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biendo quedado de ese tiempo sin madre por habérsela llevado Dios, nuestro Señor, de este mundo al venidero siglo. Dichosa pérdida cuando tuvo por ganancia la doctrina y enseñanza de la relijion sagrada de la Compañía de Jesus, madre tan piadosa de los fieles como amada de los que tienen verdadero conocimiento de su grandeza, que para estos es pan sabroso y de grande utilidad su educacion y crianza; como al contrario se les trueca a los ingratos y desconocidos este pan en dura piedra, verificándose en ellos lo que dijo San Pedro Chrisólogo sobre el lugar del profeta Isaías: Panis ei datus est, y sobre la translacion hebrea, que en lugar de Panis se lee: Lapis datus est ei: que dió Dios pan a su pueblo, y dándole pan le dió piedra. Pues ¿qué tiene que hacer lo uno con lo otro? Aquí descifra la duda el glorioso santo y nos dice, que no está la diferencia que hai tan grande de pan a piedra, en quien hace el favor o el beneficio, sino es en quien le recibe; que a los que saben conocer el bien y hacer aprecio de lo que les dan, les viene a scr pan sabroso y deleitable manjar, y a los otros al trocado.

Sacóme (como tengo dicho) porque, demas de las causas referidas, ocupase el lugar que a mas no poder dejaba en su tan anheloso y militar ejercicio, ordenándome fuese a servir al Rei nuestro señor de soldado y a arrastrar una pica en una compañía de infantería española: cosa que como muchacho y sin experiencia alguna llegué a sentir sobre manera; y mas lo sintiera en estos tiempos, cuando no hai quien se precie de ir a ocupar en esos tercios una compañía de infantería de los que tienen caudal, porque con sus dineros compran los oficios mayores de las milicias: premio que con su trabajo y desvelo no puede conseguir el que es pobre soldado.

Y porque a los principios nos encontramos con alguna de las causas que concurren a la dilacion de esta guerra de Chile, no la omitamos, que es la avara codicia de los que gobiernan, pues por el logro y el interes anteponen a los que no son dignos de lo que solicitan y pretenden a quienes dotrina el profeta Ahías, y enseña de la suerte que se han de recebir los dones y las dádivas. Envió el rei Jeroboan al profeta a consultar con su mujer la enfermedad de su hijo, y ante todas cosas le manda llevar por delante algunos regalos de pan, uvas y miel; y ántes de responder a su embajada, la recibe áspera y desabridamente. Reparó aquí Theodoreto y pregunta, que ¿por qué causa a la que le trajo dones y presentes de regalo, severo la reprehende y la despide? a que responde, que lo hizo el profeta porque sus palabras en la respuesta fuesen de mayor peso y crédito, porque los que desprecian las dádivas graciosas, acreditan mas bien sus lucidas obras. Mal las pueden acreditar los que gobiernan cudiciosos y no solamente reciben dones, sino es que tambien los solicitan por malos medios y extraviados caminos. Con que podrémos decir de nuestra tierra que no la gobiernan profetas santos, sino es que está puesta (como dijo Job) en las manos del demonio. Así lo sintió Lira, en este lugar, porque no se satisface nunca este maligno espíritu, que es de la calidad de los áspides o díspades (que es

lo propio), que siempre se hallan con insaciable sed aunque esten en medio de copiosas y abundantes fuentes; así lo sintió Lucano:

Stabant in margine sitiæ

Aspides, in mediis sitiebant dispades undis.

Los áspides ardientes

En medio de las ondas abundantes

Y de claras corrientes,

Mas sedientos se muestran que de antes,

Que su anhelo sediento

Compite con la sed del avariento.

Prosigamos con nuestra historia, que de ella irémos sacando lo que habrémos menester para la principal proposicion de este libro.

El gobernador que en aquellos tiempos gobernaba, era caballero de todas prendas, gran soldado, cortes y atento a los méritos y servicios de los que servian a S. M., y considerando los calificados de mi padre, le habia enviado a ofrecer una bandera o compañía de infantería para que yo fuese a servir al Rei nuestro señor, con mas comodidad y lucimiento, a uno de los dos tercios, dejándolo a su di-posicion y gusto. De lo cual le hice recordacion diciéndole, que pareceria mas bien que como hijo suyo me diferenciase de otros, acetando la merced y ofrecimiento del capitan jeneral y presidente: razones que en sus oidos hicieron tal disonancia, que le obligaron a asentarse en la cama (que de ordinario a mas no poder la asistia) y decirme con palabras desabridas y ásperas, que no sabia ni entendia lo que hablaba; que cómo pretendia entrar sirviendo al Rei nuestro señor con oficio de capitan, si no sabia ser soldado; que cómo me habia de atrever a ordenar ni mandar a los experimentados y antiguos en la guerra sin saber lo que mandaba; que solo serviria de darles que notar y que reir, porque quien no habia aprendido a obedecer, era imposible que supiese bien mandar. Y consolóme algo esta razon, por haberme acordado en aquel instante de unas elegantes palabras de Ciceron, que dice que es forzoso que haya sabido algun tiempo obedecer el que sabe bien mandar, y que es mui digno y merecedor del mando el que sabe obedecer. Autoriza estas palabras el glorioso padre San Gregorio diciendo, que no se atreva a ser superior prelado quien no ha sabido ser súbdito obediente.

Ya este propósito diré un pensar agudo del doctísimo Lira, que hizo un reparo en las palabras del profeta Eliseo cuando por esos aires fué arrebatado su querido maestro: padre mio, carroza de Israel (le dice) y carrocero della, ¿cómo puede ser uno el que es rejido, y el mesmo el que gobierna? y responde nuestro citado doctor: el carro que es rejido y gobernado se antepone al que le rije, para darnos a entender que ninguno supo mas bien mandar, que el que ántes aprehendió a obedecer.

¡O cómo fuera de grandísima importancia a nuestra real corona el que los pretendientes de estos siglos tuviesen una respuesta como la

que tuve de mi amado padre, que como tan gran soldado no se dejó llevar de la aficion que pudo inclinarle al aumento y honra de su hijo, como anteponen otros padres de las repúblicas y ejércitos a los que son de su devocion y a sus criados, sin tener mas méritos y experiencias que las que quieren los superiores darles; al contrario de lo que se experimentó en el que atendia mas a las conveniencias públicas que a las que le tocaban tan de cerca, y miraba con todo desvelo el mayor servicio de S. M.: que lo es grande el que se les cierre la puerta a los que con dineros y otras dependencias solicitan honores y dignidades, y los mas, gobiernos militares, sin haber sabido lo que es ser soldados; con que fácilmente, en adquiriéndolos, van de mal en peor los sucesos de la guerra, y el gobierno político de la mesma suerte. Qué bien ajustaba aquí el decirles, que aprehendiesen ante todas cosas a obedecer a otros para saber mandar con experiencias.

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Con esta consideracion fuí a cumplir el mandato de mi padre al estado de Arauco, con toda presteza (porque el fiel obediente (como dijo San Bernardo) no conoce la tardanza), adonde de soldado procuré hacerme capaz en breve tiempo de lo que a un mílite de obligaciones le es forzoso y convenienté, y que procura no quedarse atras en el ejercicio que profesa. Y por no dilatarme en lo que no es tan del intento del asunto, digo que en algunos años que asistí en aquel estado, ocupé el puesto de alférez de la compañía del maestro de campo del tercio, cabo y gobernador de ella cerca de dos años, y despues el de capitan de infantería española, hasta que por indisposicion y achaque que me sobrevino, habiendo vuelto a cobrar salud a casa de mi padre, quedé reformado; y habiéndola solicitado con todo desvelo porque volviese a continuar el real servicio, me hizo volver a él, como lo hice asistiendo siempre cerca de la persona del presidente, gobernador y capitan jeneral de este reino. Y habiendo sucedido algunos desastres y no bien afortunados acaecimientos en encuentros con el enemigo, me mandaron volver a servir otra compañía de infantería española en el tercio de San Felipe de Austria, que era entónces el blanco donde el enemigo solicitaba hacer sus tiros; y por ser parte mas peligrosa y mayor riesgo, estimé el favor que se me hizo, y le admití con todo gusto por el amor y voluntad con que deseaba acertar a servir a S. M. y perder la vida en su servicio, si se ofreciese ocasion. Y concluiré este capítulo con ponderar la lealtad y el fervor con que en un reino como este de Chile tan remoto, procuramos oponer nuestras vidas al peligro que consigo trae la guerra vinculado, por el poco premio que esperamos en rejiones tan distantes y apartadas de la presencia de nuestro gran monarca, nuestro Rei y natural señor, adonde podré decir y asegurar con verdad por la experiencia que tengo adquirida, que son antepuestos y aventajados los que (aun con descrédito de sus personas) han buscado y adquirido algunos maravedises, a los que con sobrada opinion los han sabido gastar en el real servicio y defensa de su patria.

Ejemplares pudiera poner muchos, si el decir verdades no fuese peli

groso, y de sus claridades no se orijinasen odiosos partos; que segun el sentir de Ciceron, habia de ser mui al contrario entre las personas familiares y ajustadas a la razon, porque una cosa es vivir entre tiranos y otra con amigos: y verdaderamente que nos industrian y enseñan los jentiles con sus consejos y razones, y en sus tratos nos avergüenzan, porque entre los nuestros experimentamos con efecto que el que no solicita y procura mentir y engañar a los compañeros y amigos, no se tiene por discreto ni sabido, con que hai mui pocos o ningunos que profesen decir verdades. Y aunque haya algunos que con buen celo las manifiesten a sus amigos y confidentes, no hai quien las oiga ni admita con amor y mansedumbre, como lo hizo el caudillo de Dios Moises, reprehendido de su suegro, hombre tosco y bárbaro (como lo notó San Chrisóstomo), y Moises erudito y sabio. Y con todo eso permitió de Jethro ser amonestado: accion bien celebrada en estos y aquellos tiempos; y agora en los que gozamos, no hai quien quiera ni aun de los sabios y doctos ser advertido. Porque presume cada uno, puede ser maestro del que mas se adelanta en el injenio. Grande ejemplo nos dejó este gran ministro de Dios, pues no tan solamente admite con buen semblante la reprehension tosca de su suegro, sino es que le solicita honores y conveniencias en su ejército; a quien debíamos imitar con todas veras, y no presumir de nosotros mismos, que no habemos menester consejos y advertencias. Y volviendo a nuestro intento, solo diré que los príncipes superiores ministros del Rei nuestro señor que no atienden al descargo de su real conciencia y a la ejecucion de sus reales órdenes, dando el premio dedicado para los que le han servido y trabajado derramando su sangre y gastando sus caudales y floridos años en él, no se pueden tener ni reputar por legales ministros de S. M., quien con cristiano celo y piadoso acuerdo los envía y pone en lugares y oficios preeminentes para que honren y premien a los mas dignos beneméritos, que con personales servicios y contínuos afanes han adquirido estos títulos en reinos tan remotos como Chile. Porque los servicios y méritos que en él se hacen, son mas de estimar y agradecer que los que se adquieren a vista de nuestro gran señor y monarca, que teniéndola presente, o tan próxima que los rayos de su justicia alcancen a esclarecer y alumbrar sus afectuosos deseos, no habrá que maravillar ni tanto que agradecer en que se aventajen y se opongan a cuantos peligros y riesgos de la vida puede ofrecerles el tiempo ni la incostante fortuna. Porque podrémos decir de la presencia de nuestros católicos Reyes (como dioses de la tierra) lo que San Chrisósthomo de la de nuestro Dios y Señor dijo, que teniéndola presente de ordinario, todas las cosas se facilitan, los trabajos se toleran y somos superiores a nuestros enemigos. Envió Débora a Barac contra Sisara, príncipe del ejército Jabino, y para dar a entender de cuanta importancia sea la presencia del superior, le dice Barac si tú no vienes conmigo y me acompañas, no daré paso adelante; porque la asistencia del que gobierna y rije, los mayores tropiezos los allana, facilita inconvenientes, y el valor y las fuerzas las

aumenta, minora y enflaquece las de los contrarios. Así se verifica en el portentoso suceso y caso raro que refiere el doctor Jansonio Docomense Frigio en su libro sesto. Los señores y príncipes de la nacion Bartolda contendian de ordinario con los de Bravancia y en todas ocasiones salian vencidos los bartoldos de la otra nacion, a quien su duque y cabeza los asistia y acompañaba en sus batallas. Murió el duque y su señor, y quedó el heredero tan pequeño que apénas tenia un año, a cuya causa en las demas ocasiones de contienda, que de ordinario venian a las manos, sin asistencia de su duque por su fatal ausencia, los que de ántes eran gloriosos vencedores volvian ignominiosamente vencidos. Entraron en consejo, y reparando qué podia ser la causa del cambio de aquellas suertes, vinieron a colejir y sacar por consecuencia que sin duda alguna era la falta de su príncipe y natural señor y cabeza, que los asistia y acompañaba dándoles valor y esfuerzo. De cuyo acuerdo y junta de guerra salió por todos decretado, que en el primer encuentro que se les ofreciese, llevasen a la guerra al heredero niño. Hiciéronlo así; y con ser verdad que era tan pequeño que la cuna le servia de caballo, sus delicados pañales de aceradas armas, y sus tiernos y lastimosos lloros de fervorosas y alentadas voces, pudo tanto su presencia para con sus leales vasallos, que vencieron gloriosamente a los que de ántes los habian sujetado y vencido sin esta dilijencia. Y así dice Jansonio: tanto como esto puede la presencia de un lejítimo príncipe y natural señor en sus vasallos; y mas adelante prosigue diciendo: ¿quién hai que ignore que la presencia del príncipe y lejítimo dueño sea de tanta importancia como el piloto en la nave, el padre en su familia, el rector en su escuela, y el sol en el cielo? Y podrémos decir a nuestro intento, que los trabajos, miserias y desdichas que [se] padecen en este aflijido reino sin esperanzas de premio, son mas de estimar y agradecer que los méritos y servicios (por aventajados que sean) adquiridos y obrados en la presencia y a los ojos de nuestro Rei y natural señor, tan justificado como piadoso, en quien tienen piloto que los rija, padre que los ampare, rector que los encamine y sol que los alumbre.

CAPITULO III.

Que trata de la pérdida y muerte del correjidor de la ciudad de Chillan; de cuyo desastre resultó la batalla en que quedaron muertos y cautivos mas de cien hombres el autor preso.

y

Qué sujetos estan a dar de ojos, los que no los pusieren con acuerdo en los daños y tropiezos que anticipadamente a otros derriban; y es cosa averiguada y verdadera, haberse orijinado mas crecidos males de no haber procurado con efecto remediar los menores, poniendo los ajenos peligros a la vista por no caer incautos en los que inadvertidos experimentaron otros. Qué bien lo dijo todo San Isidoro en las siguientes palabras: huye (dice) de la cueva o foso adonde en tu presencia viste al otro caido y derribado; teme los peligros ajenos en tí mesmo.

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