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parecer le habia sucedido tan considerable pérdida, tuvo por bien el callar y disimular esta carta, que sentido y lastimado de lo uno y de lo otro, la escribió resuelto. Con que desde entónces puso mayor cuidado y solicitud en librarme de los trabajos y peligros de la vida en que me hallaba.

No sé si en estos tiempos lastimosos se pasara por alto carta semejante, y se disimularan sus razones con prudencia (aunque el ánimo del mas poderoso se acobarda teniendo sobre sí el pecado y el yerro que le acusa), porque sobra ya en los que gobiernan la majestad, la soberbia, o por mejor decir, la tiranía, y a los que bien sirven, el temor y el recelo los acorta. En otros antiguos tiempos, adonde el valor y el esfuerzo tenian su lugar y asiento merecido, aconteció a mi padre, siendo capitan de caballos, el hallarse en grande empeño solo con su compañía, que habiendo salido con ella a una escolta algo distante de adonde quedaba el gobernador y lo restante del ejército, le salió al encuentro una poderosa junta de enemigos; y habiéndola divisado que para él se encaminaba resuelta, despachó al instante persona de toda satisfaccion a que diese aviso al gobernador del empeño en que se hallaba, y que para salir de él con aventajado crédito, le enviase algun socorro de soldados, los mas que pudiese. Y aunque estuvo resuelto el gobernador a hacerlo así, remitiendo el socorro que le pedian, nunca faltan mal intencionados sátrapas que al oido y lado de los que gobiernan, intentan envidiosos deslucir las acciones de los que valerosamente sirven a S. M., como en esta ocasion evitaron y contradijeron su intento y resolucion, enviándole a decir, que pues se habia puesto en tamaño empeño, que procurase salir de él como pudiese. Con esto se vió obligado a decir a los suyos lo que el gran capitan de Dios Jedeon al dar la batalla al ejército copioso de los Madianitas dijo, a cuya imitacion pronunció valeroso estas razones: señores soldados, amigos y compañeros, lo que me vieren hacer lo hagan todos, y consideremos en esta ocasion que no hai mas hombres en el mundo que nosotros, y que el favor divino es nuestro amparo y fuerte escudo contra esta muchedumbre y bárbara canalla. Cien varones somos para mas de mil; si bien nuestro valor y esfuerzo es invencible cuando la fee divina es nuestro blanco, y la reputacion de las armas de nuestro Rei y señor, con que podemos estar ciertos que ha de estar mui de nuestra parte la victoria y nuestro desempeño. A que respondieron todos esforzados, que primero perderian mil vidas (si tantas tuviesen) que faltar a la obligacion de soldados de tal caudillo y capitan, que con solo saber que los gobernaba y rejia su esfuerzo y valor (de cuyo nombre se estremecian y temblaban estos bárbaros), se prometian mui feliz acierto en la ocasion urjente en que se hallaban; con cuya respuesta y valerosa resolucion dispuso sus soldados con el mejor órden que pudo, para embestir al enemigo, que habiendo reconocido la determinacion de los nuestros, tenia ya su infantería dispuesta, con la cual marchaba en órden junto con su caballería a encontrarse con la nuestra; y llegando a ajustarse los unos con los otros, descargaron sobre los enemigos una

famosa carga de arcabucería, con cuyos efectos murieron mas de cien indios, y atropellando la infantería abrieron camino por medio de ellos, y con gran órden disparando por sus turnos los arcabuceros, se fueroh retirando poco a poco acercándose a su cuartel, con pérdida solo de tres soldados que les mataron; si bien los mas de ellos maltratados y heridos. juntamente con su capitan, a cuya causa tuvo ocasion de entrar con la espada en la mano, bañado en sangre y colérico de haber visto que por la omision que tuvo el gobernador en enviarle el socorro de soldados que envió a pedir, se habia perdido y frustrado la mejor ocasion que en aquellos tiempos pudiera desearse. Y estando a caballo de la suerte referida, llegó adonde el gobernador estaba con sus consejeros y aliados, y le dijo en altas voces, que cómo se rejia y gobernaba por jente tan cobarde, pues le habian hecho perder la victoria mas considerable que pudiera buscar y apetecer en todo el discurso de su gobierno; que todos los que le habian aconsejado que no le enviase el socorro de soldados que le habia enviado a pedir, eran unos gallinas, que le harian creer que las yerbas que tenia debajo de sus plantas, eran enemigos; que dentro de aquellas estacas, aun les parecia no estar seguros, y que con la espada que traia en las manos, les daria a entender que sabia empeñarse y salir de sus empeños, cuando no sabian ni aun a lo largo mirarlos. Y volviendo las ancas a su caballo, le encaminó para sus tiendas, dejando a los circunstantes admirados de su temeraria resolucion, aunque justificada. A cuyas razones respondió prudente el gobernador diciendo para semejante precipitacion es mui necesario el sufrimiento, porque los que bien sirven a S. M. tienen permiso tal vez para hablar con denuedo y desenvoltura en presencia de sus superiores. Notólo así San Pedro Crisólogo sobre el cap. 3 de Josué, admirándose de que el rio Jordan abriese camino por medio de sus aguas, encojiéndolas temeroso para que el arca del testamento con los sacerdotes que la llevaban, pasasen a pié enjuto, y estando la Santísima Trinidad en su presencia cuando se baptizó Cristo, bien nuestro (como lo refiere San Mateo), no hizo esta demostracion de reverencia; y inquiriendo la causa, responde a su duda y dice, que por haber servido con sus aguas al hijo de Dios en su baptismo, no tuvo temor ni recelo alguno de pasar por delante de la Majestad suprema y trina; mas como al arca del testamento no habia hecho ningun servicio, se halló corto y avergonzado, a cuya causa al llegar a sus orillas se encojió receloso, y humilde detuvo sus corrientes: dándonos a entender que el que bien sirve a su Rei y señor, puede hablar verdades descubiertas y hacer patentes sus servicios manifiestos en su real presencia, para que sean admitidos y escuchados con el celo y amor que sus leales vasallos le han servido, a quienes es conveniente en ocasiones disimular que pasen sus corrientes cuando se precipitan sus palabras, como lo hizo el gobernador, que a su ministro escuchó con sagaz acuerdo imitando al santo Profeta Rei, que despues de haber vuelto su caudillo y capitan jeneral de su ejército Joab de la batalla y victoria que contra su hijo Absalon consiguió dichoso, habiéndole

dejado muerto, y destrozado su ejército, llegó a sentir tanto el rei David su muerte, que desde el punto que le dieron el aviso, todo se le fué en llorar y lamentarse triste, como dice el texto; en cuyo lugar dijo San Agustin estas palabras: mayor afliccion y pena le causó la muerte de Absalon su hijo, que las persecuciones que, rebelado, le oprimian. Y con haber vuelto su ejército victorioso y contento de haber librado a su Rei y señor de un tirano cruel y traidor a su padre, no quiso salir a verlo ni a darle las gracias de su acierto: accion que sintieron con extremo los soldados, y quedaron los mas tan lastimados, que fraguaron entre sí varios pensamientos y manifestaron designios cautelosos, no habiendo querido entrar en la ciudad por aquel dia, y mui abiertamente y a las claras mormuraron del rei las aflicciones, diciendo: tanto ha sentido la muerte de su hijo, que parece nos quiere significar y dar a entender que tuviera por mejor y de mas gusto habernos visto volver desbaratados, muertos y vencidos, que victoriosos, triunfantes y contentos. ¿Qué es lo que queria el rei, o qué era su pensamiento, que tanto se lastima y siente la muerte de un traidor hijo suyo? Con esta desenvoltura habló la muchedumbre de su ejército. Y así no tienen que maravillarse los príncipes superiores que gobiernan en estos reinos remotos, de ser en ocasiones mormurados, cuando sus acciones y sus obras no se ajustan ni conforman con la obligacion de sus oficios y estados. Y ya que el miserable soldado, contínuo y asistente en esta guerra, que ha servido a S. M. 20 y 30 años con hambres, desnudeces y varios infortunios, no tiene mas premio ni mas galardon que lamentarse triste y dolerse desgraciado, por considerar y ver al otro, o a los otros que apénas pusieron los piés en tierra cuando se llevan la encomienda y el mejor oficio por recomendados de algunos dependientes, por hermanos de oidores y deudos de consejeros, y lo mas en estos tiempos, porque tuvieron dineros con que solicitarlos; déjenle siquiera manifestar su sentimiento y mormurar acciones mal encaminadas, como estos otros lo hicieron con su rei, que pues hacen lo que quieren, atropellando las leyes, la razon y la justicia, no será mucho que les permitan declarar sus quejas y dar alivio y descanso a sus pasiones,

Llegó, pues, el valeroso Joab, insigne jeneral del ejército de David, y entrándose a su retrete, adonde con lamentos tristes y lúgubres llantos estaba demostrando el pesar y sentimiento que con la muerte de su hijo le habia sobrevenido; hallándole de la suerte referida, como ministro confidente que con toda veneracion le amaba y le servia, le dijo con grande atrevimiento y osadía las palabras siguientes: ven acá, rei David; ¿cómo has avergonzado y confundido la jente valerosa de tu ejército, cuando te ha librado y defendido de la tirana muerte con que tu hijo traidor intentaba deshacerte y acabar con tus hijos y mujeres? Paréceme que nos das a entender con demostraciones claras y patentes sentimientos, que hubieras tenido mayor consuelo y gusto de ver trocada nuestra dichosa suerte, que estar libre de las penalidades y trabajos que con el tirano ejército esperabas. Vuelve sobre tí, y atiende a

tus acciones, y mira bien lo que haces; porque te juro y doi mi palabra, que si no sales a consolar tu ejército y a desmentir tu pesar y sentimiento con alegre semblante y placentero, que no ha de quedar esta noche persona que te acompañe ni de grado te asista. Estos son los ministros que deben estimar los superiores que gobiernan, y solicitar sus asistencias, para que con resoluciones amorosas les digan las verdades; y no a los aduladores insolentes, que de ordinario se visten de la color de los príncipes. Y desdichado aquel que los aplaude y placentero los oye, porque no tendrá jamas quien de lo cierto le alumbre, ni quien celoso le advierta; con que serán todos unos los que a su lado asistieren (como el sabio nos lo enseña). Obedeció el santo rei sin repugnancia alguna a su ministro, y salió a la puerta de la ciudad a recebir la jente de su ejército, con cuya accion pareció la multitud en la presencia de su natural señor con grande gusto y alegría: obediencia y rendimiento fué el de este gran monarca, que debe servir de norma y de un ejemplar mui vivo a los superiores cristianos cuando en semejantes ocasiones sus ministros se adelantan con celo pio y amoroso a decirles resueltos las verdades, aunque sea a costa de sus propias conveniencias y autoridades: como lo fué para nuestro gobernador, disimulando las razones pasadas de su ministro y capitan valeroso; con que cerrarémos nuestro capítulo. Y con él acabarémos el paréntesis, para salir en el que se sigue, de la isla y peligros en que quedamos.

CAPITULO IX.

En que se prosigue la derrota y salida de la isla en que quedamos; los peligros en que nos vimos esguazando el rio.

Habiéndonos amanecido en la referida isla con las penalidades y trabajos que pueden imajinarse, cansados de una noche oscura y tenebrosa, acompañada con copiosas y abundantes aguas despedidas del cielo con violencia, y de furiosos vientos sacudidas, mezcladas con relámpagos, rayos, truenos y granizos; siendo tan formidable a los mortales, que pareció desabrochar el firmamento sus mas ocultos senos y rincones me trajeron a la memoria sus efectos lo que Ovidio y Virjilio describieron de otros semejantes temporales y borrascas:

Hinc tonat, hinc missis abrumpitur ignibus æther.

Y el heroico poeta los siguientes cantó con elocuencia :

Effusis imbribus atra

Tempestas sine more furit, tronituque tremescunt
Ardua terrarum et campi, ruit æthere toto
Turbidus imber aqua densisque nigerrimus Austris.

Rasgado está el firmamento
Despidiendo espesos rayos,
Y la tierra con desmayos

Tiembla oprimida del viento.
Los astros estan sin tiento,
Y el temporal sin medida
Con una furia atrevida
El campo fértil abrasa,
Sin dejar choza ni casa
Por oculta o escondida.

de

Presumiendo que nos daria lugar el tiempo a esguazar lo restante que nos quedaba del rio, sucedió nuestro pensar mui al contrario, porque con lo mucho que habia llovido sin cesar del antecedente dia y la noche, se aumentaron sus corrientes de tal suerte, que nos obligaron a que con toda priesa desamparásemos la isla, y solicitásemos camino o modo de salir aquel dia de los riesgos y peligros que nos amenazaban, pues a mas andar, con paso apresurado las procelosas aguas se iban apoderando del sitio y lugar que poseíamos. Determináronse a desandar lo andado y volver a pasar ácia nuestras tierras el esguazado brazo del rio con harto peligro y temor de encontrar con algunos de los nuestros, juzgando por posible haber salido en su seguimiento y rastro alguna cuadrilla española; si bien les aseguraba lo borrascoso del tiempo y lo contínuo del agua. Esta resolucion y acuerdo que elijieron, fué porque lo restante del piélago que para sus tierras nos faltaba que pasar, era mas caudaloso, mas ancho, de mas precipitada corriente y de mas conocido riesgo; pues habiendo intentado arrojarse a él a nado, echaron por delante a un compañero alentado y que se hallaba con el mejor caballo que en la tropa se traia, y a pocos pasos que entró lo arrebató la corriente, y aunque fué nadando gran trecho sin desamparar el caballo, se le ahogó en medio del rio, y él salió a la otra parte por gran dicha, y porque en el agua parecia un peje. Con esta prueba y suceso se resolvieron llevar adelante su primer acuerdo, y para ponerle en ejecucion, me ordenó mi amo como dueño absoluto de mi libertad, que me desnudase y pusiese mas lijero, por si cayese en el rio no me sirviese de embarazo la ropa que llevaba; a que le respondí, que lo propio era caer desnudo que vestido, porque de ninguna suerte sabia nadar ni sustentarme en el agua, poco ni mucho. Con todo eso (me respondió), te hallarás con ménos estorbo y mas lijero para todo acontecimiento. Y por obedecerle mas que por mi gusto, me desnudé del hato que traia y solo quedé con la camisa; y de esta suerte, me puse a caballo en un valiente rocin maloquero que traia de toda satisfaccion, que para mas seguro de mi vida me lo ensilló diciéndome: subid en él, y no hagais mas que asiros de la silla fuertemente, o de la clin del caballo, que él os sacará afuera. Con que subió en otro rocinejo flaco, adonde a la gurupa, o trasera del fuste, puso mis armas (o por mejor decir suyas) y el vestido, y caminamos de esta suerte todos los diez indios que quedaron, el soldado Alonso Torres y yo en demanda del paso, que se reconoció ser el mas angosto por donde nos arrojamos, con pocas esperanzas de salir con bien de las corrientes rápidas del rio, y yo sin

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