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flaqueza así con los amigos como con los enemigos; pero muchas y muchas veces decían los españoles que pluguiese a Dios que con las vidas los dejasen y se viesen vencedores contra los de la ciudad, aunque en ella ni en toda la tierra no hubiesen otro interés ni provecho; por do se conocerá la aventura y necesidad extrema en que teníamos nuestras personas y vidas. El alguacil mayor fué aquel día a dormir a un pueblo de los otumíes que está frontero de Malinalco, y otro día, muy de mañana, se partió y llegó a unas estancias de los dichos otumies, las cuales halló sin gente y mucha parte dellas quemadas; y llegando más a lo llano, junto a una ribera halló mucha gente de guerra de los enemigos, que habían acabado de quemar otro pueblo; y como le vieron, comenzaron a dar la vuelta, y por el camino que llevaban en pos dellos hallaban muchas cargas de maíz y de niños asados que traían para su provisión, las cuales habían dejado como habían sentido ir los españoles; y pasado un río que allí estaba más adelante en lo llano, los enemigos comenzaron a reparar, y el alguacil mayor con los de caballo rompió por ellos y desbaratólos, y puestos en huída, tiraron su camino derecho a su pueblo de Matalcingo, que estaba cerca de tres leguas de allí; y en todas duró el alcance de los de caballo fasta los encerrar en el pueblo, y allí. esperaron a los españoles y a nuestros amigos, los cuales venían matando en los que los de caballo atajaban y dejaban atrás, y en este alcance murieron más de dos mil de los enemigos. Llegados los de pie donde estaban los de caballo y nuestros amigos, que pasaban de sesenta mil hombres, comenzaron a huir hacia el pueblo, adonde los enemigos hicieron rostro, en tanto que las mujeres y los niños y sus haciendas se ponían en salvo en una fuerza que estaba en un cerro muy alto que estaba allí junto. Pero como dieron de golpe en ellos, hicieronlos también retraer a la fuerza que tenían en aquella altura, que era muy agra y fuerte, y quema

ron y rabaron el pueblo en muy breve espacio, y como era tarde, el alguacil mayor no quiso combatir la fuerza, y también porque estaban muy cansados, porque todo aquel día habían peleado; los enemigos, toda la más de la noche despendieron en dar alaridos y hacer mucho estruendo de atabales y bocinas. .. Otro día de mañana el alguacil mayor, con toda la gente, comenzó a guiar para subirles a los enemigos aquella fuerza, aunque con temor de se ver en trabajo en la resistencia; y llegados, no vieron gente ninguna de los contrarios; e ciertos indios amigos nuestros descendían de lo alto, y dijeron que no había nadie y que al cuarto del alba se habían ido todos los enemigos. Y estando así vieron por todos aquellos llanos de la redonda mucha gente, y eran los otumies; e los de caballo, creyendo que eran los enemigos, corrieron hacia ellos y alancearon tres o cuatro; y como la lengua de los otumíes es diferente desta otra de Culúa, no los entendían mas de cómo echaban las armas y se venían para los españoles; y todavía alancearon tres o cuatro, pero ellos bien entendieron que había sido por no los conocer. E como los enemigos no esperaron, los españoles acordaron de se volver por otro pueblo suyo que también estaba de guerra; pero como vieron venir tanto poder sobre ellos, saliéronle de paz, y el alguacil mayor habló con el señor de aquel pueblo, y díjole que ya sabía que yo recibía con muy buena voluntad a todos los que se venían a ofrecer por vasallos de vuestra majestad, aunque fuesen muy culpados; que le rogaba que fuese a hablar con aquellos de Matalcingo para que se viniesen a mí, y profirióse de lo hacer así y de traer de paz a los de Malinalco; y así, se volvió el alguacil mayor con esta victoria a su real. E aquel día algunos españoles estaban peleando en la ciudad, y los ciudadanos habían enviado a decir que fuese allá nuestra lengua, porque querían hablar sobre la páz; la cual, según pareció, ellos no querían sino con condición que nos

fuésemos de toda la tierra, lo cual hicieron a fin que los dejásemos algunos días descansar y fornecerse de lo que habían menester, aunque nunca dellos alcanzamos dejar de tener voluntad de pelear siempre con nosotros; y estando así platicando con la lengua muy cerca los nuestros de los enemigos, que no había sino una puente quitada en medio, un viejo dellos, allí a vista de todos, sacó de su mochila, muy despacio, ciertas cosas que comió, por nos dar a entender que no tenían necesidad, porque nosotros les decíamos que allí se habían de morir de hambre, y nuestros amigos decían a los españoles que aquellas paces eran falsas, que peleasen con ellos; y aquel día no se peleó más porque los principales dijeron a la lengua que me hablase.

Dende a cuatro días que el alguacil mayor vino de la provincia de Matalcingo, los señores della y de Malinalco y de la provincia de Cuiscon, que es grande y mucha cosa, y estaban también rebelados, vinieron a nuestro real, y pidieron perdón de lo pasado, y ofreciéronse de servir muy bien; y así lo hicieron y han hecho hasta ahora.

En tanto que el alguacil mayor fué a Matalcingo, los de la ciudad acordaron de salir de noche y dar en el real de Albarado; y al cuarto del alba dan de golpe. E como las velas de caballo y de pie lo sintieron, apellidaron de llamar al arma; y los que allí estaban arremetieron a ellos; y como los enemigos sintieron los de caballo, echáronse al agua; y en tanto, llegan los nuestros y pelearon más de tres horas con ellos; y nosotros oímos en nuestro real un tiro de campo que tiraba; y como teníamos recelo no los desbaratasen, yo mandé armar la gente para entrar por la ciudad, para que aflojasen en el combate de Albarado; y como los indios hallaron tan recios a los españoles, acordaron de se volver a su ciudad; y nosotros aquel día fuimos a pelear a la ciudad.

En esta sazón ya los que habíamos salido heridos

del desbarato estábamos buenos; y a la Villa-rica había aportado un navío de Juan Ponce de León (1), que habían desbaratado en la tierra o isla Florida; y los de la villa enviáronme cierta pólvora y ballestas, de que teníamos muy extrema necesidad; y ya, gracias a Dios, por aquí a la redonda no teníamos tierra que no fuese en nuestro favor; y yo, viendo cómo estos de la ciudad estaban tan rebeldes y con la mayor muestra y determinación de morir que nunca generación tuvo, no sabía qué medio tener con ellos para quitarnos a nosotros de tantos peligros y trabajos y a ellos y a su ciudad no los acabar de destruir, porque era la más hermosa cosa del mundo; y no nos aprovechaba decirles que no habíamos de levantar los reales, ni los bergantines habían de cesar de les dar guerra por el agua, ni que habíamos destruído a los de Matalcingo y Malinalco, y que no tenían en toda la tierra quien los pudiese socorrer, ni tenían de donde haber maíz, ni carne, ni frutas, ni agua ni otra cosa de mantenimiento. E cuanto más destas cosas les decíamos, menos muestra víamos en ellos de flaqueza; mas antes en el pelear y en todos sus ardides los hallábamos con más ánimo que nunca. E yo, viendo que el negocio pasaba desta manera y que había ya más de cuarenta y cinco días que estábamos en el cerco, acordé de tomar un medio para nuestra seguridad y para poder más estrechar a los enemigos, y fué que como fuésemos ganando por las calles de la ciudad, que fuesen derrocando todas las casas dellas del un lado y del otro, por manera que no fuésemos un paso adelante sin lo dejar todo asolado, y lo que era agua hacerlo tierra firme, aunque hobiese toda la dilación que se pudiese seguir. E para esto yo llamé a todos los señores y principales nuestros amigos, y dijeles lo que te

(1) Fué Juan Ponce de León el descubridor de la Florida o Bimini. Léase LÓPEZ DE GÓMARA: Historia general de las Indias, en la colección de Viajes clásicos editada por CALPE

nía acordado; por tanto, que hiciesen venir mucha gente de sus labradores, y trujesen sus coas, que son unos palos, de que se aprovechan tanto como los cavadores en España de azada; y ellos me respondieron que así lo harían de muy buena voluntad, y que era muy buen acuerdo; y holgaron mucho con esto, porque les pareció que era manera para que la ciudad se asolase; lo cual todos ellos deseaban más que cosa del mundo.

Entre tanto que esto se concertaba pasáronse tres o cuatro días; los de la ciudad bien pensaron que ordenábamos algunos ardides contra ellos; y ellos también, según después pareció, ordenaban lo que podían para su defensa, según que también lo barruntábamos. E concertado con nuestros amigos que por la tierra y por la mar los habíamos de ir a combatir, otro día de mañana, después de haber oído misa, tomamos el camino para la ciudad; y en llegando al paso del agua y albarrada que estaba cabe las casas grandes de la plaza, queriéndola combatir, los de la ciudad dijeron que estuviésemos quedos, que querían paz; y yo mandé a la gente que no pelease, y díjeles que viniese allí el señor de la ciudad a me hablar y que se daría orden en la paz; y con decirme que ya le habían ido a llamar, me detuvieron más de una hora; porque en la verdad ellos no habían gana de la paz, y así lo mostraron, porque luego, estando nosotros quedos, nos comenzaron a tirar flechas y varas y piedras. E como yo vi esto, comenzamos a combatir el albarrada y ganámosla; y en entrando en la plaza, hallámosla toda sembrada de piedras grandes por que los caballos no pudiesen correr por ella, porque por lo firme éstos son los que les hacen la guerra, y hallamos una calle cerrada con piedra seca y otra también llena de piedras, por que los caballos no pudiesen correr por ellas. E dende este día en adelante cegamos de tal manera aquella calle del agua que salía de

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