» turaleza : que él se hallaba obligado de aquellos caci>>ques, porque le admitieron y albergaron en sus tierras, » cuando sus gobernadores Teutile y Pilpatoe le abando>> naron desabridamente, faltando á la hospitalidad y al » derecho de las gentes: accion que se obraria sin su ór>> den, y le sería desagradable; ó por lo ménos él lo debia >> entender así porque, mirando á la paz, deseaba enflaque» cer la razon de su queja : que aquella tierra ni la serra>> nía de los Totonaques, no se moverian en deservicio suyo, » ni él se lo permitiria; porque los caciques estaban á su >> devocion, y no saldrian de sus órdenes: por cuyo mo» tivo se hallaba en obligacion de interceder por ellos » para que se les perdonase la resistencia que hicieron á >> sus ministros por la accion de haber admitido y alojado » su ejército; y que en lo demas sólo podia responder, >> que cuando consiguiese la dicha de acercarse á sus piés, » se conoceria la importancia de su embajada : sin que le >> hiciesen fuerza los estorbos y peligros que le repre» sentaban, porque los Españoles no conocian al temor;

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