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comendador de aquel convento, y algunos relijiosos de mi padre San Francisco, y otros del órden de predicadores, que mientras dijeron la misa habian llegado a dar los parabienes a mi padre. Los mozos y sóldados de a caballo festejaron con carreras mi llegada, y al son de las trompetas y cajas de guerra, al entrar por las puertas de mi casa, dieron la carga los soldados de a caballo y respondió la infantería en la plaza de armas, conforme el correjidor y cabo de aquella frontera lo tenia dispuesto.

Entré con el referido acompañamiento a la presencia de mi amado padre, que en su aposento estaba en la cama a mas no poder echado, por su penoso achaque de tullimiento, y al punto que puse los piés sobre el estrado que arrimado a la cuja le tenian puesto, en él me puse de rodillas y con lágrimas de sumo gozo le regué las manos, estándoselas besando varias veces; y habiendo un rato estado de esta suerte sin podernos hablar en un breve espacio de tiempo, mi rostro sobre una mano suya, y la otra sobre mi cabeza, me mandó levantar tan tiernamente, que movió a los circunstantes a ternura.

Dieron muchos parabienes a mi padre porque ya habia logrado sus deseos, y a mí por hallarme libre de trabajos y de los peligros de la vida en que me habia hallado; con cuyas razones se despidieron los relijiosos y los mas del lugar, que todos manifestaron con extremo el gozo y alegría que les acompañaba. Salimos a la sala, adonde ya la mesa estaba puesta, y en el ínterin que mi padre se vestia y se levantaba de la cama, habiendo convidado al correjidor, que era amigo y mui de su casa, y a otros del lugar, a los prelados de los relijiosos y al cura y vicario, estuvimos asentados en buena conversacion, preguntando algunas cosas de la tierra adentro los unos y los otros; hasta que salió a la cuadra, afirmado en dos muletas, en cuya ocasion me volví a echar a sus piés y a abrazárselos tiernamente, acudiendo a la obligacion de humilde hijo, a que procuré siempre corresponder cuidadoso, aprovechándome de la licion del Eclesiástico, que entre lo mucho que en el capítulo tercero nos amonesta, dice estas palabras: hijo, toma a tu cargo la vejez pesada de tu padre, y en su penosa vida no le molestes, ni le dés pesares. Grande veneracion es la que se debe a los padres, gran respecto y servil obsequio, porque de faltar los hijos de este conocimiento y de esta obligacion precisa, se exponen a grandes daños y peligros, aunque los padres por todos caminos no sean tales. Aunque tengais padres (dice San Crisóstomo) a vuestro parecer prolijos, malos y rigurosos, no tengo por seguro el maldecirlos, ni fuera de peligro el censurarlos. Y porque es doctrina en estos tiempos de importancia y que deben los hijos estudiarla, y admitirla los jóvenes mancebos para que el lugar que les toca den a los ancianos y mayores en edad, diré lo que el mesmo Eclesiástico nos enseña. No tan solamente (dice) a los ancianos padres se debe este respecto, sino tambien a los que con canas venerables afianzan sus acciones; en cuyo lugar San Cipriano dijo al obispo Rogaciano, habiéndole perdido el respecto y menosprecia

dole un cierto diácono inferior suyo, y con el ejemplo del profeta Samuel le consuela así: habiendo sido despreciado Samuel del judaico pueblo, como tú ahora, a causa de ser viejo, levantó la voz el Señor y dijo: no te han despreciado a tí, sino es a mí. Pues, si los que desprecian a los mayores en edad y ancianos, desprecian a Dios y le provocan a enojos, ¿qué dirémos de los que a sus padres no veneran y no les sirven, siendo ya impedidos con la vejez prolija y con achaques, ántes los injurian, habiendo de servirles de arrimo, de báculo y consuelo ? ¡Oh! cómo nos industrian y alicionan con su piedad y clemencia las aves para con sus ancianos padres e impedidos! De la cigüeña dijo San Ambrosio, que estando el padre de esta ave sin fuerzas ni alas con que poder volar a causa de muchos y prolijos años, la rodeaban sus hijos, la abrigaban y calentaban, y dice mas, que la sustentaban. Mui estragada está nuestra naturaleza humana, pues hai muchos que desconocen a sus padres si fueron humildes, y algunos los desprecian cuando la fortuna los levantó y puso en alguna altura; que en tales ocasiones deben. resplandecer y aventajarse los favores y desvelos en servir a los padres. Enseñólo aquel hijo amado de su padre, Joseph. Vió como entre sueños que le adoraban el sol, la luna y las estrellas; en cuyo lugar dijo San Ambrosio alcanzando Joseph por sus sueños que se habia de ver en altura tanta, que le adorasen los astros, entonces con cuidadosa humildad ponia toda su grandeza, todo su fausto y toda su pompa a los piés de su querido padre.

Con estas consideraciones procuraba yo a estas forzosas obligaciones ajustarme lo posible, por parecer buen hijo, y ajustado a los ojos de nuestro Dios y Señor, y por gozar de los favores y bendiciones de su bendita mano, como nos lo dice el citado capítulo del Eclesiástico: que el que honra a su padre, le sirve y le venera, gozará de sus hijos con descanso y alegría, y el dia de sus súplicas y oraciones será escuchado y atendido, y los dias de su vida serán dilatados.

Bien creo y tengo por sin duda, que los favores que Dios, nuestro Señor, me ha comunicado, librándome de tantos peligros y trabajos como los que me han cercado, y dándome próspera salud y vida, con feliz propagacion y logro de ella (que aunque los presentes tiempos han sido y son para mí mui contrarios y adversos, si bien tolerables y gustosos por la conformidad que tengo con la voluntad de Dios), conozco que han sido por el entrañable amor que tuve a mi padre, y el respeto y veneracion a sus mandatos, y por el aprecio que siempre hice con estimacion de sus canas y de ser hijo suyo mui humilde y obediente.

Salió mi padre, como queda dicho, afirmado en sus muletas, y despues de la accion referida, acompañada con otras que el amor y regocijo me pudo permitir, nos asentamos a la mesa con los convidados, y con sobrado gusto dimos fin al banquete bien dispuesto, espléndido y sazonado. No refiero particulares circunstancias de festejos, regocijos y otros entretenimientos con que los de la patria celebraron mi llegada; déjolo al buen discurso de cada uno y a la consideracion del mas atento,

anteponiendo la estimacion y el respeto que en aquella ciudad tenian a mi padre, y el ser yo hijo de ella, con amigos, compañeros y compatriotas.

CAPITULO XXVI.

En que se da fin a la historia con la accion que mi padre y yo hicimos confesando y comulgando en accion de gracias, dia de la Sacratísima Concepcion de la Vírjen Señora nuestra.

Para dar fin glorioso a nuestra historia, diré que otro dia por la mañana, que lo fué de la Concepcion de la Vírjen Señora nuestra, fuimos a confesar y comulgar a la iglesia de nuestro seráfico y padre San Francisco mi padre y yo, porque era gran devoto de esta gran Señora, y de aquel santo convento patron y bienhechor con todo afecto; por cuyo patrocinio y amparo fué Dios servido de librarle con bien (aunque tullido) de los infortunios y peligros que trae consigo el militar estruendo en esta sangrienta guerra, inacabable por las razones insinuadas en este libro. Fué temido con extremo de los enemigos, reduciendo en muchas ocasiones a los rebelados, y a fuerza de armas poniendo en paz provincias diversas alborotadas; que solo de sus memorables hechos se pudieran hacer copiosas relaciones, que solo repetiré unos versos (entre otros muchos que le hicieron) de un gran injenio y talento conocido, ilustrado con letras divinas y humanas, que habiéndose resuelto a ir a la ciudad adonde asistia, maravillado de su grande opinion, viéndole impedido en una cama, y que estando de aquella suerte, aun de su nombre temblaban los enemigos, hizo el siguiente romance:

ROMANCE

Al maestro de campo jeneral Alvaro Nuñez de Pineda, a su grande opinion, y a lo que obró en servicio de S. M. en esta guerra de Chille.

Tanto por tus claros hechos,

Valeroso Alvaro Nuñez,
Cuanto por su noble sangre
Son los Pinedas ilustres.
De cuantos venera el tiempo
Capitanes andaluces,
Tus mas comunes hazañas
No son ejemplos comunes.
A tu dichosa experiencia
Chille su paz atribuye,

Pues no hai juntas con tu nombre
Que Su Majestad no turbe.
Aun cuando mas impedido,
Tanto a tu nobleza acude,

Que en fee de que vives, mueren
Los mas temidos gandules.

Tan aventajadas suertes

Solo en tu valor concurren,

Que como a la suya el fuego,
A la quinta esfera suben.
Tú solo ufano pudiste

Hollar la dificil cumbre
De los trabajos chilenos,

Que a los mas hombres consume;

Tú solo ser rayo ardiente

En sangrientos avestruces,
Que sustentados con yerro
Innumerables incluyen.

Tus peregrinas proezas

No es menester que pregunten,
Que son tales que no hai
Envidioso que las dude.

Para contadas es breve

El mas crecido volúmen,

Pues no hai voz que las publique
Ni olvido que las oculte.

El premio de tus servicios
Al Supremo Rei incumbe,
Que quien defiende su lei
Es bien que a su lado triunfe.
Inmortal quede Sevilla

Pues tanto valor produce,

Que en el reino mas remoto
Sus maravillas esculpe.
En cantar tu invicto brazo
Heróicos cisnes se ocupen,
Que no es calva la ocasion
Aunque cortés la descubres.

Qué diferentes estaban en aquellos antiguos tiempos las fronteras de guerra, en que los superiores gobernadores, maestros de campo y demas ministros eran desinteresados sin jénero de cudicia, como consta que lo fué el maestro de campo jeneral Alvaro Nuñez de Pineda, por la certificacion honrosa que le dejó un visitador y juez recto, que en un capítulo de los atrasados la tengo manifiesta; pues con su hacienda socorria a muchos pobres necesitados, cuidando siempre del aumento de lo que por su cuenta corria, y ajustando la conciencia y el alma a lo que es servicio de Dios, nuestro Señor, que es el principal blanco a que se deben encaminar los que gobiernan, porque, como dijo Horacio, no hai muralla ni mas fuerte baluarte que la buena conciencia y alma limpia :

Hic murus aheneus esto:

Nil conscire sibi, nulla palescere culpa.

La conciencia es fuerte muro

De aquel que la tiene sana,

Con imitacion cristiana

Y espíritu limpio y puro;
Este vivirá seguro

De que le salgan colores

De vergonzosos errores
Que de las culpas provienen,
Y aquellos que no las tienen
Se aseguran de terrores.

Y a este intento no dejaré de poner unas elegantes palabras de Hugo Victorino, traidas de San Bernando algunas. La conciencia buena (dice) es título de la relijion, es templo de Salomon, campo amurallado, baluarte de bendiciones, huerto de gustosos deleites; es reclinatorio y descanso de oro fino, consuelo de los ánjeles, arca del testamento, tesoro del Rei, palacio de Dios, morada del Spíritu Santo; es libro sellado y cerrado, que el dia del juicio ha de manifestar y abrir.

No deben de estar sin duda las conciencias de estos tiempos tan pu ras, limpias y ajustadas, que podamos decir de ellas lo que Horacio, pues vemos que no sirven de fortalezas ni murallas a los que rijen y gobiernan nuestras armas, cuando nuestros enemigos no hallan resistencia alguna en sus disinios, ejecutándolos a su salvo en nuestras haciendas, casas y vidas; con que cuando mas libres y seguros nos juzgamos, y con mejor viso nuestras fronteras, entonces en mayores riesgos y peligros las hallamos, porque nuestras conciencias están manchadas y perturbadas con la infernal cudicia que las tiene sujetas y avasalladas,

pues sin ningun rebozo ni recato obran en esta guerra cada dia insolentes maldades y desafueros con estos pobres bárbaros jentiles, contra Dios, contra razón y justicia, haciéndolos esclavos sin poderlo ser, maloqueándolos y robándoles sus casas, sus mujeres y sus hijos, debajo de tratos de paces y de amistad, despues de estar reducidos y sujetos a nuestras voluntades y a nuestros gustos, y asegurados con la palabra real. Y a mí me consta que en algunas ocasiones se han entrado y reducido debajo de nuestras armas, juzgando estar seguros de otros enemigos de entre los suyos, que tal vez suelen hacerse guerra los unos a los otros; y en lugar de defenderlos y ampararlos, somos peores que sus propios contrarios, subcediéndoles lo que a las palomas mansas, que huyendo del milano nombraron por su rei y su patron al azor, el cual les fué mas riguroso enemigo que el que de ántes tenian. Tráelo de las fábulas el gran doctor y maestro Francisco de Mendoza, con los siguen

tes versos:

Accipitrem milvi pulsurum bella columbæ
Accipiunt regem, qui magis hoste nocet.

Elijieron al azor

Las palomas por su rei,

Sin saber que no hai mas lei
Que el gusto del superior.
Nómbranle por defensor
Contra el enemigo alano,
Y él viene a ser mas tirano
Y su adversario mayor.

Y aunque ha habido algunos evanjélicos predicadores que hayan solicitado el remedio a tan grandes males, y reprehendido tan perjudiciales excesos, tienen por mayor el que se los representen y repitan, volviéndose contra los que las verdades les predican; que aunque sea en comun la reprehension o la advertencia, la recibe cada uno de los que gobiernan por sí, porque se hallan en ella comprendidos, imitando al jurisperito que refiere el evanjelista San Lúcas, que reprehendiendo Cristo, Señor nuestro, en comun a los fariseos, se halló sentido y agraviado de sus razones uno de los mas presumidos letrados, quizá porque les tocaron en las cátedras que pretenden muchos para sus mayores ruinas, diciendo el Supremo Maestro: ¡ai de vosotros los que amais y deseais las primeras cátedras en las universidades! a que respondió el letrado: maestro, mui grande agravio nos haceis en decirnos eso; en cuyo lugar dijo Beda: oh! qué dañada conciencia la que oyendo la palabra de Dios, juzga que es encaminada a su descrédito y agravio! como este licenciado jurisperito lo sintió, y tomó la mano por todos; a quien vuelve a decir Cristo, Señor nuestro, segunda vez: ¡ai de vosotros los letrados! Así podian los fieles ministros de este Señor volver a decir a los que llevan mal las amonestaciones y advertencias que les importan, en lo que parece fué disonante a sus oidos. Pero a

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