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habia de atravesar antes de que los mas convenientes progresos le proporcionasen una absoluta seguridad en el éxito de la conquista, En efecto, los indios que á la mar se habian lanzado sobre débiles canoas, para contrarrestar la invasion de su territorio, lo hicieron ante todo con una decision importante, y su obstinacion en la pelea acreditó bastante que el amor de la independencia y la conservacion íntegra de su territorio, tenian en sus corazones sobrada influencia para no ceder ante los estragos nunca vistos allí que nuestras armas de fuego les causaban.

Las canoas no como en otras ocasiones acometieron á nuestros bateles confundidas y apelotonadas, sino alineadas cuanto el cauce del rio permitia y tendidos en buena ordenanza. El aspecto de aquellos feroces combatientes tampoco daba á los nuestros la seguridad de la victoria con que en otras empresas habian contado; porque vestidos sus cuerpos de pintadas mantas y forrados sus pechos y espaldas con algodonados arneses, ostentando en sus cabezas levantados penachos de brillante plumage, blandiendo en sus manos terribles mazas de récios árboles, con pedernales en ellas incrustados, y arrojando dardos y flechas con una agilidad portentosa, la misma que desplegaron constantes en el manejo de sus canoas y en los abordages que á veces intentaron sobre nuestros bateles, aunque á mas no se atendiera que á la infinita muchedumbre con que á cada momento se reforzaba de su parte la lucha, hubiera sido causa sobrada para que los ánimos vacilaran y la victoria fuera indecisa.

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La que por mar alcanzó la singular armada de los españoles, no fué bastante para que nuevos gritos y feroces alaridos dejaran de anunciar á Hernan

Cortés, que todavía quedaba mucho que hacer antes que pudieran considerarse echados en parte segura los fundamentos de aquella conquista. Quizá porque á las tendencias de su política se oponia el rudo choque de las armas, mejor hubiera querido separarse de aquel distrito para ir á otro en que los habitantes le recibieran menos belicosos, pues la prudente economía de la sangre era la privilegiada tendencia de nuestro héroe, siquiera en vista no fuese mas que de la poca gente que llevaba. Pero contra su retirada de aquel punto, donde una próxima ventaja podia justificar la segunda acometida, gritaba la reputacion de nuestras armas, y acaso el éxito definitivo de la empresa. «Si se ha de pelear, hubo de discurrir Hernan Cortés, peleemos donde ya nos conocen, que el éxito Dios cuidará de que se incline venturoso á nuestra banda. Luego, que bien podemos temer semejante recibimiento donde quiera que lleguemos, y siempre será mejor seguir la empresa por donde la hemos comenzado con una victoria. >>

Hecha tan prudente resolucion, al dia siguiente dispuso Cortés el desembarco de su ejército; pero aunque los indios no se arrojaron á las canoas como en el anterior combate, defendieron á palmos su terreno, desde las márgenes del rio, hasta la próxima ciudad, la cual abandonada totalmente por los indígenas, fué ocupada por nuestras gentes, la primera de cuantas por su construccion Ꭹ edificios, atestiguaron en el Nuevo-Mundo la pasada existencia de mas superiores y cultos habitantes. En efecto: no lejos de allí, el investigador espíritu de muy recientes tiempos, ha descubierto los restos grandiosos de la maravillosa ciudad de Palenque, cuyas ruinas monumentales han servido de grande estudio á infinitas corporaciones, abriendo vasto campo á la mas alta filosofía de la historia, para cuando alguna nueva revelacion, salida como esta, de las entrañas de la tierra, ponga de manifiesto la verdad de tan portentosos descubrimientos.

El completo silencio que reinaba en torno de la ciudad de Tabasco, luego que los españoles estuvieron de ella posesionados, hizo sospechar al general que alguna empresa estratégica estaban combinando los naturales, para alcanzar la total ruina de sus molestos huéspedes. Para despejar en lo posible la difícil situacion que ocupaba Hernan Cortés, hizo salir bien apercibidos algunos destacamentos esploradores, los cuales tras de alguna escaramuza, volvieron á informarle como todas las gentes de aquella provincia se hallaban en armas, resueltas á dar batalla decisiva á nuestros soldados hasta conseguir su esterminio.

La gravedad de semejante noticia, hizo discurrir á Cortés los mejores medios de afrontar el suceso con éxito venturoso, y por lo que á su prudente consejo, mas que á la esperiencia debia, calculando razonablemente que siempre, en los asuntos de la guerra, el agresor reune de su parte toda la influencia moral, que no se puede conseguir sin poderosas ventajas en la defensiva, se determinó á salir á campaña con su pequeño ejército, hasta dar impetuoso

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al frente de unos cuantos caballeros, en lo mas critico de la batalla de Tabasco, decide à fabor suyo la

victoria

sobre las robustas haces de sus infinitos contrarios. Para mejor disponer en favor de sus armas el resultado de la batalla, ordenó en tres porciones las diversas armas de que sus fuerzas se componian, pues para que nada faltase á la funcion, hiciera desembarcar la artillería de sus naves: y dando este encargo á un soldado que en Italia la habia servido con aprovechamiento, por nombre Francisco Mesa, y la infantería en once compañías, ordenada con sus respectivos capitanes, bajo el mando en gefe de Diego de Ordaz, reservó para sí la direccion de la caballería, teniendo cuidado, en el comienzo de la batalla, de ir á coger por retaguardia los escuadrones enemigos.

Terrible fué el empuje de los indios en sus repetidos ataques sobre la línea de los españoles. Ordenada su muchedumbre en imponentes masas de á ocho mil hombres cada una, su espíritu apenas cedia ante los terribles estragos que en ellas causaban los cañones: antes por el contrario, llegó el caso de que se confundieran en la pelea indígenas y españoles, en tal disposicion, que ni las lombardas ni los arcabuces podian usarse, sin peligro de matar indistintamente á unos y á otros, amigos y contrarios.

Hallándose en tal estado la pelea, fácil es considerar cuanto era el peligro en que estaban los españoles, pues al menor desman que en cualquier flanco hubiese por desmayo ó indispensable rotura, aquellas terribles y poderosas masas, hubieran dado fin en muy cortos momentos, de tan pequeño ejército. Pero de pronto los mas crueles alaridos y una nube de polvo que ocultaba los rayos del sol, se hicieron sentir por la espalda de los indios, y á través de algunos claros que la luz permitia, las relucientes corazas de los caballeros y sus largas espadas, devorando cuanto á su paso se oponia, brillaron como un meteoro consolador en las tinieblas de la duda. Desde este momento varió completamente el aspecto de la batalla: los indios, que supusieron un ser compacto é indivisible á cada ginete con su caballo respectivo, no pudieron sufrir ni el ímpetu ni la vista de semejantes mónstruos; de suerte que dándose á la fuga en todas direcciones, facilitaron de nuevo su interrumpido fuego á los cañones, y á la infantería dieron lugar para que volviera á hacer uso conveniente de sus arcabuces, no estando mas ociosas las picas ni las ballestas.

La caballería absteniéndose de herir al ver la completa dispersion de aquellas imponentes masas, corrió en todas direcciones dando á los peones infinidad de prisioneros, los cuales, mas heridos en la imaginacion que en sus cuer, pos, se escondian los rostros horrorizados, y como á espíritus del averno, que manejaban los truenos, relámpagos y rayos de la tempestad, llegaron á rendirse sin mas oposicion á nuestras gentes.

Esta fué, dice el padre Las-Casas, la primera predicacion del Evangelio por Cortés, en Nueva-España; y tan sangriento sarcasmo, dando pié á los enemigos del nombre español, para aumentar los cargos y recriminaciones, fué causa primitiva de cuantos hasta el dia no han cesado de dirigirse á nuestra ad

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