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herraje y herramientas, e los envié; después que llegaron donde estaba Hernando de Sandoval les dió otras dos acémilas mías cargadas también de herraje, que yo allí tenía.

Y después de partidos éstos vinieron a mí ciertos naturales de la provincia de Huilacho (1), que es sesenta y cinco leguas de aquella villa de Trujillo, de quien días había que yo tenía mensajeros, e se habían ofrescido por vasallos de vuestra majestad, e me hicieron saber cómo a su tierra habían llegado veinte de caballo y cuarenta peones, con muchos indios de otras provincias, que traían por amigos, de los cuales habían recebido y recebían muchos agravios y daños, tomándoles sus mujeres y hijos y haciendas, y que me rogaban los remediase, pues ellos se habían ofrescido por mis amigos e yo les había prometido que los ampararía y defendería de quien mal les hiciese; y luego me envió Hernando de Sandoval, mi primo, a quien yo dejé por teniente en aquellas partes, que estaba a la sazón pacificando aquella provincia de Papayeca, dos hombres de aquella gente de que los indios se vinieron a quejar, y venían por mandado de su capitán en busca de aquel pueblo de Trujillo, porque los indios les dijeron que estaba cerca y que podían venir sin temor, porque toda la tierra estaba de paz; y destos supe que aquella gente era de la del dicho Francisco Hernández, y que venían en busca de aquel puerto, y que venía por su capitán un Grabiel (2) de Rojas; luego despaché con estos dos hombres y con los indios que se habían venido a quejar un alguacil con un mandamiento mío para el dicho Grabriel de Rojas, para que luego saliese de la dicha provincia e volviese a los naturales todos los indios e indias e otras cosas que les hobiese tomado, y demás desto le escribí una carta para que si

(1) Se ha escrito también, según dice Gayangos, Huilancho y Huilcacho. (2) Grabiel dice en el original.

alguna cosa hobiese menester me lo hiciese saber, porque se le proveería de muy buena voluntad si yo la tuviese; el cual, visto mi mandamiento y carta, lo hizo luego, y los naturales de la dicha provincia quedaron muy contentos, aunque después me tornaron a decir los dichos indios que venido el alguacil que yo envié les habían llevado algunos. Con este capitán torné otra vez a escrebir al dicho Francisco Hernández, ofresciéndole todo lo que yo allí tuviese de que él y su gente tuviesen necesidad, porque dello creí vuestra majestad era muy servido, y encargándole todavía la obediencia de su gobernador. No sé lo que después acá ha subcedido, aunque supe del alguacil que yo envié y de los que con él fueron que estando todos juntos le había llegado una carta al dicho Grabiel de Rojas de Francisco Hernández, su capitán, en que le rogaba que a mucha priesa se fuese a juntar con él, porque entre la gente que con él había quedado había mucha discordia y se le habían alzado dos capitanes, el uno que se decía Soto y el otro Andrés Garabito, los cuales diz que se le habían alzado porque supieron la mudanza que él quería hacer contra su gobernador. Ello quedaba ya de manera que ya no puede ser sino que resulte mucho daño, así en los españoles como en los naturales de la tierra; de donde vuestra majestad puede considerar el daño que se sigue destos bullicios y cuánta necesidad hay de castigo en los que los mueven y causan. Yo quise luego ir a Nicaragua, creyendo poner en ello algún remedio, porque vuestra majestad fuera muy servido si se pudiera hacer, y estándolo aderezando, y aun abriendo ya el camino de un puerto que hay algo áspero, llegó al puerto de aquella villa de Trujillo el navío que yo había enviado a esta Nueva España, y en él un primo mío, fraile de la orden de Sant Francisco, que se dice fray Diego Altamirano, de quien supe, y de las cartas que me llevó, los muchos desasosiegos, escándalos y alborotos que entre los oficiales de vues

HERNÁN CORTÉS: CARTAS.-T. II.

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tra majestad que yo había dejado en mi lugar se habían ofrecido y aun había, y la mucha necesidad que había de venir yo a los remediar, y a esta causa cesó mi ida a Nicaragua y mi vuelta por la costa del Sur, donde creo Dios y vuestra majestad fueran muy servidos, a causa de las muchas y grandes provincias que en el camino hay; que puesto que algunas dellas están de paz, quedarían más reformadas en el servicio de vuestra majestad con mi ida por ellas, mayormente aquellas de Utlatán y Guatemala, donde siempre ha residido Pedro de Albarado, que, después que se rebelaron por cierto mal tratamiento, jamás se han apaciguado, antes han hecho y hacen mucho daño en los españoles que allí están y en los amigos sus comarcanos, porque es la tierra áspera y de mucha gente, y muy belicosa y ardid en la guerra, y han inventado muchos géneros de defensas y ofensas, haciendo hoyos y otros muchos ingenios para matar los caballos, donde han muerto muchos; de tal manera, que aunque siempre el dicho Pedro de Albarado les ha hecho y hace guerra con más de docientos de caballo e quinientos peones y más de cinco mil indios amigos, y aun de diez algunas veces, nunca ha podido ni puede atraerlos al servicio de vuestra majestad, antes de cada día se fortalescen más y se reforman de gentes que a ellos se llegan, y creo yo, siendo nuestro Señor servido, que si yo por allí viniera, que por amor o por otra manera los atrajera a lo bueno, porque algunas provincias que se rebelaron por los malos tratamientos que en mi ausencia recibieron, y fueron contra ellos más de ciento y tantos de caballo y trecientos peones, y por el capitán veedor que aquel tiempo gobernaba, y mucha artillería y mucho número de indios amigos, no pudieron con ellos, antes les mataron diez o doce hombres españoles y muchos indios y se quedó como antes; y venido yo, con un mensajero que les envié, donde supieron mi venida, sin ninguna dilación vinieron a mí las per

sonas principales de aquella provincia que se dice Coatlán, y me dijeron la causa de su alzamiento, que fué harto justa, porque el que los tenía encomendados había quemado ocho señores principales, que los cin

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Fig. 1.-Lienzo de Tlaxcala (lámina 79).Expedición de Pedro de Albarado a Guatemala, acompañado de tlaxcaltecas.

co murieron luego y los otros dende a pocos días; y puesto que pidieron justicia, no les fué hecha; e yo los consolé de manera que fueron contentos, y están hoy pacíficos y sirven como antes que yo me fuese, sin guerra ni riesgo alguno; y así creo que hicieran los otros pueblos que estaban desta condición en la provincia de Coazacoalco; en sabiendo mi venida a la tierra, sin yo les enviar mensajero, se apaciguaran.

Ya, muy católico Señor, hice a vuestra majestad relación de ciertas isletas que están frontero de aquel puerto de Honduras, que llaman los Guanajos (1), que algunas dellas están despobladas a causa de las armadas que han hecho de las islas, y llevado muchos naturales dellas por esclavos, y en algunas dellas había quedado alguna gente, y supe que de la isla de Cuba y de la de Jamaica nuevamente habían armado para ellas, para las acabar, asolar y destruir; y para remedio envié una carabela que buscase por las dichas islas el armada y los requiriese de parte de vuestra majestad que no entrasen en ellas ni hiciesen daño a los naturales, porque yo pensaba apaciguarlos y atraerlos al servicio de vuestra majestad; porque por medio de algunos que se habían pasado a vivir a la tierra firme yo tenía inteligencia con ellos, la cual dicha carabela topó en una de las dichas islas, que se dice Huitila (2), otra de la dicha armada, de que era un capitán Rodrigo de Merlo, y el capitán de mi carabela le atrajo con la suya y con toda la gente que había tomado en aquellas islas allí donde yo estaba, la cual dicha gente yo luego hice llevar a las islas donde los habían tomado, y no procedí contra el capitán porque mostró licencia para ello del gobernador de la isla de Cuba, por virtud de la que ellos tienen de los jueces que residen en la isla Española; y así, los envié, sin que recibiesen otro daño más de tomarles la gente que habían tomado de las dichas islas, y el capitán y los más que venían en su compañía se quedaron por vecinos en aquellas villas, paresciéndoles bien la tierra.

Conosciendo los señores de aquestas islas la buena obra que de mí habían recebido, e informados de los que en la tierra firme estaban del buen tratamiento que se les hacía, vinieron a mí a me dar las gracias de

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