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vez, y anduve con él dos noches y un día, y habiendo andado cincuenta leguas y más diónos tan recio tiempo de norte, muy contrario, que nos quebró el mástil del trinquete por los tamboretes, y fué forzado con harto trabajo volver al puerto, donde llegados, dimos todos muchas gracias a Dios, porque pensamos perdernos, e yo y toda la gente veníamos tan maltratados de la mar que nos fué necesario tomar algún reposo, y en tanto que el tiempo se abonanzaba y el navío se aderezaba salí en tierra con toda la gente, y viendo que habiendo salido tres veces a la mar con buen tiempo me había vuelto, pensé que no era Dios servido que aquella tierra se dejase así, y aun pensélo porque algunos de los indios que habían quedado de paz estaban algo alborotados, y torné de nuevo a encomendarlo a Dios y hacer procesiones y decir misas, y asentóseme que con enviar yo aquel navío en que yo había de venir Nueva España, y en él mi poder para Francisco de las Casas, mi primo, y escrebir a los concejos y a los oficiales de vuestra majestad reprehendiéndoles su yerro, y enviando algunas personas principales de los indios que conmigo fueron, para que los que acá quedaron creyesen que no era yo muerto, como acá se había publicado, se apaciguaría todo y daría fin a lo que allá tenía comenzado, y así lo proveí, aunque no proveí muchas cosas que proveyera si supiera a aquella sazón la pérdida del navío que había enviado primero, y dejélo porque en él lo había proveído todo muy cumplidamente, y tenía por cierto que ya estaba acá muchos días había, en especial el despacho de los navíos de la mar del Sur, que había despachado en aquel navío como convenía.

esta

Después de haber despachado este navío para esta Nueva España, porque yo quedé muy malo de la mar, y hasta agora lo estoy, no pude entrar la tierra adentro, y también por esperar a los navíos que habían de venir de las islas, y proveer otras cosas que convenía,

envié al teniente que allí dejaba, con treinta de caballo y otros tantos peones, que entrasen en la tierra adentro, y fueron hasta treinta y cinco leguas de aquella villa por un muy hermoso valle poblado de muchos y muy grandes pueblos, abundoso de todas las cosas que en la tierra hay; muy aparejado para criar en toda ella todo género de ganado y plantar todas y cualesquier plantas de nuestra nación, y sin haber recuentro con los naturales de la tierra, sino hablándoles con la lengua y con los naturales de la tierra que ya teníamos por amigos, los atrajeron todos de paz, y vinieron ante mí más de veinte señores de pueblos principales, y con muestra de buena voluntad se ofrescieron por subditos de vuestra alteza, prometiendo de ser obedientes a sus reales mandamientos, y así lo han hecho y hacen hasta agora; que después acá, hasta que yo me partí, nunca había faltado gente dellos en mi compañía, y casi cada día iban unos y venían otros, y traían bastimentos y servían en todo lo que se les mandaba; plega a nuestro Señor de los conservar y llegar al fin que vuestra majestad desea; e yo así tengo por fe que será; porque de tan buen principio no se puede esperar mal fin sino por culpa de los que tenemos el

cargo.

La provincia de Papayeca y la de Champagua, que dije que fueron las primeras que se ofrecieron al servicio de vuestra majestad y por nuestros amigos, fueron las que cuando yo me embarqué hallé alborotadas, y como yo me volví, tuvieron algún temor, y enviéles mensajeros asegurándoles; y algunos de los de Champagua vinieron, aunque no los señores, y siempre tuvieron despoblados sus pueblos de mujeres y hijos y haciendas; aunque en ellos había algunos hombres que venían allí a servir, hiceles muchos requerimientos sobre que se viniesen a sus pueblos, y jamás quisieron, diciendo hoy mas mañana; y tuve manera como hube a las manos los señores, que son tres, que el uno es

llama Chicohuytl, y el otro Poto, y el otro Mondoreto; y habidos, prendílos y diles cierto término, dentro del cual les mandé que poblasen sus pueblos y no estuviesen en las sierras, con apercebimiento que no lo haciendo serían castigados como rebeldes; y así, los poblaron, y los solté, y están muy pacíficos y seguros, y sirven muy bien. Los de Papayeca jamás quisieron parescer, en especial los señores, y toda la gente tenían en los montes consigo, despoblados sus pueblos; y puesto que muchas veces fueron requeridos, jamás quisieron ser obedientes; envié allá una capitanía de gente de caballo y de pie y muchos de los indios consigo naturales de aquella tierra, y saltearon una noche a uno de aquellos señores, que son dos, que se llama Pizacura, y prendiéronle, y preguntado por qué había sido malo y no quería ser obediente dijo que ya se hobiera venido, sino que el otro su compañero, que se llama Mazatl, era más parte con la comunidad, y que éste no consentía; pero que le soltasen a él, y que él trabajaría de espialle para que le prendiesen; y que si le ahorcasen, que luego la gente estaría pacífica y se vernían todos a sus pueblos, porque él los recogería no teniendo contradicción; y así, le soltaron, y fué causa de mayor daño, según ha parescido después. Ciertos indios nuestros amigos, de los naturales de aquella tierra, espiaron al dicho Mazatl, y guiaron a ciertos españoles donde estaba, y fué preso; notificáronle lo que su compañero Pizacura había dicho dél, y mandósele que dentro de cierto término trujese la gente a poblar en sus pueblos y no estuviesen por las sierras; jamás se pudo acabar con él. Hízose contra él proceso, y sentencióse a muerte, la cual se ejecutó en su persona. Ha sido Ha sido gran ejemplo para los demás; porque luego algunos pueblos que estaban así algo levantados se vinieron a sus casas, y no hay pueblo que no esté muy seguro con sus hijos y mujeres y haciendas, excepto este de Papayeca, que jamás se ha querido ase

gurar. Después que se soltó aquel Pizacura se hizo proceso contra ellos, y hízoseles guerra y prendiéronse hasta cien personas, que se dieron por esclavos, y entre ellos se prendió el Pizacura, el cual no quise sentenciar a muerte, puesto que por el proceso que contra él estaba hecho se pudiera hacer; antes le traje conmigo a esta ciudad con otros dos señores de otros pueblos que también habían andado algo levantados, con intención que viesen las cosas desta Nueva España y tornarlos a enviar para que allá notificasen la manera que se tenía con los naturales de acá y cómo servían, para que ellos lo hiciesen así; y este Pizacura murió de enfermedad, y los dos están buenos, y los enviaré haciendo oportunidad. Con la prisión deste y de otro mancebo que paresció ser el señor natural, y con el castigo de haber hecho esclavos aquellas ciento y tantas personas que se prendieron, se aseguró toda aquella provincia, y cuando yo de allá partí quedaban todos los pueblos della poblados y muy seguros y repartidos en los españoles, y servían de muy buena voluntad al parescer.

A esta sazón llegó a aquella villa de Trujillo un capitán con hasta veinte hombres de los que yo había dejado en Naco con Gonzalo de Sandoval, y de los de la compañía de Francisco Hernández, capitán, que Pedro Arias Dávila, gobernador de vuestra majestad, envió a la provincia de Nicaragua, de los cuales supe cómo al dicho pueblo de Naco había llegado un capitán del dicho Francisco Hernández, con hasta cuarenta hombres de pie y de caballo, que venía a aquel puerto de la bahía de Sant Andrés a buscar al bachiller Pedro Moreno, que los jueces que residen en la isla Española habían enviado a aquellas partes, como ya tengo hecha relación a vuestra majestad; el cual, según paresce, había escripto al dicho Francisco Hernández para que se rebelase de la obediencia de su gobernador, como había hecho a la gente que dejaron Gil González y

Francisco de las Casas, y venía aquel capitán a le hablar de parte del dicho Francisco Hernández para se concertar con él para se quitar de la obediencia de su gobernador y darla a los dichos jueces que en la dicha isla Española residen, según paresció por ciertas cartas que traían; y luego los torné a despachar, y con ellos escribí al dicho Francisco Hernández y a toda la ya gente que con él estaba en general, y particularmente a algunos de los capitanes de su compañía que yo conoscía, reprendiéndoles la fealdad que en aquello hacían, y cómo aquel bachiller los había engañado, y certificándoles cuánto dello sería vuestra majestad servido, y otras cosas que me paresció convenía escrebirlas para los apartar de aquel camino errado que llevaban, y porque algunas de las causas que daban para abonar su propósito eran decir que estaban tan lejos de donde el dicho Pedro Arias de Dávila estaba que para ser proveídos de las cosas necesarias recebian mucho trabajo y costa, y aun no podían ser proveídos, y siempre estaban con mucha necesidad de las cosas y provisiones de España; y que por aquellos puertos que yo tenía poblados en nombre de vuestra majestad lo podían ser más fácilmente, e que el dicho bachiller les había escripto que él dejaba toda aquella tierra poblada por los dichos jueces e había de volver luego con mucha gente y bastimentos. Le escrebí que yo dejaría mandado en aquellos pueblos que se les diesen todas las cosas que hobiesen menester por que allí enviasen, y que se tuviese con ellos toda contratación y buena amistad, pues los unos y los otros éramos y somos vasallos de vuestra majestad y estábamos en su real servicio, y que esto se había de entender estando ellos en obediencia de su gobernador, como eran obligados, y no de otra manera; y porque me dijeron que de la cosa que al presente más necesidad tenían era de herraje para los caballos y de herramientas para buscar minas, les di dos acémilas mías cargadas de

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