Imatges de pàgina
PDF
EPUB

gidos de alhajas y adornos de gran valor, por la ostentacion que en sus trajes lucian las nobles víctimas con motivo de la gran festividad que se celebraba. La enemiga que existia de parte de los mandarines del imperio contra los españoles despues de la llegada de Narvaez al territorio azteca, era una verdad incuestionable; y por lo que hace á la conspiracion, cuando otras muchas autoridades mas imparciales que la de Alvarado no existieran, el mismo suceso que tan respetables consecuencias debia producir y produjo, basta para que la razon se avenga conforme con una causa superior que la avaricia. Por fortuna eran ya los españoles soberanos del rico imperio de Méjico, y de los anteriores repartos sobradas prendas tenian de un halagueño porvenir, no cimentado en tan repugnantes violencias é injustificables atrocidades.

Escasamente habian podido ganar los españoles la entrada del palacio en que moraban, cuando las masas populares de Méjico, ansiosas de vengar la sangre de su nobleza, se precipitaron como levantadas olas sobre la frágil hueste que Alvarado conducia. Sus gritos semejaban al ronco bramido de los huracanes, y su amago sofocante daba indicios de poner fin á una catástrofe con otra por lo menos tan desastrosa y de mas terribles consecuencias que la del recinto de las idolatrías. Ni los mortíferos golpes de las espadas, ni el eco atronador de los cañones, ni las brechas sangrientas que la metralla abria en las furiosas columnas del pueblo, bastaban á contener el ímpetu asolador de aquella muchedumbre. Como lobos hambrientos asaltaron las paredes que servian de muralla al cuartel de nuestras gentes, y los que lograron penetrar en su recinto pusieron fuego por diversos puntos á aquel pertrechado baluarte de la conquista. Otros, no menos avisados y con muy militares disposiciones, fueron en demanda de los dos bergantines que sobre el lago flotaban para facilitar una retirada segura en el caso de tenerse que abandonar voluntariamente la metrópoli. Estaban á la sazon á la orilla del lago sin fuerzas que los defendieran en tan súbita acometida, y sin que los españoles pudieran remediarlo fueron en breves instantes consumidos por el mas voraz incendio.

En tan desesperado estremo faltó poco para que la superioridad de la inteligencia sucumbiera, como en el saco de Roma, por los bárbaros del Norte, á la muchedumbre de las masas que en la muerte buscaban su mayor trofeo, con tal de utilizarla en la destruccion de sus opresores. Por fortuna Alvarado se acordó de que poseia una alta prenda de seguridad contra los terribles ataques de tantos enemigos, y á vista del degradado emperador que ordenó la suspension del ataque, aquellos miserables, tan aventajados en la lid, se retiraron espantados de sí mismos por haber incurrido en el desagrado de su débil monarca. Desde entonces las hostilidades se concretaron á un riguroso bloqueo los mercados públicos se suspendieron, las comunicaciones se cortaron, y algunos dias mas de aislamiento hubieran sido hartos para que Alvarado y los suyos hubieran sucumbido entre los horrores del hambre, ó en las terribles aras de los humanos sacrificios.

Tal fué en sustancia la relacion que Alvarado hizo á Hernan Cortés de lo ocurrido durante su gobierno, y por ella concluyó pidiendo el arresto de su

[graphic]

persona para satisfaccion del precipitado rigor, y ver si al propio tiempo templaba tan notable humillacion la indomable altivez de los ofendidos mejicanos. Pero Cortés no vino en lo del arresto, si bien tachó de imprudente á su capitan, ya porque de los bárbaros esperaria escaso efecto con la satisfaccion del castigo, ó porque no juzgase digna la accion de tan duras manifestaciones. Quizá supuso que el refuerzo de su persona y ejército haria que la ciudad se redujese á racional concierto, tomando en sentido favorable el profundo silencio que siguió reinando tras de su entrada en la residencia de Motezuma, la cual tuvo lugar el dia de San Juan, 24 de junio de 1520; pero cuando en la mañana siguiente quiso traer á la verdad de la investigacion lo que como probable suceso alimentaban los deseos, en poco estuvo que el destacamento enviado bajo la conducta de Diego Ordaz, cayera íntegro en manos de los cautelosos enemigos.

Con esto decididamente declaradas las hostilidades de una y otra parte, así se repitieron las salidas de Hernan Cortés con el mayor número de sus fuerzas por las calles de la ciudad, como los asaltos de los mejicanos en abundantes masas contra el palacio de los españoles; y tan pronto las teas incendiarias se cebaban en los edificios de la poblacion, aplicadas por nuestras gentes, como consumian los puestos menos defendidos donde la destreza se guardaba de la muchedumbre. Aguzadas las armas de la actividad en el ar

senal del entendimiento, tan pronto en el cuartel de los españoles se fabricaban máquinas movibles contra la obstinada rebeldía de los mejicanos, como estos convertian en poderosas y ofensivas fortalezas los mas levantados adóratorios de sus inmundas divinidades; pero superando el rigor del ódio mútuo á los productos de la inteligencia, lo mismo sucumbían en el fragor de la pelea las torres movibles de Hernan Cortés, como se desmoronaban hasta su base los castillos, mejor defendidos de los mejicanos.

Alguna vez en lo mas riguroso de un asalto llevado á cabo por los insurrectos, con gran peligro de nuestras gentes, tuyo que echarse mano, como último recurso, de la presencia de Motezuma, adornado con todas las insignias imperiales; pero aunque el poder de la veneracion en el primer momento dió respiro á sus poseedores, en breve recobraron su lugar los afectos del rencor, envueltos en la inspiracion del mas profundo desprecio. Entonces el mismo soberano, antes tan venerado de la muchedumbre, sirvió de blanco certero á las iras populares, y todo el esmero que los españoles emplearon en su defensa, no bastó para que una piedra que hirió su coronada sien, le postrase inmediatamente en el lecho de sus últimos dolores. Tres dias despues la muer te de Motezuma fué el resultado de sus postreros alardes de autoridad, y los españoles, , que con tan considerable pérdida se consideraron desalojados de sus mas formidables trincheras, resolvieron decididamente el abandono de la ciudad imperial que tan duros trabajos les costaba.

1

Resolvióse de noche la salida, tanto por proveer á la mayor seguridad con la cautela, cuanto por la falsa creencia en que estaban los españoles de que durante la ausencia del sol no tenian costumbre de pelear sus contrarios. Para facilitar el paso de las calles anegadas se fabricó un puente portátil con resistencia bastante para el paso de la artillería y caballos, y á fin de que la confianza no acrecentase los peligros, se dispuso el ejército en tropas regulares compuesto de sus tres porciones de ordenanzas, vanguardia, batalla y retaguardia.

[ocr errors]

Los primeros pasos del ejército no hallaron inconveniente alguno: el puente sirvió con buen éxito sobre el primer canal, y todo aseguraba una pronta y segura retirada; pero de repente las orillas de la calzada se cuajaron de canoas llenas de indios, y las calles fueron interceptadas por una multitud de guerreros, que llenaban el espacio con sus voces y el tránsito con sus flechas, piedras y todo género de armas arrojadizas. En grande aprieto se vieron nuestras gentes cuando mas seguras se contaban: el puente fué tomado por los indios y dado al fuego inmediatamente cuando todavía faltaba que salvar uno de los pasos mas difíciles, y todo el grueso de la retaguardia quedó interceptado y en poder de los enemigos. Toda la diligencia de Cortés ayudada por los esfuerzos de sus mejores capitanes fué apenas bastante para salir á firme terreno tras de muy obstinada y sangrienta lucha; pero ni aquella ni estos pudieron estorbar la muerte de doscientos españoles y mas de mil tlascaltecas de

los aliados con nuestros guerreros, la pérdida de cuarenta caballos, la de la artillería que hubo necesidad de arrojar al lago para que no estorbase la marcha, y la completa dispersion de los rehenes, indios de suposicion que de garantía servian para la conservacion del ejército.

La continuacion de la marcha por espacio de muchas leguas fué una série contínua de acciones peligrosas y de obstáculos considerables: los mejicanos animados por las ventajas obtenidas contra sus fugitivos huéspedes, no cedieron en la persecucion un solo instante; y aunque siempre era el número de sus muertos en las campales refriegas harto y aun sobrado para ceder en el empeño, los refuerzos eran mayores, y la obstinacion irresistible de esterminar á los españoles. Para conseguirlo adelantaron por desusadas veredas algunas jornadas á sus enemigos, y en el gran llano de Otumba se dispusieron á dar la batalla mas decisiva. Al divisarlos Hernan Cortés arengó á los suyos y disponiéndolos en buena formacion de batalla con los arcabuceros en mangas tendidas por el frente y la caballería á los costados, arremetió á las numerosas huestes enemigas con tal ímpetu que en breve fueron de mas efecto que los arcabuces, las picas y las espadas. Los españoles, segun la espresion de su mas culto historiador, no daban golpe sin herida, ni herida que necesitase de segundo golpe (1); pero la muchedumbre agoviaba á los mas activos y era imposible esterminar por el vigor de las armas tanto número de contrarios. En tal conflicto, cuando ya los brazos estaban cansados de luchar y las espadas fatigadas de herir, siendo inminente el peligro que por instantes amagaba á los españoles, su valeroso caudillo llegó á entender de los aliados que si lograba tomar el estandarte imperial que ondeaba orgulloso en el centro de las masas enemigas, la victoria se declararia inmediatamente de nuestro lado, y aunque el empeño era difícil por los infinitos pelotones que lo custodiaban, siendo el último camino del vencimiento, lo prefirió el consejo de la desesperacion contra todas las probabilidades de la fortuna.

Hernan Cortés reunió á sus órdenes toda la fuerza montada que en el campo existia, y al propio tiempo que una carga simultánea de la infantería dió entretenimiento á la linea contraria, rápido como el viento penetró por un costado de esta, y atropellando con los caballos y derribando con las lanzas cuanto á su empeño se oponia, pudo, á merced de heróicos esfuerzos, llegar hasta el objeto de tan desesperada acometida.

Sobre unas andas de esquisitas labores y ricamente adornadas de oro, seda y plumage alzaban nobles señores á la distinguida persona que como capitan general gobernaba las numerosas huestes del imperio, en nombre del recien elegido soberano; y como mayor seguridad no pudiera alcanzar el estandarte en manos del propio caudillo, se afirmaba, simbolizando todo el prestigio de su autoridad, y la fuerza absoluta y principal de su ejército. Cuando Hernan

(1) Solis: Conquista de Méjico, libro IV, capítulo XX.

[merged small][merged small][merged small][merged small][graphic][merged small][merged small]

EN LA BATALLA DE OTUMBA

acomete y derriba Hernan Cortés al General de los mejicanos, que llevaba el estandarte del Imperio; se apodera
de aquella insignia un soldado español, la presenta a su heroico caudillo y al verla en sus manos los indios huyen,
cediendo á Cortés el campo y la victoria. ( Año 1520)

« AnteriorContinua »