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aquel beneficio, y se ofrecieron por súbditos y vasallos de vuestra alteza, y pidieron que los mandasen en qué sirviesen, e yo les mandé en nombre de vuestra majestad que al presente en sus tierras hiciesen muchas labranzas, porque, la verdad, ellos no pueden servir en otra cosa; y así, se fueron, y llevaron para cada isla un mandamiento mío para que notificasen a las personas que por allí viniesen, por donde les aseguré en nombre de vuestra majestad que no recibirían daño; y pidiéronme que les diese un español que estuviese en cada isla con ellos, y por la brevedad de mi partida no se pudo proveer; pero dejé mandado al teniente Hernando de Saavedra que lo proveyese.

Luego me meti en aquel navío que me trajo la nueva de las cosas desta tierra, y en él y en otros dos que yo allí tenía se metió alguna gente de los que yo había llevado en mi compañía, que fueron hasta veinte personas con nuestros caballos, porque los demás dellos quedaron por vecinos en aquellas villas, y los otros estaban esperándome en el camino, creyendo que había de ir por tierra, a los cuales envié a mandar que se viniesen ellos, diciéndoles mi partida y la causa della; hasta agora no son llegados, pero tengo nueva cómo vienen.

Dada orden en aquellas villas que en nombre de vuestra majestad dejé pobladas, con harto dolor y pena de no poder acabar de dejarlas tal cual yo pensaba e convenía, a 25 días del mes de abril hice mi camino por la mar con aquellos tres navíos, y traje tan buen tiempo que en cuatro días llegué hasta ciento y cincuenta leguas del puerto de Chalchicuela, y allí me dió un vendaval muy recio, que no me dejó pasar adelante; y creyendo que amansara, me tuve a la mar un día y una noche, y fué tanto el tiempo, que me deshacía los navíos, y fué forzado arribar a la isla de Cuba, y en seis días tomé el puerto de la Habana, donde salté en tierra y me holgué con los vecinos de aquel

pueblo, porque había entre ellos muchos mis amigos del tiempo que yo viví en aquella isla; y porque los navíos que llevaba recibieron algún detrimento del tiempo que nos tomó en la mar, fué necesario recorrerlos, y a esta causa me detuve allí diez días, y aun por abreviar mi camino compré un navío que hallé en el dicho puerto dando carena y dejé allí el en que yo iba, porque hacía mucha agua; luego otro día como llegué a aquel puerto, entró en él un navío que iba desta Nueva España, y al segundo día entró otro, y al tercero día otro, de los cuales supe cómo la tierra estaba muy pacifica y segura y en toda tranquilidad y sosiego después de la muerte del fator y veedor, aunque me dijeron que había habido algunos bullicios, y que se habían castigado los movedores dellos, de que holgué mucho, porque había recebido mucha pena de la vuelta que hice del camino, teniendo algún desasosiego; y de allí escrebí a vuestra majestad, aunque breve, y me partí a 16 días del mes de mayo, y traje conmigo hasta treinta personas de los naturales desta tierra que llevaban aquellos navíos, que de acá fueron abscondidamente, y en ocho días llegué al puerto de Calchicuela, y no pude entrar en el puerto a causa de mudarse el tiempo, y surgí dos leguas dél, ya casi noche, y con un bergantín que topé perdido por la mar, y en la barca de mi navío, salí aquella noche a tierra, y fuí a pie a la villa de Medellín, que está cuatro leguas de donde yo desembarqué, sin ser sentido de nadie de los del pueblo, y fuí a la iglesia a dar gracias a nuestro Señor, y luego fué sabido, y los vecinos se regocijaron conmigo e yo con ellos; e aquella noche despaché mensajeros, así a esta ciudad como a todas las villas de la tierra, haciéndoles saber mi venida y proveyendo algunas cosas que me paresció convenían al servicio de vuestra sacra majestad y al bien de la tierra; y por descansar del trabajo del camino estuve en aquella villa once días, donde me vinieron a ver

muchos señores de pueblos y otras personas naturales de los destas partes, que mostraron holgarse con mi venida; y de allí me partí para esta ciudad, y estuve en el camino quince días, y por todo él fuí visitado de muchas gentes de los naturales, que hartos dellos venían de más de ochenta leguas, porque todos tenían sus mensajeros por postas para saber de mi venida, como ya la esperaban; y así, vinieron en poco tiempo muchos y de muchas partes y muy lejos a verme, los cuales todos lloraban conmigo, y me decían palabras tan vivas y lastimeras, contándome sus trabajos que en mi ausencia habían padescido, por los malos tratamientos que se les habían hecho, y que quebraban el corazón a todos los que los oían; y aunque de todas las cosas que me dijeron sería dificultoso dar a vuestra majestad copia, pero algunas harto dignas de notar pudiera escrebir, que dejo por ser de ore proprio.

Llegado a esta ciudad, los vecinos españoles y naturales della y de toda la tierra, que aquí se juntaron, me recibieron con tanta alegría y regocijo como si yo fuera su propio padre, y el tesorero y contador de vuestra majestad salieron a me recebir con mucha gente de pie e de caballo en ordenanza, mostrando la misma voluntad que todos, e así me fuí derecho a la casa y monasterio de Sant Francisco, a dar gracias a nuestro Señor por me haber sacado de tantos y tan grandes peligros y trabajos y haberme traído a tanto sosiego y descanso, y por ver la tierra que tan en trabajo estaba puesta en tanto sosiego y conformidad, y allí estuve seis días con los frailes, hasta dar cuenta a Dios de mis culpas; y dos días antes que de allí saliese me llegó un mensajero de la villa de Medellín, que me hizo saber que al puerto della eran llegados ciertos navíos, y que se decía que en ellos venía un pesquisidor o juez por mandado de vuestra majestad, y que no sabían otra cosa; e yo crei que debía ser que sabiendo vuestra católica majestad los desasosiegos y comunidad en que

los oficiales de vuestra alteza, a quien yo dejé la tierra, la habían puesto, y no siendo cierto de mi venida a ella, había mandado proveer sobre este caso, de que Dios sabe cuánto holgué, porque tenía yo mucha pena de ser juez en esta causa; porque como injuriado y destruído por estos tiranos, me parescía que cualquier cosa que en ello proveyese podía ser juzgada por los malos a pasión, que es la cosa que yo más aborrezco, puesto que, según mis obras, no pudiera yo ser con ellos tan apasionado que no sobrara a todo mucho merescimiento en sus culpas; y con esta nueva despaché a mucha priesa un mensajero al puerto a saber lo cierto, y envié a mandar al teniente y justicias de aquella villa de Medellín que, de cualquiera manera que aquel juez viniese, viniendo por mandado de vuestra majestad fuese muy bien recebido y servido y aposentado en una casa que yo en aquella villa tengo, donde mandé que a él y a todos los suyos se les hiciese todo servicio, aunque después, según paresció, él no lo quiso recebir.

Otro día, que fué de Sant Juan, como despaché este mensajero, llegó otro, estando corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas, y me trajo una carta de dicho juez y otra de vuestra sacra majestad, por las cuales supe a lo que venía y cómo vuestra católica majestad era servido de me mandar tomar residencia del tiempo que vuestra majestad ha sido servido que yo tenga el cargo de la gobernación desta tierra; y de verdad yo holgué mucho, así por la inmensa merced que vuestra majestad sacra me hizo en querer ser informado de mis servicios y culpas, como por la benignidad con que vuestra alteza en su carta me hacía saber su real intención y voluntad de me hacer mercedes; y por lo uno y lo otro cien mil veces los reales pies de vuestra católica majestad beso, y plega a nuestro Señor sea servido de me hacer tanto bien que yo alguna parte desta tan insigne merced pueda servir, y

que vuestra majestad católica para esto conozca mi deseo; porque conosciéndolo, no pienso que era chica

paga.

En la carta que Luis Ponce, juez de residencia, me escribió me hacía saber que a la hora se partía para esta ciudad, y porque para venir a ella hay dos caminos principales y en su carta no me hacía saber por cuál dellos había de venir, luego despaché por ambos criados míos para que le viniesen sirviendo y acompañando y mostrando la tierra; y fué tanta la priesa que en este camino se dió el dicho Luis Ponce, que, aunque yo provei esto con harta brevedad, le toparon ya veinte leguas desta ciudad; y puesto que con mis mensajeros diz que mostró holgarse mucho, no quiso recebir dellos ningún servicio; y aunque me pesó de no lo recebir, porque diz que dello traía necesidad, por la priesa de su camino, por otra parte holgué dello, porque paresció de hombre justo y que quería usar de su oficio con toda rectitud, y pues venía a tomarme a mí residencia, no quería dar causa a que dél se tuviese sospecha, y llegó a dos leguas desta ciudad a dormir una noche, e yo hice aderezar para le recibir otro día por la mañana, y envióme a decir que no saliese de mañana porque él se quería estar allí hasta comer; que le enviase un capellán que allí le dijese misa, e yo así lo hice; pero temiendo lo que fué, que era excusarse del recibimiento, estuve sobre aviso; y él madrugó tanto, que aunque yo me di harta priesa le tomé ya dentro en la ciudad, y así nos fuimos hasta el monasterio de Sant Francisco, donde oímos misa; y acabada, le dije si quería allí presentar sus provisiones que lo hiciese, porque allí estaba todo el cabildo de la ciudad conmigo y el tesorero y contador de vuestra majestad; y no las quiso presentar, diciendo que otro día las presentaría; e así fué, que otro día por la mañana nos juntamos en la iglesia mayor de la ciudad el cabildo della e los dichos oficiales e yo, y allí las presentó,

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