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Bien hubo de acariciar el Almirante en su imaginacion la idea natural de hacer un desembarque y tomar lenguas por la tierra adentro, aun cuando para ello hubiera de detenerse algunos dias, porque siempre creyó desde el primer momento de aportar en aquella isla, que en ella habia de encontrar bastantes objetos para colmar los deseos con que su viaje se alimentaba; pero como el puerto en que habia fondeado estaba á un estremo occidental de la isla, le pareciese muy estensa, no menos de doscientas leguas, juzgó mas oportuno orillar, costeándola, alguna parte de las dificultades que comenzaban á presentarse por la ausencia de los naturales, suponiendo que al fin por cualquier accidente le seria fácil apoderarse de alguno en su escursion, y sembrar la confianza en todos por los medios que hasta entonces habia empleado.

Levó, pues, las anclas y se hizo á la mar desde el puerto de San Nicolás, cuando a penas el sol comenzaba á alumbrar la mañana del 7 de diciembre, poniendo las proas al N-E. con el objeto de aprovechar todo el viento que del S-O. soplaba. Pero así que por tal rumbo habia navegado sobre dos leguas, torció paralelamente en la propia direccion que seguia la isla; esto es, de Occidente á Oriente para reconocerla con detenimiento, segun lo practicó, teniendo oportunidad de observar en toda su estension magníficos valles de lozana verdura con campos como de cebadas, bordando las faldas de arrogantes colinas y jigantescas montañas, muy semejantes á las que caracterizan el aspecto de nuestro territorio.

A vista de aquel delicioso pais rayó en locura el entusiasmo de las tripula

ciones por lo que de su patria les recordaba, que siempre es grato al viajero

hallar en apartadas tierras algunos términos de comparacion con el país en que abrió los ojos á la luz primera, y ya se deja conocer cuánto semejante ilusion acreceria los recuerdos tras de un viaje de tan especiales y dudosas condiciones.

A la una del dia, cuando ya se habian apartado las carabelas muy largo trecho del cabo occidental en que primero fondearan, se hallaron á la altura de un puerto de espaciosa embocadura y cómodo surgidero, bien resguardado de los vientos por el abrigo que le presta desde quince millas enfrente por el N. la isla de la Tortuga. Avaro de novedades mas bien que por el deseo de suspender su navegacion, dió el Almirante las órdenes oportunas para que ambas carabelas entrasen, y así que lo verificaron, antes de recoger las velas, hubieron de entretenerse algunos marineros en echar al mar las redes, para aumentar las ilusiones con que su fantasia ya se habia refrescado, puesto que en aquellas hubieron de sacar algunos peces como hasta entonces no habian visto por aquellos mares, en un todo semejantes á las lisas, á los lenguados, salmones, albures y á otros de los mas sabrosos que en nuestras costas se alimentan.

Visto el puerto y sus condiciones lo bastante para formar de él su capacidad y conveniencia, el concepto marinero que Colon necesitaba para consignarlo en su diario, tratara de volver å la mar con el objeto de seguir el propio rumbo que hasta allí habia traido; pero el cielo comenzó á cerrarse con mal carís y grandes

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gorgeo

señales de fuertes aguaceros, y por la esposicion que pudiera tener en medio de la tempestad el exámen de una costa desconocida, se determinó á echar las anclas, y esperar en el Puerto de la Concepcion que así puso al que á la sazon le daba abrigo, á que los horizontes se despejáran. Entonces se aparejaron los botes respectivos para ir á tierra sobre las márgenes de un manso rio que alimentaba con sus linfas la mas hermosa vegetacion del mundo, al decir del Almirante (1), y lo que en aquellos climas no habia sucedido, oyeron por primera vez sobre las copas de frondosos árboles, tambien á los nuestros parecidos, el de pintadas aves que daban al viento sus arpadas voces con la propia deliciosa armonía de nuestros ruiseñores. ¡Cuántas impresiones agradables, cuántos recuerdos nacionales, cuántos suspiros y cuántas lágrimas refrescarian la mente de nuestros nautas! A la consideracion se deja de todos aquellos que siquiera una vez hayan llorado la ausencia de su querida patria, impelidos en un largo viaje por las lonas de amigo ó contrario bastimento. Y como el sábio Almirante que así manejaba los afectos de sus compañeros, no podia ser estraño á tales muestras de natural ternura, completó el entusiasmo dando á tan preciosa tierra el querido nombre de Isla Española. Los naturales la llamaban Hayti, que en su rudo é incompleto lenguaje significa tierra alta, y con efecto, la aplicacion de semejante frase no podia ser mas oportuna, por las señales características que marcan de dicha isla sus condiciones topográficas. El Bohio ó Babeque continuaron los indios de San Salvador señalándolo en la direccion del Sud-Este, y jamás hubo ocasion de encontrar semejantes tierras, á no ser que se admita la suposicion de que en su estado primitivo así se llamase la Jamaica, segun quiso indicar en su Historia de las Indias el P. fray Bartolomé de Las Casas.

Durante la primera permanencia de las carabelas en el puerto de la Concepcion, , que fué nada menos que de siete dias, por lo que los tiempos se encrudecieron, costó gran trabajo á los españoles hablar con persona viviente de la isla, puesto que de gran cantidad de indios que en la mañana del 12 divisaron, por dar todos á huir, apercibiéndose con gran ligereza, no fué posible dar caza que á una mujer jóven y hermosa como la que mas de aquella tierra; la cual fué llevada al Almirante, y regalada y agasajada por este, y luego puesta en libertad, , para que fuese á dar cuenta á sus parientes y connaturales de la liberalidad y buen porte que usaban los espedicionarios.

mas

Acompañáronla tres marineros bien provistos de armas, con órden espresa de llegar hasta la poblacion que ella por señas manifestaba no estar lejos de la playa; ; pero aquellos regresaron á la carabela sobre las tres horas de la madrugada del 13 sin haber cumplido su encargo de comunicar con los indios del cercano pueblo, bien fuese por el temor natural que pudiera inspirarles el viaje nocturno entre gentes fugitivas y recelosas, ó bien por la confianza de que bastarian los presentes de cuentas, cascabeles y sortijas, hechos á la mujer para

(4) En su diario M. S. de la Casa de Veraguas. Las Casas, Historia de Indias. Navarrete, Coleccion de Viajes, etc.

que se apresuraran los demas indios como en las otras tierras á llegarse á las carabelas para ofrecer sus rescates. Así lo manifestaron, pues, al Almirante, que únicamente se tranquilizó por los resultados que obtuvo despues de rayar la nueva aurora. La impaciencia por comunicar con gentes de aquella isla no le permitió esperar á que sus naturales viniesen, y en este como en todos sus acuerdos harto acertado anduvo, puesto que aquellos no solo no se daban traza de venir á la playa, pero ni aun quisieron esperar en la poblacion á nueve soldados españoles que á visitarlos iban con presentes del Almirante. Por fortuna habia tenido este la precaucion de enviar tambien un indio de los de San Salvador para intérprete, y sus oficios cerca de los de la Española fueron tales que bien pronto acudieron, no sin recelos, alrededor de los nueve soldados españoles, hasta dos mil de aquellos, con tardo paso y llevando las manos sobre las cabezas en señal de adoracion y respeto, porque el intérprete les habia comunicado ya su error de que eran bondadosos huéspedes bajados del cielo.

Cuondo los recelosos habitantes del pueblo inmediato al puerto de la Concepcion (1) se tranquilizaron respecto á las tendencias pacificas de los españoles, dieron rienda suelta á su alegría, y no escasearon las manifestaciones en todos

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(4) Segun los geógrafos mas autorizados, parece que este lugar era el que en tiempos mas recientes se conocia con el nombre de Gros Morne, situado en las mirgenes del rio à que pusieron los franceses de Trois Rivieres, que desemboca á media milla del Puerto de Paz por Occidente. La poblacion constaba entonces de unas mil casas de regalar construccion y estremada limpieza, y parece como que en ellas moraban sobre tres mil homes in contar mujeres y niños.

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